Las tres cuartas partes de mi actividad son mentales. Pienso que paso demasiado tiempo pensando. Pienso que tengo que pensar menos y hacer más. Pienso que pensar tiene su tiempo, y lo tengo que encontrar.

sábado, 7 de julio de 2018

Tour Complet. Ispañoli (capítulo 10)

Voy a decir una gran tontería, aviso. Si algo caracteriza a una isla es que está rodeada de mar. Ya está. Ya lo he dicho. Por eso tan evidente, nuestro siguiente día volvía a incluir un tour marítimo, pero esta vez de cuatro horas y media, para no quedarnos con las ganas. Por eso y porque es una buena forma de explorar algo esencial en un territorio que dedica gran parte de su actividad al turismo marítimo. Esta vez aparcamos sin dificultad porque tuvimos suerte, porque coches había para reventar. Como teníamos claro con qué empresa haríamos el tour lo primero que hicimos fue localizar el lugar de venta de entradas que justo era un restaurante. Ya sabéis, casi con el desayuno en la garganta nos vimos obligad@s a pedir el almuerzo porque el barco salía a las 13,30 y no volvía hasta las 18 horas. Pero el dueño del dúplex decidió oponer resistencia (téngase en cuenta que sus desayunos contaban como cuatro comidas al día, y claro, era difícil dar más de sí). La tercera pasajera y yo escogimos un plato diferente cada una, con idea de compartirlos porque con eso teníamos de sobra. Pero, a ver, no era plan dos comiendo y uno mirando, así que insistimos, mira que vas a pasar hambre, no seas tonto, pide un plato y compartimos contigo también. Y así lo hizo. Pidió un plato y el camarero puso cara rara y le dio de mala manera el plato diciendo que eso no lo hacía nunca. Bueno, no le dimos mayor importancia. Pasamos parte del contenido de nuestros platos al suyo y de pronto, como un relámpago, apareció una especie de chicote despintado, que se colocó justo detrás del dueño del dúplex y nos dijo de todo con un cabreo impresionante. Incluso se le notaban las ganas de dar un puñetazo. No lo hizo así que se fue como vino, cabreado. Siento no poder contaros lo que dijo porque no me enteré de nada. Pobre hombre, todo su discurso flotando en el aire sin que nadie se hiciese el más mínimo eco. Que cantidad de energía desperdiciada. Nos miramos l@s tres extrañad@s, como preguntándonos qué nos acababa de pasar. En opinión y traducción del dueño del dúplex el chef dijo que cada persona tenía que pedir comida, así que el pobre se pidió un plato por esto de tener la fiesta en paz. Cucha, que se lo comió entero el colega. Qué elasticidad. Empecé a imaginar que íbamos a naufragar pero, en seguida lo olvidé, con la molestia chicotera pensamos que las entradas del barco las iba a comprar Rita la cantaora y el café se lo iba a tomar Rita también y de segunda cerveza y postres nada de nada. Lo que ganó con el plato obligado lo perdió con lo que aún nos quedaba por pedir. Pagamos y salimos pitando antes que el bicho saliera de nuevo con un látigo y nos obligara a defendernos. No, no a la guerra, que la guerra es muy perra. Para una cosa que teníamos clara, hay que fastidiarse, a buscar otro tour. No nos costó trabajo, aquello era pequeño y la oferta era mayor que el número de habitantes. Bajamos al puerto y embarcamos. Allí había un chico muy majo contando lo que íbamos viendo, pero esto no era canal sur, y no había audio descripción, así que ni flores de colores. Pero el destino es caprichoso y los ispañolis somos, además de una especie rara por allí, una perfecta oportunidad para parlar Ispañol. Así que Diego, miembro de la tripulación, lo tuvo claro. Ispañoli? Siiii. Pues yo os explico. Qué suerte la nuestra, tuvimos nuestro particular Cicerone para un pedazo de tour que incluía, Scandola-Girolata-Piana-Capo Rosso . Atracamos en el pequeño puerto de Girolata para estirar un rato las piernas y nos encontramos a las vacas tomando el sol. Alguna estaba considerablemente bronceada, vaya negra, negra. El dueño del dúplex aprovechó un arroyo que pasaba por allí para meter los pies. El caso es mojarse, que parece un boquerón. Y seguimos. Volvimos al punto de partida donde cambió el pasaje, excepto nosotr@s y otra pareja que embarcaron al principio y se pasaron las cuatro horas durmiendo. Qué risa verlos, por favor, sentados en primera fila con las cabezas oscilantes, al ritmo de las olas, chirrín chirrán. Cambiamos el sentido del viaje y vimos el resto que nos quedaba. Al bajar le pregunté a Diego su nombre. Por eso lo sé. Y le dimos las gracias por su amabilidad. Amén. Y ahora qué. Nos quedaba un largo trayecto hasta el siguiente punto al que llegaríamos ya de noche. Decidimos tomar un helado antes de cambiar de transporte. Allí estábamos la tercera pasajera y yo con nuestras dos bolas (de helado) y el dueño del dúplex perdido, que no aparecía por ningún lado. Llegó un momento en que empezamos a preocuparnos. Yo llegué a pensar que al pasar por el restaurante del mediodía se había enzarzado en una discusión, pero no. Nada. Y pasada una media hora aparece el buen hombre con un cabreo insinuando que lo habíamos abandonado. La tercera pasajera y yo nos quedamos mudas, algo realmente difícil en nosotras, pero lo hicimos. Suerte que un buen helado todo lo cura. Y en paz seguimos nuestro camino. No quedó ahí la cosa. La noche dio de sí lo suyo también. Pero eso lo cuento luego.

Iles Sanguinaires. Ispañoli (capítulo 9)


Visto el sur tocaba remontada de nuevo al norte pero por la cara oeste de la isla. Primera parada en Porticcio. Acusábamos ya el cansancio y decidimos tomarnos la mañana con calma, como si pudiéramos permitirnos ese lujo. Además habíamos cambiado el plan de visita dejando la parte más dura para el día siguiente y sólo teníamos que desplazarnos unos pocos kilómetros para cumplir nuestra agenda. No había prisa, así que después de desayunar subimos de nuevo al hotel, a esa estupenda terraza que la noche anterior convertimos en improvisada discoteca aprovechando el chunta chunta  del asqueroso reggaeton que provenía de los chiringuitos cercanos. Hicimos todos las coreografías que la tercera pasajera traía de su gimnasio habitual hasta caer rendid@s. Y lo mejor de todo es que lo hicimos en silencio porque la música la traía el aire y nuestras carcajadas eran constantes pero apagadas, reprimidas, no sea que nos echaran del hotel. Y ya habíamos tenido bastante con que momentos antes, el dueño del dúplex nos invitó a cenar por su santo, aunque él es ateo y no cree en esas cosas, pero una celebración no se la salta un galgo, oye, y los dueños del garito  donde conseguimos que nos sirvieron la cena a hora ispañoli, o sea que ya estaba el bar recogido y a punto de cerrar, pero nos hicieron el gran favor de servirnos, nos dejaron terminar los platos, pero con los vasos ya estábamos rebasando los límites de su generosidad y nos mandaron a la zona playera, nos indicaron dónde dejar las copas cuando agotáramos su contenido, y nos dijeron que buscáramos salida por la playa. Tras seguir a pie juntillas las instrucciones recibidas, volvimos al hotel bailando por el camino, y así llegamos, con la marcha metida en el cuerpo y necesidad de sacárnosla de encima para poder dormir. Bailamos hasta la extenuación, o sea, media hora. Dormimos hasta la extenuación, o sea, unas seis o siete horas. Qué extenuante todo, por dios. Por eso necesitábamos un respiro, o sea, un par de horas mirando al dueño del dúplex cómo se bañaba en la piscina.

Se acabó el relax que parecemos gente rica y no nos pega nada eso. Vamos allá. Y fuimos. Llegamos a Ajaccio, una localidad costera sin más interés que sus playas. La mañana, o lo que quedaba de ella, se prometía aburrida. Paseamos por calles, plazas, puerto, playa. Alto, ahí me paro. El dueño del dúplex, al que ya le estaban saliendo aletas, decidió darse un chapuzón mientras la tercera pasajera y yo visitamos la catedral. Las catedrales de allí son como parroquias de aldea, nada que ver con las nuestras, que conste. No es por quitarles encanto, pero las cosas como son. Media tarde y ya lo teníamos todo visto.

 La tercera pasajera recordó que cerca de allí estaban las Iles Sanguinaires y decidimos asomarnos. Menuda sorpresa!!! Aquello superó con creces nuestras expectativas. Y por poco acaba con mi capacidad física después de subir a pie, uno detrás de otro, por un cerro, hasta arriba del todo para contemplar embobada un paisaje espectacular. Valió la pena, sin duda. Y aún no tenía bastante la tercera pasajera que decidió subirse a otro montículo por un camino de piedras, de alta dificultad, que para ella debía ser pan comido porque a veces está como las cabras, y ese debió ser uno de esos momentos. El dueño del dúplex escogió otro camino menos complicado y yo escogí sentarme en una esquina del mundo, rodeada de mar y a resguardo de una roca. Lo que empezó como un día de escaso interés acabó siendo una de las excursiones más interesantes del viaje. Y volvimos a la pista de baile, pero esa noche no oíamos ni la música.

Caminante, sí hay camino. Ispañoli (capitulo 8)

De Porto Vecchio a Ajaccio, con todos nuestros bártulos, hicimos varias paradas. El día amaneció nublado, eso chafa un poco si no fuera porque llevábamos tantos días retando a la meteorología con tan buen resultado que parecíamos los soles de los mapas y no había nube que nos hiciera sombra. Nos detuvimos en Figari para tomar un café y darle tiempo al sol de despejarse y despejarnos. Debían ser las 11,30 de la mañana y entramos en una tienda de productos típicos de la tierra. El amable señor que regentaba el local decidió por su cuenta y riesgo que teníamos que probar sus vinos. Ay, qué difícil hacerse entender en Ispañoli. A ver quién le explicaba a ese hombre sin ofenderlo que aquí en Ispaña no se bebe vino a esas horas. Pues no hubo manera y allí mismo, sin jamón ni nada dimos cuenta del suculento caldo. Y claro nos agenciamos unas botellas para comprobar más tarde si ese vino sabía igual a horas más decentes. Ese hombre dejó mi autoestima por los suelos cuando, entre sorbo y sorbo pregunta lo de siempre, Italiani? No, Ispañoli, ahhh, rial madrí, runaldo, pero mi gusta más mesi, barsa. De esto que se te pone esa sonrisa de persona siesa, mientras le dices ah, si, si y piensas, eso es lo que conoces de Ispaña? Pues vaya. Nosotr@s del sur, giralda, mezquita.... Eso. Ahhh, si, si sur Ispaña. Venga ya, que se te nota que no sabes de qué estamos hablando. Lo mismo se creía que eran futbolistas del Málaga club de fútbol o algo así. Vamos a tomar un café para la resaca. A nuestro lado una pareja se pide un vino blanco con su hielo. Y piensas, ya hay que comer? Madre mía que estrés con los horarios gastronómicos. Vámonos de aquí que para las dos de la tarde está esta gente poniendo la cena. Perdimos al sol por el camino, seguramente por el vino, y cuando llegamos a Sartene  el diluvio universal nos recibió con emoción. Qué ganas de llorar, andando por ese empedrado resbaladizo de callejuelas estrechas donde los coches te hacían la ola con el agua de los charcos. Lo que nos costó encontrar un lugar para almorzar, como siempre. Debajo de unos toldos empapados nos pusimos las botas, las de comer, las otras estaban en el maletero del coche, en ese parking que era gratis pero que alguien, en un exceso de civismo, por no llamarlo de otra forma, pagó religiosamente. En fin. Pelillos a la mar o pelillas a la máquina. Seguimos camino buscando el sol y justo lo encontramos esperándonos en Filitosa para entrar junt@s al yacimiento megalítico. Y menos mal, porque ver aquella extensión de tierra con enormes construcciones de piedras bajo la lluvia no era recomendable. Me encantó oír a las ranas croando, como adornando el silencio del lugar. Y rumbo al siguiente alojamiento, con cansancio, pero con ganas de más.

viernes, 6 de julio de 2018

Bonifacio 2. Ispañoli (capítulo 7)


Bonifacio  es una preciosa localidad. Yo diría que la que más me ha gustado. La recorrimos por tierra y por mar. Desde el barco pudimos ver la escalera del Rey de Aragón, que aparecía como un tremendo tajo en diagonal hecho sobre el acantilado que sujeta a la ciudad en delicado equilibrio. Ya me dio repelús así de lejos y empecé a pensar que no sería capaz de bajarla y, por supuesto, subirla después. Pero la belleza del paisaje me sacó de aquel pensamiento y me centró en la magnífica mezcla de rocas con formas imposibles y aguas a ratos turquesas, a ratos azul marino. En una parada observamos bancos de peces que casi podías tocar con la mano y de repente la gente se altera y miran a la parte trasera del bote adonde se había dirigido dos segundos antes el patrón, vivo retrato del hombre de vitruvio, pero con ropa y con melena morena alborotada. Así que volvimos la vista al foco de atención y observamos una bandada de gaviotas que nos acompañaban mientras el patrón les iba dando comida al vuelo. Una estampa magnifica que se acabó con tres palmadas con las que las gaviotas entendieron que se acabó lo que se daba y dejaron de seguirnos.

Al volver a tierra el plan era subir hasta la parte alta de la ciudad, que vista desde allí te bajaba hasta la tensión. Mientras pensábamos por donde salir vimos un "trenecito" turístico. Preguntamos el recorrido y resultó una perfecta solución para regular la tensión. Aquello se estaba pareciendo a un parque de atracciones, el barco, el tren... sólo nos faltaba una vuelta en avioneta y un algodón rosa en la mano, de esos que sirven para hacer el playback de comer, abres la boca y se desintegran. Qué chulo el tren, nos llevó lentamente, cuesta arriba, por recovecos estrechos, hasta que sólo se veía el cielo. Ahí nos bajamos y observamos de nuevo el puerto, tan cerca y tan lejos, como enero y diciembre. Andando llegamos al cementerio. Desde que descubrí a Nieves Concostrina y su inigualable humor fúnebre, los cementerios me llaman la atención. Sólo pensar la de historias que guardan te despiertan la imaginación. Este cementerio en particular me produjo risa al comprobar las espectaculares vistas al mar que tenía. Eso de que dios le da legañas a quien no tiene pestañas se hacía realidad allí mismo, en ese punto final del pueblo y de la vida, ese mismo punto donde la vista se pierde en el horizonte y el tiempo se vuelve eterno, porque, de alguna manera, los cementerios eternizan la muerte que acaba durando mucho más que la vida, porque así lo hemos decidido, probablemente en el torpe deseo de prolongar la vida para acabar prolongando la muerte. Uyyyy qué sepelio!!!  
Caminando llegamos a la escalera del rey de Aragón. La gente salia de allí sin aliento, encorvados. 
Las únicas caras de entusiasmo era de quienes llegaban, no de quienes se iban. Cerca de la caseta de entrada había estratégicamente colocados unos bancos para cobardes. Lo tuve claro desde el principio, ese era mi sitio y el del dueño del dúplex, que lo tenía igual de claro que yo. La intrépida tercera pasajera dio dos o tres vueltas por allí y, finalmente nos comunicó que iba a hacerlo, a pesar del cansancio que llevaba no podía resistirse a dejar pasar aquél reto. Se abrigó convenientemente porque la rasca que allí corría era considerable, y despareció escaleras abajo mientras el dueño del dúplex observaba su hazaña con admiración, asomándose a una barandilla de vértigo, mientras la perdía de vista por el vertiginoso acantilado y yo le pillaba el asiento para cobardes, que había muchos por allí rondando. En menos de quince minutos había completado un recorrido que tiene un tiempo medio establecido en media hora. Increíble. Esa mujer llegó sudando la gota gorda y tengo que decir que fue la única cara de satisfacción que divisé por allí. Toca volver. La idea inicial era bajar andando, pero, que va, en cuanto pasamos por la parada del trenecito cambiamos de opinión. Al llegar abajo, hicimos acopio de comida y vinos de la tierra en un supermercado spar, que inundan la isla, y a recogernos, que ya estaba bien de tanta feria y tanto tiovivo.

jueves, 5 de julio de 2018

Bonifacio, Ispañoli (capítulo 6)


 Levantarte por la mañana y ver el sol iluminando una playa de arena blanca y aguas turquesas, es una visión idílica que te infla los sentidos. Digo yo. A mí no me ha pasado. Al menos al levantarme, pero sí después de desayunar, que se ve todo mucho menos borroso y, qué quieres que te diga, con el estómago lleno los sentidos ruedan mejor, dónde va a parar. Pues esa visión idílica la tuve en Santa Giulia. Cuando le di la espalda a la playa volví a mi realidad. Era el cuarto día del viaje y pusimos rumbo a Bonifacio, con ese pedazo de coche cargado hasta las trancas de chorradas, como si fuésemos de acampada libre quince días. Qué despropósito! Y eso gracias al dueño del dúplex que viajar ha viajado mucho pero qué poco se le nota, por dios. Con su botella de litro y medio de agua, cargado todo el día, y encima diciéndonos que no bebíamos nada. Pero a ver, chavalín, claro que bebemos, más o menos como tú, pero como no nos escuchas cuando te decimos que compres tres botellines y te vienes con la botellona porque es más barata, qué quieres que te diga, para ti toda, hombre, que no tienes ni idea de lo que son los escrúpulos, ni le permites a nadie que los tenga. Así íbamos la tercera pasajera y yo, con las bocas secas, pero sin sed. Bastaba pensar en la botellona y se te pasaba de golpe. Pero eso sí, no nos salieron boqueras en todo el viaje. Algo es algo. Y, justo ese día, el de Bonifacio, aprovechamos un despiste del botellonero para comprar botellines individuales. Ole. Así pudimos beber esa jornada. O eso, o moriríamos deshidratadas. Ahora que lo recuerdo no me da risa, me da pena y me digo solemnemente que a dios pongo por testigo que no volveré a pasar sed. Y que el viento se lleve lo que se tenga que llevar. A todo esto, por dónde iba? Ah, sí. Llegamos al destino, a la misma hora que el resto del universo. Ni que hubiera un concierto de Chayanne ese día, por favor. Después de darle quince vueltas a la misma rotonda a ver donde aparcábamos conseguimos entrar a un parking pequeño, después de cabrear a la conductora de atrás, poco acostumbrada a las paradas en seco del dueño del dúplex, aunque fuese debajo mismo de la barrera, ocasionalmente abierta para que pasáramos, porque él tiene que leerlo todo, lo mismo da letra grande que pequeña y, sobre todas las cosas, ver los precios, no vaya a ser que lo que se ahorra en agua se lo gaste en parking, y todo eso desoyendo los berridos desesperados de la tercera pasajera y míos, diciéndole que daba igual el precio, que entrara ya de una puñetera vez, berridos que hicieron dúo con los de la conductora de atrás, que además acompañaba de aspavientos cada vez más rápidos y exagerados, que si llega a bajarse del coche esa mujer, la tercera pasajera y yo ya estábamos preparadas para echar cuerpo a tierra, y el tío leyendo y murmurando. Sólo le faltó cantar Paco, Paco, Paco. Pues no os lo perdáis. Aparcamos por fin, después de darle por culo a media isla. El parking estaba en la entrada de un maravilloso puerto que más tarde recorrimos. Pero antes nos detuvimos a ver unas casetas que anunciaban visitas en barco a las Islas Lavezzi. Después que el dueño del dúplex introdujera en su confusa mente hasta el más mínimo detalle de toda la información que aquellas casetas ofrecían, (todas), decidimos sacar pasajes para más tarde y aprovechar que incluían parking para volver a sacar el coche y llevarlo al espacio gratuito  para los viajer@s del tour. Felicidad para tod@s porque el dueño del dúplex se quitó un peso de encima y nosotras a él. Y así, relajad@s, nos fuimos a visitar ese precioso puerto lleno de bares hasta que encontramos un lugar apropiado para almorzar, como sabéis a la hora del segundo café en España. Qué le vamos a hacer, hay que adaptarse. Pero vaya que eso de beber vino o cerveza desde las 11 de la mañana me sigue resultando raro. Yo me adapto pero mi cuerpo no tanto. El sitio escogido se llama Kissing pigs, muy reconocido por trip advisor y otros portales turísticos destacados. El local es acogedor y el servicio muy amable. Nos tocó un camarero muy simpático que quería practicar español. Nos pasó más veces y siempre empezaba de la misma manera, Italiani? No, Ispañoli. Ah, Ispañoli, yo hablar poquito, yo querer ir a Ispaña. Ah, muy bien, muy bien, pues trae tres Pietras y ya seguimos hablando si eso. Y entre el spaninglish de la tercera pasajera y mío, el francés incalificable y lento del dueño del dúplex y las ganas de hablar Ispañoli del corsa, se generaba una torre de Babel que lo flipas. Bueno, al lío. Los corsas presumen de embutidos. Tengo que decir que se nota un montón que no conocen España. Por favor, que el lomo embuchado del mercadona está más bueno que el mejor de sus embutidos. Lo siento, ahí resbalais. Ganas me dieron de decirle al camarero, niño avisa cuando vayas a España que te vas a enterar lo que es un jamón en condiciones, embutido ni embutido, que sabrás tú. Pero claro, allí la gente que va es francesa, italiana o alemana, y si me apuras, algún catalán/a independentista, que a es@s los sacas de la butifarra y lo flipan también, vamos, que se rinden. Venga, para el barquito que la vamos a liar. Luego os cuento.

domingo, 1 de julio de 2018

Ispañoli ( capítulo 5) Rumbo al sur

Antes de poner rumbo al sur decidimos hacer una incursión por el interior de la isla y visitar Corte. Fue un cambio radical. Calles empedradas, casas de colores, tiendas, gente. Había vida!!! Claro ya no era domingo. Creo que debía ser la parte más alta de la isla y quizás el único lugar desde el que no se divisa el mar. Por las coloridas calles de casas y edificios añejos, con aire a historia, a historias guardadas entre sus muros, nos topamos con una plaza pequeña con una gran fuente con cuatro surtidores de donde manaba alegre un agua clara y fresca. Aquí va a ser. Y allí fue donde clavamos nuestras posaderas y nos pedimos... adivinad, sí, exacto las pietras.
Nos quedamos un buen rato al arrullo del agua y después seguimos camino. Siguiente parada Aleria, un pequeño pueblo que tiene una antigua ciudad romana y un fuerte que alberga una exposición, en mi opinión no muy interesante. Nos acercamos al cementerio. Era el primero que visitábamos. A mí me fascinan los camposantos, con ese silencio tan particular, sepulcral le dicen, que oyes un chasquido y se te aflojan las piernas, y empiezas a mirar para todos lados y empiezas a darte prisa. Bueno eso, que te cagas del susto. El cementerio era muy curioso. Las tumbas estaban sobre el suelo, como plataformas áridas y planas sobre las que se posaban trozos de piedra o mármol con inscripciones, fotos y objetos variados, a modo de mercadillo abandonado, como si los manteros hubieran salido huyendo de allí al ver a la pasma. No sé, peculiares. Hacía mucha calor, eso lo recuerdo bien, así que seguimos camino hacia la playa. Nos costó la misma vida dar con nuestro siguiente alojamiento, en Santa Giulia, cerca de Porto Vecchio, localidades ambas bañadas por el mar. La playa de Santa Giulia es pequeña, pero muy bonita y cuenta con tres restaurantes en dos metros cuadrados, uno de ellos con estrella Michelín, toma ya. No puedo contaros si están bien o mal porque andábamos tan cansad@s que tuvimos la ocurrencia de acercarnos al súper de la urbanización, cinco minutos antes de que cerraran y dejarnos atracar por las cuatro porquerías que compramos, de las que sólo salvo la pizza y el vino. Fue una compra tan apresurada que en lugar de papel higiénico nos llevamos papel de cocina. Toda una experiencia. Osú. Y así acabó el día, con la duda metódica de si el buen tiempo nos seguiría acompañando, a pesar de las malas previsiones que, por suerte, no se cumplían. Seguro que nuestro pequeño gran buda se pasó el viaje invocando al sol. O eso, o el personal del tiempo tiene mucha guasa y le gusta ir amargando a la gente. Sea como fuere, la suerte estaba de nuestro lado y a esas alturas la previsión metereológica era para nosotr@s un mal chiste. Venga, a dormir.






Ispañoli (capítulo 4) "Denominación de origen"


Primera mañana en territorio extraño. Preparando el viaje vimos que Córcega tiene variados vinos y hasta nueve denominaciones de origen, lo que suponía un auténtico aliciente para la tercera pasajera y para mí, aficionadas como somos a catar vinos de toda clase, que no de todos los colores, ya que nos tira más el rojo, en todos los sentidos.
Así que pusimos rumbo al mundo enológico, empezando por el norte, para recorrer el Cap Corse con tranquilidad, disfrutando del paisaje, haciendo un alto en Centuri donde probaríamos la famosa langosta de "La Macciotta". Uy, esto parece una reseña de la guía Michelín y no van por ahí los tiros, porque los únicos michelines dignos de reseña son los que portábamos en nuestros caparazones.
Andando, que es gerundio, recorrimos la costa viendo pequeños pueblos de grandes vistas, hasta que una puñetera curva nos metió de lleno en una montaña, y después otra, con su correspondiente interminable carretera de montaña, con sus cada vez más altos acantilados que te ponían los vellos como escarpias, con sus frondosa vegetación entre la que, cuando menos te lo esperabas, aparecía un pueblo a modo de imitación en miniatura de las casas colgantes de Cuenca. Y el tiempo y los kilómetros iban pasando nublando a tal punto mi mente, que empecé a ver langostas y botellas de vino colgadas en los árboles.
Y al fin empezamos a bajar de las nubes, aterrizando lentamente en el destino buscado.
Llegamos pronto, así que no encontramos mesa. Así es allí la cosa: si llegas pronto es tarde y si llegas tarde no comes. Recomiendo hacer noche en el lugar escogido y saltarte el desayuno, total no es tanto rato y así juntas un poco de hambre, hombre. Mientras esperábamos que nos dieran mesa observamos a una pareja dando cuenta de unas langostas olímpicas, aunque no podíamos verles las caras por el enjambre de moscas que tenían en la mesa. Qué asco más grande!!. A la porra la langosta, que es comida de moscas. Nos dan mesa y pedimos unas cervezas. Aquí descubrimos una de las maravillas de Córcega, la Pietra ambrée. Nos gustó tanto que la adoptamos como mascota y nos acompañó todo el viaje. No así con las moscas, con las que nos enzarzamos en una pelea que ganaron ellas, sin duda. Y ahora a buscar el vino. Y venga a buscar y venga a buscar. Y venga a encontrar un montón de cavas, sobre todo en Patrimonio, pero todas cerradas.
De verdad que esta gente es rara, pero qué extraños horarios tienen, no hay quien entienda esto. En esas cábalas estábamos cuando un resplandor nos cegó. Haciéndonos perder casi la conciencia, y en esa somnolencia vimos como se nos acercaba la virgen de Torrelodones y con voz susurrante nos dijo: !Gilipollas, que es domingo!!. La luz se apagó y nos despertamos de golpe descubriendo en ese instante cómo llegan los mensajes divinos, lo tont@s que somos y, sobre todas las cosas , que ese día no íbamos a comprar vino.

Anda que..