Lo de empezar un año nuevo tiene su cosa. Su cosa buena, su cosa mala. Resulta inevitable hacer balance de resultados, como si de empresas de responsabilidad limitada unipersonal se tratara, y ver si el año pasado ha sido bueno, malo o regular. Tras el análisis procede marcarse buenos propósitos y metas a conseguir. Probablemente las mismas de todos los años desde hace casi una década. Al menos eso dicen las personas expertas en "recibimientos de años nuevos " y "despedidas de años viejos". Es que hay que ver, que hay gente para todo.
Mi abuela todo esto lo resumiría con su famosa frase "niña, hay que desechar", y punto. Y yo me quedo con lo de mi abuela que es más fácil y práctico que tanto balance y objetivo. Así que ya he empezado a poner en práctica el arte de desechar.
Comencé por elaborar un túnel, corto pero ancho y efectivo, que va de oreja a oreja. Por ahí entran y salen, sin pagar peaje, cualquier opinión, crítica o frase desestabilizante, carente de cualquier base científica y cuyo parecido con la realidad ni siquiera es casualidad. Con el tiempo y cierto esfuerzo he conseguido tener ideas claras sobre las cosas importantes de la vida y he conseguido aparcar mi pasión por discutir, además de perder el interés por el 80% de las conversaciones que me rodean y, lógicamente, por el 50% de las personas que me rodean. Sin embargo he descubierto el placer de escuchar y aprender. He descubierto también lo difícil que resulta que alguien cambie su caduca opinión sobre tí, a pesar de que sus gastadas críticas y reproches han conseguido mejorarme, lo que les agradezco enormemente, pero que ya no pegan ni con cola, oye, y no estoy dispuesta a seguir soportando. Así que al túnel de las orejas.
Recientemente dos personas que creen conocerme bien y, por tanto, dan por hecho qué tienen que hacer para provocarme, han tenido la feliz idea de sacar a relucir uno de esos temas con los que antes me subía por las paredes apasionadamente, intentando sentar cátedra de mis opiniones. Y, ha sido tremendo observar su reacción de cabreo cuando he permanecido impasible ante sus opiniones, sin expresar las mías, sólo escuchando y dejando que mi silencio les provoque el eco de sus palabras en sus cabezas. Han insistido en sus comentarios, intentando entablar discusión, que no conversación, y nada. La expresión de cabreo y frustración me ha dado mucha pena, no me ha hecho ninguna gracia, la verdad. No entiendo porqué ese empeño en molestarme cuando luego no pierden ocasión en tacharme de intolerante polémica. Conclusión, observa con atención: cuando alguien te critique por algo, te está imputando sus propios defectos.
¡Al túnel de las orejas!
Sin duda abuela, hay que desechar.