Las tres cuartas partes de mi actividad son mentales. Pienso que paso demasiado tiempo pensando. Pienso que tengo que pensar menos y hacer más. Pienso que pensar tiene su tiempo, y lo tengo que encontrar.
lunes, 25 de abril de 2016
Tres eran tres y ninguna era buena.
Y no me refiero a mi amigas, que eran tres también y de las que podría escribir un libro si tuviera ganas, pero no es el caso. Aunque, por lo menos, las presentaré por sus nombres artísticos: La lirios, La niña de las hormigas y la señorita Pepi's. Andábamos celebrando tardíamente el cumpleaños de la lirios, como debe ser, a destiempo, alargando los plazos de las cosas buenas. Y mientras las horas transcurrían a su ritmo, la señorita Pepi's decidió que no hay cumpleaños que se precie que no tenga su sorpresa y así, cuando nadie lo esperaba, se puso blanca como la pared y se desvaneció. Para ser sincera dio más susto que sorpresa, y eso que la puñetera sonreía hasta desmayada y no paraba de decir que estaba bien, como si no hubiésemos sido capaces de entender su broma y lo que pegaba era reírse y no preocuparse. Pero que va, ni risa ni ostias, que diría Karra Elejalde, aquí se llama al 112 y punto. Y así lo hicimos, y nos llevamos otra sorpresa al comprobar que este servicio estaba compinchado con la señorita Pepi's y le seguía la macabra broma, sin darle mayor importancia al asunto. Pero no contaban con la astucia de la cumpleañera, ni con la de la niña de las hormigas, curtida esta última en historias de miedo y misterio, y así, ambas, haciendo alarde de rodaje en bromas pesadas, cogieron a la desmayada, la metieron en el coche y se la llevaron a urgencias. Al llegar al hospital, me planté en el mostrador de admisiones para explicar lo ocurrido, lo más dramáticamente que podía y siguiendo al pie de la letra las indicaciones de la lirios, que me recalcó con insistencia que dijera que la desmayada se había puesto gris y había soltado un ronquido, lo que en el guión de la sorpresa debía venir como efectos especiales, pero que en el argot hospitalario sonaría a ingreso en UCI. Pero qué frustración, apenas me dejaron hablar, un par de preguntas sobre datos personales de la enferma y nada más. Me dieron una pulserita de papel y varias etiquetas, como para seguir la fiesta con todo incluido. Pasé a la sala de espera donde las tres amigas esperaban partidas de la risa, como si de una cámara oculta se tratara. En seguida llamaron a "clasificación". No nos dieron los resultados de dicha clasificación, pero no debió ser buena porque nos mandaron a otra sala de espera, creo que con la clara intención de castigarnos. Ya se sabe, quien ríe el último, ríe mejor. Tomamos asiento en una banca pegada a la pared, para evitar ataques por sorpresa y sin imaginarnos que aquella sala de espera era, en realidad, el escenario de un sainete, de lo más divertido, al estilo de La Cubana, donde todo el público actuaba, entrando y saliendo por las diferentes puertas de las consultas, cada vez que su número, como en los 100 montaditos, sonaba por megafonía. Mientras esto ocurría, un guarda jurado se paseó lentamente por la sala, como si desfilara por la pasarela Cibeles, exhibiendo su porra y su walkie, y se metió por un pasillo al fondo de la sala donde intentó sin éxito abrir una puerta. Ni corto ni perezoso pulsó el botón de su walkie para hablar con la central de operaciones secretas, solicitando la clave que debía marcar en un panel con números para poder abrir la maldita puerta, que estaba todo el mundo mirando y la puerta sin abrirse después de darle cuatro tironazos. Este señor dejó bien claro su nivel mental al ir diciendo en alto, justo al tiempo que pulsaba los botones, uno por uno, los números de la clave para abrir la puerta. Suerte que nadie tenía interés en ver qué había detrás, que si no....Frente a nosotras se encontraba una señora, que llevaba, según nos dijo sin preguntarle nada, siete horas esperando diagnóstico. Quiero dejar claro que no me gusta criticar a la gente por su físico, porque eso supone que no tienen nada importante que criticar, pero, teniendo en cuenta que no es mi intención hacer crítica alguna, sino, tan sólo, contar lo que allí pasó, pues, la verdad, me resulta imposible pasar por alto esa Venus de Willendorf, con la cara de Benny Hill, y privar al escenario de sus adornos principales, dignos de un Goya. Qué digo Goya, de un Oscar de esos que hacen historia, que se comenta por los siglos de los siglos, como el relato de las hormigas, que dejo para otro día, no sea que esto me salga por dos tomos. La señora Venus estaba tan desesperada que se dedicaba a indagar en las miserias de todo el que pasaba por allí. Eso, hasta que llegamos nosotras y nos colocó como objetivo de su siguiente hora de espera. No dejaba de mirarnos con sonrisa exagerada intentando provocar una conversación que fuimos evitando hasta que, cansada de nuestras estrategias de escapismo, se lanzó al ataque y tras preguntar si estarían preocupados nuestros maridos y obtener risas por respuesta, decidió que éramos gente rara y seguro que no teníamos, así que, en un momento de silencio de la sala, la mujer nos gritó "niñas, lo que tenéis que hacer es buscarse un marido". Mientras ahogábamos una carcajada que habría provocado nuestra inmediata expulsión de aquella sala, por aquel avispado guarda jurado dispuesto para la acción, los ojos y las cejas se nos subieron simultánea y vertiginosamente hasta las plaquetas del techo, como si se nos acabara de cagar un pájaro. La señorita Pepi's casi se desmaya de nuevo, la lirios casi se cae de la silla, yo no sé cómo acabé sentada de medio lado y, para colmo, la niña de las hormigas se escondió detrás de su móvil y empezó a soltar comentarios de los suyos que nos obligaban a no mirar a la mujer para no morir de la risa. Ay madre, que cumpleaños más original. Hasta coraje nos dió que aquello se acabara cuando llamaron a la señorita Pepi's para decirle que todo estaba bien y que podía marcharse sin tratamiento ni nada. Si es que no hay mejor cura que la risa. Salimos de aquella película y nos fuimos a seguir celebrando el cumpleaños. Eso sí, me quedé con las ganas de decirle a la venus que lo que ella debía hacer era buscarse un potente Neptuno, recién salido del agua, con el torso mojado, que la pusiera mirando para las ermitas y después la atravesara con su tridente y la dejara clavada en la pared.
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