Las tres cuartas partes de mi actividad son mentales. Pienso que paso demasiado tiempo pensando. Pienso que tengo que pensar menos y hacer más. Pienso que pensar tiene su tiempo, y lo tengo que encontrar.

jueves, 5 de diciembre de 2024

Por el camino yo me entretengo

Si crees que conoces a tus hermanos, vete a hacer el camino de Santiago con ellos. En menos de una jornada comprobarás que, efectivamente, los conoces como si los hubieras parido. Ojo, ellos a ti también.
Como somos personas muy ocupadas decidimos hacer la mitad del camino. Luego, ya si eso, haremos la otra mitad, en otro momento.
El camino nos ha servido para comprobar con asombro, que estamos en mejor forma de lo que pensamos. Salvo un par de roces en la última jornada, y aclaro, en los pies, todo fue bastante bien.
La organización del viaje fue lo más complicado, porque decidir el medio de transporte hasta el  punto de partida, generó más de un debate, de esos que te acercan al precipicio de la rendición. Ni que fuésemos a la luna, oye. Finalmente conseguimos cuadrar todo y no nos hizo falta cohete.
La lluvia nos recibió para situarnos geográficamente, pero teniendo en cuenta que uno de mis hermanos lleva la virgen a cuscurumillos, otro está en plena conexión con su poder superior y otra es más optimista que un girasol en un día nublado, la lluvia sólo duró un rato y no volvió a aparecer. Nuestro anfitrión nos recogió en el aeropuerto, nos llevó al alojamiento, más tarde nos acercó a Pontevedra y ya por la mañana, después de un maravilloso desayuno y contarnos su vida, nos acercó al punto de partida. Pero necesitábamos dejar el equipaje en la oficina de correos antes de  empezar. Otra vez la suerte de mis tres amuletos hizo su magia y justo un minuto antes de que el furgón saliera pitando, conseguimos llegar y dejar nuestras maletas. Menos mal, porque 22 kilómetros con mochila se pueden hacer, pero con maletas, por pequeñas que sean, como que no.
Durante la primera etapa, encontramos a unas hermanas gallegas que también hacían el camino. No nos hermanamos con ellas, porque eso ya sería como fundar una colonia, pero nos las volvimos a encontrar en los dos días siguientes. Era lo normal, íbamos al mismo sitio.

Primer destino, Caldas de Rei. Entrando en la ciudad pasamos por un famoso restaurante donde había más cola que en el paro. Uno de mis hermanos decidió que debíamos comer allí y nos puso en modo pause. Todos, menos él, sabíamos que aquello era inviable. Pero él y su virgen a cuscurumillos, insistieron. No hubo suerte en ese momento, pero reservamos para la noche sin problemas. Es que una cosa es la suerte y otra un milagro. En el restaurante nos atendió una chica que por el acento no era de Granada, pero por la mala follá que tenía, lo parecía.
Mi hermano, el de la virgen a cuscurumillos, es interactuador por excelencia. Su alma le pide ir gastando bromas allá por donde vaya. Pero, a veces, lleva su ironía a límites insospechados. Al ver el talante de la camarera nos temimos lo peor, que le soltara una de sus gracias y la mujer no lo entendiera. Pues lo hizo, pero de tal manera que, como suele ocurrir, se metió a la chica en el bolsillo. Y eso, eso sí que fue más milagro que suerte. Conseguimos tener la cena en paz y al final, la chica, que pensó que debíamos ser los únicos del bar que la entendíamos, nos confesó que estaba cabreada porque en una mesa le habían dicho que era muy antipática. Nos dio hasta pena y no le dijimos que el cabreo lo traía ella de su casa, si no, desde su nacimiento. Y que antipática era hasta decir basta. 
Desde que llegamos hasta la cena en este lugar ocurrió lo siguiente: Caldas de Rei es una localidad conocida por sus aguas termales. Eso no tiene nada que ver con un río, en cuya orilla nos paramos a tomar un café. Pero a mis hermanos eso les dio igual. Se bajaron al río a meter sus pies. Yo no tuve valor. Me quedé allí plantada, haciendo guardia por si algún vecino de la zona llamaba a la policía y había que salir pitando. Que va, entre la virgen a cuscurumillos, el poder superior y el optimismo del girasol, allí estuvieron hasta que los dedos de los pies se le pusieron como garbanzos, y sin rastro alguno de alarma. 
Y no tuvieron bastante con eso que, más tarde, encontraron un par de fuentes pequeñas, donde ponía claramente que una tenía agua caliente y que se prohibía el baño, que por otra parte era imposible por las reducidas dimensiones de la fuentes. Ya sabéis que eso a mis hermanos les importa un pepino. Y metieron sus pies. No sé de dónde les viene esa manía de remojar los pinreles en cualquier charco. 
Pues no os lo perdáis. No acaba ahí la cosa. Después de la cena, seguimos paseando, como si fuese necesario cargar la batería de los piernas, y llegamos a una especie de alberca, también de agua caliente, que estaba ocupada por un grupo de personas. Mis dos hermanos decidieron que donde caben seis, caben ocho y en menos de dos segundos ya se habían metido. La girasol y yo no dábamos crédito a esta nueva afición náutica. Fue entonces y no antes, cuando los reconvertidos boquerones advirtieron, a pesar de la penumbra, que el resto del personal estaba en pelota picada. Y salieron rápido de allí. Y a dormir.
 
Segunda etapa. Cómo en el día anterior, hicimos el camino dos delante y dos detrás. Puro civismo, para dejar que nos adelantaran los más rápidos. Y eso que llevábamos un buen ritmo. Disfrutando del paisaje y recogiendo sellos por el camino, llegamos a Padrón. Bonita ciudad. Reventados nos sentamos a la puerta del alojamiento, en una pequeña placita, a tomar un refrigerio. Apareció por una esquina una señora que apenas podía andar. Mi hermano, el interactuador, la observó con  atención y se dio cuenta que se dirigía a un albergue que había detrás de la plaza. Pero la señora iba despistada y pensó que iba a dar más vueltas de lo necesario. Ni corto ni perezoso se levantó para advertirla, con tan mala suerte que las piernas le flaquearon y la imagen fue tremenda. Parecía que la imitaba andando, lo que provocó nuestras insensatas risas. La intención era buena, que al final es lo que cuenta, pero sabiendo como las gasta, pareció una de sus bromas. En cualquier caso, porque yo sigo sin tener claro si fue queriendo o sin querer, la mujer se lo agradeció.
No hay manera de descansar con esta gente. Todo el día para arriba y para abajo, de acá para allá, que parece que nos vamos a perder algo. Madre mía. Así pasamos otra tarde, desaprovechando el pedazo de duplex que nos buscó la optimista, como si en lugar de haber caminado más de 20 kilómetros, vinieramos de dar la vuelta a la manzana. Ahora, eso sí, entre tanto ir y venir, nos trajimos nuestra correspondiente PEDRONÍA, que a falta de Compostela daba el apaño. Allí volvimos a encontrar a las gallegas y también a unas amigas sevillanas que conocimos en la inútil cola del restaurante donde fuimos a cenar la noche anterior, para consuelo de la extraña camarera.
Última etapa. La más larga. 25 kilómetros más o menos. Salimos de noche. La sorpresa fue la cantidad de gente que tuvo la misma idea. Aquello parecía la procesión del silencio. Poco a poco fue amaneciendo, y fue precioso. Etapa dura, especialmente el último tramo, ese que va desde que sabes que estás en Santiago, hasta que llegas a la Catedral. Atravesamos las bulliciosas calles aledañas, hasta llegar a la plaza del Obradoiro con la sensación de "misión cumplida". Creo que la alegría de llegar estaba empañada por la rápida despedida del hermano menor, que tenía el viaje de vuelta tan pronto, que casi no nos da tiempo a hacernos la foto de rigor. Eso fue un poco corta rollos. Al resto nos quedaba toda la jornada por delante. Intentamos sin éxito, abrazar al patrón, porque había una cola tan grande como el hambre que teníamos. Así que decidimos comer primero y hacer cola después.
Finalmente, tras el correspondiente tiempo de espera, llegamos a la escalinata que lleva al patrón. Yo iba primera, después la girasol y por último el de la virgen a cuscurumillos, que portaba su móvil para inmortalizar el momento. Tan entretenido estaba inmortalizando el momento, que no se dio cuenta que había una señora vigilando que nadie incumpliera la prohibición de hacer fotos. ¿Y qué pasó? Efectivamente. La señora se dirigió al infractor diciéndole "ni fotos ni videos" Y él, aprovechando que es rubio y lleva el uniforme universal del camino, de forma que nadie podía averiguar su procedencia, salvo por su acento, le contestó "Sorry". De esta secuencia nos dimos cuenta varios días después, viendo los videos prohibidos que grabó. Que risa, por favor. Salimos de allí y nos fuimos al monasterio de San Martín Pinario, a tomar un café y descansar, como si eso fuese posible con esta gente. El camarero del monasterio se encontraba haciendo caja, todo concentrado con sus monedas, y hasta le sentó mal que hiciéramos nuestro pedido. ¿Por casualidad los habitantes de Galicia vienen de la antigua civilización granadina? No sé, lo digo porque hay extrañas coincidencias. En esas cábalas andábamos cuando el interactuador se acercó al camarero y le preguntó ¿tú te llamas Santiago? Voy a seguir en lenguaje audio descrito. Breve silencio. El camarero gira la vista a mi hermano y contesta, Sí. La girasol y yo empezamos a notar los síntomas de un infarto. El interactuador continua su conversación explicando: Es que me han dicho que cuando llegara a esta ciudad, tenía que darle un abrazo a Santiago. Breve silencio otra vez. El camarero sale de la barra y abraza a mi hermano. ¡Joder! No me digáis que no es increíble. La girasol y yo salimos de nuestros escondites mentales, aún con cara de asombro y allí mismo, en ese instante, nos convertimos en fervientes devotas de la virgen de los cuscurumillos. Ese camarero volvió a su tarea, mientras continuaba una absurda conversación con mi hermano, compitiendo sobre quién estaba más cansado. Y para demostrarle que no se lo había ganado con aquella fabulosa ocurrencia, nos trajo a la girasol y a mí una chocolatina, diciéndole a él, a ti no te traigo nada. A esas alturas mi hermano ya sabía que se había llevado el premio gordo, así que sonrió satisfecho y a otra cosa, mariposa.
El resto del día transcurrió como siempre, de arriba a abajo, de acá para allá, hasta llegar al aeropuerto. Cuando ya parecía que todo estaba en orden, decidimos tomar algo porque el almuerzo ya no era ni un recuerdo y aún nos quedaba un vuelo y hora y media de carretera.
El interactuador fue a hacer el pedido. Cuando vio los desorbitados precios, más propios de una tasca neoyorquina, que de un aeropuerto español, no lo dudó, y aprovechando su éxito del café, y confiado en su virgen a cuscurumillos, preguntó a las chicas que atendían si no tenían algún tipo de oferta, tipo 3X2, o algo así, o si podía pagar con la tarjeta del gimnasio. Como siempre, arrancó la risas del personal y, por supuesto las nuestras.
Fin de la historia. 

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