En este momento tengo en mente cuatro tipos diferentes de personas pijas, con toda la carga de subjetivismo que la calificación supone.
La primera entra en la categoría de pija original. Es la pija de nacimiento, la que lo lleva en los genes y luce su pijerío con una asombrosa naturalidad, asumiendo que es algo consustancial a su propio ser y de lo que se siente orgullosa. Si pudiera, cuando le preguntaran por su estado civil contestaría de forma inmediata y con ese tono de ¿es qué no se nota? "Soy Pija, claro". Una verdadera pena que no exista este estado civil. Para hacernos una idea podemos imaginar a Paris Hilton con un mono de mecánica (haciendo el esfuerzo ilusionante de imaginar que hay mujeres mecánicas). Seguro que llevaría el cuello del mono levantado como Nati Abascal, los labios en fresa brillantina, y para acompañar el conjunto un discreto bolso deportivo Louis Vuitton, en tonos amarillos para que resalte el bolso y, si eso, el mono, y, en la parte más baja de su cuerpo, o sea, los pies, un par de sencillas Air Force 1 de Nike. En su mano derecha un sándwich (en español se dice emparedado, pero suena hasta raro), con lechuga ecológica, espárragos blancos y dos rodajas de pepino. En su mano izquierda un botellín de budweiser, sin alcohol, claro. Tan particular...
La segunda clase de pija engrosa la categoría de pija disfrazada. Ésta también es pija de nacimiento, pero al contrario que la anterior, trata de aparentar ser una pobre-progre, con un discurso tipo "podemos", cargado de solidaridad, ecología, globalización, me gustan los negros, los gitanos y los moros más todavía, y viva la vida. Sus bellas ideas distan millones de kilómetros de su portátil apple a juego con su iphone y su ipad, de sus vecinos residenciales, y hasta de la chica blanca, paisana del barrio periférico que limpia en su casa. Esa casa adosada y sus vacaciones en Cadaqués la delatan. Esta pija se da paseos por el infierno sabiendo que siempre volverá a su perfecto cielo, eso sí, con la conciencia muy tranquila por portarse como una auténtica ciudadana terrícola, al menos, de palabra. Oiga, no cuela.
La tercera clase de pija es mi favorita. Aquí entramos de lleno en la categoría de pija de camuflaje. Esta pija pasa desapercibida hasta para las vistas más avezadas. Nada en su proceder la delata y lleva su tiempo desenmascararla. Se mimetiza perfectamente con cualquier ambiente. No selecciona, todo le va bien, pero, eso sí, sin perder ni un ápice de su particular estilo. Con el tiempo vas descubriendo esos pequeños detalles, ese gusto por lo exquisito..., para que me entiendas: la infanta Cristina con vaqueros, andando por la calle, si no supiéramos que es infanta, claro.
Y llegamos a la última pija a la que encontramos en la categoría de pija por vocación. No nació pija, una auténtica putada. Pero su vocación le lleva a intentar convertirse en lo que siempre ha soñado. Vestir como una pija, hablar como una pija, vivir como una pija. Tras años de dedicación se siente diferente, superior realmente, a los de su clase, a esos que no han sabido superarse y se quedan ahí, como personas normales, sin importarles su apariencia, a esos que son como son, así, sin más, sin una mínima intención de ser lo que no son. Tras años de dedicación se siente diferente, inferior realmente, a los de su adoptada clase, sus ídolos, esos que no han necesitado superarse y se quedan ahí, como pijos que son, sin importarles su apariencia, esos que son como son, así, sin más, sin una mínima intención de ser lo que no son. ¡Vaya, qué curiosa coincidencia! Esta categoría vive en el limbo, ni son como son ni como quieren ser. Oh, lástima.
Yo siempre prefiero originales. Rechazo las imitaciones. Con todo mi cariño a esas amigas pijas que tanto me cabrean como me hacen reír.
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