Estaba yo sentada, mirando al horizonte tratando de encontrar a un nadador que estaba atravesando la costa entera y que se me había perdido en un despiste, cuando veo en la orilla una cosa rara, que iba y venía al compás de las olas. Me recordaba a la espuma que le sale al cocido, pero en plan ganso, como si el tocino estuviera tratando de salirse de la olla hirviendo. Pero observo que nadie se cosca, así que empecé a pensar que me estaba dando una insolación. Para salir de dudas me acerqué a la orilla y cuando vi ese champiñón gigante con unos tentáculos más largos que mis brazos, contuve la respiración y llamé a mi amiga con la misma prisa que si hubieras visto un famoso de hollywood y quieres que lo vea porque luego si lo cuentas no te cree. Ambas nos quedamos perplejas viendo ese ejemplar de la naturaleza, pero más todavía viendo que nadie se daba cuenta. Pero, por favor, si sólo le faltaba cantar la traviata. Fui por el móvil, le hice una foto y volví a mi silla de cuatro posiciones a seguir buscando al nadador al tiempo que controlaba que nadie se acercara a aquella cosa en un radio de metro y medio. En esas estaba cuando la vecina de sombrilla se da cuenta y se levanta a ver qué era esa cosa rara, y cuando la mujer comprueba que no era un pulpo gigante y que tenia que seguir pensando en el menú del día, se puso a dar alaridos llamando la atención de su amiga que la miraba cómo diciendo, qué haces loca? Y ya viendo que aquello era serio se levantó y después no se exactamente qué pasó porque la playa entera se arremolinó alrededor del champiñón con sus móviles para inmortalizar el espectáculo, sin darse cuenta que el espectáculo eran ellos mismos. Un hombre gordo vino grabando desde su silla y no apagó el móvil hasta que se llevaron el cadáver. Digo esto porque luego veréis qué pasó. Mientras esto ocurría mi amiga y yo estábamos esperando a ver si volvían de su paseo los dos vigilantes de la playa y el socorrista para ver qué hacían, mientras nos reíamos pensando que seguro que salían corriendo. Y allí venían, tan tranquilos, como si fuese normal ver un montón de gente en la orilla grabando algo que no sea un muerto. Por fin llegaron y al comprobar el motivo del desconcierto decidieron, con tranquilidad, que había que llevarse la medusa, así que fueron al chiringuito a pedir una pala y una bolsa. Al llegar con la pala, una mujer que acababa de darse cuenta de qué pasaba, enloqueció de repente y se puso a gritar como una poseída "esperarse, esperarse un momento hombre, que voy por el móvil" y salió corriendo. Por supuesto nadie le hizo el menor caso y los tres agentes improvisados de la autoridad náutica procedieron. El que llevaba la pala debió pensar que aquello era coser y cantar, así que metió la pala debajo de la medusa e intentó levantarla. Casi se cae al suelo. Ay, la juventud, que poca habilidad para el cálculo. Tras varios intentos, demostrando lo tonto que era, el chaval optó por algo más salvaje y animado por la horda, le pegó un palazo a la medusa con el filo de la pala y le arrancó un cacho. Hasta tres bolsas de basura llenaron con los trozos de la medusa descuartizada. Y ya, cuando le estaban haciendo los nudos a las bolsas, se oyen unas voces "pero qué hacéis, os dije que esperarais, que iba por el móvil, me cago en la leche ya no lo he podido grabar. Hombre, por favor, que he ido a mi casa y todo por el móvil". De verdad os digo que todavía me duelen los músculos de la risa. Total, que los descuartizadores se fueron con el cadáver y la gente se dispersó. Bueno, no todos, la mujer que había ido a su casa por el móvil fue de sombrilla en sombrilla rogando que le pasaran por whatsapp algún vídeo o foto. Alguien se chivó y le contó que el hombre gordo lo había grabado todo, todo, todo. Y allá se fue. Espero que lo consiguiera, porque esa mujer se pondría mala si no pudiera contar esta historia que ni tiene en su móvil ni en su cabeza, porque se lo perdió todo, todo, todo. Moraleja: a la mierda el móvil.
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