Las tres cuartas partes de mi actividad son mentales. Pienso que paso demasiado tiempo pensando. Pienso que tengo que pensar menos y hacer más. Pienso que pensar tiene su tiempo, y lo tengo que encontrar.

viernes, 26 de octubre de 2012

Me rindo

Lío en el hospital. Estoy por empadronarme allí. Me mandan una prueba con carácter preferente y me dicen que ya me llamarán. Vale. Pasados veinte días empiezo a preguntarme el sentido de la palabra "preferente". Estoy por mandar una carta a la Real Academia Española para que incluya un par de nuevos significados en esta palabra: "timo bancario" y "la última de la lista". Si lo llego a saber le digo al médico que no le ponga apellidos a la prueba y seguro que me avisan antes. No tenía ningún teléfono al que llamar, así que me personé una tarde en el hospital y, aunque no encontré quien me atendiera, al menos conseguí un teléfono. A la mañana siguiente marqué el número, pensando que nadie lo cogería. Efectivamente, nadie descolgó. Si ya lo sabía yo, he oído a mucha gente decir que esos teléfonos siempre comunican o nadie los contesta. Miré el reloj. Era muy temprano, así que me dije "la mañana es larga y mi paciencia, cuando quiero, también". Pasada una hora volví a marcar. ¡Sorpresa! descolgaron y oí una amable voz que me preguntaba en qué podía ayudarme. Fijo que me he equivocado de número. Pero no, era una empleada del hospital. Le expliqué mi problema y me dijo, sí, aquí tengo su petición de prueba, está prevista para febrero de 2013. Pero oiga, si es una prueba preferente. Pues ya le digo, aquí figura con esa fecha, tendrá que ir a la unidad que la ha solicitado y preguntar allí. La chica no me solucionó nada pero era muy amable, eso sí. Colgué y pensé coger mi silla de playa y un saco de dormir y plantarme en el hospital hasta resolver mi problema. A la mañana siguiente allí estaba yo. Salí tan decidida que me dejé atrás la silla de playa y el saco de dormir, y encima me fuí en ayunas porque ya que iba aprovechaba para hacerme unos análisis que tenía pendientes y evitaba perder otra mañana, que no está la cosa para andarse con tonterías, ni siquiera de salud, que te despistas y te vas al paro y encima enferma. Más de una hora esperando muerta de hambre y cuando termino, ni desayuno ni nada, a deshacer el entuerto. Primera parada, unidad solicitante de la prueba. Le cuento. ¡Me escucha! y me dice, "vaya a la ventanilla donde le tienen que hacer la prueba". No, mire usted, yo ya he hablado con esa ventanilla y me han dicho que venga aquí, así que ud. verá. Pues no, no veía nada el buen hombre que insistió en que el papel dejaba bien claro que la prueba era "preferente" y que, por tanto, el fallo estaba en la otra ventanilla que la habían anotado como prueba rutinaria. Y viendo el hombre que yo no me iba, me dice, "vaya ud y le dice de parte de fulanito de copas, que le tienen que solucionar esto". Pero vamos a ver, ¿tú qué quieres que se rían de mí? si he venido hasta aquí sola, puedo continuar el peregrinaje sola, no me hace falta tu recomendación, ni la amenaza de tu nombre, si tienes algo que decirle a los de la otra ventanilla vas y se lo dices tú, que yo no he venido a eso. No te digo. Me di media vuelta y enfilé para la otra ventanilla, mientras por el camino me iba cabreando, que yo eso lo hago con mucha facilidad y luego me pasa como al  del chiste ese de "...métete el gato en el cul..". Avanzo por esos pasillos, todos iguales, de luz blanca, llenos de pacientes, familiares y amigos, personal sanitario, camillas para arriba y para abajo..... un auténtico laberinto y, por fin, la ventanilla. Me pongo en la cola y espero mi turno que me llega en seguida. Asomo la cabeza y veo a una chica muy sonriente. Le cuento mi problema y ella, muy amable, me recuerda que habíamos hablado por teléfono. Ah, estupendo, entonces recordarás también que me dijiste que fuese a la ventanilla de salida (sin cobrar las 20.000 pesetas, como en el monopoly), pues tengo que decirte que vengo de allí y me dicen que me lo tienes que solucionar tú. Y antes de que la muchacha abriera la boca, y para dejarle bien claro que me lo iba a solucionar ella sí o sí, le dije "y no me pienso pasar la mañana de ventanilla en ventanilla". Qué estúpida me siento al recordarlo, como una matoncilla de tres al cuarto que no sabe que ahí, la que tiene la sartén por el mango es la chica de la ventanilla, me ponga como me ponga. Ella, con su sonrisa, me dice, vale, voy a averiguar, espera ahí sentada que ahora te aviso. ¡Y yo sin desayunar!. Me siento y veo cómo la gente se va acercando a la ventanilla y van solucionando sus cosas. El cabreo me aflora otra vez. Me pongo en la cola de nuevo. Cuando me toca, asomo la cabeza y no digo nada, sólo miro a la chica con cara de ¿qué pasa contigo, te crees que soy tonta o qué? que estoy viendo cómo estás atendiendo a todo el mundo menos a mí. La chica me mira y me sonríe. A mí, de repente, me parece cómica la situación, así que sonrío yo también y le digo lo que pienso. Ella se disculpa y me dice que ya casi lo tiene averiguado, pero tiene que esperar a que no se quién le diga no se qué. Vale, me voy a beber agua, pero volveré. Otra vez amenazando. Ella estaba combatiendo mi cabreo con su sonrisa y su amabilidad y yo quería seguir cabreada. Vamos, que vas a venir tú con la sonrisita a conformarme a mí, que estoy perdiendo una mañana de trabajo por un fallo vuestro y encima querrás que te de las gracias. De eso nada. Un botellín de agua me bebí, y en todo ese rato, no me llama nadie. Vuelvo a la ventanilla por tercera vez, asomo la cabeza y la chica me saluda ¡como si se alegrara de verme!, qué poca vergüenza. Hay que respetar los cabreos, señorita, y usted me está fastidiando mi enfado. ¡Así no hay quien se cabree, por favor!. Total, que al final me da mi cita "preferente" y yo, con la mejor de mis sonrisas le doy las gracias. Está claro quién ganó ¿no?

martes, 23 de octubre de 2012

El misterio de la caja del rellano.

Hace una semana que pusieron una caja blanca, alta, en el rellano de mi escalera. Aparentemente es la típica caja de ONG que recoge ropa, zapatos y bolsos para darlos a personas necesitadas (o venderlas en una tienda de segunda mano). Hasta ahí, todo normal. Total, que pensé, ¡mira qué bien!, justo ahora que estaba haciendo "el cambio de armarios" ese que dice la gente. Así que aprovecho y me deshago de lo que ya no voy a usar, y me ahorro llevar la ropa al sitio de siempre, que como está lejos y tengo que ir en coche, acabo paseando la ropa una semana en el maletero, como si la llevara secuestrada, dando tumbos para despistar hasta que me paguen el rescate. Cogí mi bolsa, con la ropa dobladita: un pijama de epi y blas que está en muy buenas condiciones, pero creo que no me pega mucho con las patas de gallo. Un pantalón corto del año catapum que, ¡ojo, aún me está bien! pero es de esos de tiro largo, que ya no se lleva, y ahora te los pruebas y dices ¿cómo es posible que yo haya llevado esto puesto alguna vez? y sacudes la cabeza pensando ¡qué barbaridad!. Y diciendo esto me topo con una foto que tengo en la mesilla en la que llevo el pantaloncito de marras. Cojo la foto, la miro de cerca, veo al resto de personas que salen en la imagen, con otros modelitos que para qué contarte y ya se suaviza un poco la cosa y te dices, bueno, tampoco estaban tan mal. Y a continuación dices entre dientes "y cómo se estropean los cuerpos". Alguna camiseta vieja, de esas que tienen más o menos tu edad, que se han criado contigo. Cuesta abandonarlas, pero siempre es mejor que convertirlas en trapos. Sería como descuartizar a tu mascota. Esas camisetas tienen vida propia, sólo les falta hablar (y suerte que aún no lo han conseguido).
Deposité mi bolsa con todo cariño en el fondo de la caja, que estaba totalmente vacía. Eso fué a media tarde. A las siete de la mañana salgo, paso junto a la caja, la miro para una última despedida y ¡noooooo! la ropa ha desaparecido. Vaya, qué cosa más rara, lo normal es que cuando recogen la caja, se la llevan con todo su contenido y hasta otra ocasión. Pero no, esta vez no fue así. Se llevaron el contenido y dejaron la caja. Será normal, pero a mí me pareció raro, así que a la mañana siguiente, a las siete de la mañana deposité una caja con unas zapatillas que eran granates, pero que con el tiempo se habían vuelto rosas. Tampoco el pie me crece desde hace tiempo, así que no sabría decir la de kilómetros que tenían las zapatillas. Llegó su hora, ¡a la caja blanca!. Volví por la tarde y ¿qué creéis? ¡habían desaparecido y la caja seguía allí! En mi rellano hay cuatro pisos y de ninguno de estos vecinos me cuadra que vayan a coger las cosas de la caja. Claro que tampoco me cuadra que no tengan nada de lo que deshacerse. Aunque a lo mejor les pasa como a mí, que ponen cosas y desaparecen. Esta mañana he dejado un pantalón vaquero, sin pena ninguna, estoy harta de ese vaquero, le tengo manía ya. Pero antes de dejarlo he mirado la caja, que estaba vacía, por verificar que el fondo es de cartón, y la he movido, para comprobar que debajo estaba el suelo y no un túnel secreto. Luego he mirado el rótulo de la caja y he comprobado que no es de una ONG, sino de una S.L. y también coincidió que subí con un vecino en el ascensor y al parar en su rellano vi que allí tenían dos cajas blancas, altas. Uf, esto se estaba complicando. Mi enrevesada mente se puso en marcha adivinando un sucio negocio de ropa  usada, bajo la falsa apariencia de una ONG. Pensé en epi y blas que a esas alturas ya me habrían calificado de traidora por convertirlos en pijama de mercadillo, y esas camisetas que se han criado conmigo, mirándome tristes, diciendo ¿qué te hemos hecho nosotras, que hemos soportado durante tanto tiempo tu olvido en los cajones, que hace años que dejamos de ver la ciudad y sólo salíamos al campo? Y mucho peor será lo de las bermudas, porque acabarán desahuciadas tras varios días a la venta sin que nadie se digne mirarlas. El vaquero tendrá mejor destino, seguro que allá donde vaya le darán mejor vida que la que le dí yo. En fin. Si alguien ve el pijama de epi y blas, que le de recuerdos de mi parte.

viernes, 19 de octubre de 2012

Ante la adversidad, saca pecho.

Ya estamos otra vez en fin de semana. Ahora que tengo más tiempo, miro con más detenimiento la televisión, pero, la verdad, no aguanto mucho. Las noticias son penosísimas, o absurdas. Hoy, que es el dia contra el cáncer de mama, van y anuncian un sujetador con joyas que se lucirá en un famoso desfile. El sujetador es muy bonito, pero sólo para verlo, no para usarlo. Yo me lo pondría de gargantilla, o de diadema, o de pulsera con cuatro vueltas. No me imagino con un artilugio como ese, puesto debajo de la ropa, pegado al cuerpo. Las joyas son frías y a mí me gusta el calor. Sería como llevar unos calcetines de hilo de oro, dentro de unas botas hasta las rodillas. Una tremenda tontería. Lo caro hay que enseñarlo, porque eso es lo que mola, enseñar, lucir, fardar, presumir. Lo caro te da el valor que no tienes, te pone precio. Lo único que pasa es que con el sujetador esto es complicado ¿eh?, tendrías que ir desnudándote por doquier, o ponerte unas mangas sueltas, sin camisa. Pero además tendrías que tener el cuerpo de la modelo que lo anuncia, porque no es lo mismo ver a Shakira en sujetador con una falda hawaiana y descalza, bailando el waka waka, que ver a Adele en sujetador, con una falda ceñida y tacones de salón, cantando someone like you. Sin duda alguna me quedo con Adele, aunque sea con el chandal y los tacones, "arreglá pero informal". Pero vamos al lío del sujetador porque yo me pregunto, ¿qué se pretende demostrar con este sujetador? Esto no aguanta unas tetas de verdad, o se te caen las tetas o se te caen las piedras. Esto te lo pones y te entra la risa. Además no tiene bragas compañeras, así que otro problema: me lo pongo con tanga, con culotte, con braga de toda la vida, .... Y si elijo el tanga, a ver: tanga shorty, brasileño, faldita, hilo dental... Uf, mejor con el culo al aire. Si total, con ese sujetador sólo te van a mirar de cintura para arriba, y sólo hasta el cuello, puedes ir despeinada si quieres. Y si no, te sientas y cruzas las piernas. El sujetador se llama "Fantasy bra" y cuesta 2,5 millones de dólares. Perdón, un momento, que me estoy secando las lágrimas de la risa que me ha entrado, no sea que caigan en la pantalla y se me arrugue. Suerte que mi autoestima no necesita un sujetador de ese calibre, si no, lo llevaba crudo. Lo que está claro es que ahora, el mundo es mucho mejor. A pesar de las guerras, los abusos y las miserias, tenemos Fantasy Bra y salto estratosférico. Progresamos adecuadamente.

viernes, 12 de octubre de 2012

Chuzos de punta

El hombre del tiempo me tiene estresada. Todo el año esperando el puente del Pilar con ilusión y lleva el colega toda la semana intentando fastidiarlo, anunciando lluvias y bajadas de temperaturas. A tí si que te bajaba yo la temperatura, aguafiestas. Decidí plantarle cara y planearme el fin de semana como si nada. El viernes por la tarde cogí mis bolsas y me fuí al Carrefour, a comprar el avituallamiento. Anda que no había gente. Me armé de paciencia y me dije, ¡vamos, esto está chupado!. Todo iba bien hasta que me tocó pesar la fruta y la verdura. La chica destinada a este menester, se puso con otro menester, que seguro que también era suyo por el mismo precio, reponer la fruta. Así que yo y cinco personas más, con nuestros respectivos carros, empezamos a hacer una fila larga, con curvas, que por poco tiene que venir la guardia urbana para regular el tráfico. Con el barullo, la chica de la fruta se dio cuenta de lo que se estaba formando y decidió dejar la colocación artística de las peras conferencia para otro mejor momento.Yo sabía perfectamente detrás de quién iba, una mujer que había abandonado su carro en la larga cola, al que yo tenía que empujar, sabiendo que si le hacía una finta, estilo Fernando Alonso, la tía regresaría justo cuando le tocara pesar a ella y me diría, "perdona, yo estaba antes", y yo le contestaría, educadamente, "claro, claro, es que no me había dado cuenta", mientras pensaría "jodida cabrona ésta, ya lo sabía yo que iba a hacer esto". Ya, nada más con esto, empecé a cabrearme yo sola, y para colmo veo llegar a un tipo muy alto con un melón en la mano. ¡Para qué! ahí ya si que me entró cabreo del siete. Imagínate, cinco carros en una fila que parecía la estela de un avión acrobático, y un tío con un melón detrás mía, porque yo era la última de la fila, como Manolo García. Estaba claro lo que iba a pasar, el tío empezaría por mí, diciéndome, "perdona, mira es que sólo llevo un melón, ¿te importa que me lo pesen?. Pero no estaba yo por la labor, con la previsión metereológica para el puente, vas a venir tú a colarte con un melón, ¡anda y que te parta un rayo! Empecé a ensayar respuestas, "mentiroso, llevas un melón y dos huevos", "oye, pues coge algo más", "haber madrugado", y así hasta que me tocó. Creo que el hombre debió leer mi pensamiento y aguantó estoicamente la cola, hasta que le tocó. O sea, que no llevaba huevos, sólo el melón.
La alegría que le entró a mi nevera cuando la llené de cosas, no tiene precio. Para todo lo demás, Master Card, que diría mi cuñada, que esa sí que sabe, hasta inglés y todo. A la mañana siguiente, bien temprano, enfilé para la playa. Nada más llegar, cogí camino del chiringuito. No había un minuto que perder, que la lluvia llegaría por la tarde y yo quería que me pillara ya con la juerga hecha. Dos cañas y un espeto. Qué bien se estaba allí, viendo con envidia a los que disfrutaban del sol en las hamacas, desafiando al hombre del tiempo. Y mientras pensaba ¡qué bien vives, gachona! llega el camarero con el espeto. Cuento las sardinas. Siete. ¿Ahora qué? ¿por qué haces esto, tío? ¿tú me conoces a mí de algo, o qué? ¿tú sabes contar? uno y uno son dos, dos por tres son seis ¡y no me llevo ninguna! ¿para qué tienes que poner siete sardinas? Menos mal que yo me junto con gente civilizada e inteligente, gente como yo, que no deja que se te cuele un tío con un melón. Resolvimos el problema rápido. El lomo de arriba para tí y el otro para mí. Y mientras dábamos cuenta de las sardinas, se sientan en la mesa contigua seis putas rusas, que iban a desayunar, claro. Las putas hablaban en ruso, fíjate tú, y sólo se les entendía una palabra, "mercadona". No sé muy bien si eran las sardinas o las rusas, pero aquello empezó a llenarse de moscas y moscones, porque, oye, qué ojo tienen los tíos para las putas ¿eh?. Total que acabamos largándonos de allí, no sea que empezara el avisado chaparrón con bajada de temperaturas. Son las siete de la tarde y ni atisbo de lluvia, ni mal tiempo, ni ná de ná.

miércoles, 10 de octubre de 2012

El duende que te jode las conversaciones

Hay que ver lo complicado que resulta hablar con estas personas que intentan adivinarte el pensamiento. Por ejemplo, tú estás contando "....y cuando llegué a la tienda...", y esta persona te dice "ya habían cerrado", o por ejemplo, "me pusieron una ensaladilla..." y el otro "que estaba asquerosa" . Sí, vale, has acertado¡pero déjame terminar mis frases, que para eso son mías".
Luego están los rellena-huecos. Con estas personas no puedes titubear ni un segundo, porque van y te colocan la palabra que te falta. Son los comodines de las conversaciones, no se te queda ninguna frase con puntos suspensivos, te las completan todas. Veamos un par de ejemplos, uno dice, "eso tarda.......", y el otro "la intemerata"; uno dice, "me hinché de llorar con la película, era..." y el otro, que encima ni ha visto la película ni nada, remata tu frase con "un auténtico drama".
Otra complicación de las conversaciones es toparse con un sordo que oye. Puedes hablar fácilmente con esta persona, pero también es fácil que acabes mandándola a freír espárragos al poco rato de iniciar la conversación. Es necesario repetirlo todo, dos o tres veces. ¿Qué pasa, por qué no te enteras de lo que te estoy diciendo? No, si yo te oigo, pero, que no te entiendo, dímelo otra vez, por favor. O bien te dice: si, te estoy oyendo, pero justo me he acordado de una cosa, en relación con lo que estás contando oye, y he perdido el hilo un momento, ¡anda, no te enfades, dímelo otra vez, Sam! A estos sordos les preguntas de qué color es el caballo blanco de Santiago y te contestan "verde limón".
¿Y qué me dices de los porteros de las conversaciones? No dejan meter ni un gol. Siempre tienen sus historias preparadas para contártelas, lo único que necesitan es que tú intentes contarle una tuya. Es empezar con algo como...."ayer fui al cine....." y ahí terminas, porque el portero te planta delante de tu cara sus guantes de fútbol, en señal de stop, y te cuenta las tres últimas películas que ha visto, más los estrenos de los próximos dos meses y algún que otro apunte sobre actores famosos. Luego, si te quedan ganas de hablar de cine, a lo mejor tienes ocasión de añadir algo de esa película que fuiste a ver.
Así no hay quien mantenga una conversación entretenida, salvo que analices a tu interlocutor y entonces, a lo mejor te da risa.
Tengo que reconocer que un espíritu maligno se ha apoderado de mí y me obliga a boicotear todas las conversaciones con estas actitudes, adivinatoria, rellena-huecos, sorda-oyente, portera de conversaciones. Si un día, charlando conmigo, ves que hago algo de esto, (o todo a la vez, que yo cuando me pongo....), recuerda, no soy yo, es ese espíritu maligno. Ten piedad. Amén.

domingo, 7 de octubre de 2012

Loca por la moda

Estoy hasta el mismísimo moño de la moda. La moda es un auténtico cachondeo. ¿Cómo es posible que una persona, de profesión diseñador/a, se monte un desfile de extravagancias... Un momento, fíjate en esta palabra: extra-vagancia, o sea, que los extravagantes son los más perros del mundo entero, doble ración de holgazanería. Así si lo entiendo: esas modelos de pasarelas, vestidas de cualquier manera, que no les pega nada con nada, con esos nidos de águilas en las cabezas y esos tacones que parecen los zapatos de los gigantes y cabezudos, y esas sombras de ojos puestas a puñados, la gomina a granel, en fin, un desastre, un trabajo extra-vagante, de no haberle puesto ni una pizca de interés, vaya. Aunque eso es lo de menos, porque salga lo que salga por la pasarela, las mamarrachadas más grandes que te puedas imaginar, la gente aplaude y pone cara de asombro, como si les fuese a dar el síndrome de Stendhal. ¡Ay, cuánta tontería!
Y luego están las otras modas, la de la dieta dukan, los cruceros por los fiordos, no fumar, el reciclaje, la bicicleta, el viaje a New York, comprar por internet, el wassup, y mil quinientas veintisiete cosas más.
A ver si nos aclaramos, jolines, que me voy a volver loca con tanta americanada. ¿Para qué quiero yo parecerme a los americanos, sin son unos obesos hartos de perritos calientes,  o modernos estresados que fuman a escondidas y cuando se deprimen se meten en la cama con un bote de helado a ver películas tristes en la tele?
Estamos llegando a unas situaciones ridículas. Ahora cuando fumo, para no molestar a nadie, exhalo el humo en una bolsa reciclable, escondiéndome de las miradas acusadoras de quien te ve fumar y piensa que eres una suicida-asesina detestable. Pero tengo un gran problema, ¿en qué contenedor debo depositar mis bolsas de humo? Nadie sabe. Les voy a alquilar un piso y me voy a hacer un seguro, por si se me explotan y genero una nube tóxica que ponga el ambiente más negro de lo que está.
Te fumas un pitillo y eres una delincuente. Espero que dentro de unos años no nos digan los diseñadores de la vida, que el tabaco es bueno para la salud, o que los perritos calientes son una delicatessen, o que tanto deporte no es bueno porque incremente notablemente el número de lesiones, o que ir a los fiordos noruegos es una tontería, con el frío que hace allí y lo bien que se ve todo por la tele. Si eso ocurriera, y es bastante probable, explotaré todas mis bolsas de humo en venganza, alegando después locura transitoria, por culpa de la moda.

jueves, 4 de octubre de 2012

Si bebes, no te mudes.

Odio las mudanzas. A este ordenador pongo por testigo que la próxima vez que quieran mudarme, me hago la muerta. Es horroroso, ¿cómo es posible acumular tanta cosa inútil? y lo peor de todo es que esas inutilidades se mudan también, ¿por qué? porque siempre dices "ya aprovecho y hago limpieza y me deshago de todo lo que me sobra", pero ¿qué pasa después? que cuando ya llevas un rato y ves que la limpieza va a durar más que la mudanza, entonces dices: "bueno, si eso, ya sigo tirando cosas, justo antes de colocarlas en el nuevo sitio". Y luego, empiezas a colocar las cosas y como tampoco se acaba nunca, te vuelves a decir: "mira, yo ahora no puedo pararme con esto. Lo coloco todo y otro día termino la limpieza". O sea, que al final, has tirado cuatro papeles y te has llevado toda la morralla contigo, y encima le has quitado hasta el polvo para colocarla en su sitio. Qué nos gustan los cacharritos.
Llevo toda la semana de mudanza en el trabajo. Ahora estamos ya en la tercera fase "lo coloco todo y ya iré tirando cosas, si eso". Esta mudanza ha tenido momentos gloriosos, como el de aquella mañana que apareció la cuadrilla con refuerzos, concretamente uno de estos refuerzos era un condenado a realizar trabajos en beneficio de la comunidad. Menos mal que el juez no revisa la eficacia del cumplimiento, porque con un tipo como éste, ya te puedes dar con un canto en los dientes, si en lugar de obtener beneficios la comunidad, consigues que la comunidad no sufra ningún percance. Y me explico. No es que yo esté diciendo esto porque ese hombre viniera a cumplir una condena, que, oye, todos somos humanos y un fallo lo tiene cualquiera. Pero.....por favor, llegar a las ocho de la mañana con una tajada del quince en lo alto....pues ya te da una idea de la ayuda que va a prestar el susodicho. Yo tardé en darme cuenta. En principio pensé que el hombre tenía algún problema, porque la expresión de su cara, mezcla de sonrisa y de sueño, no me cuadraba mucho. No era risa precisamente lo que entraba cuando veías la cantidad de cosas que había que transportar. A continuación, este buen hombre, después de dar cuatro vueltas, muy lentamente, por el poco espacio que quedaba libre en el suelo, se decide a hablar. Mi compañera y yo nos miramos como diciendo ¡ah, es extranjero!. Pero no, no era extranjero, era de aquí del pueblo, de toda la vida, pero no se le entendía ni papa. Lo que nos dio la pista de su verdadero estado de embriaguez fue, el olfato de mi jefa y su mala suerte, ya que al pasar por el lado de este hombre, al tipo no se le ocurre otra cosa que soltarte un eructo de aguardiante, tan fuerte, que mi jefa al día siguiente tenía resaca, pero, eso sí, ese día se le quitaron los dolores de cuello como consecuencia de la anestesia recibida por vía nasal. Lo siguiente fué un auténtico sainete. El hombre, por fin decide hacer algo más que estorbar al resto de la cuadrilla, que tenía que sortearlo para poder pasar. Se agacha con las piernas rectas, sin doblar las rodillas, agarra una caja llena de libros del suelo y, como impulsado por un resorte a cámara lenta, levanta la caja. Pero, en cuanto encontró la vertical, ese hombre parecía un equilibrista sobre una fina cuerda a cincuenta metros del suelo. ¡Qué tambaleo más grande! Al final lo consiguió, sacó la caja de allí. Lo que ese personaje hizo el resto del día no vale la pena ni contarlo, porque recordarlo y cabrearse es todo uno. Así que ya sabes, si bebes, no te mudes.

lunes, 1 de octubre de 2012

Tiempo de des-espera.

Hoy he tenido que ir a reconocimiento médico. Esto es de lo más estrambótico que he hecho últimamente. Chiste malo: Imaginen que la doctora y yo era la primera vez que nos veíamos, ¿cómo vamos a re-conocernos? De hecho, ahora que lo pienso, ni siquiera sé su nombre. Ni falta que me hace. ¿Acaso se va a acordar ella del mío? Además, ¡que se hubiera presentado! porque ella tenía mi nombre allí escrito, en algún papel, pero a mí nadie me ha dado una tarjeta suya ni nada de eso. Sí, ya lo sé, era una sustituta, pero, hasta donde yo sé, los sustitutos son personas con sus propios nombres y apellidos. No asumen los de los sustituidos. Bueno, que esa no es la cuestión. El asunto que me trae hoy aquí es el de la enfermera que atendía esa enorme sala, que hoy estaba casi vacía. Eran las cuatro de la tarde. Es la segunda vez que acudo a esa sala. La primera vez era por la mañana. La sala estaba llena, a rebosar. Yo tenía un nombre apuntado en un papel "Dr. Fulanito". Mi cita era para las diez de la mañana. A las diez menos cuarto allí estaba yo, de pie, con mi hermana, esperando a que alguien dijera mi nombre por megafonía. No había ni un solo sitio para sentarse. Y también estaba a las once, y a las doce, y a las una y a las dos. Y por supuesto, esto no es una canción de Sabina, es la realidad misma. Como es de imaginar, no estábamos esperando pacientemente, sino hechas unas energúmenas. Yo más que mi hermana. La pobre intentaba hacerme reír para suavizar el tremendo cabreo, que a eso de las once y media ya se había apoderado de todo mi ser. Sobre las una, mi hermana, temiéndose lo peor, se atrevió a asomarse a la puerta de la consulta del Dr. Fulanito y le dijo amablemente, "mire ud. señor, es que teníamos cita a las diez y...." Yo, que estaba detrás de ella y por mi estatura no veía nada, metí la cabeza por un hueco que quedaba entra la puerta y la hermana y, en ese momento, oí al dr. fulanito (se acabaron las mayúsculas para nombrarle) decir algo así como "señora, es que las horas de las citas son aproximadas, no son exactas. Ay, ay, lo que me entró en ese momento. No me pude aguantar y grité ¡y se queda tan tranquilo! ¡esto es increíble!.
Vamos a ver, ¿desde cuándo puede hablarse de aproximación entre las diez de la mañana y la una de la tarde? ¿estamos locos, o qué? Pues ahí me quedé, hasta las dos de la tarde, más o menos. A esa hora ya había asientos libres, ¡todos!. Allí se coló una que llegó a las once y entró a las once y cuarto porque decía que tenía un bulto. Vale, y el resto de personal ¿qué teníamos, ganas de cachondeo, o qué? En serio, no puedo entenderlo.
Cuando por fin entré, la verdad, a mí me habría gustado decirle de todo menos bonito. Me aguanté todo lo que pude. El hombre empezó como a disculparse, tratando de explicar lo inexplicable, pidiendo comprensión. Y UNA MIERDA. Eso es lo que yo te estoy pidiendo a tí, SINVERGÜENZA, comprensión. O mejor dicho, que me expliques, a ver si lo comprendo, ¿para qué me citas a las diez? No es sólo el tiempo esperando, de pie, en una sala repleta de gente, irrespirable, estresante, angustiosa. Es que encima no te puedes mover de allí, porque cada vez que preguntas te dicen que ya te van a llamar, y no te atreves a ir ni a hacer pis. No es justo. Es desorganización y poca humanidad.
Después de esto, conocí a varias personas que también visitaban aquella sala de vez en cuando, y todas me preguntaban, ¿a ti qué doctor te ha tocado? y yo decía ¿las narices? no, es broma, yo les decía, dr. fulanito, y siempre escuchaba lo mismo ¡qué suerte! ¡ese es el mejor!. ¿Ah sí, he tenido suerte con él? Pues él no ha tenido suerte conmigo.
Por cierto, que yo lo que quería contar es lo de la enfermera que atendía la enorme sala, pero bueno, ya, si eso, lo dejamos para otro día.