Viernes, ocho de la tarde, ojeras XXL y el fin de semana que acaba de arrancar. Llegamos con tiempo de sobra a la estacion. En realidad, llegamos con tanto tiempo que hay dos trenes antes que el nuestro, que van a Madrid. Una de las viajeras que me acompaña aprovecha para comprar un lápiz de labios y se deja engatusar por la vendedora que le muestra solícita todas las ofertas del establecimiento, y mi amiga, que es de monedero rápido, se hace con un surtido. Finalmente decidimos bajar al andén. Pasamos el equipaje por el detector curioso mientras le hago un gesto al vigilante para que me diga si debo pasar también el libro y los papeles que llevo en la mano. Me dice que no y yo le sonrío pensando ¿por qué este hombre está tan seguro que no porto armas letales en este pedazo de libro? ¿Tengo cara de persona formal, o quizás mi tamaño impide imaginarme como una loca peligrosa? Bueno, como quiera que sea, el "segurata" me deja pasar y nos acercamos a la ventanilla donde cuatro personas hablan sonrientes de sus cosas. Una de ellas, una chica de color, nos coge el billete y nos dice : vía 2, vagón 12. ¿Qué cree que no sabemos leer? ¿O acaso es que los billetes de tren te ponen un vagón al azar que luego te tienen que confirmar? ¡Jo qué cosas!. Ya que nos retirábamos de la ventanilla tras el absurdo aviso, la chica creo que también pensó en su absurdo comentario, (que ya sé que es cortesía de la casa y un intento de evitar que las personas despistadas acaben montándose en un tren que no les corresponde), y decidió obsequiarnos con algo más útil y nos dijo con voz decidida y tono sentenciador: "su vagón caerá donde haya un 8 pintado en el suelo". Le dimos las gracias y bajamos a la vía. A decir verdad ya me mosqueó que el número 8 estuviera más cerca de mi casa que de la taquilla de control, pero, en fin, no era plan de estar relatando todo el día. Estaba cansada y no tenía ganas de pensar. Pasaron dos trenes y por fin anuncian el nuestro. Por increíble que parezca el vagón 12, el nuestro, fue a parar justo donde estaba el 8 pintado en el suelo. ¡Guau!, no veas qué control tienen la chica de la ventanilla y el conductor del tren, que parece que se han puesto de acuerdo. Seguro que están liados. O a lo mejor se trata de una circular interna que obliga a que el vagón 12 pare donde haya un 8 pintado en el suelo. En fin, vete tú a saber cómo funcionan en esta empresa. Pasajeros al tren. Justo antes de subirme, miro hacia el final del tren sin conseguir verlo entero ya que tenía una longitud exagerada, y observo a un revisor o "azafato" o lo que sea, corriendo como las balas, desde allá lejos hacia donde estábamos montándonos, agitando vigorosamente la mano en señal de rotunda negativa de algo. Esto, visto así, en cuestión de segundos, te da hasta un poco de susto porque es como verte venir encima a un potro desbocado. Pensé saltar de inmediato dentro del tren y librarme del peligroso corredor, pero no me dio tiempo, el hombre empezó a gritar ¡que el tren está fuera de servicio, ¿es qué no lo ven?! ¡Tienen que ir al tren que está situado a continuación de éste! Y todo esto lo decía ese señor con un elevado grado de enfado, como si el mundo estuviera lleno de tontos y le había tocado a él encontrárselos a todos juntos, esa misma tarde, en ese mismo sitio. Total que el andén se convirtió en una improvisada San Silvestre. Corrimos hacia el invisible final del tren, dándose la circunstancia de que el vagón 12, ahora era el último de esa interminable hilera de vagones y, por supuesto, no había ningún 8 pintado en el suelo. De hecho, si llega a haber un número pintado en el suelo habría sido el 350 por lo menos. Lo digo por el largo trayecto que tuvimos de recorrer.
Vuelvo dentro de dos días y cuando eso ocurra, lo primero que haré será dirigirme a la ventanilla de control de billetes, y más le vale a la chica de las cábalas no encontrarse en su puesto, porque en ese caso se va a enterar. A ver si consigo que me explique si su errónea predicción fue fruto de una repentina posesión del espíritu de nostradamus, o si sólo pensó que nos vendría bien dar unas carreras por el andén, mientras el revisor desbocado nos llamaba tontos a todos los que habíamos seguido las instrucciones de la chica.
Voy a pedir la grabación, que seguro que la hay, pero no la de la carrera, sino la de la cabina de control de billetes y como vea una leve sonrisa en la cara de la chica, se va a enterar de lo que vale un peine.
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