Antes de poner rumbo al sur decidimos hacer una incursión por el interior de la isla y visitar Corte. Fue un cambio radical. Calles empedradas, casas de colores, tiendas, gente. Había vida!!! Claro ya no era domingo. Creo que debía ser la parte más alta de la isla y quizás el único lugar desde el que no se divisa el mar. Por las coloridas calles de casas y edificios añejos, con aire a historia, a historias guardadas entre sus muros, nos topamos con una plaza pequeña con una gran fuente con cuatro surtidores de donde manaba alegre un agua clara y fresca. Aquí va a ser. Y allí fue donde clavamos nuestras posaderas y nos pedimos... adivinad, sí, exacto las pietras.
Nos quedamos un buen rato al arrullo del agua y después seguimos camino. Siguiente parada Aleria, un pequeño pueblo que tiene una antigua ciudad romana y un fuerte que alberga una exposición, en mi opinión no muy interesante. Nos acercamos al cementerio. Era el primero que visitábamos. A mí me fascinan los camposantos, con ese silencio tan particular, sepulcral le dicen, que oyes un chasquido y se te aflojan las piernas, y empiezas a mirar para todos lados y empiezas a darte prisa. Bueno eso, que te cagas del susto. El cementerio era muy curioso. Las tumbas estaban sobre el suelo, como plataformas áridas y planas sobre las que se posaban trozos de piedra o mármol con inscripciones, fotos y objetos variados, a modo de mercadillo abandonado, como si los manteros hubieran salido huyendo de allí al ver a la pasma. No sé, peculiares. Hacía mucha calor, eso lo recuerdo bien, así que seguimos camino hacia la playa. Nos costó la misma vida dar con nuestro siguiente alojamiento, en Santa Giulia, cerca de Porto Vecchio, localidades ambas bañadas por el mar. La playa de Santa Giulia es pequeña, pero muy bonita y cuenta con tres restaurantes en dos metros cuadrados, uno de ellos con estrella Michelín, toma ya. No puedo contaros si están bien o mal porque andábamos tan cansad@s que tuvimos la ocurrencia de acercarnos al súper de la urbanización, cinco minutos antes de que cerraran y dejarnos atracar por las cuatro porquerías que compramos, de las que sólo salvo la pizza y el vino. Fue una compra tan apresurada que en lugar de papel higiénico nos llevamos papel de cocina. Toda una experiencia. Osú. Y así acabó el día, con la duda metódica de si el buen tiempo nos seguiría acompañando, a pesar de las malas previsiones que, por suerte, no se cumplían. Seguro que nuestro pequeño gran buda se pasó el viaje invocando al sol. O eso, o el personal del tiempo tiene mucha guasa y le gusta ir amargando a la gente. Sea como fuere, la suerte estaba de nuestro lado y a esas alturas la previsión metereológica era para nosotr@s un mal chiste. Venga, a dormir.
Nos quedamos un buen rato al arrullo del agua y después seguimos camino. Siguiente parada Aleria, un pequeño pueblo que tiene una antigua ciudad romana y un fuerte que alberga una exposición, en mi opinión no muy interesante. Nos acercamos al cementerio. Era el primero que visitábamos. A mí me fascinan los camposantos, con ese silencio tan particular, sepulcral le dicen, que oyes un chasquido y se te aflojan las piernas, y empiezas a mirar para todos lados y empiezas a darte prisa. Bueno eso, que te cagas del susto. El cementerio era muy curioso. Las tumbas estaban sobre el suelo, como plataformas áridas y planas sobre las que se posaban trozos de piedra o mármol con inscripciones, fotos y objetos variados, a modo de mercadillo abandonado, como si los manteros hubieran salido huyendo de allí al ver a la pasma. No sé, peculiares. Hacía mucha calor, eso lo recuerdo bien, así que seguimos camino hacia la playa. Nos costó la misma vida dar con nuestro siguiente alojamiento, en Santa Giulia, cerca de Porto Vecchio, localidades ambas bañadas por el mar. La playa de Santa Giulia es pequeña, pero muy bonita y cuenta con tres restaurantes en dos metros cuadrados, uno de ellos con estrella Michelín, toma ya. No puedo contaros si están bien o mal porque andábamos tan cansad@s que tuvimos la ocurrencia de acercarnos al súper de la urbanización, cinco minutos antes de que cerraran y dejarnos atracar por las cuatro porquerías que compramos, de las que sólo salvo la pizza y el vino. Fue una compra tan apresurada que en lugar de papel higiénico nos llevamos papel de cocina. Toda una experiencia. Osú. Y así acabó el día, con la duda metódica de si el buen tiempo nos seguiría acompañando, a pesar de las malas previsiones que, por suerte, no se cumplían. Seguro que nuestro pequeño gran buda se pasó el viaje invocando al sol. O eso, o el personal del tiempo tiene mucha guasa y le gusta ir amargando a la gente. Sea como fuere, la suerte estaba de nuestro lado y a esas alturas la previsión metereológica era para nosotr@s un mal chiste. Venga, a dormir.
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