Las tres cuartas partes de mi actividad son mentales. Pienso que paso demasiado tiempo pensando. Pienso que tengo que pensar menos y hacer más. Pienso que pensar tiene su tiempo, y lo tengo que encontrar.

jueves, 29 de octubre de 2015

Jalogüín, mi primo el calabaza.

Aquí estoy viendo a ver si me decido por un disfraz, para celebrar el día de mi primo el calabaza, aunque en mi pueblo todos le llaman Jalogüín. Es complicado, porque miras a tu alrededor y ves que este país se ha convertido en un parque temático de lo más completo. Contínuamente ves pasar a Alí Babá y los 40 ladrones, montados en los dinosaurios de toda la vida, asaltando a la gente por los caminos y peleando a muerte con Supermanes con coletas y gafas y con Laras Crofts de zapatos bajos y ropa ancha. En fin, que la realidad es tan rocambolesca que queda poco hueco para la imaginación.

Empezaré por descartar los típicos disfraces de estas fechas. No me gustan para nada los zombis, con esos chorreones de sangre y esas camisas rotas, como si vinieran de una boda gitana, con una tajada monumental, dando tumbos, con esas bocas abiertas y las lenguas fuera, como si llevaran tres días andando por el desierto con la cantimplora vacía. Que no, que no me veo de zombi. Ni de esqueleto tampoco, con esos cuchillos ensangrentados atravesando la cabeza, que luego te metes por algún sitio estrecho y se te engancha el mango del cuchillo y ya la hemos liado, al final te sale sangre de verdad. Y ni mucho menos de bruja, con esos pelucones de los chinos, de pelos brillantes y electrizados y esos sombreros de cucurucho negro, con toda la punta torcida, que parece que un buitre leonado hubiera hecho un aterrizaje de emergencia en el sombrero. Y luego no sabes si acompañarlo de una escoba o de una varita mágica, para llamar la atención más que nada, porque la varita no pega ni con cola, vaya.
Siempre se puede echar mano de los clásicos personajes de cómic, pero la verdad es que suelen vestir, si llevan ropa, con colores vivos y no pegan mucho en una noche de muertos.  Bueno, Batman si, porque viste de riguroso negro y podría colar como vampiro. Pero, claro, con mi estatura, vestida de Batman, es muy probable que me confundan con otro tipo de bicho y me lleve un pisotón.
Animales, princesas, bailarinas, magos, japonesas, leñadores, romanos, futbolistas y fontaneros quedan descartados totalmente. Y, por supuesto también, bob esponja, doraemon, elvis presley o harry potter. Los dos primeros porque no me caen nada bien. Elvis porque ya es hora de dejarlo en paz, que lo vamos a resucitar con tanta tontería y Harry Potter, no sé......porque la verdad, de estos cuatro es el único que pega un poco con Jalogüín, pero, no sé.... , que no, no me convence.
Qué pocas opciones me quedan. Ummmm, pensemos.
Se me acaba de ocurrir uno....., ¿qué os parece un disfraz de "El cobrador del frac"?. Bonito no es que sea, pero tampoco tiene porqué ser feo, es de color oscuro, a la par que elegante y va con un maletín en el que siempre puedes guardar el móvil, el espejito, la barrita de labios, la cartera.... esas cosillas. Es siniestro, no me digas que no, la gente se pega cada susto...., vaya que vas a saludar a alguien y sale corriendo, oye. Pero, claro, también tiene la ventaja de que a lo mejor tienes suerte y te pagan. Claro que a lo mejor tienes mala suerte y cobras. Que la gente está muy susceptible y muy violenta, no te puedes confiar.
Creo que esta año también lo voy a dejar pasar. Ya, si eso, para los carnavales me busco algo. 

lunes, 19 de octubre de 2015

Un perol de profesionales

Lo que voy a contar es una historia verídica. El sábado amaneció algo nublado, pero ni unas nubes, ni chuzos de punta que cayeran iban a impedir que yo catara el prometido arroz con bogavantes de la, autocalificada, mejor cocinera del mundo entero y parte del extranjero. Y así, a eso de las doce, saltándome el ángelus de rigor, metí en mi coche una botella de vino y a dos amigas y pusimos rumbo al sitio indicado, llegando a la hora prevista. Poco a poco fue llegando el resto del personal, hasta completar el aforo con un grupo heterogéneo de personas y animales en perfecta conjunción. Era como el Arca de Noé, pero sin paloma de la paz. Allí estábamos, en plena naturaleza con todas las comodidades de la urbe. Según pasaban las horas fui comprobando que aquello no era lo que se esperaba, no era un perol cualquiera, no, nada de eso. Se trataba de un acto cuasi solemne, en el que nada quedaba al azar. Empezaremos por la mesa alrededor de la cual nos fuimos colocando manteniendo la distancia de seguridad mientras rompíamos el hielo. Esa mesa iba vestida de gala, con un mantel de tela. Ojo, he dicho tela. Sobre ella se fueron posando unos refinados platos magníficamente presentados, con exquisitos manjares, como si de un concurso gastronómico se tratara. Me habría dedicado a contemplarlos si no fuera por el hambre que tenía y porque los demás le metieron mano y, total, no era un concurso y si lo fuera ganaría quien más comiera. La cocinera, una profesional. Los bogavantes eran espectaculares, grandes, monísimos, con unas pinzas de miedo. Los bogavantes, unos profesionales. De fondo sonaba la música de la radio que daba ritmo a las torpes conversaciones iniciales e iniciáticas, hasta que, por fin llegó la Dj con su barra de sonido, que parecía un edificio en miniatura. Sólo le faltaba un par de arbolitos, un cochecito y dos muñequitos paseando por las avenidas. Yo le habría puesto también un balcón con tres trapillos colgando. Alucinante resultaba ver a esa mujer colocando aquella barra como si fuese un jarrón de porcelana china. Una vez  la tuvo perfectamente instalada, empezaron a sonar canciones cuidadosamente elegidas, si bien, la Dj, repetía cada vez que tenía ocasión que ella ponía la música que le gustaba, como dejando claro que si a los demás no nos gustaba.... que nos dieran. Y nos dieron, nos dieron las tres y las cuatro, las cinco y las seis. La Dj, una profesional. Tanta cerveza, vino, fanta y cocacola provocaron que la cisterna del servicio explotara de alegría. Aquello debía suponer una tragedia griega, pero no fue así. Allí estaba la mañosa maña, que te hace una piscina con una llave inglesa y en un pis pas solucionó la avería. La maña, además tiene otras habilidades. No soporta un vaso vacío y eso la convierte en un surtidor de bebida. A la mínima que te descuidas te tira el culillo porque considera que se calienta y eso no es bueno para el cuerpo ni para la mente, y te rellena el vaso. La maña, una profesional. Los niños se dedicaron a jugar con los cinco o seis perros sueltos que corrían por allí, con lo cual, ni molestaban los niños, ni molestaban los perros. Cuando ya anochecía, se perdieron un rato, tiempo que dedicaron a hacer la casa de la felicidad, metiendo una velas en una especie de jaula. Precioso quedó aquello. Los niños, unos profesionales. Con los amenazadores nubarrones y por cambiar un poco las vistas, nos trasladamos a la casa de la felicidad, con la mesa y, por supuesto, con la barra de sonido, a la que además se le añadió una bola de colores tipo Grease. Y mientras la maña hacía como que vigilaba la barbacoa, desoyendo las peticiones de la cocinera que se había hecho con un manojo de espárragos, con los que pensaba rematar la faena gastronómica del día, y a Dios pongo por testigo que lo consiguió, sucedió algo inesperado, el espíritu de Eva Nasarre invadió a la prudente Silvia, que sin poder oponer resistencia se colocó encima del escalón y comenzó una enérgica clase de aerobic, obligándonos a movimientos acompasados, brazo derecho arriba, pie izquierdo hacia atrás, que lo mismo de bien nos venía el hoy no me puedo levantar de Mecano que el eres tú de Mocedades. Qué pasada. Todavía me tiemblan las piernas. La profesora de baile, una profesional. No acaba aquí la cosa. Durante todo el día, la maestra de ceremonias no dejó cabo suelto. Lo mismo iba por hielo que salía para acompañar a quien se iba o venía, cuidando que nade le faltara a nadie, y cuando digo nadie me refiero a las personas y a los animales. No paró ni un momento y aún le dio tiempo a controlar a la maña, que es como un potro desbocado, llamándola al orden cada quince minutos para que todo y todos estuviéramos en condiciones. La maestra de ceremonias, una profesional. Podría seguir contando pero se hace tarde y hoy, como todos los días, toca a su fin y, como todos los días me deja una profunda reflexión: mira niña, déjate de chapuzas, pon profesionales en tu vida, sobre todo si vas de perol.