Las tres cuartas partes de mi actividad son mentales. Pienso que paso demasiado tiempo pensando. Pienso que tengo que pensar menos y hacer más. Pienso que pensar tiene su tiempo, y lo tengo que encontrar.

sábado, 7 de septiembre de 2019

Murcia, país tropical.

Sobre las 11,30 de la mañana vimos unas torres a lo lejos. Nena, eso es Santiago. La mezcla de ilusión e impaciencia te da impulso en las piernas, ya te lo digo yo. Esos últimos kilómetros íbamos a toda leche. Ya dentro de la ciudad empezamos a oír un murmullo cada vez más fuerte. Miramos atrás y vimos un grupo de personas hablando tan alto y corriendo tanto que en lugar de a la plaza del Obradoiro parecía que iban a la guerra misma. Palos en ristre, zancadas de olimpiadas y voces de coro de verbena cantando Paquito el chocolatero. Me entró miedo. Apretamos el paso intentando recobrar el silencioso sonido del camino. Esa quietud que te permite ir pensando en tus cosas con serenidad, como si tuvieras todo el tiempo del mundo para ello. Y así, intentando recobrar la paz, llegamos a un semáforo en rojo. Noooooo, por favor que cambie ya, que cambie ya, que cambie ya. Diez veces me dio tiempo a decirlo antes que la horda llegara al puto semáforo, que seguía rojo, esperándoles. Nos rodearon dando voces sobre las flechas del camino, que yo con mis propias manos, redundantemente, les habría clavado en toda la frente. Y como por arte de magia, tan mala como la magia Borrás, el semáforo cambió y el grupo nos engulló como un huracán tropical, nos rebasó y nos hizo pararnos para dejar la distancia de seguridad precisa para no liarnos a tortas. Ufff, que cabreo me entró. Mientras andaba tras ell@s  y tras sus bocinazos, advirtiendo que aquella gente era de Murcia, por esa forma de hablar que no hay quien entienda, nos fuimos acercando al destino final. El grupo marciano de Murcia iba encabezado por una chica rubia, de pelo ensortijado, con una camiseta verde fosforescente y un pantalón rojo. Sí, lo sé, mezcla de colores complicada. Esa mujer caminaba como poseída por un espíritu infernal que la hacía gritar y correr, dando golpes con su palo por las preciosas calles empedradas de Santiago, que parecía ella sola una procesión de bastoneros de Cadiz, a tope de revoluciones. Esto ya iba anunciando un final con sorpresa. Y así fue. El ansia viva que esa mujer llevaba en su cuerpo le impidió, supongo yo, cumplir el ritual que traía pensado desde su casa, y justo antes, pero justo un milímetro antes, de pisar la plaza, cayó de rodillas levantando su palo con las dos manos en señal de ofrenda. Qué espectáculo. El grupo que la seguía, desconcertado, frenó en seco. Paralizados, contemplaron aquella escena, mirando al cielo por si es que el mismo apóstol Santiago había salido de su garita para aparecerse a esa fan enloquecida y regalarle su último trabajo musical con la banda de gaiteros de la diputación. Madre del amor hermoso. La que se podía haber liado allí con la de gente que llegábamos en ese momento y esa mujer colapsando la estrecha entrada a la ancha plaza. Mujer, no podías haber montado tu número unos metros más adelante? Pues no pudo. Y ahí vino nuestro momento. Como huracán tropical engullimos al grupo, lo rebasamos y entramos tranquilamente a la plaza a disfrutar de la alegría sin tanta estridencia que allí se vivía. Luego llegó ella y su grupo detrás. Más tarde. Desfallecida y frustrada. Su plan salió mal. Ahí os dejo una foto. La identificaréis por su vestimenta. Y ya sabéis, cuidado con los países tropicales, que tienen huracanes, aunque luego se queden en ná.

sábado, 1 de junio de 2019

Que empiece el espectáculo

Ir a un concierto siempre parece un buen plan. Más si es al aire libre una noche de calor. Más aún si te coges asientos lejos de la bulla y con las mejores vistas a la ciudad que además se encuentra en fiestas y te permite unir los focos del recinto a los del recinto ferial. Llegamos pronto en un uber, de puerta a puerta. Escalamos hasta encontrar nuestros asientos, duros como el cemento. Había poca gente pero nuestros tres asientos estaban parapetados. A la derecha una pareja de mujeres exhibiendo su amor a bastante más de tres metros sobre el suelo. A la izquierda una pareja mixta xxl con dos bolsas, xxl también, de palomitas y dos litronas de cocacola. Pensé que levitarían a mitad del concierto. Luego comprobé que ni un huracán sería capaz de levantarlos. No les miré a la cara. Las miradas te unen a la gente, para bien o para mal, y en una situación tan temporal es mejor no crear vínculos, ni buenos ni malos. Así que mirada directa al escenario. Empieza a llegar más gente. Me llama la atención las dos chicas que se sientan justo delante mía. Muy jóvenes, muy finas, muy comedidas, hasta que se apagaron los focos. Yo lo sabía. Sabía que se querían, que se querían abrazar y no se atrevían. Pero el ambiente invitaba. A su lado, otra pareja de mujeres sin tanto miramiento. Al frente otra pareja masculina haciéndose selfies sin parar de atusarse los flequillos entre beso y beso. Se apagan los focos y todo el personal pendiente del espectáculo. Como a la quinta canción una de ellas se atreve y le da un beso en la cara a su acompañante, que le sonríe pero nada más. A eso de la décima canción, cuando mi espalda y mi trasero ya se resentían, la otra decide corresponder yla coge brevemente de la cintura. Debieron sentirse pecadoras porque en cuanto la cantante se despidió la primera vez, cogieron sus bártulos y salieron pitando de allí, no sea que se encendieran de nuevo los focos y quedara al descubierto su amor encubierto. Ay, qué lástima. Me daba entre risa y pena. Ya espabilarán. Fin de la historia. Entretanto la pareja xxl estaban grabando el concierto, cada uno con su móvil, seguramente para verlo hoy, tranquilamente en casa, con una hamburguesa del McDonald's y tres o cuatro litros de refresco para tragar mejor las patatas fritas de acompañamiento. Mientras veían algo del concierto en las pantallas de sus móviles, para no perder el encuadre, ella cantaba todas las canciones. Ese estéreo era súper molesto, la verdad. Pero no quería mirarala para decirle, cállate ya, que mi entrada no incluía tu espectáculo. Y no lo quiero. Ni regalado. Pero esa indicación requería mirarla y ya había decidido evitar el contacto visual, no fuese a ser que encima me cayera bien. Así que aguanté como pude el doble y simultáneo concierto. Ohhhh, menuda noche. El resumen, no obstante, es bueno. Me gustó la música que me tuvo toda la noche moviendo los pies y los brazos, porque el culo se me había dormido formando ya parte de la grada. Y los efectos especiales fueron geniales, los del lejano escenario y los del cercano graderío. Para repetir, eso sí, con un cojincito y unos ojos prestados que me permitieran mirar sin sentimiento a mi acompañamiento musical y decirle, toma mis almendras, come y calla.