Las tres cuartas partes de mi actividad son mentales. Pienso que paso demasiado tiempo pensando. Pienso que tengo que pensar menos y hacer más. Pienso que pensar tiene su tiempo, y lo tengo que encontrar.

lunes, 1 de octubre de 2012

Tiempo de des-espera.

Hoy he tenido que ir a reconocimiento médico. Esto es de lo más estrambótico que he hecho últimamente. Chiste malo: Imaginen que la doctora y yo era la primera vez que nos veíamos, ¿cómo vamos a re-conocernos? De hecho, ahora que lo pienso, ni siquiera sé su nombre. Ni falta que me hace. ¿Acaso se va a acordar ella del mío? Además, ¡que se hubiera presentado! porque ella tenía mi nombre allí escrito, en algún papel, pero a mí nadie me ha dado una tarjeta suya ni nada de eso. Sí, ya lo sé, era una sustituta, pero, hasta donde yo sé, los sustitutos son personas con sus propios nombres y apellidos. No asumen los de los sustituidos. Bueno, que esa no es la cuestión. El asunto que me trae hoy aquí es el de la enfermera que atendía esa enorme sala, que hoy estaba casi vacía. Eran las cuatro de la tarde. Es la segunda vez que acudo a esa sala. La primera vez era por la mañana. La sala estaba llena, a rebosar. Yo tenía un nombre apuntado en un papel "Dr. Fulanito". Mi cita era para las diez de la mañana. A las diez menos cuarto allí estaba yo, de pie, con mi hermana, esperando a que alguien dijera mi nombre por megafonía. No había ni un solo sitio para sentarse. Y también estaba a las once, y a las doce, y a las una y a las dos. Y por supuesto, esto no es una canción de Sabina, es la realidad misma. Como es de imaginar, no estábamos esperando pacientemente, sino hechas unas energúmenas. Yo más que mi hermana. La pobre intentaba hacerme reír para suavizar el tremendo cabreo, que a eso de las once y media ya se había apoderado de todo mi ser. Sobre las una, mi hermana, temiéndose lo peor, se atrevió a asomarse a la puerta de la consulta del Dr. Fulanito y le dijo amablemente, "mire ud. señor, es que teníamos cita a las diez y...." Yo, que estaba detrás de ella y por mi estatura no veía nada, metí la cabeza por un hueco que quedaba entra la puerta y la hermana y, en ese momento, oí al dr. fulanito (se acabaron las mayúsculas para nombrarle) decir algo así como "señora, es que las horas de las citas son aproximadas, no son exactas. Ay, ay, lo que me entró en ese momento. No me pude aguantar y grité ¡y se queda tan tranquilo! ¡esto es increíble!.
Vamos a ver, ¿desde cuándo puede hablarse de aproximación entre las diez de la mañana y la una de la tarde? ¿estamos locos, o qué? Pues ahí me quedé, hasta las dos de la tarde, más o menos. A esa hora ya había asientos libres, ¡todos!. Allí se coló una que llegó a las once y entró a las once y cuarto porque decía que tenía un bulto. Vale, y el resto de personal ¿qué teníamos, ganas de cachondeo, o qué? En serio, no puedo entenderlo.
Cuando por fin entré, la verdad, a mí me habría gustado decirle de todo menos bonito. Me aguanté todo lo que pude. El hombre empezó como a disculparse, tratando de explicar lo inexplicable, pidiendo comprensión. Y UNA MIERDA. Eso es lo que yo te estoy pidiendo a tí, SINVERGÜENZA, comprensión. O mejor dicho, que me expliques, a ver si lo comprendo, ¿para qué me citas a las diez? No es sólo el tiempo esperando, de pie, en una sala repleta de gente, irrespirable, estresante, angustiosa. Es que encima no te puedes mover de allí, porque cada vez que preguntas te dicen que ya te van a llamar, y no te atreves a ir ni a hacer pis. No es justo. Es desorganización y poca humanidad.
Después de esto, conocí a varias personas que también visitaban aquella sala de vez en cuando, y todas me preguntaban, ¿a ti qué doctor te ha tocado? y yo decía ¿las narices? no, es broma, yo les decía, dr. fulanito, y siempre escuchaba lo mismo ¡qué suerte! ¡ese es el mejor!. ¿Ah sí, he tenido suerte con él? Pues él no ha tenido suerte conmigo.
Por cierto, que yo lo que quería contar es lo de la enfermera que atendía la enorme sala, pero bueno, ya, si eso, lo dejamos para otro día.

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