Las tres cuartas partes de mi actividad son mentales. Pienso que paso demasiado tiempo pensando. Pienso que tengo que pensar menos y hacer más. Pienso que pensar tiene su tiempo, y lo tengo que encontrar.
lunes, 19 de octubre de 2015
Un perol de profesionales
Lo que voy a contar es una historia verídica. El sábado amaneció algo nublado, pero ni unas nubes, ni chuzos de punta que cayeran iban a impedir que yo catara el prometido arroz con bogavantes de la, autocalificada, mejor cocinera del mundo entero y parte del extranjero. Y así, a eso de las doce, saltándome el ángelus de rigor, metí en mi coche una botella de vino y a dos amigas y pusimos rumbo al sitio indicado, llegando a la hora prevista. Poco a poco fue llegando el resto del personal, hasta completar el aforo con un grupo heterogéneo de personas y animales en perfecta conjunción. Era como el Arca de Noé, pero sin paloma de la paz. Allí estábamos, en plena naturaleza con todas las comodidades de la urbe. Según pasaban las horas fui comprobando que aquello no era lo que se esperaba, no era un perol cualquiera, no, nada de eso. Se trataba de un acto cuasi solemne, en el que nada quedaba al azar. Empezaremos por la mesa alrededor de la cual nos fuimos colocando manteniendo la distancia de seguridad mientras rompíamos el hielo. Esa mesa iba vestida de gala, con un mantel de tela. Ojo, he dicho tela. Sobre ella se fueron posando unos refinados platos magníficamente presentados, con exquisitos manjares, como si de un concurso gastronómico se tratara. Me habría dedicado a contemplarlos si no fuera por el hambre que tenía y porque los demás le metieron mano y, total, no era un concurso y si lo fuera ganaría quien más comiera. La cocinera, una profesional. Los bogavantes eran espectaculares, grandes, monísimos, con unas pinzas de miedo. Los bogavantes, unos profesionales. De fondo sonaba la música de la radio que daba ritmo a las torpes conversaciones iniciales e iniciáticas, hasta que, por fin llegó la Dj con su barra de sonido, que parecía un edificio en miniatura. Sólo le faltaba un par de arbolitos, un cochecito y dos muñequitos paseando por las avenidas. Yo le habría puesto también un balcón con tres trapillos colgando. Alucinante resultaba ver a esa mujer colocando aquella barra como si fuese un jarrón de porcelana china. Una vez la tuvo perfectamente instalada, empezaron a sonar canciones cuidadosamente elegidas, si bien, la Dj, repetía cada vez que tenía ocasión que ella ponía la música que le gustaba, como dejando claro que si a los demás no nos gustaba.... que nos dieran. Y nos dieron, nos dieron las tres y las cuatro, las cinco y las seis. La Dj, una profesional. Tanta cerveza, vino, fanta y cocacola provocaron que la cisterna del servicio explotara de alegría. Aquello debía suponer una tragedia griega, pero no fue así. Allí estaba la mañosa maña, que te hace una piscina con una llave inglesa y en un pis pas solucionó la avería. La maña, además tiene otras habilidades. No soporta un vaso vacío y eso la convierte en un surtidor de bebida. A la mínima que te descuidas te tira el culillo porque considera que se calienta y eso no es bueno para el cuerpo ni para la mente, y te rellena el vaso. La maña, una profesional. Los niños se dedicaron a jugar con los cinco o seis perros sueltos que corrían por allí, con lo cual, ni molestaban los niños, ni molestaban los perros. Cuando ya anochecía, se perdieron un rato, tiempo que dedicaron a hacer la casa de la felicidad, metiendo una velas en una especie de jaula. Precioso quedó aquello. Los niños, unos profesionales. Con los amenazadores nubarrones y por cambiar un poco las vistas, nos trasladamos a la casa de la felicidad, con la mesa y, por supuesto, con la barra de sonido, a la que además se le añadió una bola de colores tipo Grease. Y mientras la maña hacía como que vigilaba la barbacoa, desoyendo las peticiones de la cocinera que se había hecho con un manojo de espárragos, con los que pensaba rematar la faena gastronómica del día, y a Dios pongo por testigo que lo consiguió, sucedió algo inesperado, el espíritu de Eva Nasarre invadió a la prudente Silvia, que sin poder oponer resistencia se colocó encima del escalón y comenzó una enérgica clase de aerobic, obligándonos a movimientos acompasados, brazo derecho arriba, pie izquierdo hacia atrás, que lo mismo de bien nos venía el hoy no me puedo levantar de Mecano que el eres tú de Mocedades. Qué pasada. Todavía me tiemblan las piernas. La profesora de baile, una profesional. No acaba aquí la cosa. Durante todo el día, la maestra de ceremonias no dejó cabo suelto. Lo mismo iba por hielo que salía para acompañar a quien se iba o venía, cuidando que nade le faltara a nadie, y cuando digo nadie me refiero a las personas y a los animales. No paró ni un momento y aún le dio tiempo a controlar a la maña, que es como un potro desbocado, llamándola al orden cada quince minutos para que todo y todos estuviéramos en condiciones. La maestra de ceremonias, una profesional. Podría seguir contando pero se hace tarde y hoy, como todos los días, toca a su fin y, como todos los días me deja una profunda reflexión: mira niña, déjate de chapuzas, pon profesionales en tu vida, sobre todo si vas de perol.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario