Me estoy hartando un poco de esta primavera de cuello alto y de su maldito cambio de hora que me ha arruinado los preciosos amaneceres y me ha devuelto a las noches cerradas. Tengo toda la ropa amontonada por los rincones. Las camisetas de manga corta pidiendo a gritos que las libere de su secuestro invernal, y los jerséis (plural de jersey según la fundeu), felices por alargar su vida útil, pero cansados de la rotación a la que los tengo sometidos mientras llega su largo letargo estival. Si a esto añadimos que puedes comer caracoles desde febrero, que el parabrisas de mi coche se ha convertido en una máquina asesina de insectos, tuneada con chorreones verdes, rojos y amarillos procedentes de las venas o lo que quiera que sea que tengan esos bichos y, sobre todas las cosas, que mi despertador suena invariablemente a las seis de la mañana, que en verdad es de noche, lo mismo en primavera que en otoño que en invierno o verano, de lunes a viernes, y que eso supone que me tengo que acostar a las 10,30 de la noche, que en verdad es casi de día, pues, como digo, este tótum revolútum me afecta la percepción temporo espacial, no me siento las piernas, me levanto de la cama al revés, imagínate. Y lo peor de todo, mi cabeza no procesa correctamente la información, de manera que cuando oigo la palabra primavera, lo primero que me viene a la cabeza es una porción de pizza cuatro estaciones, o el soniquete de la primavera de Vivaldi, maravilloso por cierto. Ay, que hartura de primavera.
Las tres cuartas partes de mi actividad son mentales. Pienso que paso demasiado tiempo pensando. Pienso que tengo que pensar menos y hacer más. Pienso que pensar tiene su tiempo, y lo tengo que encontrar.
martes, 21 de marzo de 2017
Primavera
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