Las tres cuartas partes de mi actividad son mentales. Pienso que paso demasiado tiempo pensando. Pienso que tengo que pensar menos y hacer más. Pienso que pensar tiene su tiempo, y lo tengo que encontrar.
sábado, 23 de marzo de 2013
Lo que es un no parar
Hay días intensos. Como hace dos semanas, por ejemplo. Allí estaba yo, dispuesta a no perder un segundo de la más rabiosa actualidad, para luego contarlo todo como realmente sucedió, no como nos cuentan. Y así, me planté con mi saco de dormir y mi fiambrera en plena cola para el concierto de Justin Beaber, soportando los gritos histéricos de quinceañeros ajenos a las penurias de este mundo, porque siguen creyendo que los cien euros que les dan sus padres para comprar una entrada a un concierto, equivalen a un todo incluido de por vida. En pocos años descubrirán que sólo era una manera de engañarles. Ni la vida es un concierto, ni Justin Beaber es un ejemplo a seguir. Mientras tanto, ellos hacen cola de dos semanas en la calle, llueva o llueva, (porque también la lluvia es intensa a veces), para luego pasar un mes contando a sus amigos desgraciados que no tuvieron suerte, que ellos estuvieron ahí ese día histórico, el del concierto de Justin, que ya desde aquel día es como de la familia. Sí, un día histórico del que no encontraremos referencia alguna en ningún libro de historia. Y contarán lo bien que lo pasaron esas dos semanas de hacer cola, porque luego el concierto..., lo que es el concierto en sí, es lo que menos recuerdan. Claro, a ver, es que llevaban dos semanas tirados en la calle, y eso no hay cuerpo que lo aguante. Dos semanas a tope además, practicando coreografías imposibles mientras berreaban a voz en grito en un "spanglish" malsonante, hasta conseguir retrasar la primavera y provocar inundaciones, a las que los meteorólogos aún están buscando explicación. Y en éstas estaba yo, cuando recibo una notificación con acuse de recibo avisándome que en breve daría comienzo el cónclave. Así que cogí mis bártulos, le regalé la fiambrera a la panda de al lado, le hice un corte de manga a la primera de las 1500 fotos del Justin que poblaban la zona y puse rumbo al Vaticano. Cuando llegué estaban ultimando la colocación de la chimenea. La plaza estaba abarrotada, pero el ambiente era totalmente distinto. Aquello parecía la torre de Babel, con una tremenda variedad de lenguas, banderas, colores de piel... Allí no cabía ni un alfiler. Me compré un bocata y me senté a esperar. De pronto empezó a llover y me acordé de las hordas de fans de Justin y de la madre que los parió. El montaje del escenario del Vaticano dejaba el concierto del flequillero en una verbena de barrio. Me alegré de haber cambiado de espectáculo. De repente empieza a oirse un murmullo in crescendo, y yo...... ¿qué pasa, qué pasa? Alguien señala al tejado y allí estaba la chimenea más fea del mundo y más complicada de instalar, echando un humo negro abundante que parecía reírse del personal, diciendo uuuuuyyyyyy, por poco (como cuando un futbolista chuta hacia donde está la portería y todos dicen ese uuuuuyyyyyy, aunque la pelota pase a diez metros de donde debia entrar). Esto mismo ocurrió pasadas muchas horas, hasta que, por fin, a la tercera, ¡chachán!, humo blanco. Parecía que el mundo se detenía sobrecogido, con la vista concentrada en una ventana lejana en la que se revelaría un misterio de vital importancia para el mundo mundial. Se hizo la noche y yo ya me estaba aburriendo cuando de repente se descorrió la tremenda cortina que cubría la ventana y apareció un hombrecillo tambaleante, que con una vocecilla entre nerviosa y emocionada dijo ¡Habemus papam!. La gente estaba muy contenta, tanto, tanto, que daba igual quien hubiera resultado elegido Papa, le habrían aclamado igual. Y antes de que se me pasara el resacón papal, se lía parda en Madrid porque dos jueces se enzarzan en una absurda pelea por quedarse con el caso Bárcenas. ¿Cuándo y dónde se ha visto pelearse por trabajar? Esto suena pero que muy raro y estamos a la espera de que las altas esferas judiciales pongan orden, que ya están tardando. Mientras Bárcenas se troncha de risa yo cojo el Ave a Sevilla, porque desde que se inventó el Ave se extinguió el tren. Allí, entre nazarenos, Macarenas, Gran Poder, Victorio y "Luc-chino" y Duquesa de Alba, me intereso por la nueva procesión, la que hace estación de penitencia en el prado de San Sebastián. La más costosa y la más dolorosa. La que tiene de capataz a la juez Alaya y procesiona al conseguidor y su larga retahíla de pecadores, ladrones y chusma variada. De costaleros, los contribuyentes. Lo dicho, un no parar.
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