Las tres cuartas partes de mi actividad son mentales. Pienso que paso demasiado tiempo pensando. Pienso que tengo que pensar menos y hacer más. Pienso que pensar tiene su tiempo, y lo tengo que encontrar.

viernes, 14 de abril de 2023

Aquel viaje. Capítulo 3. Última etapa

Se queja alguna de la panda de que me he saltado muchas cosas. Ha sido queriendo. Es imposible relatar la cantidad de anécdotas que acumulamos en 24 horas. Pero intentaré en esta última etapa extenderme un poco más. Aviso para quien quiera retirarse ahora de la lectura. Estáis a tiempo. 
Amaneció como siempre. A la porra tanta poesía con los amaneceres. El despertador  sonó justo cuando estaba pillando el sueño. La Cantos se quedó flipada cuando lo apagué y me levanté. Preguntó ¿tú siempre te levantas así? Me miré de arriba a abajo. Mentira, me miré de cuello para abajo, que no soy tan flexible, y pensé, claro, tendré los pelos tiesos. Y le dije, sí, ¿por qué? Y contesta, vaya, yo cuando suena el despertador lo apago y me quedo un rato en la cama. Aquella frase retumba en mi cabeza todavía. Pero vamos a ver, entonces pon el despertador más tarde, ¿no? Es que si no, eso es como una autotortura. La cama te atrapa. Hay que salir corriendo de allí. Bueno, así nos quedamos, pensando cada una en las rarezas de la otra. 
La Maña vendría temprano a recogernos y teníamos que desayunar, porque con el tute que nos esperaba, no era cosa de desmayarse en mitad de la función. 
Las primeras en aparecer en el comedor fuimos la Cantos y yo. No es por nada pero, en verdad, esto fue así por mi buena costumbre de saltar de la cama. Ahí lo dejo. Desayunamos normal, creo yo. Digo esto porque aparecieron las catalanas y si os cuento lo que desayunó Redbull, os van a dar ardores. Creo que tuvieron que reponer las vitrinas. No digo más. Ahora me explico que tenga tanta energía la colega, que va pegando brincos por el mundo como si viniera de dormir nueve horas. Todo lo hace con ritmo, mucho ritmo, ritmo muy rápido, ritmo enérgico. Tú ya me entiendes.
El tandem de las catalanas es de lo más curioso. Buzz Lightyear es la extraña calma en mitad de un huracán. Ella está en su mundo, con sus amistades invisibles, pero también en el nuestro, en un extraño desdoble de tambor... o era redoble, bueno, da igual, que quiero decir que está aquí y allá. Pero oye que se pone Redbull a bailar y le sigue el rollo de una manera tan natural, que acabas pensando "esto lo tienen ensayado". Estas tienen más fiestas en lo alto que Froilán en la calle Serrano. Son unas auténticas cracks que yo metería en nómina para cualquier fiestuki, y te bailan hasta los camareros. Las adoro. 
Por su parte las Cármenes iban completamente a su bola. Otra muestra de compenetración. Ellas llevaban como un viaje paralelo, con otro tempo, con pausas, sin prisas, pero disfrutando a tope de todo. Estar estaban, venir venían, pero de pronto, sin darte cuenta, iban y desaparecían, para al momento volver a aparecer. Me gusta rimar. Mucho más que remar, donde va a parar. 
Y luego estaba la Especialista, con su particular sentido del humor, que yo calificaría como "humor imprescindible". Si no está, no es lo mismo. Tú ya me entiendes. Tiene ocurrencias de todo tipo. Todavía no me explico como consiguió convencernos de coger el metro, para bajarnos en la primera parada. Vamos a ver, que no me dio tiempo ni a pillar un cacho de barra donde agarrarme, que es que casi no terminamos de subirnos cuando llegamos al destino. Pero oye, que se empeñó y se salió con la suya. La Especialista no solo se ríe de su sombra, sino que se ríe de la tuya también. Se ríe ella y toda persona que se encuentre en su radio de acción. Así ocurrió con la vecina de asiento de tren, que cuando ya llevábamos más de medio viaje, no pudo aguantarse más la risa con las ocurrencias de la Especialista y, claro, la dejamos compartir con nosotras. Habrá algo mejor que compartir risas. Pero no contenta con eso, va y repite operación con el vecino de mesa del restaurante donde hicimos el último almuerzo. Por favor, ese hombre se lo pasó mejor ese día, que cuando hizo la primera comunión. Sin disimulo alguno, estaba completamente metido en la escena familiar, como si de una obra de teatro se tratara. Ay, que risa madre. 
Podría contar cosas durante una semana. Pero me pilla ocupada. 
Maña, has sido una perfecta anfitriona. Tu completo y magnífico planning nos ha dejado tan asombradas como destrozadas. Sé que has disfrutado con nosotras, tanto como nosotras contigo. De este viaje hemos vuelto con nuestros corazones más llenos. Te agradezco infinito tu disposición en un momento tan complicado para ti. Espero que te hayamos compensado. 
Todas tenemos claro que este viaje ha creado una alianza eterna.
La despedida fue la menos triste que he tenido en mi vida. Y espero con ilusión el próximo encuentro. 

 

martes, 11 de abril de 2023

Aquel viaje. Capítulo 2. La llegada


El viaje fue tan rápido como intenso. Empezó con una jota que se marcó La Cantos en la estación de Córdoba, y que remató con otra en la estación de Zaragoza. De jota a jota y tiro porque me toca. 
Durante el trayecto todo fue bien. Y eso que el revisor del tren nos regañó dos veces. La primera con cierta condescendencia, totalmente fingida. La segunda con manifiesto cabreo. El motivo, en ambos casos, fue que nos sentamos en la fila anterior a la que nos correspondía, y según este hombre, eso no podía ser porque los asientos eran nomimativos. Siete vueltas les dimos buscando nuestros nombres y, a Dios pongo por testigo, que no los encontramos. Y eso que La Cantos se tiró al suelo por si los habían escrito debajo del asiento, y ya de paso, buscó el enchufe para cargar el móvil. Aún estoy dándole vueltas a cómo consiguió encajarse de rodillas en ese reducido espacio. Y más vueltas aún, a cómo consiguió salir de allí, sin un rasguño. Eso sí, el enchufe lo encontró. 
Las Cármenes, que venían en el mismo tren, pero en distinto vagón, no dieron ni un ruido. Y es raro, porque Carmen madre es de las que las mata callando. ¡Ahhh claro! Pues eso, ni un ruido. 
Y llegamos al destino. Salimos del tren corriendo, empujadas por las ganas de ver al resto de la panda, La Maña, Redbull y Buzz Ligthyear, habían llegado unas horas antes. Y os digo una cosa, que para llevar allí tanto tiempo, ya podían haberse acercado más a las vías, que casi se nos acaba la estación y no aparecían por ningún lado las jodidas. Osú, lo que es darle emoción al encuentro. Finalmente aparecieron y fue bonito, muy bonito. 
Y allí mismo, tras los abrazos, La Maña sacó la agenda de actividades y nos dijo ¡al ataque!. Cargamos las armas, digo, las mochilas, y a partir de ahí, un no parar oye. 

A eso de las 10 de la noche, reventadas de pies y manos, con las calles hirviendo de gente, aterrizó en mitad de la cena El Maño y nos arrastró sin piedad y, también hay que decirlo, sin que opusiéramos resistencia alguna, hasta un garito abarrotado de gente joven, que bailaba reggaeton como si fuesen las 10 de la mañana. 
Imagino a Carmen hija, con sus 16 años recién estrenados, pensando que sus tías eran unas viejas locas, con más pilas que el conejo de duracell, y que si contaba a sus amigas lo que le estaba pasando, seguro que no la creerían. Pesadillas tendrá desde el viaje, soñando que llega esa panda de cincuentonas desmadradas diciendo, ¡¡ vengaaa, a bailar!! Y ella llama a Carmen madre para que la auxilie, y su madre viene bailando y cantando. Y entonces se despierta de golpe y suspira. 
 Bueno, bueno, bueno, no os podéis ni imaginar a Redbull encaramada en la barandilla de los servicios, desde donde empezó a jalearnos. Y nosotras, por supuesto, le seguimos el rollo como si fuésemos las alumnas aplicadas de su gimnasio. Arriba, abajo, a derecha, a izquierda, paso atrás, media vuelta y otra ronda más. Y no contenta con eso, bajó y enganchó a las componentes de una despedida de soltera, y se puso a hacer el trenecito con ellas. Lloro de risa cada vez que me acuerdo. 
En el bar trabajaba el hijo del Maño. Espero que siga conservando su puesto después de nuestro paso por allí. 
Y el sueño no nos venció. Fue la Maña recordándonos que a la mañana siguiente, bien temprano, vendría a recogernos porque aún nos quedaban un montón de cosas por hacer. 
Y dormimos corriendo.