Las tres cuartas partes de mi actividad son mentales. Pienso que paso demasiado tiempo pensando. Pienso que tengo que pensar menos y hacer más. Pienso que pensar tiene su tiempo, y lo tengo que encontrar.

domingo, 25 de septiembre de 2016

El séptimo sentido

Los sentidos vienen a ser como los planetas, cuando menos te esperas te anuncian que hay uno nuevo. Toda la vida pensando que tenemos cinco sentidos y de pronto, zas, van y anuncian el sexto sentido. Muy interesante la película, por cierto. Pero no queda ahí la cosa. Ayer comentaba con mi amiga May, que es la mayor inventora de frases curiosas sin patentar, lo difícil que resulta cuando trabajas atendiendo a personas, recordar caras y nombres y aún peor ponerle nombre a las caras, o al revés. Ella me contaba que tiene una larga lista de teléfonos a los que añade alguna pista junto al nombre para poder recordarlos, pero había llegado a un punto en que ni así. Por eso, me dijo, que con los años de experiencia,  ella ya sabía que cliente era interesante y cuál otro le iba a hacer perder el tiempo para nada. Y eso lo sabía ella a los dos minutos de hablar con la persona en cuestión. Esto le había facilitado reducir su larga lista de nombres con pistas, porque había desarrollado un sentido que es 'me importas una mierda" y que supone el borrado automático del nombre, la pista y la cara. Así que ya sabéis, existe un séptimo sentido, el de borrar datos inútiles de tu mente. Me gusta. Lo veo práctico, tanto como la vista, el oído, el olfato, el tacto, el gusto, el en ocasiones veo muertos y, por fin, el me importas una mierda. Es que May es mucha May.

sábado, 24 de septiembre de 2016

Sin punto medio

Vale, lo reconozco, soy una exagerada para algunas cosas, pero son cosillas sin importancia. Por ejemplo, hace un año más o menos que me compré un colorete porque se me estaba acabando el que tenía en uso. Pues bien, aún no lo he abierto, porque todavía tengo y eso que lo uso a diario, y ya hasta con ansiedad porque no me explico que no se acabe. Incluso he examinado a fondo la caja para ver si es que cuenta con algún dispositivo de regeneración espontánea. Pero nada. He cambiado la brocha por una más grande, para que recoja más. Me pongo dos parches en las mejillas con avaricia, que parezco la prima de Heidi en mitad de los Alpes. Pero nada. Estoy pensando incluso hacer una degustación gratuita de colorete por internet. También barajo la idea de pintar el pasillo con él. Visto lo que dura creo que me permitirá darle dos capas a la pared. Cualquier cosa para que se acabe el puñetero colorete antes de que le coja manía o peor aún, le tome tanto cariño que entre en depresión cuando mi relación con él llegue a su fin. Si, si, lo sé, ya lo he dicho, soy una exagerada, pero quiero decir en mi favor que intento corregirlo. Así lo hice con la leche. Tenía tantas cajas que me caducaban. Suerte que esto no pasa con el colorete, y si pasa que nadie me lo diga, que no quiero saberlo, ya me avisará mi cara con un par de ronchas, si eso. Decidí medirme con la leche, porque nada me irrita más que tirar alimentos sabiendo la de gente que pasa hambre. Me siento mal por esto. Me tomé tan a pecho aquello que acabé quedándome sin leche. Ocurrió una mañana. Eran las seis, el sol no había salido y mis vecinos y vecinas dormían plácidamente. Puse mi cafetera y abrí el frigorífico para sacar la leche. Me cago en la leche. No había ni para un café. Tuve que reprimir las ganas de abrir el lavadero y gritarle al mundo !Ahhhh!  Lo sabía, sabía que esto pasaría, si es que me conozco como si me hubiera parido. Por eso me pongo trampas, para no caer en mis habituales errores. Por eso mismo  me perdono mi exageración, porque es el mejor método que tengo para resolver mis descuidos.