Las tres cuartas partes de mi actividad son mentales. Pienso que paso demasiado tiempo pensando. Pienso que tengo que pensar menos y hacer más. Pienso que pensar tiene su tiempo, y lo tengo que encontrar.

domingo, 8 de enero de 2017

Noche de reyes

Sin duda la noche de reyes, cuando hay niñ@s, es de lo más  terrorífico  que se haya inventado. Que estrés más  grande por favor. Requiere tiempo, paciencia, dinero, habilidad y sobre todo mucho sentido del humor si no quieres terminar blasfemando. Primero hay que comprar los regalos, sin olvidarte de nadie, y eso no es fácil. Lo de menos es acertar con los gustos, deseos y necesidades, la cuestión  es cumplir y punto. Luego tienes que etiquetarlos correctamente porque si te equivocas ya has montado el pollo.  Después  hay que encontrar  un buen escondite fuera del alcance de l@s inocentes que aún  creen que los regalos llegan por arte de magia y no a golpe de bolsillo y tiempo. Y finalmente tienes que encontrar el  momento justo para colocarlos sin levantar sospechas de que la mano humana está  detrás de la ilusión y delante de la desilusión. Pues bien, a pesar de los muchos años que llevo practicando, no hay forma de que todo salga bien. Qué fastidio, es imposible controlarlo todo. La pasada noche de reyes tuve la mala suerte de quedar encargada de ultimar algunos detalles. Era poca cosa pero me llevó la tarde entera. Cuando consideré que todo estaba en orden me fui a la calle a ver si me daban algún  caramelazo en la cabeza y tener así las estrellas al alcance de mi mano. No hubo suerte, las armas arrojadizas de las carrozas sólo consiguieron tumbar una cerveza  y ni siquiera nos mancharon. Qué mala puntería. Si a eso unimos que me encontraba en el tramo final del desfile carrocero y que ya habían  gastado la práctica  totalidad de la munición, es fácil entender el poco peligro que corría. Hay que saber donde colocarse, claro. Con la penúltima carroza volví rápido al lugar de los regalos para comprobar que todo estaba bien y el plan se iba cumpliendo según lo esperado. ¡¡¡¡Ohhhhhh, noooooo!!!!!, otros reyes se me habían adelantado y habían colocado los paquetes a la vista de cualquiera. Eso debía hacerse después de la cena para evitar descubrimientos inesperados. ¿Y ahora qué hago? Entre esconder lo nuevo y sacar el resto de paquetes, opté por lo segundo.  ¡Eah, que sea lo que los reyes quieran!. Durante la cena no podía dejar de vigilar la puerta que escondía los tesoros, pelando gambas con los dedos cruzados para que las niñas no se acercaran y descubrieran el pastel. Dos de ellas son muy pequeñas y lo de los reyes magos les importan tres pepinos, su aplastante lógica les hace disfrutar de las sorpresas sin nombres ni apellidos. Pero la tercera estaba desconcertada, no le cuadraba nada y nos miraba al resto como si fuésemos culpables de un triple asesinato monárquico. No podía sentarse de lo nerviosa que estaba y no hacía más  que dar vueltas alrededor de la mesa, así  que estábamos tod@s al borde de un ataque de nervios. Con el eco de la estridente y hortera música de la última  carroza alguien dijo la típica frase de todos los años "¿habéis oído eso?, ¿serán los reyes?" Y entonces se lió la marabunta, el personal corriendo para arriba y para abajo en un piso de 90 metros cuadrados, o sea a empujones y codazos, y las pobres niñas desconcertadas pensando que algo grave está  pasando y nadie les explicaba nada. Tal es así que cuando por fin se abre la puerta que escondía los regalos y tod@s lanzamos gritos de admiración, las dos pequeñas estaban ya a punto de llorar de desconcierto y buscaban refugio en los brazos de cualquiera que las librara de la cosa terrible que provocaba tanto griterío. Qué lástima por favor. Y pensar que todo este paripé se hacía para divertimento de ellas. Qué  poca vista. Suerte que cuando vieron esa montaña de paquetes y alguien les dijo, "toma, éste es para ti, y éste también" se olvidaron de la hecatombe y se pusieron manos a la obra con sus juguetes. El problema vino con la tercera, la mosqueada. Ésta es inteligente y curiosa, creo que ambas cosas van en el mismo pack y es productivo mientras que la curiosidad se centra en cosas interesantes. Bueno, eso no viene a cuento ahora. Carmen, que así se llama, abandonó sus dudas sobre la verdad del caso "reyes magos" y dejó de preguntar por qué la gente hace tantas compras, justo ahora que vienen los reyes, "que les pidan las cosas a los reyes, serán tontos" y se dedicó  a disfrutar del mogollón de regalos que tenían su nombre. En medio de esta faena, se oye, "uy ¿quién me ha comprado ésto?"  Y rápidamente alguien contesta "los reyes magos, tía" . Aaaah claro, es verdad. Y para rematar el cuadro de errores va Carmen y dice, mira que pijama más chulo. Las siete cosas me dieron, ese pijama era mío, pero equivoqué  la etiqueta, a ver cómo apaño esto. Oye, pero ese pijama es muy grande para ti, además  es que yo lo había  pedido, yo creo que los reyes se han equivocado. Pues tu dirás lo que quieras pero pone mi nombre. Pero niña, no ves lo grande que es, que eso es para mí, que los reyes están  ya viejos y se lían. Pues vale, toma, pero que lleva mi  nombre. Esa misma noche estrené el pijama para evitar el más que probable riesgo de que a la mañana siguiente la niña viniera por él, que la conozco. Y le mandé una foto con el pijama puesto justo antes de meterme en la cama para que hubiera documento gráfico y zanjar así el asunto. Parece que lo he conseguido, digo yo, porque con esta gente nunca se sabe. Y así,  pasada la mágica noche, con sus aciertos y sus errores,  sólo deseo que el próximo año la pequeña Carmen descubra ya la verdad, y me ayude a empaquetar y etiquetar, que yo también estoy mayor ya.