Las tres cuartas partes de mi actividad son mentales. Pienso que paso demasiado tiempo pensando. Pienso que tengo que pensar menos y hacer más. Pienso que pensar tiene su tiempo, y lo tengo que encontrar.

lunes, 19 de noviembre de 2012

Para ser conductor de primera, acelera

Apenas duermo. El día es largo y la noche corta. El despertador me tiene manía, suena antes que salga el sol. Y ahí estoy yo, que pego un pingo de la cama y voy dando tumbos intentando llegar hasta el aseo. Cualquier día me equivoco y me caigo por la terraza, (o me meo en el pasillo). Suerte que este sonambulismo dura poco, justo lo que tardo en encontrar una llavecilla de luz. Qué horrible despertarse así. Y una vez me compongo y recompongo, con algunos surcos en la cara limpia, me meto en el coche y veo amanecer por la carretera. Esto me gusta. De hecho es lo único bueno que tienen mis madrugones. Lo primero que hago tras arrancar es poner la radio, alterno varias emisoras, radio 5, Tom Martín Benítez y Rock & Gol, según me pille. Cambio las emisoras cada vez que empiezan los deportes. Esa es la señal. Me gusta oir el tiempo, aunque sé que es una tontería porque aunque caigan chuzos de punta yo tengo que conducir hasta mi trabajo. Es lo que hay. De la temperatura exterior no me entero hasta que me bajo del coche. En mi coche mando yo y hace la temperatura que me da la gana. ¡Hasta ahí podíamos llegar.! En la carretera se aprende mucho de la condición humana. La carretera es como la vida misma, te encuentras todo tipo de personas.
El perro del hortelano, que va relajadamente, a su bola, ¡hasta que intentas adelantarlo!, entonces parece que despierta, se da cuenta que está conduciendo y quiere que tú te des cuenta también. Y acelera como para hacerte desistir. Claro, eso lo hace porque no me conoce, ni sabe que mi coche es un bólido camuflado, con potencia de cohete supersónico. Y tampoco sabe que mi pierna derecha viene provista de fábrica con un resorte que, tal como me cabreo, no es que pise el acelerador, es que lo aplasto, vaya. Cuando paso a la altura de su ventanilla digo, ehhhhh ¿qué te creías tú? y me entra una risa....
El visión reducida, ese que sólo ve un carril, el izquierdo. Es fastidioso. Con éste siempre pasa lo mismo. Tú vas por tu carril, él por el suyo, pero, de repente, tú encuentras un vehículo lento en tu carril, con tan mala pata que cuando te toca adelantarlo, ahí está él, el conductor de visión reducida, ocupando el carril de la izquierda, el que tú necesitas para adelantar. Suerte que la carretera me ha hecho desarrollar (creo que ya lo he contado en otra ocasión) una increíble capacidad para el cálculo matemático. Eso, unido a mi inconsciencia, me permite saber exactamente en qué momento tengo que cambiarme al carril izquierdo para poder adelantar al vehículo lento, al tiempo que fastidio al de visión reducida, que se ve obligado a frenar. ¡Oye, para frenar yo, que frene él, ¿ no?! Esto será así, hasta que uno de ellos no frene y entonces, en lugar de amanecer voy a ver las estrellas. Termino mi adelantamiento y me coloco de nuevo en el carril derecho, entonces el de visión reducida me adelanta mirándome con mala leche, y yo le digo ¡haber madrugado! y le saco la lengua.
El pilla pilla. De pronto te adelanta y al kilómetro siguiente lo tienes que adelantar porque como ya iba el primero, ¿para qué iba a correr?. Entonces pasa al puesto segundo y eso no le gusta. Así que al kilómetro siguiente te vuelve a adelantar. ¡Ay, como me cabrea esto! En estos casos activo el resorte de mi pierna derecha, hasta que lo pierdo de vista, al mismo tiempo que cruzo los dedos de las manos para que la guardia civil no esté en mi camino. De vez en cuando miro el retrovisor y si veo al pilla pilla de lejos, meto el turbo otra vez. Asunto resuelto.

Te bajas del coche y nada cambia, sólo la temperatura, que se escapa a mi control.

jueves, 8 de noviembre de 2012

Tápate con el móvil.

La lluvia en Sevilla es igual de jodida que en cualquier otro sitio y los politonos siempre dicen la verdad. El whatsupp trastorna. Yo tenía una amiga. Desde que se puso whtasupp se ha vuelto virtual.

"Érase un ser a un móvil pegado
érase un móvil interactivo
érase un dedo hiperactivo
érase un móvil muy manoseado.

Era un cuello encorvado
Érase una manía obsesiva
Érase un me parto de risa
Era un completo día mensajeado.

Érase un mira qué gracia
Érase un ya voy, un momento,
y ese constante tintineo

Érase un mensaje infinito,
muchísimo mensaje, todo el día sin parar,
que amiga y batería se han de recargar.


domingo, 4 de noviembre de 2012

Regreso al futuro

Tal y como están cambiando las cosas no sé si vamos, venimos o estamos dando vueltas en círculo. Desde mi nacimiento, hace ya muchos años, la vida cotidiana ha evolucionado de forma vertiginosa, obligándonos a correr para no quedarnos en la estación viendo pasar el tren del "progreso". Todo ha cambiado mucho desde entonces.
En el colegio aprendí a leer, escribir, sumar, restar, multiplicar y dividir, prácticamente todo lo que necesitabas para sobrevivir en este mundo.  Para ello sólo era necesario una pizarra, tizas y borrador. Los profesores tenían más autoridad que un guardia civil. No se discutían sus decisiones, ni la de los padres tampoco, que para colmo de males se aliaban con los profesores para hacernos la vida imposible. Ahora se pelean entre ellos, mientras los escolares se ríen de ambos.
Descubrí la palabra utopía pidiendo cosas que nunca conseguí, bien porque no había medios, bien porque no eran recomendables. La palabra NO, era no (cuando la decían tus padres). Y lo más curioso de todo es que no se tenía en cuenta, para  nada, que el resto de tus amigos tuviera ese artilugio que tú deseabas. Igual que ahora, que te coge el niño un trauma más pronto que un resfriado.
Un sueldo era suficiente para vivir, y convertía el milagro de los panes y los peces en algo tan cotidiano que cuando te lo contaban, te reías ¿milagro?, si eso pasa en mi casa todos los días. Ahora necesitas un sueldo sólo para pagar la factura de la luz, y un milagro para tener un sueldo.
El tiempo era oro, y había mucho, pasaba lento, sin prisas. Ahora es como una fuga de agua, se va, y ni te enteras.
Las personas mayores eran respetadas y, muy raramente, pasaban su vejez en residencias o asilos. Lo normal es que estuvieran en su casa atendidos por familiares que no  recibían ninguna compensación económica por ello. Ahora, sin embargo,.... (hasta he oído que a alguno le han abandonado en una gasolinera).
Se jugaba en la calle. El parque y la calle eran el centro de reunión de la chiquillería y nada tenía que ver con los numerosos y modernos parques de ahora, con sus suelos acolchados, sus columpios y toboganes, colocados, unos de otros, a menos distancia que las farmacias. No necesitábamos nada de eso, ¡había tanto por hacer! Los instrumentos para jugar eran tan rudimentarios que nos convertíamos en auténticos McGiver. Un clavo de grandes dimensiones nos servía para dibujar unos cuadros en la tierra húmeda, e ir lanzando el clavo, cuadro por cuadro, hasta completar el improvisado tablero. ¡Cualquier le da ahora un clavo de esos a un niño!, te quitarían la custodia. La comba, la gomilla, la regaña... eran juegos que se realizaban en grupo. Cuando yo era pequeña se inventó el monopatín, una tabla de madera a la que se le enganchaban cuatro ruedas y un palo a modo de timón, y a tirarte por las cuestas abajo, sin rodilleras, sin coderas y sin casco. Y además había un montón de juegos que ni siquiera requerían instrumento alguno: un dos tres gallito inglés, dónde están las llaves matarile, el juego del pañuelo. Todos estos juegos llenaban las tardes y nos retenían hasta que una voz decía tu nombre y corrías para casa. Estas diversiones han sido desterradas, han sido sustituidas por los castings, para cualquier edad y para cualquier actividad, bailar, cantar, hacer anuncios, contar chistes, etc...

En las casas había una sola televisión, normalmente situada en el salón, donde la familia se reunía a comer, y por la noche la emisión terminaba para los niños cuando salían dos rombos. Lo sabíamos y nos íbamos a dormir.
Era todo un acontecimiento que se fundieran los plomos. Suerte que siempre había en casa algún manitas que los arreglaba en dos coma tres. Era todo un misterio que aquella plaquita de cerámica con unos hilos de cobre tuviera tanto poder. Por cierto, las bombillas de bajo consumo no existían.
Recuerdo el sonido y el olor del molinillo de café. El coche era un lujo innecesario. No lo necesitabas para la compra porque en tu barrio había tiendas para todo lo que necesitaras. Recuerdo las básculas de las tiendas, que ocupaban medio mostrador, con su juego de pesas. El pescado envuelto en papel de periódico. Las bolsas de pan....
Y, de repente, aparece el ordenador, ese armatoste con una pantalla verde que utilizaba un extraño lenguaje. Y luego el teléfono móvil, tamaño ladrillo. Internet. Y el cáncer.
A partir de entonces el mundo empezó a correr cuesta abajo en una frenética carrera sin meta a la vista. Cambiamos de moneda, con miedo al principio y con pánico después, una vez que eras capaz de calcular automáticamente el precio en pesetas y el precio en euros. Cada cambio tecnológico se acompañaba de cambios sociales totalmente revolucionarios, la incorporación de la mujer al trabajo, la corresponsabilidad en las casas, la pretendida igualdad de los sexos. La familia sufrió una metamorfosis. El divorcio pasó de ser cosa de famosos de la televisión, a un trámite más parecido a pedir una cita en el médico. Los psicólogos pasaron de ser excéntricos profesionales a médicos de cabecera y quien no se toma un antidepresivo es que no sabe qué es la vida.
Un día, como quien no quiere la cosa, desapareció el humo de la calle, las casas, los bares, las universidades. Fumar, algo tan "natural" como beber agua, se convirtió en un perverso crimen de gentuza vulgar e inculta. Y, al contrario, montar en avión pasó a ser algo tan común como el Paquito El Chocolatero de las verbenas.
No sé cómo ni cuándo apareció lo del botellón. Me pilló fuera de honda y ni te cuento con las drogas, ni tradicionales ni de diseño, eso no iba con mi generación. Los cuatro locos que había, estaban localizados; no como ahora, que vivimos con el miedo de que se nos desarrolle la enfermedad mental que todos portamos dormida en nuestro interior. Básicamente lo que antes llamábamos vicios (porque éramos así de bárbaros), ahora, ya por fin, se les ha denominado enfermedades.
Así transcurría la vida, de modernidad en modernidad, con continuas alarmas sobre los peligros de mi generación ¡un niño llevando una mochila llena de libros al colegio, qué horror! Nos hemos refinado mucho, muchísimo, a base de euros.
Y en mitad de esta vorágine de globalización, smartphone, fibra óptica y e-commerce el mundo empezó a darse la vuelta sobre sí mismo, como si el reloj del tiempo se hubiera vuelto loco y ahora fuese hacia atrás. Primero, despacio. "No a la tala" pasó a ser una anécdota de la prensa rosa a una tendencia ecologista a la que se sumaron el coche eléctrico, las bombillas de bajo consumo, los interruptores de las alargaderas, las bicicletas, el reciclaje, la comida "sana", el comercio justo, la guerra a las bolsas de plástico. Tras esto, el 15M, las asambleas callejeras bajo el manto de una gruesa capa de Whatsapp, envuelta en twitter relleno de facebook. Las protestas, la policía, la rebelión, la primavera árabe. Alemania y Grecia, hasta hacía poco eran países que participaban en eurovisión. Ahora, eran la cara y la cruz del desarrollo-subdesarrollo, de la ida y de la vuelta, de la letanía marital: riqueza-pobreza, salud-enfermedad, alegrías-penas.
Miro atrás en el tiempo y después miro hacia el futuro y ambas visiones se parecen tanto... que todas las transformaciones aquí relatadas y ocurridas realmente durante el transcurso de menos de cincuenta años, sólo parecen el resultado de unas horas en un parque de atracciones: noria, montaña rusa, y como colofón, la caída libre desde la estratosfera.
El porvenir es el futuro, pero se parece tanto al pasado que por eso no sé si estoy yendo al pasado o regresando al futuro.

jueves, 1 de noviembre de 2012

Halloween

Me pregunto quién inventó la noche de Halloween, pero como en realidad me importa tres pepinos, no voy a hacer nada por averiguarlo. Por mí como si fue Rajoy en su Galicia natal, el primer día que salió a la calle y todos salieron corriendo despavoridos diciendo "lo ves, haberlas haylas" (hailas para los gallegos, que esto si me lo he mirado). Aunque lo más probable es que fuese idea de El Corte Inglés, un año que tenía stock de disfraces y uno de sus publicistas avispado copió la idea de una mala película americana. Lo que nos gusta una fiesta. Que sobran tomates, la tomatina. Estoy temiendo el día que sobren patatas, porque como les de por hacer una patatina vamos a tener más escalabrados que en una manifestación de estas modernas, que más parecen peleas de bandas que reivindicaciones de dignidad. En realidad, aunque Halloween es una fiesta de brujas, vampiros, zombies y alguna caperucita despistada, nadie pasa miedo, más bien los niños lo pasan de miedo. A las únicas que se les nota el susto metido en el cuerpo es a las calabazas, con sus caras de espanto y las bocas en zigzag, el resto del personal por encima de los 15 años, haciendo botellón-halloween, a modo de rodaje para los próximos carnavales. Lo que sí da miedo de verdad es lo de la mañana siguiente, lo que llaman el día de los difuntos, cuando en realidad deberían llamarlo la fiesta de la primavera en los cementerios, o podrían hacer el concurso "La mejor tumba tuneada". Es como la fiesta de las cruces, los patios o los balcones, pero en lápidas. La gente va por el cementario a ver cómo han quedado sus tumbas después de tunearlas con jarrones y flores, en comparación con sus vecinas, y para que el resto del personal les vea por allí, como si fuesen habitualmente y con más razón el día de los difuntos. Estaría bien que pusieran unas barras en los cementerios con cervezas y tapitas, porque se ponen tan a tope de gente que parecen más verbenas que camposantos. Es el espíritu de competición, el mismo espíritu que nos impulsa a colocarlo todo tres milímetros más allá del límite de tu parcela en el camping, invadiendo la parcela vecina como si pudieras escriturar el espacio ocupado, y por supuesto sin pensar que la Agencia Tributaria estaría al acecho para pegarte una clavada, por incremento patrimonial.Y todo esto, en verdad, sale del deporte.