Las tres cuartas partes de mi actividad son mentales. Pienso que paso demasiado tiempo pensando. Pienso que tengo que pensar menos y hacer más. Pienso que pensar tiene su tiempo, y lo tengo que encontrar.

sábado, 7 de julio de 2018

Caminante, sí hay camino. Ispañoli (capitulo 8)

De Porto Vecchio a Ajaccio, con todos nuestros bártulos, hicimos varias paradas. El día amaneció nublado, eso chafa un poco si no fuera porque llevábamos tantos días retando a la meteorología con tan buen resultado que parecíamos los soles de los mapas y no había nube que nos hiciera sombra. Nos detuvimos en Figari para tomar un café y darle tiempo al sol de despejarse y despejarnos. Debían ser las 11,30 de la mañana y entramos en una tienda de productos típicos de la tierra. El amable señor que regentaba el local decidió por su cuenta y riesgo que teníamos que probar sus vinos. Ay, qué difícil hacerse entender en Ispañoli. A ver quién le explicaba a ese hombre sin ofenderlo que aquí en Ispaña no se bebe vino a esas horas. Pues no hubo manera y allí mismo, sin jamón ni nada dimos cuenta del suculento caldo. Y claro nos agenciamos unas botellas para comprobar más tarde si ese vino sabía igual a horas más decentes. Ese hombre dejó mi autoestima por los suelos cuando, entre sorbo y sorbo pregunta lo de siempre, Italiani? No, Ispañoli, ahhh, rial madrí, runaldo, pero mi gusta más mesi, barsa. De esto que se te pone esa sonrisa de persona siesa, mientras le dices ah, si, si y piensas, eso es lo que conoces de Ispaña? Pues vaya. Nosotr@s del sur, giralda, mezquita.... Eso. Ahhh, si, si sur Ispaña. Venga ya, que se te nota que no sabes de qué estamos hablando. Lo mismo se creía que eran futbolistas del Málaga club de fútbol o algo así. Vamos a tomar un café para la resaca. A nuestro lado una pareja se pide un vino blanco con su hielo. Y piensas, ya hay que comer? Madre mía que estrés con los horarios gastronómicos. Vámonos de aquí que para las dos de la tarde está esta gente poniendo la cena. Perdimos al sol por el camino, seguramente por el vino, y cuando llegamos a Sartene  el diluvio universal nos recibió con emoción. Qué ganas de llorar, andando por ese empedrado resbaladizo de callejuelas estrechas donde los coches te hacían la ola con el agua de los charcos. Lo que nos costó encontrar un lugar para almorzar, como siempre. Debajo de unos toldos empapados nos pusimos las botas, las de comer, las otras estaban en el maletero del coche, en ese parking que era gratis pero que alguien, en un exceso de civismo, por no llamarlo de otra forma, pagó religiosamente. En fin. Pelillos a la mar o pelillas a la máquina. Seguimos camino buscando el sol y justo lo encontramos esperándonos en Filitosa para entrar junt@s al yacimiento megalítico. Y menos mal, porque ver aquella extensión de tierra con enormes construcciones de piedras bajo la lluvia no era recomendable. Me encantó oír a las ranas croando, como adornando el silencio del lugar. Y rumbo al siguiente alojamiento, con cansancio, pero con ganas de más.

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