El hombre del tiempo me tiene estresada. Todo el año esperando el puente del Pilar con ilusión y lleva el colega toda la semana intentando fastidiarlo, anunciando lluvias y bajadas de temperaturas. A tí si que te bajaba yo la temperatura, aguafiestas. Decidí plantarle cara y planearme el fin de semana como si nada. El viernes por la tarde cogí mis bolsas y me fuí al Carrefour, a comprar el avituallamiento. Anda que no había gente. Me armé de paciencia y me dije, ¡vamos, esto está chupado!. Todo iba bien hasta que me tocó pesar la fruta y la verdura. La chica destinada a este menester, se puso con otro menester, que seguro que también era suyo por el mismo precio, reponer la fruta. Así que yo y cinco personas más, con nuestros respectivos carros, empezamos a hacer una fila larga, con curvas, que por poco tiene que venir la guardia urbana para regular el tráfico. Con el barullo, la chica de la fruta se dio cuenta de lo que se estaba formando y decidió dejar la colocación artística de las peras conferencia para otro mejor momento.Yo sabía perfectamente detrás de quién iba, una mujer que había abandonado su carro en la larga cola, al que yo tenía que empujar, sabiendo que si le hacía una finta, estilo Fernando Alonso, la tía regresaría justo cuando le tocara pesar a ella y me diría, "perdona, yo estaba antes", y yo le contestaría, educadamente, "claro, claro, es que no me había dado cuenta", mientras pensaría "jodida cabrona ésta, ya lo sabía yo que iba a hacer esto". Ya, nada más con esto, empecé a cabrearme yo sola, y para colmo veo llegar a un tipo muy alto con un melón en la mano. ¡Para qué! ahí ya si que me entró cabreo del siete. Imagínate, cinco carros en una fila que parecía la estela de un avión acrobático, y un tío con un melón detrás mía, porque yo era la última de la fila, como Manolo García. Estaba claro lo que iba a pasar, el tío empezaría por mí, diciéndome, "perdona, mira es que sólo llevo un melón, ¿te importa que me lo pesen?. Pero no estaba yo por la labor, con la previsión metereológica para el puente, vas a venir tú a colarte con un melón, ¡anda y que te parta un rayo! Empecé a ensayar respuestas, "mentiroso, llevas un melón y dos huevos", "oye, pues coge algo más", "haber madrugado", y así hasta que me tocó. Creo que el hombre debió leer mi pensamiento y aguantó estoicamente la cola, hasta que le tocó. O sea, que no llevaba huevos, sólo el melón.
La alegría que le entró a mi nevera cuando la llené de cosas, no tiene precio. Para todo lo demás, Master Card, que diría mi cuñada, que esa sí que sabe, hasta inglés y todo. A la mañana siguiente, bien temprano, enfilé para la playa. Nada más llegar, cogí camino del chiringuito. No había un minuto que perder, que la lluvia llegaría por la tarde y yo quería que me pillara ya con la juerga hecha. Dos cañas y un espeto. Qué bien se estaba allí, viendo con envidia a los que disfrutaban del sol en las hamacas, desafiando al hombre del tiempo. Y mientras pensaba ¡qué bien vives, gachona! llega el camarero con el espeto. Cuento las sardinas. Siete. ¿Ahora qué? ¿por qué haces esto, tío? ¿tú me conoces a mí de algo, o qué? ¿tú sabes contar? uno y uno son dos, dos por tres son seis ¡y no me llevo ninguna! ¿para qué tienes que poner siete sardinas? Menos mal que yo me junto con gente civilizada e inteligente, gente como yo, que no deja que se te cuele un tío con un melón. Resolvimos el problema rápido. El lomo de arriba para tí y el otro para mí. Y mientras dábamos cuenta de las sardinas, se sientan en la mesa contigua seis putas rusas, que iban a desayunar, claro. Las putas hablaban en ruso, fíjate tú, y sólo se les entendía una palabra, "mercadona". No sé muy bien si eran las sardinas o las rusas, pero aquello empezó a llenarse de moscas y moscones, porque, oye, qué ojo tienen los tíos para las putas ¿eh?. Total que acabamos largándonos de allí, no sea que empezara el avisado chaparrón con bajada de temperaturas. Son las siete de la tarde y ni atisbo de lluvia, ni mal tiempo, ni ná de ná.
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