Las tres cuartas partes de mi actividad son mentales. Pienso que paso demasiado tiempo pensando. Pienso que tengo que pensar menos y hacer más. Pienso que pensar tiene su tiempo, y lo tengo que encontrar.

martes, 1 de mayo de 2012

Mi cruz de mayo

Llegué al hotel que previamente tenía reservado. Era muy temprano. Hacía frío. Tras hacer cola en recepción, donde me tomaron los datos y me colocaron una pulsera ("el todo incluido", pensé yo), me senté a esperar que el botones llegara para llevarme a mi habitación. Novena planta. Preciosas vistas. Aparentemente el lugar era tranquilo, aunque nada acabó siendo como parecía ser. Nada más soltar mi mochila, aparece la recepcionista de la planta y me entrega un camisón. ¡Pero, oiga, si casi me acabo de levantar, cómo voy a acostarme otra vez!. Nadie me hizo caso, así que yo tampoco le hice caso al camisón que quedó allí, tirado en la cama, mientras yo me dedicaba a averiguar cómo funcionaba el mando de la cama articulada. Ahora subo los pies, ahora subo la cabeza, ahora me quedo pillada como el jamón de un sandwich,.... ahora sí, ya lo domino. Vuelve a entrar la recepcionista y me pregunta si quiero desayunar. Yo ya vengo desayunada, muchas gracias. ¡Ay, si llego a saber lo que el día daría de sí, acepto el desayuno seguro! Pues póngase el camisón que enseguida comienzan las actividades que el hotel le tiene preparadas. Está bien, es rara esta situación, llegar a un sitio desconocido y que te quiten la ropa... tiene su punto; o te pone los pelos de punta, depende. Mi vecina me pregunta cosas de mi vida y me cuenta que es la sexta vez que visita este hotel. Debe ser bueno, pensé yo, porque con la de hoteles que hay, repetir tantas veces será por algo ¿no? Ahora entra en la habitación una especie de comité de recepción, todos uniformados, y me preguntan si estoy preparada. No, contesto yo. Se ríen, sueltan una retahíla y se largan. Miro a mi vecina. Mi vecina me mira. Dos segundos de silencio y me sigue contando sus historias. De repente, el botones, ¡vamos señora que nos están esperando! ¿Señora soy yo? definitivamente tengo que mirarme lo de las patas de gallo. Me meten en una limusina con otros turistas. Tras un corto pero azaroso trayecto, nos bajan y nos instalan en una habitación. Sin instrucciones. Sólo esperar. Y a mí que me suena tu cara, me dice una de las turistas. Pues... a ver, repasemos dónde hemos podido coincidir. El reducido espacio, la inquietud de no saber y un tiempo sin tiempo, hicieron surgir lazos de calidez y de apoyo mutuo, de sentimientos sinceros y fuertes. Quizás sólo yo lo vea así, pero creo que nunca voy a olvidar ese momento, ni las caras, ni los nombres, ni la valentía, ni la fortaleza. Pero, sobre todo, creo que nunca voy a olvidar el llanto de un bebé, tan cercano, llenando todo el aire tóxico y radioactivo de aquél espacio, y el sentimiento de impotencia.
Durante varias horas, por turnos, nos pasaban a una habitación donde la desconfianza crecía al mismo tiempo que la amabilidad de la gente que te atendía. Más amable, más mosqueo. También por turnos almorzamos y merendamos. Resultó bastante cómico intentar quitar la tapa de plástico que cubría la taza de leche, sin derramarla. Es curioso cómo en estos lugares, las comidas marcan los tiempos. Cada  bandeja te dice las horas que han pasado y las que quedan por pasar. Realmente patético y patéticamente real.
¡Vámonos, la limusina está en la puerta! Llegamos de nuevo al hotel y pienso que no volveré a ver a las personas con las que he pasado la tarde. Me despido. Me encantaría veros de nuevo, mucha suerte. Adiós.
La noche parece no llegar, el reloj parado, otra bandeja, ya queda menos, quiero dormir, no puedo dormir, no quiero pensar, no dejo de pensar.....uf, me duermo al final.
Lo que sigue a continuación, tan previsto y tan imprevisto, me viene a la mente a base de flashes que, con más paciencia ajena que propia, y a base de preguntar miles de veces lo mismo, he conseguido hilar de forma más o menos coherente.
Recuerdo pensar "llegó la hora" y sentir ese pellizco en el estómago, mezcla de .... ¿de qué? Mientras mi cama se desliza rauda por pasillos llenos de gente, casi chocando con paredes, yo intento despedirme, pero no me resulta posible, todo va tan rápido... ¡Ahí va, el comité de bienvenida otra vez!; me sonríen de nuevo, me mosqueo, trato de sonreír también. Sé que voy a perder la conciencia y me gustaría saber cómo y cuándo.
No veo nada. No escucho nada. No siento nada. Tampoco me importa nada. Abro los ojos. ¿Dónde estoy? ¿qué hacemos aquí? ¿qué cubre mi boca y mi nariz? Respiro hondo y soplo. Me duermo. ¿Alguien me ha dicho algo?
Vuelvo a deslizarme por pasillos, muy rápido. Veo las caras que esperaba, a tropezones. Ahora si sonrío, sin esfuerzo. Noto que todo ha ido bien. Siento paz y sueño, mucho sueño. Un sueño blanco, sin imágenes. Me cuentan que durante mi largo levitar se acercó hasta mí una de las turistas con las que pasé la tarde anterior y me dijo, "todo ha salido muy bien", y que yo le sonreí y apreté su mano sin ser capaz de articular palabra. Y me viene esa imagen a la cabeza y me parece recordarlo, pero no lo sé. Me encantaría recordarlo y poder darle las gracias. Este gesto me confirma que aquella tarde no sólo fue especial para mí. Me gusta que esto sea así.
Ahora no hay bandejas, el tiempo no pasa. Llega otra noche, llega otra mañana. Y dejo el hotel. Terminan las cruces de mayo, todas menos la mía. Aquí sigue, erguida, aguantando la lluvia de estos días, con sus flores chuchurridas. Trato de componerla pero.... hay que cosas que no tienen apaño. No importa, tengo que seguir. Otra vez el pellizco en el estómago, mezcla de.... ¿de qué?

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