Las tres cuartas partes de mi actividad son mentales. Pienso que paso demasiado tiempo pensando. Pienso que tengo que pensar menos y hacer más. Pienso que pensar tiene su tiempo, y lo tengo que encontrar.

sábado, 7 de julio de 2018

Tour Complet. Ispañoli (capítulo 10)

Voy a decir una gran tontería, aviso. Si algo caracteriza a una isla es que está rodeada de mar. Ya está. Ya lo he dicho. Por eso tan evidente, nuestro siguiente día volvía a incluir un tour marítimo, pero esta vez de cuatro horas y media, para no quedarnos con las ganas. Por eso y porque es una buena forma de explorar algo esencial en un territorio que dedica gran parte de su actividad al turismo marítimo. Esta vez aparcamos sin dificultad porque tuvimos suerte, porque coches había para reventar. Como teníamos claro con qué empresa haríamos el tour lo primero que hicimos fue localizar el lugar de venta de entradas que justo era un restaurante. Ya sabéis, casi con el desayuno en la garganta nos vimos obligad@s a pedir el almuerzo porque el barco salía a las 13,30 y no volvía hasta las 18 horas. Pero el dueño del dúplex decidió oponer resistencia (téngase en cuenta que sus desayunos contaban como cuatro comidas al día, y claro, era difícil dar más de sí). La tercera pasajera y yo escogimos un plato diferente cada una, con idea de compartirlos porque con eso teníamos de sobra. Pero, a ver, no era plan dos comiendo y uno mirando, así que insistimos, mira que vas a pasar hambre, no seas tonto, pide un plato y compartimos contigo también. Y así lo hizo. Pidió un plato y el camarero puso cara rara y le dio de mala manera el plato diciendo que eso no lo hacía nunca. Bueno, no le dimos mayor importancia. Pasamos parte del contenido de nuestros platos al suyo y de pronto, como un relámpago, apareció una especie de chicote despintado, que se colocó justo detrás del dueño del dúplex y nos dijo de todo con un cabreo impresionante. Incluso se le notaban las ganas de dar un puñetazo. No lo hizo así que se fue como vino, cabreado. Siento no poder contaros lo que dijo porque no me enteré de nada. Pobre hombre, todo su discurso flotando en el aire sin que nadie se hiciese el más mínimo eco. Que cantidad de energía desperdiciada. Nos miramos l@s tres extrañad@s, como preguntándonos qué nos acababa de pasar. En opinión y traducción del dueño del dúplex el chef dijo que cada persona tenía que pedir comida, así que el pobre se pidió un plato por esto de tener la fiesta en paz. Cucha, que se lo comió entero el colega. Qué elasticidad. Empecé a imaginar que íbamos a naufragar pero, en seguida lo olvidé, con la molestia chicotera pensamos que las entradas del barco las iba a comprar Rita la cantaora y el café se lo iba a tomar Rita también y de segunda cerveza y postres nada de nada. Lo que ganó con el plato obligado lo perdió con lo que aún nos quedaba por pedir. Pagamos y salimos pitando antes que el bicho saliera de nuevo con un látigo y nos obligara a defendernos. No, no a la guerra, que la guerra es muy perra. Para una cosa que teníamos clara, hay que fastidiarse, a buscar otro tour. No nos costó trabajo, aquello era pequeño y la oferta era mayor que el número de habitantes. Bajamos al puerto y embarcamos. Allí había un chico muy majo contando lo que íbamos viendo, pero esto no era canal sur, y no había audio descripción, así que ni flores de colores. Pero el destino es caprichoso y los ispañolis somos, además de una especie rara por allí, una perfecta oportunidad para parlar Ispañol. Así que Diego, miembro de la tripulación, lo tuvo claro. Ispañoli? Siiii. Pues yo os explico. Qué suerte la nuestra, tuvimos nuestro particular Cicerone para un pedazo de tour que incluía, Scandola-Girolata-Piana-Capo Rosso . Atracamos en el pequeño puerto de Girolata para estirar un rato las piernas y nos encontramos a las vacas tomando el sol. Alguna estaba considerablemente bronceada, vaya negra, negra. El dueño del dúplex aprovechó un arroyo que pasaba por allí para meter los pies. El caso es mojarse, que parece un boquerón. Y seguimos. Volvimos al punto de partida donde cambió el pasaje, excepto nosotr@s y otra pareja que embarcaron al principio y se pasaron las cuatro horas durmiendo. Qué risa verlos, por favor, sentados en primera fila con las cabezas oscilantes, al ritmo de las olas, chirrín chirrán. Cambiamos el sentido del viaje y vimos el resto que nos quedaba. Al bajar le pregunté a Diego su nombre. Por eso lo sé. Y le dimos las gracias por su amabilidad. Amén. Y ahora qué. Nos quedaba un largo trayecto hasta el siguiente punto al que llegaríamos ya de noche. Decidimos tomar un helado antes de cambiar de transporte. Allí estábamos la tercera pasajera y yo con nuestras dos bolas (de helado) y el dueño del dúplex perdido, que no aparecía por ningún lado. Llegó un momento en que empezamos a preocuparnos. Yo llegué a pensar que al pasar por el restaurante del mediodía se había enzarzado en una discusión, pero no. Nada. Y pasada una media hora aparece el buen hombre con un cabreo insinuando que lo habíamos abandonado. La tercera pasajera y yo nos quedamos mudas, algo realmente difícil en nosotras, pero lo hicimos. Suerte que un buen helado todo lo cura. Y en paz seguimos nuestro camino. No quedó ahí la cosa. La noche dio de sí lo suyo también. Pero eso lo cuento luego.

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