Las tres cuartas partes de mi actividad son mentales. Pienso que paso demasiado tiempo pensando. Pienso que tengo que pensar menos y hacer más. Pienso que pensar tiene su tiempo, y lo tengo que encontrar.

domingo, 26 de junio de 2016

Loterías y otras apuestas

Por favor, recordadme que no vaya más a votar, así sea la última votante del último país con elecciones, que me da a mí que esto es hasta posible. Después de una noche insomne, me he metido dos horas de carretera para ejercer ese derecho que más de cuatro consideran una obligación, pero que, afortunadamente, no lo es. De otra forma vendría exigido por ley con su consiguiente sanción por incumplimiento, que el afán recaudatorio no tiene límites. Ahora bien, eso despertaría el ingenio incumplidor que nos caracteriza, generando mil quinientas formas de transguedir la norma, hasta que la propia ley recogiera la excepción de objeción moral o algo por el estilo. A lo que iba, que después de los kilómetros recorridos llego al sitio indicado, donde había tres mesas. La mía era la del centro, justo frente a la puerta, pero eso no lo sabías hasta que no atravesabas el dintel, y claro, no veas la cola que había, que casi me toca esperar en la calle. Mi maldita manía de contar con un mínimo de espacio vital, y evitar soplarle el cogote a la persona que tengo delante, que ya tengo bastante con que me lo soplen a mí, provoca que todo el que tiene que atravesar mi fila, siempre lo hace por donde yo estoy. Tengo el tope de cortesía en tres personas, cuando la cuarta se cuela empiezo a relatar en voz alta y a cerrar el paso , arrimándome lo que mis escrúpulos me permiten a la persona de delante y cerrando el duty free. Ni por esas, oye. Cuando haces pop, ya no hay stop. Por fin me llegó el turno, voté y salí de allí como alma que lleva el diablo. Me metí de nuevo en carretera para volver a mi feliz destino vacacional y preparar la noche electoral con un buen salmorejo y pizza, eso sí, de casatarradellas, que a mí me gusta lo español, diga tarradellas lo que diga. Toma. Y llegó la noche. Mientras dábamos cuenta del salmorejo y de la tortilla de patatas por la que cambiamos la pizza, por ciertas discrepancias sobre qué es y qué no es español, evitando que el hambre de la discusión nos hiciera comer el salmón noruego, que entonces sí que lo habríamos hecho mal, con lo bueno que está el bonito del norte, mientras tanto, digo, observábamos la televisión curva, tamaño natural, súper inteligente, que no podíamos oír porque estaba dentro y el personal fuera. Ese artilugio modernista, con una definición de imagen sensacional, no dejaba de mostrar los resultados de un sondeo previo, que todo el mundo daba como tan cierto que a Van Gogh le habían cortado una oreja. Ya ves, sólo porque sale en un autorretrato con el lóbulo vendado. El sondeo no gustaba a ningún comensal, de manera que casi nos da una indigestión. Yo incluso busqué cobijo en tierras lejanas, donde tengo algún conocido. Ay, qué desatino. Por fin empiezan a llegar resultados reales y los ánimos se van calmando al ritmo de escrutinio, hasta llegar al resultado final, momento en que las mentes vuelven a agitarse al comprobar que nada ha cambiado y que todo ha sido como el sueño de una noche de verano, esperando la combinación ganadora del bonoloto. Y a lo lejos se oye una voz metálica que repite "pruebe de nuevo, pruebe de nuevo"

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