Odio las mudanzas. A este ordenador pongo por testigo que la próxima vez que quieran mudarme, me hago la muerta. Es horroroso, ¿cómo es posible acumular tanta cosa inútil? y lo peor de todo es que esas inutilidades se mudan también, ¿por qué? porque siempre dices "ya aprovecho y hago limpieza y me deshago de todo lo que me sobra", pero ¿qué pasa después? que cuando ya llevas un rato y ves que la limpieza va a durar más que la mudanza, entonces dices: "bueno, si eso, ya sigo tirando cosas, justo antes de colocarlas en el nuevo sitio". Y luego, empiezas a colocar las cosas y como tampoco se acaba nunca, te vuelves a decir: "mira, yo ahora no puedo pararme con esto. Lo coloco todo y otro día termino la limpieza". O sea, que al final, has tirado cuatro papeles y te has llevado toda la morralla contigo, y encima le has quitado hasta el polvo para colocarla en su sitio. Qué nos gustan los cacharritos.
Llevo toda la semana de mudanza en el trabajo. Ahora estamos ya en la tercera fase "lo coloco todo y ya iré tirando cosas, si eso". Esta mudanza ha tenido momentos gloriosos, como el de aquella mañana que apareció la cuadrilla con refuerzos, concretamente uno de estos refuerzos era un condenado a realizar trabajos en beneficio de la comunidad. Menos mal que el juez no revisa la eficacia del cumplimiento, porque con un tipo como éste, ya te puedes dar con un canto en los dientes, si en lugar de obtener beneficios la comunidad, consigues que la comunidad no sufra ningún percance. Y me explico. No es que yo esté diciendo esto porque ese hombre viniera a cumplir una condena, que, oye, todos somos humanos y un fallo lo tiene cualquiera. Pero.....por favor, llegar a las ocho de la mañana con una tajada del quince en lo alto....pues ya te da una idea de la ayuda que va a prestar el susodicho. Yo tardé en darme cuenta. En principio pensé que el hombre tenía algún problema, porque la expresión de su cara, mezcla de sonrisa y de sueño, no me cuadraba mucho. No era risa precisamente lo que entraba cuando veías la cantidad de cosas que había que transportar. A continuación, este buen hombre, después de dar cuatro vueltas, muy lentamente, por el poco espacio que quedaba libre en el suelo, se decide a hablar. Mi compañera y yo nos miramos como diciendo ¡ah, es extranjero!. Pero no, no era extranjero, era de aquí del pueblo, de toda la vida, pero no se le entendía ni papa. Lo que nos dio la pista de su verdadero estado de embriaguez fue, el olfato de mi jefa y su mala suerte, ya que al pasar por el lado de este hombre, al tipo no se le ocurre otra cosa que soltarte un eructo de aguardiante, tan fuerte, que mi jefa al día siguiente tenía resaca, pero, eso sí, ese día se le quitaron los dolores de cuello como consecuencia de la anestesia recibida por vía nasal. Lo siguiente fué un auténtico sainete. El hombre, por fin decide hacer algo más que estorbar al resto de la cuadrilla, que tenía que sortearlo para poder pasar. Se agacha con las piernas rectas, sin doblar las rodillas, agarra una caja llena de libros del suelo y, como impulsado por un resorte a cámara lenta, levanta la caja. Pero, en cuanto encontró la vertical, ese hombre parecía un equilibrista sobre una fina cuerda a cincuenta metros del suelo. ¡Qué tambaleo más grande! Al final lo consiguió, sacó la caja de allí. Lo que ese personaje hizo el resto del día no vale la pena ni contarlo, porque recordarlo y cabrearse es todo uno. Así que ya sabes, si bebes, no te mudes.
Vamos, ni que fuera la mudanza del museo del Prado.
ResponderEliminarJajaja!!no puedo parar de reirme!!que facilidad de palabra tienes...es increíble!!!gracias por compartir todas tus experiencias!!!
ResponderEliminarjajajajajaja yo digo como las demás... me he partido de risa... me estoy secando las lágrimas! jajajaja q arte tienes, jodía! jajajajajaja
ResponderEliminar