Voy a decir una gran tontería, aviso. Si algo caracteriza a una isla es que está rodeada de mar. Ya está. Ya lo he dicho. Por eso tan evidente, nuestro siguiente día volvía a incluir un tour marítimo, pero esta vez de cuatro horas y media, para no quedarnos con las ganas. Por eso y porque es una buena forma de explorar algo esencial en un territorio que dedica gran parte de su actividad al turismo marítimo. Esta vez aparcamos sin dificultad porque tuvimos suerte, porque coches había para reventar. Como teníamos claro con qué empresa haríamos el tour lo primero que hicimos fue localizar el lugar de venta de entradas que justo era un restaurante. Ya sabéis, casi con el desayuno en la garganta nos vimos obligad@s a pedir el almuerzo porque el barco salía a las 13,30 y no volvía hasta las 18 horas. Pero el dueño del dúplex decidió oponer resistencia (téngase en cuenta que sus desayunos contaban como cuatro comidas al día, y claro, era difícil dar más de sí). La tercera pasajera y yo escogimos un plato diferente cada una, con idea de compartirlos porque con eso teníamos de sobra. Pero, a ver, no era plan dos comiendo y uno mirando, así que insistimos, mira que vas a pasar hambre, no seas tonto, pide un plato y compartimos contigo también. Y así lo hizo. Pidió un plato y el camarero puso cara rara y le dio de mala manera el plato diciendo que eso no lo hacía nunca. Bueno, no le dimos mayor importancia. Pasamos parte del contenido de nuestros platos al suyo y de pronto, como un relámpago, apareció una especie de chicote despintado, que se colocó justo detrás del dueño del dúplex y nos dijo de todo con un cabreo impresionante. Incluso se le notaban las ganas de dar un puñetazo. No lo hizo así que se fue como vino, cabreado. Siento no poder contaros lo que dijo porque no me enteré de nada. Pobre hombre, todo su discurso flotando en el aire sin que nadie se hiciese el más mínimo eco. Que cantidad de energía desperdiciada. Nos miramos l@s tres extrañad@s, como preguntándonos qué nos acababa de pasar. En opinión y traducción del dueño del dúplex el chef dijo que cada persona tenía que pedir comida, así que el pobre se pidió un plato por esto de tener la fiesta en paz. Cucha, que se lo comió entero el colega. Qué elasticidad. Empecé a imaginar que íbamos a naufragar pero, en seguida lo olvidé, con la molestia chicotera pensamos que las entradas del barco las iba a comprar Rita la cantaora y el café se lo iba a tomar Rita también y de segunda cerveza y postres nada de nada. Lo que ganó con el plato obligado lo perdió con lo que aún nos quedaba por pedir. Pagamos y salimos pitando antes que el bicho saliera de nuevo con un látigo y nos obligara a defendernos. No, no a la guerra, que la guerra es muy perra. Para una cosa que teníamos clara, hay que fastidiarse, a buscar otro tour. No nos costó trabajo, aquello era pequeño y la oferta era mayor que el número de habitantes. Bajamos al puerto y embarcamos. Allí había un chico muy majo contando lo que íbamos viendo, pero esto no era canal sur, y no había audio descripción, así que ni flores de colores. Pero el destino es caprichoso y los ispañolis somos, además de una especie rara por allí, una perfecta oportunidad para parlar Ispañol. Así que Diego, miembro de la tripulación, lo tuvo claro. Ispañoli? Siiii. Pues yo os explico. Qué suerte la nuestra, tuvimos nuestro particular Cicerone para un pedazo de tour que incluía, Scandola-Girolata-Piana-Capo Rosso . Atracamos en el pequeño puerto de Girolata para estirar un rato las piernas y nos encontramos a las vacas tomando el sol. Alguna estaba considerablemente bronceada, vaya negra, negra. El dueño del dúplex aprovechó un arroyo que pasaba por allí para meter los pies. El caso es mojarse, que parece un boquerón. Y seguimos. Volvimos al punto de partida donde cambió el pasaje, excepto nosotr@s y otra pareja que embarcaron al principio y se pasaron las cuatro horas durmiendo. Qué risa verlos, por favor, sentados en primera fila con las cabezas oscilantes, al ritmo de las olas, chirrín chirrán. Cambiamos el sentido del viaje y vimos el resto que nos quedaba. Al bajar le pregunté a Diego su nombre. Por eso lo sé. Y le dimos las gracias por su amabilidad. Amén. Y ahora qué. Nos quedaba un largo trayecto hasta el siguiente punto al que llegaríamos ya de noche. Decidimos tomar un helado antes de cambiar de transporte. Allí estábamos la tercera pasajera y yo con nuestras dos bolas (de helado) y el dueño del dúplex perdido, que no aparecía por ningún lado. Llegó un momento en que empezamos a preocuparnos. Yo llegué a pensar que al pasar por el restaurante del mediodía se había enzarzado en una discusión, pero no. Nada. Y pasada una media hora aparece el buen hombre con un cabreo insinuando que lo habíamos abandonado. La tercera pasajera y yo nos quedamos mudas, algo realmente difícil en nosotras, pero lo hicimos. Suerte que un buen helado todo lo cura. Y en paz seguimos nuestro camino. No quedó ahí la cosa. La noche dio de sí lo suyo también. Pero eso lo cuento luego.
sábado, 7 de julio de 2018
Iles Sanguinaires. Ispañoli (capítulo 9)
Visto el sur tocaba remontada de nuevo al norte pero por la cara oeste de la isla. Primera parada en Porticcio. Acusábamos ya el cansancio y decidimos tomarnos la mañana con calma, como si pudiéramos permitirnos ese lujo. Además habíamos cambiado el plan de visita dejando la parte más dura para el día siguiente y sólo teníamos que desplazarnos unos pocos kilómetros para cumplir nuestra agenda. No había prisa, así que después de desayunar subimos de nuevo al hotel, a esa estupenda terraza que la noche anterior convertimos en improvisada discoteca aprovechando el chunta chunta del asqueroso reggaeton que provenía de los chiringuitos cercanos. Hicimos todos las coreografías que la tercera pasajera traía de su gimnasio habitual hasta caer rendid@s. Y lo mejor de todo es que lo hicimos en silencio porque la música la traía el aire y nuestras carcajadas eran constantes pero apagadas, reprimidas, no sea que nos echaran del hotel. Y ya habíamos tenido bastante con que momentos antes, el dueño del dúplex nos invitó a cenar por su santo, aunque él es ateo y no cree en esas cosas, pero una celebración no se la salta un galgo, oye, y los dueños del garito donde conseguimos que nos sirvieron la cena a hora ispañoli, o sea que ya estaba el bar recogido y a punto de cerrar, pero nos hicieron el gran favor de servirnos, nos dejaron terminar los platos, pero con los vasos ya estábamos rebasando los límites de su generosidad y nos mandaron a la zona playera, nos indicaron dónde dejar las copas cuando agotáramos su contenido, y nos dijeron que buscáramos salida por la playa. Tras seguir a pie juntillas las instrucciones recibidas, volvimos al hotel bailando por el camino, y así llegamos, con la marcha metida en el cuerpo y necesidad de sacárnosla de encima para poder dormir. Bailamos hasta la extenuación, o sea, media hora. Dormimos hasta la extenuación, o sea, unas seis o siete horas. Qué extenuante todo, por dios. Por eso necesitábamos un respiro, o sea, un par de horas mirando al dueño del dúplex cómo se bañaba en la piscina.

La tercera pasajera recordó que cerca de allí estaban las Iles Sanguinaires y decidimos asomarnos. Menuda sorpresa!!! Aquello superó con creces nuestras expectativas. Y por poco acaba con mi capacidad física después de subir a pie, uno detrás de otro, por un cerro, hasta arriba del todo para contemplar embobada un paisaje espectacular. Valió la pena, sin duda. Y aún no tenía bastante la tercera pasajera que decidió subirse a otro montículo por un camino de piedras, de alta dificultad, que para ella debía ser pan comido porque a veces está como las cabras, y ese debió ser uno de esos momentos. El dueño del dúplex escogió otro camino menos complicado y yo escogí sentarme en una esquina del mundo, rodeada de mar y a resguardo de una roca. Lo que empezó como un día de escaso interés acabó siendo una de las excursiones más interesantes del viaje. Y volvimos a la pista de baile, pero esa noche no oíamos ni la música.
Caminante, sí hay camino. Ispañoli (capitulo 8)
De Porto Vecchio a Ajaccio, con todos nuestros bártulos, hicimos varias paradas. El día amaneció nublado, eso chafa un poco si no fuera porque llevábamos tantos días retando a la meteorología con tan buen resultado que parecíamos los soles de los mapas y no había nube que nos hiciera sombra. Nos detuvimos en Figari para tomar un café y darle tiempo al sol de despejarse y despejarnos. Debían ser las 11,30 de la mañana y entramos en una tienda de productos típicos de la tierra. El amable señor que regentaba el local decidió por su cuenta y riesgo que teníamos que probar sus vinos. Ay, qué difícil hacerse entender en Ispañoli. A ver quién le explicaba a ese hombre sin ofenderlo que aquí en Ispaña no se bebe vino a esas horas. Pues no hubo manera y allí mismo, sin jamón ni nada dimos cuenta del suculento caldo. Y claro nos agenciamos unas botellas para comprobar más tarde si ese vino sabía igual a horas más decentes. Ese hombre dejó mi autoestima por los suelos cuando, entre sorbo y sorbo pregunta lo de siempre, Italiani? No, Ispañoli, ahhh, rial madrí, runaldo, pero mi gusta más mesi, barsa. De esto que se te pone esa sonrisa de persona siesa, mientras le dices ah, si, si y piensas, eso es lo que conoces de Ispaña? Pues vaya. Nosotr@s del sur, giralda, mezquita.... Eso. Ahhh, si, si sur Ispaña. Venga ya, que se te nota que no sabes de qué estamos hablando. Lo mismo se creía que eran futbolistas del Málaga club de fútbol o algo así. Vamos a tomar un café para la resaca. A nuestro lado una pareja se pide un vino blanco con su hielo. Y piensas, ya hay que comer? Madre mía que estrés con los horarios gastronómicos. Vámonos de aquí que para las dos de la tarde está esta gente poniendo la cena. Perdimos al sol por el camino, seguramente por el vino, y cuando llegamos a Sartene el diluvio universal nos recibió con emoción. Qué ganas de llorar, andando por ese empedrado resbaladizo de callejuelas estrechas donde los coches te hacían la ola con el agua de los charcos. Lo que nos costó encontrar un lugar para almorzar, como siempre. Debajo de unos toldos empapados nos pusimos las botas, las de comer, las otras estaban en el maletero del coche, en ese parking que era gratis pero que alguien, en un exceso de civismo, por no llamarlo de otra forma, pagó religiosamente. En fin. Pelillos a la mar o pelillas a la máquina. Seguimos camino buscando el sol y justo lo encontramos esperándonos en Filitosa para entrar junt@s al yacimiento megalítico. Y menos mal, porque ver aquella extensión de tierra con enormes construcciones de piedras bajo la lluvia no era recomendable. Me encantó oír a las ranas croando, como adornando el silencio del lugar. Y rumbo al siguiente alojamiento, con cansancio, pero con ganas de más.
viernes, 6 de julio de 2018
Bonifacio 2. Ispañoli (capítulo 7)


jueves, 5 de julio de 2018
Bonifacio, Ispañoli (capítulo 6)
domingo, 1 de julio de 2018
Ispañoli ( capítulo 5) Rumbo al sur
Nos quedamos un buen rato al arrullo del agua y después seguimos camino. Siguiente parada Aleria, un pequeño pueblo que tiene una antigua ciudad romana y un fuerte que alberga una exposición, en mi opinión no muy interesante. Nos acercamos al cementerio. Era el primero que visitábamos. A mí me fascinan los camposantos, con ese silencio tan particular, sepulcral le dicen, que oyes un chasquido y se te aflojan las piernas, y empiezas a mirar para todos lados y empiezas a darte prisa. Bueno eso, que te cagas del susto. El cementerio era muy curioso. Las tumbas estaban sobre el suelo, como plataformas áridas y planas sobre las que se posaban trozos de piedra o mármol con inscripciones, fotos y objetos variados, a modo de mercadillo abandonado, como si los manteros hubieran salido huyendo de allí al ver a la pasma. No sé, peculiares. Hacía mucha calor, eso lo recuerdo bien, así que seguimos camino hacia la playa. Nos costó la misma vida dar con nuestro siguiente alojamiento, en Santa Giulia, cerca de Porto Vecchio, localidades ambas bañadas por el mar. La playa de Santa Giulia es pequeña, pero muy bonita y cuenta con tres restaurantes en dos metros cuadrados, uno de ellos con estrella Michelín, toma ya. No puedo contaros si están bien o mal porque andábamos tan cansad@s que tuvimos la ocurrencia de acercarnos al súper de la urbanización, cinco minutos antes de que cerraran y dejarnos atracar por las cuatro porquerías que compramos, de las que sólo salvo la pizza y el vino. Fue una compra tan apresurada que en lugar de papel higiénico nos llevamos papel de cocina. Toda una experiencia. Osú. Y así acabó el día, con la duda metódica de si el buen tiempo nos seguiría acompañando, a pesar de las malas previsiones que, por suerte, no se cumplían. Seguro que nuestro pequeño gran buda se pasó el viaje invocando al sol. O eso, o el personal del tiempo tiene mucha guasa y le gusta ir amargando a la gente. Sea como fuere, la suerte estaba de nuestro lado y a esas alturas la previsión metereológica era para nosotr@s un mal chiste. Venga, a dormir.