Las tres cuartas partes de mi actividad son mentales. Pienso que paso demasiado tiempo pensando. Pienso que tengo que pensar menos y hacer más. Pienso que pensar tiene su tiempo, y lo tengo que encontrar.

viernes, 6 de julio de 2018

Bonifacio 2. Ispañoli (capítulo 7)


Bonifacio  es una preciosa localidad. Yo diría que la que más me ha gustado. La recorrimos por tierra y por mar. Desde el barco pudimos ver la escalera del Rey de Aragón, que aparecía como un tremendo tajo en diagonal hecho sobre el acantilado que sujeta a la ciudad en delicado equilibrio. Ya me dio repelús así de lejos y empecé a pensar que no sería capaz de bajarla y, por supuesto, subirla después. Pero la belleza del paisaje me sacó de aquel pensamiento y me centró en la magnífica mezcla de rocas con formas imposibles y aguas a ratos turquesas, a ratos azul marino. En una parada observamos bancos de peces que casi podías tocar con la mano y de repente la gente se altera y miran a la parte trasera del bote adonde se había dirigido dos segundos antes el patrón, vivo retrato del hombre de vitruvio, pero con ropa y con melena morena alborotada. Así que volvimos la vista al foco de atención y observamos una bandada de gaviotas que nos acompañaban mientras el patrón les iba dando comida al vuelo. Una estampa magnifica que se acabó con tres palmadas con las que las gaviotas entendieron que se acabó lo que se daba y dejaron de seguirnos.

Al volver a tierra el plan era subir hasta la parte alta de la ciudad, que vista desde allí te bajaba hasta la tensión. Mientras pensábamos por donde salir vimos un "trenecito" turístico. Preguntamos el recorrido y resultó una perfecta solución para regular la tensión. Aquello se estaba pareciendo a un parque de atracciones, el barco, el tren... sólo nos faltaba una vuelta en avioneta y un algodón rosa en la mano, de esos que sirven para hacer el playback de comer, abres la boca y se desintegran. Qué chulo el tren, nos llevó lentamente, cuesta arriba, por recovecos estrechos, hasta que sólo se veía el cielo. Ahí nos bajamos y observamos de nuevo el puerto, tan cerca y tan lejos, como enero y diciembre. Andando llegamos al cementerio. Desde que descubrí a Nieves Concostrina y su inigualable humor fúnebre, los cementerios me llaman la atención. Sólo pensar la de historias que guardan te despiertan la imaginación. Este cementerio en particular me produjo risa al comprobar las espectaculares vistas al mar que tenía. Eso de que dios le da legañas a quien no tiene pestañas se hacía realidad allí mismo, en ese punto final del pueblo y de la vida, ese mismo punto donde la vista se pierde en el horizonte y el tiempo se vuelve eterno, porque, de alguna manera, los cementerios eternizan la muerte que acaba durando mucho más que la vida, porque así lo hemos decidido, probablemente en el torpe deseo de prolongar la vida para acabar prolongando la muerte. Uyyyy qué sepelio!!!  
Caminando llegamos a la escalera del rey de Aragón. La gente salia de allí sin aliento, encorvados. 
Las únicas caras de entusiasmo era de quienes llegaban, no de quienes se iban. Cerca de la caseta de entrada había estratégicamente colocados unos bancos para cobardes. Lo tuve claro desde el principio, ese era mi sitio y el del dueño del dúplex, que lo tenía igual de claro que yo. La intrépida tercera pasajera dio dos o tres vueltas por allí y, finalmente nos comunicó que iba a hacerlo, a pesar del cansancio que llevaba no podía resistirse a dejar pasar aquél reto. Se abrigó convenientemente porque la rasca que allí corría era considerable, y despareció escaleras abajo mientras el dueño del dúplex observaba su hazaña con admiración, asomándose a una barandilla de vértigo, mientras la perdía de vista por el vertiginoso acantilado y yo le pillaba el asiento para cobardes, que había muchos por allí rondando. En menos de quince minutos había completado un recorrido que tiene un tiempo medio establecido en media hora. Increíble. Esa mujer llegó sudando la gota gorda y tengo que decir que fue la única cara de satisfacción que divisé por allí. Toca volver. La idea inicial era bajar andando, pero, que va, en cuanto pasamos por la parada del trenecito cambiamos de opinión. Al llegar abajo, hicimos acopio de comida y vinos de la tierra en un supermercado spar, que inundan la isla, y a recogernos, que ya estaba bien de tanta feria y tanto tiovivo.

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