Las tres cuartas partes de mi actividad son mentales. Pienso que paso demasiado tiempo pensando. Pienso que tengo que pensar menos y hacer más. Pienso que pensar tiene su tiempo, y lo tengo que encontrar.

sábado, 23 de enero de 2016

Encuentros en la tercera fase

El congreso parece una reunión de la comunidad de vecinos eligiendo el color de los toldos, con todos los componentes típicos de estas reuniones, la vecina rabalera, el vecino siniestro, el presidente autonombrado, el moroso y la que boicotea siempre la unanimidad y va buscando peleas por los rellanos. Por su parte, el senado, como siempre, es el casino mercantil de cualquier pueblo, donde van los jubilados que viven de las rentas a echar sus partidas de dominó, ajenos al mundo real y convencidos de que se merecen su pingüe situación. Qué panorama más chungo.
Recuerdo a una señora de mi pueblo, a la que por cierto llevo mucho tiempo sin ver, que una vez, comentando cosas de su barrio, me dice: yo me voy todas las tardes a andar un rato, mientras mi marido se queda en la moncloa. Al preguntarle qué era eso de la moncloa, me explica que es el parque que hay en su barrio, donde se reúnen todos los viejos a arreglar el mundo. Qué ingenioso. El nombre le venía que ni pintado a esa peña sin local, que se reúnen frecuentemente para hablar de los problemas del mundo y no resolver absolutamente nada. Visto así, no hay plaza que se precie que no tenga su propia moncloa, como un comité de sabios, víctimas de la crisis (de valores) que los coloca en el olvido y la indiferencia.
Y a pesar de las semejanzas que podríamos encontrar con la Gran Moncloa, existen un montón de diferencias: la moncloa de mi pueblo está al aire libre y nadie se queda allí a vivir. Sus  asientos son duros y sin espaldar y los tienes que compartir con otras personas y además, si te distraes, pierdes el sitio. Las pensiones de una y otra moncloa varían por un par de ceros nada más, y nada menos. En la pequeña moncloa la entrada es libre, no precisas invitación. No hay protocolos, ni turnos para hablar. Cada uno dice lo que le da la gana, cuando le da la gana, y los demás replican o pasan completamente del orador. No hay móviles ni tablets que te distraigan de lo que realmente importa, intercambiar opiniones a destajo, sin miedo porque no hay nada que les pueda empeorar su situación, ni sus opiniones empeoran la situación de nadie. Y cuando terminan las sesiones, nadie espera a su coche oficial, cogen su bastón y para casa a ver el telediario para enterarse de los problemas del mundo y comentarlos mañana en la sesión ordinaria. Nadie echa a los inquilinos de las pequeñas moncloas. Se van un día y, a veces, nunca vuelven. 
Qué absurdo, ¿no? La Gran Moncloa digo.

viernes, 15 de enero de 2016

Margaritas y Manolitos

Margaritas y Manolitos son dos tipos de personas, fáciles de encontrar y con los que conviene usar guantes y mascarillas, ya que son muy abrasivos.
Las margaritas son florecillas silvestres, aparentemente inofensivas, pero dotadas de un potente elixir tóxico que siempre se les escapa inoportunamente provocándoles un suicidio involuntario. Su muerte, como su vida, no deja de sorprender por el nivel de absurdo que llegan a adquirir. Son muy capaces de defender, con desmedida vehemencia, opiniones adquiridas en los foros a los que se hacen pertenecer (más por indumentaria que por una ideología propia y clara), despreciando cualquier postura contraria, a la que no dudan en calificar de idea asesina mundial. Casi ná. Las margaritas son maquiavélicas de campo que se entrenan en el llanto,  al que consideran el mejor método de lucha contra los imaginarios contrincantes, a los que ganan en desdichas de las que somos responsables el resto de la humanidad. Nada reporta mejores resultados que ir llorando por las esquinas. El fin justifica los medios. Son perdedoras natas que siempre apuestan por jamelgos.
Y luego tenemos a los manolitos, esos seres dotados de un halo imaginario que les hace parecer incluso bien parecidos. Ganadores por excelencia que siempre apuestan en carreras de único corredor. Siempre al lado del poder como un pequeño Nicolás invisible que, a veces, se transforma en broche con forma de serpiente para poder lucir, con relativa discreción, en las solapas de cualquier superioridad. Los manolitos son taimados. Obtiene su conocimiento con la destreza del más hábil piojo chupasangres, chupatintas, chupaculos. Aislados y aislantes, no quieren a nadie a su lado porque saben que un alambre les hace sombra. Inseguros pero arriesgados. Cuando no les sale bien la jugada escurren el bulto y hacen mutis por el foro hasta que pasa la tormenta.
Se recomienda usar con precaución. En caso de intoxicación, acuda a urgencias.

domingo, 10 de enero de 2016

Quejas contra la risa

Me cansa oír esa risa polifacética que siempre suena de fondo, cuando pega y cuando no pega.
Esa risa que sucede con inmediata precisión a todas las ocurrencias, tengan o no tengan gracia.
Esa risa que se mete en todas las conversaciones, sobre todo en las ajenas, poniendo en evidencia el verdadero sentido de las frases.
Esa risa que no entiende la ironía y la convierte en chistes baratos.
Esa risa sin ganas, forzada, que pretende ser colaborador necesario.
Esa risa que a pesar de ser falsa, acaba convirtiéndose en auténtica, pesadilla.
Esa risa nasal, sucedáneo de ronquido, tan practicada, tan poco espontánea, tan estridente en el silencio, y siempre,  siempre,  tan inoportuna.
¿La oyes?