Las tres cuartas partes de mi actividad son mentales. Pienso que paso demasiado tiempo pensando. Pienso que tengo que pensar menos y hacer más. Pienso que pensar tiene su tiempo, y lo tengo que encontrar.

jueves, 3 de agosto de 2017

Castillos de arena

Ya sabéis que yo a la playa siempre llego temprano. Planto mi silla en primera fila y la toalla al lado, sobre la arena, para tumbarme boca abajo y que el sol dore mi espalda. Eso sí, cuando está todo colocado me acerco a la orilla para que el mar me moje los pies, así calibro la temperatura y calculo lo que voy a tardar en zambullirme. Desde la toalla veo las puertas invisibles de entrada a la playa y voy observando como llega la gente. Hay quienes van directamente a un sitio, como si lo tuviesen ensayado. Hay quienes no lo tienen claro, andan hasta la mitad de la arena, se paran y mueven la cabeza a un lado y a otro buscando el hueco perfecto, !como si eso existiera!. Entretanto, yo voy entrando y saliendo del mar, que no hay cosa que me guste más, y cuando ya estoy completamente rodeada, cojo mi toalla, la sacudo con fuerza y la coloco en mi silla de cuatro posiciones, dos de las cuales, las más tumbadas, no funcionan por no usarlas. Me coloco mi gorra y mis gafas de sol y a disfrutar del panorama. Soy de rituales, que se le va a hacer. Pero me consuela saber que no soy la única. Ayer se colocaron a mi izquierda un hombre de unos 60 años y un joven de unos 30 y pocos. No los vi llegar, me pilló en una inmersión. Pero cuando hice mi salida triunfal, como Halle Berry en una película de Manolo Escobar, allí estaban, los dos sentados en la arena, con una palita y dos vasos de tubo, haciendo un castillo. El tiempo en la playa se ralentiza, cuando crees que llevas dos días allí, miras el reloj y sólo ha pasado media hora. Bueno, pues pasada una hora de reloj, esos dos hombres llevaban construida la residencia del rey medieval más grande de todos los tiempos, ese rey de cuyo nombre no quiero acordarme, que es la excusa perfecta de la mala memoria. Aquella increíble construcción llamaba la atención, sobre todo de las personas que paseaban por la playa y que, dado el aumento continuado del latifundio, les obligaba a meterse en el agua si no querían verse atrapadas en una de las mazmorras, porque aquello debía tener hasta un circo romano con leones. Empezó a darme susto, a ver si me iba al agua y no podía volver. Ya me estaba viendo agitando los brazos pidiendo ayuda para que el helicóptero de salvamento me ayudara a traspasar aquel descomunal palacio. O peor aún, que llegara el jeque catarí Ben Nasser y decidiera fijar allí su residencia de verano, abandonando la hortera Marbella, con toda su corte imperial y se acabó el verano, la playa, el chiringuito.... En estas cábalas andaba cuando oí a lo lejos el motor de un aparato volador. Y pensé, ya vienen. Cogí mi toalla, la sacudí, la metí en mi mochila y me fui a casa a ver corazón corazón. Por si contaban el desembarco.