Las tres cuartas partes de mi actividad son mentales. Pienso que paso demasiado tiempo pensando. Pienso que tengo que pensar menos y hacer más. Pienso que pensar tiene su tiempo, y lo tengo que encontrar.

lunes, 25 de junio de 2018

Ispañoli (capítulo 3)

Vaya viajecito. La suerte es que tuvimos más ganas que problemas. Empezaré contando que teníamos que realizar dos vuelos y el segundo se canceló tres horas antes de salir de casa. En menos de dos horas teníamos el problema resuelto. Creo que ya, por fin, le ha quedado claro al dueño del dúplex porqué insistimos tanto la tercera pasajera y yo en contratarlo todo por agencia.
Y después de un largo día, de por lo menos 35 horas, llegamos al destino. Un destino donde el español no figura entre los idiomas que se hablan. Ahí lo dejo y otro día os cuento.
Salimos del aeropuerto y fuimos a coger el coche que habíamos alquilado dejando claro que necesitábamos un buen maletero. No tengo claro si el destino quiso recompensar nuestro entusiasmo, o más bien castigarnos por tomarnos todo a chufla, porque nos encontramos un pedazo de coche que nos venía muy, pero que muy grande a l@s tres, incluido nuestro particular portador de inutilidades, que hasta llevaba una máscara de snorkel, además de todo lo que iban dando en el avión y el resto de la tropa no quería. Nos obligaba a pedirlo para guardarlo él, a modo de provisiones, por si acaso. Creo que no le explicamos bien las intenciones del viaje, o no las entendió porque me parece que fueron unas setenta veces las que dijimos que era una experiencia visual y gastronómica. O sea que íbamos a ver paisajes y a hartarnos de comer y beber. Pues lo dicho, no debía fiarse de la gastronomía corsa (o de nosotras) y prefirió hacer acopio de la despensa empaquetada de las compañías aéreas. Que valor!!! En fin, hay gente para todo. Tres vueltas le dimos al coche antes de montarnos. Como si estuviésemos haciendo el juego de la silla, a ver quién pierde y conduce, de noche que era ya y en un lugar desconocido. Eso es la aventura? No creo, porque a mí la aventura me gusta, o me gusta pensar que me gusta, y me estaba dando un cabreo del cansancio y el hambre que llevaba, que yo qué sé.
Llegamos al hotel, soltamos el equipaje y a la calle corriendo como si fuesen a dar el toque de queda en media hora. Lo que hace el hambre! Nos dirigimos al puerto que estaba lleno de bares y terrazas, pensando que podíamos elegir entre aquel inmenso paseo atestado de gente, de música, baile y risas. Serían las 10,30 de la noche. En mi pueblo es una hora decente para tapear algo. Pero olvidamos un detalle importante, y no eran las compresas precisamente. A esa hora, esa gente tiene ya hecha la digestión y van por el tercer cubata.
Reventad@s de andar, preguntando por señas en mil trescientos cincuenta y seis sitios si nos daban de comer (vete tú a saber lo que entendían) y llevarnos mil trescientos cincuenta y seis noes , ya con las lágrimas saltadas, pensando que íbamos a dormir con el arrullo de las tripas, lo intentamos una vez más en un bar donde estaban recogiendo las sillas. Total qué íbamos a perder? En todo ese tiempo debíamos haber perfeccionado nuestro particular lenguaje de signos porque el camarero nos entendió a la primera y nos condujo a un pequeño local anejo que vendía piezas de pizza y que también estaba recogiendo ya. Este amable señor decidió hacer su buena obra del día con esta gente rara que llora cuando ve media bandeja de pizza, esa gente rara que habla idioma raro y come a deshoras, esa gente rara que te compra la mercancía que te ha sobrado y encima te da las gracias. Ay, esa gente. El señor se puso tan contento de recibirnos que se vino arriba y nos sacó dos bandejas más de pizza, nos acomodó en su humilde garito, nos puso música corsa y nos invitó a un postre típico. Merci maestro, nos has salvado la noche. Te recordaré. Bueno, ahora no recuerdo el sabor de tus pizzas, pero sí tu sonrisa. Guapetón. Vale. Ya está, que me enamoro hasta con las pompas de jabón. Duermete niña, duermete ya, que mañana te vas a enterar.