Las tres cuartas partes de mi actividad son mentales. Pienso que paso demasiado tiempo pensando. Pienso que tengo que pensar menos y hacer más. Pienso que pensar tiene su tiempo, y lo tengo que encontrar.

jueves, 14 de marzo de 2024

La conquista de Granada. Capítulo I.

Llegó la lluvia a Granada. Una barbaridad de lluvia. Y se celebra tanto la llegada del agua celestial, que allá se fue la tropa a calarse hasta los huesos. 
La salida fue de película de agente 007. Cada equipo sale de un lugar diferente para reunirnos en un punto geográfico determinado. Todos los equipos con sus coordenadas y los selfies por contraseña. Una vez estemos en el destino previsto nos reuniremos en una habitación del hotel elegido, mirando antes a ambos lados del pasillo para no ser descubiertas, sacaremos los teléfonos móviles a modo de mapa, para ir trazando el plan. Llamaremos a Glovo para comer algo. Y eso. Mañana por la mañana desayunaremos como unas turistas cualesquiera, sin que nadie sospeche la verdadera razón de nuestro viaje. Y a la hora prevista, como quien no quiere la cosa, llegaremos de una en una, al recinto fortificado llamado por el populacho La Alhambra. Allí nos mezclaremos con los guiris, que no se note nada, e iremos avanzando lenta y disimuladamente hasta nuestro objetivo. Recordad que la tropa aragonesa llegará en el último momento, consiguiendo así un efecto inesperado. La tropa aragonesa se unirá también al resto de equipos, de la misma manera, paso a paso, de guiri a guiri y tiro porque me toca. Llegaremos a una zona llamada patio de los leones. Allí no nos detendremos mucho. Un par de fotos y punto. Todas atentas al cronómetro. Cuando lleguemos a la zona conocida como los palacios nazaríes, ahí, justo ahí, nos detendremos. Miraremos alrededor con disimulo, y en cuanto los guiris estén distraídos, nos pondremos en primera fila. Ya queda menos. La idea es salir de allí antes que nadie. Si alguien se queda rezagado, el resto tiene instrucciones de continuar sin mirar atrás.
La noche anterior, en el hotel, habremos fijado el punto exacto al que hay que llegar al salir del recinto amurallado.
Cada equipo habrá memorizado las coordenadas y latitudes exactas. Iremos llegando como podamos, pero lo más rápido posible.
No podemos olvidar tampoco que la noche anterior, en esa habitación de hotel, tantas veces mencionada, se habrá decidido otra cuestión de máxima importancia: quién portará el arma secreta durante todo el recorrido. Debe ser persona especialmente cuidadosa por la fragilidad del arma a la que llamaremos, para despistar, El Bote.
Pues bien, llegados todos los equipos  a ese último punto del trayecto, la persona elegida tendrá que cumplir escrupulosamente el mandato principal. Esa orden será la que culmine el trabajo que hemos venido a hacer. A la hora fijada, la sargento dirá las palabras CLAVES en el siguiente orden: CUATRO ESTRELLAS GALICIAS, DOS COCACOLAS Y UN AQUARIUS DE NARANJA.
Misión cumplida. 

martes, 29 de agosto de 2023

Tan cerca, tan lejos

(advertencia: historia basada en hechos reales. Se han cambiado los nombres de los protagonistas para preservar su intimidad. No se han introducido escenas ni elementos para la dramatización y, por consiguiente, cualquier parecido con la realidad no es pura casualidad)

Si de hacer kilómetros se trata, the winner is...
Verano de 2023, Jane y Michael a la caza del espeto. Plan perfecto. O eso parecía. Lo primero era reservar en algún lugar especializado en sardinas, claro, y ahí comienza la aventura. Como en una carrera de relevos, empezó la tarea Michael y la acabó Jane que encontró el sitio perfecto. Pero, como el mundo entero está ya reservado para varios años, tuvieron que coger el segundo turno de comida, a partir de las 15,30. Bueno, pensó Michael, no está mal, así hay tiempo para hacer el trayecto con tranquilidad. Pero ¿cuál fue el problema? La prima de Málaga. Había que recogerla, y así se hizo. Y la prima iba acompañada de su marido, que solícito se prestó a conducir porque, se supone, conocía mejor el camino. Quizás olvidaron el pequeño detalle de recordarle que iban a comer espetos. Lo digo, porque este hombre se hizo un tour por carreteras malagueñas, sin ton ni son, de manera que cuando ya eran las cuatro de la tarde, sin atisbo alguno en el horizonte de sardinas ni nada que se le pareciera, con los estómagos tocando las castañuelas, Jane se plantó y le pidió "amablemente" al conductor que pasara al asiento de atrás, que ya ella se hacía cargo de "reconducir" la situación. Y así fue. Y llegaron a su destino a las cinco de la tarde, que eso debía ser como el cuarto turno de comidas. Su suerte fue que la cocina seguía abierta y aún quedaban sardinas. Comieron espetos por fin, para arreglar el día, y esas sardinas fueron ya las últimas del verano, otoño, invierno y primavera, hasta que se borre el recuerdo de la odisea, o sea, lo que viene siendo un par de semanas mal contadas. Y volvieron a Málaga, a dejar en su casa a la prima y a su marido. Y hora y media después llegaron a casa destrozados, como si en un arranque de locura juvenil hubieron decidido ir a desayunar a Valladolid. Ahora, cuando salen a cenar se piden cachopo. Que nada les recuerde ni a los espetos, ni a la prima de Málaga, que es la auténtica prima de riesgo y no la de la eurozona.
Así que ya sabéis, si no queréis comer cachopo, no olvidéis quedar con la prima de Málaga en el bar reservado, y que ella llegue cuando pueda. 

viernes, 14 de abril de 2023

Aquel viaje. Capítulo 3. Última etapa

Se queja alguna de la panda de que me he saltado muchas cosas. Ha sido queriendo. Es imposible relatar la cantidad de anécdotas que acumulamos en 24 horas. Pero intentaré en esta última etapa extenderme un poco más. Aviso para quien quiera retirarse ahora de la lectura. Estáis a tiempo. 
Amaneció como siempre. A la porra tanta poesía con los amaneceres. El despertador  sonó justo cuando estaba pillando el sueño. La Cantos se quedó flipada cuando lo apagué y me levanté. Preguntó ¿tú siempre te levantas así? Me miré de arriba a abajo. Mentira, me miré de cuello para abajo, que no soy tan flexible, y pensé, claro, tendré los pelos tiesos. Y le dije, sí, ¿por qué? Y contesta, vaya, yo cuando suena el despertador lo apago y me quedo un rato en la cama. Aquella frase retumba en mi cabeza todavía. Pero vamos a ver, entonces pon el despertador más tarde, ¿no? Es que si no, eso es como una autotortura. La cama te atrapa. Hay que salir corriendo de allí. Bueno, así nos quedamos, pensando cada una en las rarezas de la otra. 
La Maña vendría temprano a recogernos y teníamos que desayunar, porque con el tute que nos esperaba, no era cosa de desmayarse en mitad de la función. 
Las primeras en aparecer en el comedor fuimos la Cantos y yo. No es por nada pero, en verdad, esto fue así por mi buena costumbre de saltar de la cama. Ahí lo dejo. Desayunamos normal, creo yo. Digo esto porque aparecieron las catalanas y si os cuento lo que desayunó Redbull, os van a dar ardores. Creo que tuvieron que reponer las vitrinas. No digo más. Ahora me explico que tenga tanta energía la colega, que va pegando brincos por el mundo como si viniera de dormir nueve horas. Todo lo hace con ritmo, mucho ritmo, ritmo muy rápido, ritmo enérgico. Tú ya me entiendes.
El tandem de las catalanas es de lo más curioso. Buzz Lightyear es la extraña calma en mitad de un huracán. Ella está en su mundo, con sus amistades invisibles, pero también en el nuestro, en un extraño desdoble de tambor... o era redoble, bueno, da igual, que quiero decir que está aquí y allá. Pero oye que se pone Redbull a bailar y le sigue el rollo de una manera tan natural, que acabas pensando "esto lo tienen ensayado". Estas tienen más fiestas en lo alto que Froilán en la calle Serrano. Son unas auténticas cracks que yo metería en nómina para cualquier fiestuki, y te bailan hasta los camareros. Las adoro. 
Por su parte las Cármenes iban completamente a su bola. Otra muestra de compenetración. Ellas llevaban como un viaje paralelo, con otro tempo, con pausas, sin prisas, pero disfrutando a tope de todo. Estar estaban, venir venían, pero de pronto, sin darte cuenta, iban y desaparecían, para al momento volver a aparecer. Me gusta rimar. Mucho más que remar, donde va a parar. 
Y luego estaba la Especialista, con su particular sentido del humor, que yo calificaría como "humor imprescindible". Si no está, no es lo mismo. Tú ya me entiendes. Tiene ocurrencias de todo tipo. Todavía no me explico como consiguió convencernos de coger el metro, para bajarnos en la primera parada. Vamos a ver, que no me dio tiempo ni a pillar un cacho de barra donde agarrarme, que es que casi no terminamos de subirnos cuando llegamos al destino. Pero oye, que se empeñó y se salió con la suya. La Especialista no solo se ríe de su sombra, sino que se ríe de la tuya también. Se ríe ella y toda persona que se encuentre en su radio de acción. Así ocurrió con la vecina de asiento de tren, que cuando ya llevábamos más de medio viaje, no pudo aguantarse más la risa con las ocurrencias de la Especialista y, claro, la dejamos compartir con nosotras. Habrá algo mejor que compartir risas. Pero no contenta con eso, va y repite operación con el vecino de mesa del restaurante donde hicimos el último almuerzo. Por favor, ese hombre se lo pasó mejor ese día, que cuando hizo la primera comunión. Sin disimulo alguno, estaba completamente metido en la escena familiar, como si de una obra de teatro se tratara. Ay, que risa madre. 
Podría contar cosas durante una semana. Pero me pilla ocupada. 
Maña, has sido una perfecta anfitriona. Tu completo y magnífico planning nos ha dejado tan asombradas como destrozadas. Sé que has disfrutado con nosotras, tanto como nosotras contigo. De este viaje hemos vuelto con nuestros corazones más llenos. Te agradezco infinito tu disposición en un momento tan complicado para ti. Espero que te hayamos compensado. 
Todas tenemos claro que este viaje ha creado una alianza eterna.
La despedida fue la menos triste que he tenido en mi vida. Y espero con ilusión el próximo encuentro. 

 

martes, 11 de abril de 2023

Aquel viaje. Capítulo 2. La llegada


El viaje fue tan rápido como intenso. Empezó con una jota que se marcó La Cantos en la estación de Córdoba, y que remató con otra en la estación de Zaragoza. De jota a jota y tiro porque me toca. 
Durante el trayecto todo fue bien. Y eso que el revisor del tren nos regañó dos veces. La primera con cierta condescendencia, totalmente fingida. La segunda con manifiesto cabreo. El motivo, en ambos casos, fue que nos sentamos en la fila anterior a la que nos correspondía, y según este hombre, eso no podía ser porque los asientos eran nomimativos. Siete vueltas les dimos buscando nuestros nombres y, a Dios pongo por testigo, que no los encontramos. Y eso que La Cantos se tiró al suelo por si los habían escrito debajo del asiento, y ya de paso, buscó el enchufe para cargar el móvil. Aún estoy dándole vueltas a cómo consiguió encajarse de rodillas en ese reducido espacio. Y más vueltas aún, a cómo consiguió salir de allí, sin un rasguño. Eso sí, el enchufe lo encontró. 
Las Cármenes, que venían en el mismo tren, pero en distinto vagón, no dieron ni un ruido. Y es raro, porque Carmen madre es de las que las mata callando. ¡Ahhh claro! Pues eso, ni un ruido. 
Y llegamos al destino. Salimos del tren corriendo, empujadas por las ganas de ver al resto de la panda, La Maña, Redbull y Buzz Ligthyear, habían llegado unas horas antes. Y os digo una cosa, que para llevar allí tanto tiempo, ya podían haberse acercado más a las vías, que casi se nos acaba la estación y no aparecían por ningún lado las jodidas. Osú, lo que es darle emoción al encuentro. Finalmente aparecieron y fue bonito, muy bonito. 
Y allí mismo, tras los abrazos, La Maña sacó la agenda de actividades y nos dijo ¡al ataque!. Cargamos las armas, digo, las mochilas, y a partir de ahí, un no parar oye. 

A eso de las 10 de la noche, reventadas de pies y manos, con las calles hirviendo de gente, aterrizó en mitad de la cena El Maño y nos arrastró sin piedad y, también hay que decirlo, sin que opusiéramos resistencia alguna, hasta un garito abarrotado de gente joven, que bailaba reggaeton como si fuesen las 10 de la mañana. 
Imagino a Carmen hija, con sus 16 años recién estrenados, pensando que sus tías eran unas viejas locas, con más pilas que el conejo de duracell, y que si contaba a sus amigas lo que le estaba pasando, seguro que no la creerían. Pesadillas tendrá desde el viaje, soñando que llega esa panda de cincuentonas desmadradas diciendo, ¡¡ vengaaa, a bailar!! Y ella llama a Carmen madre para que la auxilie, y su madre viene bailando y cantando. Y entonces se despierta de golpe y suspira. 
 Bueno, bueno, bueno, no os podéis ni imaginar a Redbull encaramada en la barandilla de los servicios, desde donde empezó a jalearnos. Y nosotras, por supuesto, le seguimos el rollo como si fuésemos las alumnas aplicadas de su gimnasio. Arriba, abajo, a derecha, a izquierda, paso atrás, media vuelta y otra ronda más. Y no contenta con eso, bajó y enganchó a las componentes de una despedida de soltera, y se puso a hacer el trenecito con ellas. Lloro de risa cada vez que me acuerdo. 
En el bar trabajaba el hijo del Maño. Espero que siga conservando su puesto después de nuestro paso por allí. 
Y el sueño no nos venció. Fue la Maña recordándonos que a la mañana siguiente, bien temprano, vendría a recogernos porque aún nos quedaban un montón de cosas por hacer. 
Y dormimos corriendo. 







viernes, 17 de marzo de 2023

Aquel viaje. Capítulo 1. La tropa aragonesa.

Empezaré presentando a las protagonistas de esta historia. Lo haré usando sus nombres artísticos, con la certeza de que cada una de ellas se verá identificada rápidamente.
La Cantos. Ella es la promotora del viaje, la ideóloga, la que consiguió que aquello se hiciera realidad, ¡pero sin despeinarse oye!, que lo único que hizo fue arrancar el motor. 
Las Cármenes. Madre e hija. Dos gotas de agua con 40 años de diferencia. Carmen madre, que es la madre de todas las madres, fan del término familia en su sentido más amplio, estaba junto a la Cantos en el minuto cero de esta historia. Y no dijo ni pío la gachona. Lo que viene siendo un "silencio cómplice". 
Carmen hija se vio metida en la aventura sin comerlo ni beberlo, por obra y gracia de su santa madre. Amén. Pero, como buena heredera de la querencia familiar, recibió la invitación con bastante entusiasmo. 
Las catalanas. Menudo par de hermanas. Total compenetración a pesar de sus diferencias. Una, llamémosla Redbull, así todo junto y por lo de las alas, tiene tanta energía que se apuntó antes de que se abriera la lista. Un rayo, nena. 
La otra, llamémosla Buzz Lightyear, por esto de "hasta el infinito y más allá", también fue rápida en incorporarse. Ella y todas sus amistades invisibles. Un pandillón, vaya. 
Seguimos con La Especialista. Tiene unas ocurrencias fantásticas y gran sentido del humor. Cuenta además con una habilidad natural para encargar la ejecución de sus mejores ideas a cualquiera que se ponga a tiro. Y lo hace con tanta gracia, que picas. 
Ya estaba completo el catálogo, hasta que se decidió el destino. Zaragoza. No era un punto intermedio geográficamente hablando, pero sí en dimensión temporal. Así que, ¡adjudicado!. 
Bien, pues establecido el cuartel general, se acordó nombrar a la capitana de la tropa aragonesa. La Maña. Todo el mundo lo sabe, "más vale maña que fuerza". Ya te lo digo yo. Es una auténtica travel planner. Madre del amor hermoso. Nos llevó con la lengua fuera desde que nos bajamos del tren hasta que nos volvimos a subir. Un no parar de esos que cuando te sientas dices, ¿pero qué es lo que me ha pasado? Y luego repasas y te parece imposible que en tiempo record hayamos visto tantas cosas, comido, bebido, hablado, reído, llorado, andado, bailado e, incluso, dormido. No se puede estirar mejor el tiempo, oiga. 

Aquí acaban las presentaciones y... Ah no, que falto yo, La Narradora. Luego ya, si eso, hablamos de mí. 
Ahora si, terminadas las presentaciones, vamos al lío. 



sábado, 7 de septiembre de 2019

Murcia, país tropical.

Sobre las 11,30 de la mañana vimos unas torres a lo lejos. Nena, eso es Santiago. La mezcla de ilusión e impaciencia te da impulso en las piernas, ya te lo digo yo. Esos últimos kilómetros íbamos a toda leche. Ya dentro de la ciudad empezamos a oír un murmullo cada vez más fuerte. Miramos atrás y vimos un grupo de personas hablando tan alto y corriendo tanto que en lugar de a la plaza del Obradoiro parecía que iban a la guerra misma. Palos en ristre, zancadas de olimpiadas y voces de coro de verbena cantando Paquito el chocolatero. Me entró miedo. Apretamos el paso intentando recobrar el silencioso sonido del camino. Esa quietud que te permite ir pensando en tus cosas con serenidad, como si tuvieras todo el tiempo del mundo para ello. Y así, intentando recobrar la paz, llegamos a un semáforo en rojo. Noooooo, por favor que cambie ya, que cambie ya, que cambie ya. Diez veces me dio tiempo a decirlo antes que la horda llegara al puto semáforo, que seguía rojo, esperándoles. Nos rodearon dando voces sobre las flechas del camino, que yo con mis propias manos, redundantemente, les habría clavado en toda la frente. Y como por arte de magia, tan mala como la magia Borrás, el semáforo cambió y el grupo nos engulló como un huracán tropical, nos rebasó y nos hizo pararnos para dejar la distancia de seguridad precisa para no liarnos a tortas. Ufff, que cabreo me entró. Mientras andaba tras ell@s  y tras sus bocinazos, advirtiendo que aquella gente era de Murcia, por esa forma de hablar que no hay quien entienda, nos fuimos acercando al destino final. El grupo marciano de Murcia iba encabezado por una chica rubia, de pelo ensortijado, con una camiseta verde fosforescente y un pantalón rojo. Sí, lo sé, mezcla de colores complicada. Esa mujer caminaba como poseída por un espíritu infernal que la hacía gritar y correr, dando golpes con su palo por las preciosas calles empedradas de Santiago, que parecía ella sola una procesión de bastoneros de Cadiz, a tope de revoluciones. Esto ya iba anunciando un final con sorpresa. Y así fue. El ansia viva que esa mujer llevaba en su cuerpo le impidió, supongo yo, cumplir el ritual que traía pensado desde su casa, y justo antes, pero justo un milímetro antes, de pisar la plaza, cayó de rodillas levantando su palo con las dos manos en señal de ofrenda. Qué espectáculo. El grupo que la seguía, desconcertado, frenó en seco. Paralizados, contemplaron aquella escena, mirando al cielo por si es que el mismo apóstol Santiago había salido de su garita para aparecerse a esa fan enloquecida y regalarle su último trabajo musical con la banda de gaiteros de la diputación. Madre del amor hermoso. La que se podía haber liado allí con la de gente que llegábamos en ese momento y esa mujer colapsando la estrecha entrada a la ancha plaza. Mujer, no podías haber montado tu número unos metros más adelante? Pues no pudo. Y ahí vino nuestro momento. Como huracán tropical engullimos al grupo, lo rebasamos y entramos tranquilamente a la plaza a disfrutar de la alegría sin tanta estridencia que allí se vivía. Luego llegó ella y su grupo detrás. Más tarde. Desfallecida y frustrada. Su plan salió mal. Ahí os dejo una foto. La identificaréis por su vestimenta. Y ya sabéis, cuidado con los países tropicales, que tienen huracanes, aunque luego se queden en ná.

sábado, 1 de junio de 2019

Que empiece el espectáculo

Ir a un concierto siempre parece un buen plan. Más si es al aire libre una noche de calor. Más aún si te coges asientos lejos de la bulla y con las mejores vistas a la ciudad que además se encuentra en fiestas y te permite unir los focos del recinto a los del recinto ferial. Llegamos pronto en un uber, de puerta a puerta. Escalamos hasta encontrar nuestros asientos, duros como el cemento. Había poca gente pero nuestros tres asientos estaban parapetados. A la derecha una pareja de mujeres exhibiendo su amor a bastante más de tres metros sobre el suelo. A la izquierda una pareja mixta xxl con dos bolsas, xxl también, de palomitas y dos litronas de cocacola. Pensé que levitarían a mitad del concierto. Luego comprobé que ni un huracán sería capaz de levantarlos. No les miré a la cara. Las miradas te unen a la gente, para bien o para mal, y en una situación tan temporal es mejor no crear vínculos, ni buenos ni malos. Así que mirada directa al escenario. Empieza a llegar más gente. Me llama la atención las dos chicas que se sientan justo delante mía. Muy jóvenes, muy finas, muy comedidas, hasta que se apagaron los focos. Yo lo sabía. Sabía que se querían, que se querían abrazar y no se atrevían. Pero el ambiente invitaba. A su lado, otra pareja de mujeres sin tanto miramiento. Al frente otra pareja masculina haciéndose selfies sin parar de atusarse los flequillos entre beso y beso. Se apagan los focos y todo el personal pendiente del espectáculo. Como a la quinta canción una de ellas se atreve y le da un beso en la cara a su acompañante, que le sonríe pero nada más. A eso de la décima canción, cuando mi espalda y mi trasero ya se resentían, la otra decide corresponder yla coge brevemente de la cintura. Debieron sentirse pecadoras porque en cuanto la cantante se despidió la primera vez, cogieron sus bártulos y salieron pitando de allí, no sea que se encendieran de nuevo los focos y quedara al descubierto su amor encubierto. Ay, qué lástima. Me daba entre risa y pena. Ya espabilarán. Fin de la historia. Entretanto la pareja xxl estaban grabando el concierto, cada uno con su móvil, seguramente para verlo hoy, tranquilamente en casa, con una hamburguesa del McDonald's y tres o cuatro litros de refresco para tragar mejor las patatas fritas de acompañamiento. Mientras veían algo del concierto en las pantallas de sus móviles, para no perder el encuadre, ella cantaba todas las canciones. Ese estéreo era súper molesto, la verdad. Pero no quería mirarala para decirle, cállate ya, que mi entrada no incluía tu espectáculo. Y no lo quiero. Ni regalado. Pero esa indicación requería mirarla y ya había decidido evitar el contacto visual, no fuese a ser que encima me cayera bien. Así que aguanté como pude el doble y simultáneo concierto. Ohhhh, menuda noche. El resumen, no obstante, es bueno. Me gustó la música que me tuvo toda la noche moviendo los pies y los brazos, porque el culo se me había dormido formando ya parte de la grada. Y los efectos especiales fueron geniales, los del lejano escenario y los del cercano graderío. Para repetir, eso sí, con un cojincito y unos ojos prestados que me permitieran mirar sin sentimiento a mi acompañamiento musical y decirle, toma mis almendras, come y calla.