Las tres cuartas partes de mi actividad son mentales. Pienso que paso demasiado tiempo pensando. Pienso que tengo que pensar menos y hacer más. Pienso que pensar tiene su tiempo, y lo tengo que encontrar.

martes, 11 de abril de 2023

Aquel viaje. Capítulo 2. La llegada


El viaje fue tan rápido como intenso. Empezó con una jota que se marcó La Cantos en la estación de Córdoba, y que remató con otra en la estación de Zaragoza. De jota a jota y tiro porque me toca. 
Durante el trayecto todo fue bien. Y eso que el revisor del tren nos regañó dos veces. La primera con cierta condescendencia, totalmente fingida. La segunda con manifiesto cabreo. El motivo, en ambos casos, fue que nos sentamos en la fila anterior a la que nos correspondía, y según este hombre, eso no podía ser porque los asientos eran nomimativos. Siete vueltas les dimos buscando nuestros nombres y, a Dios pongo por testigo, que no los encontramos. Y eso que La Cantos se tiró al suelo por si los habían escrito debajo del asiento, y ya de paso, buscó el enchufe para cargar el móvil. Aún estoy dándole vueltas a cómo consiguió encajarse de rodillas en ese reducido espacio. Y más vueltas aún, a cómo consiguió salir de allí, sin un rasguño. Eso sí, el enchufe lo encontró. 
Las Cármenes, que venían en el mismo tren, pero en distinto vagón, no dieron ni un ruido. Y es raro, porque Carmen madre es de las que las mata callando. ¡Ahhh claro! Pues eso, ni un ruido. 
Y llegamos al destino. Salimos del tren corriendo, empujadas por las ganas de ver al resto de la panda, La Maña, Redbull y Buzz Ligthyear, habían llegado unas horas antes. Y os digo una cosa, que para llevar allí tanto tiempo, ya podían haberse acercado más a las vías, que casi se nos acaba la estación y no aparecían por ningún lado las jodidas. Osú, lo que es darle emoción al encuentro. Finalmente aparecieron y fue bonito, muy bonito. 
Y allí mismo, tras los abrazos, La Maña sacó la agenda de actividades y nos dijo ¡al ataque!. Cargamos las armas, digo, las mochilas, y a partir de ahí, un no parar oye. 

A eso de las 10 de la noche, reventadas de pies y manos, con las calles hirviendo de gente, aterrizó en mitad de la cena El Maño y nos arrastró sin piedad y, también hay que decirlo, sin que opusiéramos resistencia alguna, hasta un garito abarrotado de gente joven, que bailaba reggaeton como si fuesen las 10 de la mañana. 
Imagino a Carmen hija, con sus 16 años recién estrenados, pensando que sus tías eran unas viejas locas, con más pilas que el conejo de duracell, y que si contaba a sus amigas lo que le estaba pasando, seguro que no la creerían. Pesadillas tendrá desde el viaje, soñando que llega esa panda de cincuentonas desmadradas diciendo, ¡¡ vengaaa, a bailar!! Y ella llama a Carmen madre para que la auxilie, y su madre viene bailando y cantando. Y entonces se despierta de golpe y suspira. 
 Bueno, bueno, bueno, no os podéis ni imaginar a Redbull encaramada en la barandilla de los servicios, desde donde empezó a jalearnos. Y nosotras, por supuesto, le seguimos el rollo como si fuésemos las alumnas aplicadas de su gimnasio. Arriba, abajo, a derecha, a izquierda, paso atrás, media vuelta y otra ronda más. Y no contenta con eso, bajó y enganchó a las componentes de una despedida de soltera, y se puso a hacer el trenecito con ellas. Lloro de risa cada vez que me acuerdo. 
En el bar trabajaba el hijo del Maño. Espero que siga conservando su puesto después de nuestro paso por allí. 
Y el sueño no nos venció. Fue la Maña recordándonos que a la mañana siguiente, bien temprano, vendría a recogernos porque aún nos quedaban un montón de cosas por hacer. 
Y dormimos corriendo. 







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