jueves, 15 de noviembre de 2018
Los días que pasan.
jueves, 30 de agosto de 2018
La lista de invitad@s
De todas las listas de invitad@s que puedas imaginar, hay una muy especial y de la que depende que el evento salga bien, mal o sólo regular. Es la lista más lenta de confeccionar y a la que más vueltas se le da. Inclusiones seguras, exclusiones temporales o definitivas, interrogaciones a modo de periodo de reflexión, hecha trizas y vuelta a empezar. Mil avatares obligan a su continua revisión. Es una lista tan particular que su confección comienza justo con el inicio del evento y dura tanto como éste, por lo que durante la celebración, las personas invitadas van saliendo y entrando y permaneciendo tanto tiempo como sus nombres duren en la lista. Tod@s estamos incluid@s en un montón de estas listas, como permanentes, como temporales, como aspirantes o simplemente en estado de interinidad, esperando que llegue la persona titular para ocupar nuestro puesto. No es un juego de mesa. Esa lista te acompaña siempre y nunca llegas a saber, si finalmente, fue o no un acierto. Sólo se permiten valoraciones sobre la marcha. A veces se excluye a alguien por error y luego, si te arrepientes, ya no tiene arreglo. Y también puede ocurrir que incluyas a alguien por error y te fastidie el evento haciendo que otras personas se marchen. Por eso a veces es una lista complicada y requiere mucha atención. Pero otras es fácil y el evento transcurre apacible y feliz. Os deseo mucha suerte en vuestras vidas y en las personas a las que invitéis a participar en ella.
sábado, 7 de julio de 2018
Tour Complet. Ispañoli (capítulo 10)
Voy a decir una gran tontería, aviso. Si algo caracteriza a una isla es que está rodeada de mar. Ya está. Ya lo he dicho. Por eso tan evidente, nuestro siguiente día volvía a incluir un tour marítimo, pero esta vez de cuatro horas y media, para no quedarnos con las ganas. Por eso y porque es una buena forma de explorar algo esencial en un territorio que dedica gran parte de su actividad al turismo marítimo. Esta vez aparcamos sin dificultad porque tuvimos suerte, porque coches había para reventar. Como teníamos claro con qué empresa haríamos el tour lo primero que hicimos fue localizar el lugar de venta de entradas que justo era un restaurante. Ya sabéis, casi con el desayuno en la garganta nos vimos obligad@s a pedir el almuerzo porque el barco salía a las 13,30 y no volvía hasta las 18 horas. Pero el dueño del dúplex decidió oponer resistencia (téngase en cuenta que sus desayunos contaban como cuatro comidas al día, y claro, era difícil dar más de sí). La tercera pasajera y yo escogimos un plato diferente cada una, con idea de compartirlos porque con eso teníamos de sobra. Pero, a ver, no era plan dos comiendo y uno mirando, así que insistimos, mira que vas a pasar hambre, no seas tonto, pide un plato y compartimos contigo también. Y así lo hizo. Pidió un plato y el camarero puso cara rara y le dio de mala manera el plato diciendo que eso no lo hacía nunca. Bueno, no le dimos mayor importancia. Pasamos parte del contenido de nuestros platos al suyo y de pronto, como un relámpago, apareció una especie de chicote despintado, que se colocó justo detrás del dueño del dúplex y nos dijo de todo con un cabreo impresionante. Incluso se le notaban las ganas de dar un puñetazo. No lo hizo así que se fue como vino, cabreado. Siento no poder contaros lo que dijo porque no me enteré de nada. Pobre hombre, todo su discurso flotando en el aire sin que nadie se hiciese el más mínimo eco. Que cantidad de energía desperdiciada. Nos miramos l@s tres extrañad@s, como preguntándonos qué nos acababa de pasar. En opinión y traducción del dueño del dúplex el chef dijo que cada persona tenía que pedir comida, así que el pobre se pidió un plato por esto de tener la fiesta en paz. Cucha, que se lo comió entero el colega. Qué elasticidad. Empecé a imaginar que íbamos a naufragar pero, en seguida lo olvidé, con la molestia chicotera pensamos que las entradas del barco las iba a comprar Rita la cantaora y el café se lo iba a tomar Rita también y de segunda cerveza y postres nada de nada. Lo que ganó con el plato obligado lo perdió con lo que aún nos quedaba por pedir. Pagamos y salimos pitando antes que el bicho saliera de nuevo con un látigo y nos obligara a defendernos. No, no a la guerra, que la guerra es muy perra. Para una cosa que teníamos clara, hay que fastidiarse, a buscar otro tour. No nos costó trabajo, aquello era pequeño y la oferta era mayor que el número de habitantes. Bajamos al puerto y embarcamos. Allí había un chico muy majo contando lo que íbamos viendo, pero esto no era canal sur, y no había audio descripción, así que ni flores de colores. Pero el destino es caprichoso y los ispañolis somos, además de una especie rara por allí, una perfecta oportunidad para parlar Ispañol. Así que Diego, miembro de la tripulación, lo tuvo claro. Ispañoli? Siiii. Pues yo os explico. Qué suerte la nuestra, tuvimos nuestro particular Cicerone para un pedazo de tour que incluía, Scandola-Girolata-Piana-Capo Rosso . Atracamos en el pequeño puerto de Girolata para estirar un rato las piernas y nos encontramos a las vacas tomando el sol. Alguna estaba considerablemente bronceada, vaya negra, negra. El dueño del dúplex aprovechó un arroyo que pasaba por allí para meter los pies. El caso es mojarse, que parece un boquerón. Y seguimos. Volvimos al punto de partida donde cambió el pasaje, excepto nosotr@s y otra pareja que embarcaron al principio y se pasaron las cuatro horas durmiendo. Qué risa verlos, por favor, sentados en primera fila con las cabezas oscilantes, al ritmo de las olas, chirrín chirrán. Cambiamos el sentido del viaje y vimos el resto que nos quedaba. Al bajar le pregunté a Diego su nombre. Por eso lo sé. Y le dimos las gracias por su amabilidad. Amén. Y ahora qué. Nos quedaba un largo trayecto hasta el siguiente punto al que llegaríamos ya de noche. Decidimos tomar un helado antes de cambiar de transporte. Allí estábamos la tercera pasajera y yo con nuestras dos bolas (de helado) y el dueño del dúplex perdido, que no aparecía por ningún lado. Llegó un momento en que empezamos a preocuparnos. Yo llegué a pensar que al pasar por el restaurante del mediodía se había enzarzado en una discusión, pero no. Nada. Y pasada una media hora aparece el buen hombre con un cabreo insinuando que lo habíamos abandonado. La tercera pasajera y yo nos quedamos mudas, algo realmente difícil en nosotras, pero lo hicimos. Suerte que un buen helado todo lo cura. Y en paz seguimos nuestro camino. No quedó ahí la cosa. La noche dio de sí lo suyo también. Pero eso lo cuento luego.
Iles Sanguinaires. Ispañoli (capítulo 9)
Visto el sur tocaba remontada de nuevo al norte pero por la cara oeste de la isla. Primera parada en Porticcio. Acusábamos ya el cansancio y decidimos tomarnos la mañana con calma, como si pudiéramos permitirnos ese lujo. Además habíamos cambiado el plan de visita dejando la parte más dura para el día siguiente y sólo teníamos que desplazarnos unos pocos kilómetros para cumplir nuestra agenda. No había prisa, así que después de desayunar subimos de nuevo al hotel, a esa estupenda terraza que la noche anterior convertimos en improvisada discoteca aprovechando el chunta chunta del asqueroso reggaeton que provenía de los chiringuitos cercanos. Hicimos todos las coreografías que la tercera pasajera traía de su gimnasio habitual hasta caer rendid@s. Y lo mejor de todo es que lo hicimos en silencio porque la música la traía el aire y nuestras carcajadas eran constantes pero apagadas, reprimidas, no sea que nos echaran del hotel. Y ya habíamos tenido bastante con que momentos antes, el dueño del dúplex nos invitó a cenar por su santo, aunque él es ateo y no cree en esas cosas, pero una celebración no se la salta un galgo, oye, y los dueños del garito donde conseguimos que nos sirvieron la cena a hora ispañoli, o sea que ya estaba el bar recogido y a punto de cerrar, pero nos hicieron el gran favor de servirnos, nos dejaron terminar los platos, pero con los vasos ya estábamos rebasando los límites de su generosidad y nos mandaron a la zona playera, nos indicaron dónde dejar las copas cuando agotáramos su contenido, y nos dijeron que buscáramos salida por la playa. Tras seguir a pie juntillas las instrucciones recibidas, volvimos al hotel bailando por el camino, y así llegamos, con la marcha metida en el cuerpo y necesidad de sacárnosla de encima para poder dormir. Bailamos hasta la extenuación, o sea, media hora. Dormimos hasta la extenuación, o sea, unas seis o siete horas. Qué extenuante todo, por dios. Por eso necesitábamos un respiro, o sea, un par de horas mirando al dueño del dúplex cómo se bañaba en la piscina.

La tercera pasajera recordó que cerca de allí estaban las Iles Sanguinaires y decidimos asomarnos. Menuda sorpresa!!! Aquello superó con creces nuestras expectativas. Y por poco acaba con mi capacidad física después de subir a pie, uno detrás de otro, por un cerro, hasta arriba del todo para contemplar embobada un paisaje espectacular. Valió la pena, sin duda. Y aún no tenía bastante la tercera pasajera que decidió subirse a otro montículo por un camino de piedras, de alta dificultad, que para ella debía ser pan comido porque a veces está como las cabras, y ese debió ser uno de esos momentos. El dueño del dúplex escogió otro camino menos complicado y yo escogí sentarme en una esquina del mundo, rodeada de mar y a resguardo de una roca. Lo que empezó como un día de escaso interés acabó siendo una de las excursiones más interesantes del viaje. Y volvimos a la pista de baile, pero esa noche no oíamos ni la música.
Caminante, sí hay camino. Ispañoli (capitulo 8)
De Porto Vecchio a Ajaccio, con todos nuestros bártulos, hicimos varias paradas. El día amaneció nublado, eso chafa un poco si no fuera porque llevábamos tantos días retando a la meteorología con tan buen resultado que parecíamos los soles de los mapas y no había nube que nos hiciera sombra. Nos detuvimos en Figari para tomar un café y darle tiempo al sol de despejarse y despejarnos. Debían ser las 11,30 de la mañana y entramos en una tienda de productos típicos de la tierra. El amable señor que regentaba el local decidió por su cuenta y riesgo que teníamos que probar sus vinos. Ay, qué difícil hacerse entender en Ispañoli. A ver quién le explicaba a ese hombre sin ofenderlo que aquí en Ispaña no se bebe vino a esas horas. Pues no hubo manera y allí mismo, sin jamón ni nada dimos cuenta del suculento caldo. Y claro nos agenciamos unas botellas para comprobar más tarde si ese vino sabía igual a horas más decentes. Ese hombre dejó mi autoestima por los suelos cuando, entre sorbo y sorbo pregunta lo de siempre, Italiani? No, Ispañoli, ahhh, rial madrí, runaldo, pero mi gusta más mesi, barsa. De esto que se te pone esa sonrisa de persona siesa, mientras le dices ah, si, si y piensas, eso es lo que conoces de Ispaña? Pues vaya. Nosotr@s del sur, giralda, mezquita.... Eso. Ahhh, si, si sur Ispaña. Venga ya, que se te nota que no sabes de qué estamos hablando. Lo mismo se creía que eran futbolistas del Málaga club de fútbol o algo así. Vamos a tomar un café para la resaca. A nuestro lado una pareja se pide un vino blanco con su hielo. Y piensas, ya hay que comer? Madre mía que estrés con los horarios gastronómicos. Vámonos de aquí que para las dos de la tarde está esta gente poniendo la cena. Perdimos al sol por el camino, seguramente por el vino, y cuando llegamos a Sartene el diluvio universal nos recibió con emoción. Qué ganas de llorar, andando por ese empedrado resbaladizo de callejuelas estrechas donde los coches te hacían la ola con el agua de los charcos. Lo que nos costó encontrar un lugar para almorzar, como siempre. Debajo de unos toldos empapados nos pusimos las botas, las de comer, las otras estaban en el maletero del coche, en ese parking que era gratis pero que alguien, en un exceso de civismo, por no llamarlo de otra forma, pagó religiosamente. En fin. Pelillos a la mar o pelillas a la máquina. Seguimos camino buscando el sol y justo lo encontramos esperándonos en Filitosa para entrar junt@s al yacimiento megalítico. Y menos mal, porque ver aquella extensión de tierra con enormes construcciones de piedras bajo la lluvia no era recomendable. Me encantó oír a las ranas croando, como adornando el silencio del lugar. Y rumbo al siguiente alojamiento, con cansancio, pero con ganas de más.
viernes, 6 de julio de 2018
Bonifacio 2. Ispañoli (capítulo 7)


jueves, 5 de julio de 2018
Bonifacio, Ispañoli (capítulo 6)
domingo, 1 de julio de 2018
Ispañoli ( capítulo 5) Rumbo al sur
Nos quedamos un buen rato al arrullo del agua y después seguimos camino. Siguiente parada Aleria, un pequeño pueblo que tiene una antigua ciudad romana y un fuerte que alberga una exposición, en mi opinión no muy interesante. Nos acercamos al cementerio. Era el primero que visitábamos. A mí me fascinan los camposantos, con ese silencio tan particular, sepulcral le dicen, que oyes un chasquido y se te aflojan las piernas, y empiezas a mirar para todos lados y empiezas a darte prisa. Bueno eso, que te cagas del susto. El cementerio era muy curioso. Las tumbas estaban sobre el suelo, como plataformas áridas y planas sobre las que se posaban trozos de piedra o mármol con inscripciones, fotos y objetos variados, a modo de mercadillo abandonado, como si los manteros hubieran salido huyendo de allí al ver a la pasma. No sé, peculiares. Hacía mucha calor, eso lo recuerdo bien, así que seguimos camino hacia la playa. Nos costó la misma vida dar con nuestro siguiente alojamiento, en Santa Giulia, cerca de Porto Vecchio, localidades ambas bañadas por el mar. La playa de Santa Giulia es pequeña, pero muy bonita y cuenta con tres restaurantes en dos metros cuadrados, uno de ellos con estrella Michelín, toma ya. No puedo contaros si están bien o mal porque andábamos tan cansad@s que tuvimos la ocurrencia de acercarnos al súper de la urbanización, cinco minutos antes de que cerraran y dejarnos atracar por las cuatro porquerías que compramos, de las que sólo salvo la pizza y el vino. Fue una compra tan apresurada que en lugar de papel higiénico nos llevamos papel de cocina. Toda una experiencia. Osú. Y así acabó el día, con la duda metódica de si el buen tiempo nos seguiría acompañando, a pesar de las malas previsiones que, por suerte, no se cumplían. Seguro que nuestro pequeño gran buda se pasó el viaje invocando al sol. O eso, o el personal del tiempo tiene mucha guasa y le gusta ir amargando a la gente. Sea como fuere, la suerte estaba de nuestro lado y a esas alturas la previsión metereológica era para nosotr@s un mal chiste. Venga, a dormir.
Ispañoli (capítulo 4) "Denominación de origen"
lunes, 25 de junio de 2018
Ispañoli (capítulo 3)
Y después de un largo día, de por lo menos 35 horas, llegamos al destino. Un destino donde el español no figura entre los idiomas que se hablan. Ahí lo dejo y otro día os cuento.
Salimos del aeropuerto y fuimos a coger el coche que habíamos alquilado dejando claro que necesitábamos un buen maletero. No tengo claro si el destino quiso recompensar nuestro entusiasmo, o más bien castigarnos por tomarnos todo a chufla, porque nos encontramos un pedazo de coche que nos venía muy, pero que muy grande a l@s tres, incluido nuestro particular portador de inutilidades, que hasta llevaba una máscara de snorkel, además de todo lo que iban dando en el avión y el resto de la tropa no quería. Nos obligaba a pedirlo para guardarlo él, a modo de provisiones, por si acaso. Creo que no le explicamos bien las intenciones del viaje, o no las entendió porque me parece que fueron unas setenta veces las que dijimos que era una experiencia visual y gastronómica. O sea que íbamos a ver paisajes y a hartarnos de comer y beber. Pues lo dicho, no debía fiarse de la gastronomía corsa (o de nosotras) y prefirió hacer acopio de la despensa empaquetada de las compañías aéreas. Que valor!!! En fin, hay gente para todo. Tres vueltas le dimos al coche antes de montarnos. Como si estuviésemos haciendo el juego de la silla, a ver quién pierde y conduce, de noche que era ya y en un lugar desconocido. Eso es la aventura? No creo, porque a mí la aventura me gusta, o me gusta pensar que me gusta, y me estaba dando un cabreo del cansancio y el hambre que llevaba, que yo qué sé.
Reventad@s de andar, preguntando por señas en mil trescientos cincuenta y seis sitios si nos daban de comer (vete tú a saber lo que entendían) y llevarnos mil trescientos cincuenta y seis noes , ya con las lágrimas saltadas, pensando que íbamos a dormir con el arrullo de las tripas, lo intentamos una vez más en un bar donde estaban recogiendo las sillas. Total qué íbamos a perder? En todo ese tiempo debíamos haber perfeccionado nuestro particular lenguaje de signos porque el camarero nos entendió a la primera y nos condujo a un pequeño local anejo que vendía piezas de pizza y que también estaba recogiendo ya. Este amable señor decidió hacer su buena obra del día con esta gente rara que llora cuando ve media bandeja de pizza, esa gente rara que habla idioma raro y come a deshoras, esa gente rara que te compra la mercancía que te ha sobrado y encima te da las gracias. Ay, esa gente. El señor se puso tan contento de recibirnos que se vino arriba y nos sacó dos bandejas más de pizza, nos acomodó en su humilde garito, nos puso música corsa y nos invitó a un postre típico. Merci maestro, nos has salvado la noche. Te recordaré. Bueno, ahora no recuerdo el sabor de tus pizzas, pero sí tu sonrisa. Guapetón. Vale. Ya está, que me enamoro hasta con las pompas de jabón. Duermete niña, duermete ya, que mañana te vas a enterar.
domingo, 4 de marzo de 2018
Autorías y tutorías, todo la misma tontería.
No tengo muy claro si a mí eso me podría divertir o sacarme de mis casillas, pero, en fin, ella es una niña habilidosa y si no, seguro que su padre va a flipar en colores con el cacharrito. Su madre creo que no, no lo tengo muy claro. La cuestión es que no se quede olvidado en un cajón porque vale una pasta, 49 euros exactamente según marcaba la página web de El corte inglés, esa mole de cemento "saca de apuros" que me pilla cerca de casa. Y allá que fui toda dispuesta a apoderarme de aquél artefacto. Después de dar cuatro vueltas por los pasillos, preguntar a un empleado, dar cuatro vueltas más, por fin los encontré. No se si el empleado encontró la salida al terminar su turno, porque orientación, lo que se dice orientación, no tenía mucha. Y allí estaban. Ocupaban un pequeño espacio en una larga estantería de tres plantas. Arriba un rótulo anunciaba su existencia, DRONES. Había unas quince cajas, pero doce eran todas del modelo que yo iba buscando. ¡Excelente! pensé. Comprobé el precio, 49 euros. Pero, no sé, me entró la duda. Siempre me gusta preguntar. A veces para comprobar la veracidad de los tutoriales, a veces para comprobar que quien te vende algo no tiene ni puñetera idea de lo que te está vendiendo, y otras veces para poder cabrearme con alguien si luego el producto no se ajusta a lo que buscaba. Ese muchacho que vino a des-informarme era igualito que Manu Sánchez, lo que ya hacía presagiar la poca gracia que me iba a hacer. No sé porqué no estoy atenta a los detalles, jolines. Le hice una pregunta simple, teniendo en cuenta el nivelazo en drones que tenía yo a esas horas, y para salir del paso y dando muestras de que de tonto no tenía un pelo, empezó a preguntarme él, que para quién era el dron, que para qué lo quería.... y yo, que no me esperaba aquello, en lugar de mandarlo directamente a freír espárragos, le contesté todo lo que me preguntó religiosamente. Lo sé, lo sé, vamos a dejarlo. El joven me sugirió que buscase un dron en la planta de juguetes que eso se ajustaba más a lo que yo estaba buscando. Tengo que decir en mi defensa que sobre drones infantiles no me leí ni un solo tutorial, así que opté por aceptar su sugerencia con cierto cabreo porque me dejó la autoestima por los suelos, y bajé a la planta juguetera donde con mezcla de asombro y enfado comprobé que los drones eran feísimos, con más colorines que estilo, ¡y encima eran más caros!. Mira que no, que no, que yo tenía claro a lo que venía y que no tengo que escuchar a nadie cuando tengo las cosas claras, hombre ya, que me subo otra vez para arriba y asunto terminado. Las escaleras mecánicas ya tenían mis huellas. Llegué, busqué a Manu que estaba allí todo contento hablando con una compañera y le dije, mira, que ya he visto los drones infantiles y eso no es lo que quiero, que me voy a llevar el que te dije antes. Voy con él hasta la estantería y ¡¡¡¡¡¡ME CAGO EN SU NACIÓN ENTERA!!!!!!, el muy..................., .............., ................., y ..........................., sí, todo eso, había cambiado el precio. Ahora el dron costaba 69 euros. Me sujeté a la estantería, miré al suelo, sin trabajo ninguno porque el cuello lo tenía ya acostumbrado, resoplé como un toro a punto de embestir y mirándole con los ojos fuera de las órbitas le dije, ¿pero ésto qué es?, hace un momento el precio eran 49 euros. Y me dice, sí, pero es que en el precio ponía que era hasta el 28 de febrero. (Ojo, que era día 3 de marzo) Y le digo, si claro, lo que tú digas. Y me dice, sí, sí, lo ponía. Y le digo, mira, te aseguro que aunque lo pusiera si no llegas a quitar el precio me ibas a cobrar 49 euros. Esto es una auténtica tomadura de pelo. Esto es, vete para abajo que arregle este despiste. ¿Tú te crees que yo me voy a llevar esto? y no es por el dinero, es porque no me gusta que me tomen el pelo. Y me dice, lo entiendo. Vamos, por favor, ese "lo entiendo" es como reírse en toda mi cara. Ya tuvo suerte el tipo de que yo no sea persona violenta, la verdad, pero tengo mi corazoncito y me sentí muy mal. Le pedí que se fuera, que así, en lenguaje agresivo es, quítate de mi vista o te parto la cara. Saqué mi móvil y le disparé. Noooo. Saqué mi móvil y busqué el dron con el escáner de Amazon. Allí estaba, a 49 euros. Bien. El único problema es que no lo tendría ese día, así que tuve que seguir buscando algún detalle para salir del paso. En la misma planta está la zona de las cosas curiosas, que es como una tienda de chinos pero con más glamour, sobre todo en los precios. Encontré unos lápices preciosos de colores y una especie de pequeño cañón para proyectar los vídeos del móvil. Con los lápices acierto seguro porque le encanta dibujar y lo hace muy bien, y con el proyector, no sé, puede ser entretenido. Y llegó el momento de dar los regalos. Le encantaron los lápices y se quedó pasmada con el proyector. Rápidamente se puso a montarlo y cuando ya estaba listo, le busqué un vídeo y metió el móvil en la caja. No se veía nada de nada. Después de una hora dándole vueltas al asunto sin conseguir que aquello funcionara, ya os imagináis lo que hice ¿no? sí, exacto, busqué un tutorial. Una chica explicaba con soltura cómo hacer funcionar aquello y, bingo, ya salía luz por allí después de ciertos ajustes en el móvil. A continuación bajamos la persiana y le dimos al play. Vaya una puñetera mierda de proyector. ¿Y ahora qué?. Le dije a la niña, mira no sólo es que no funciona esto, es que además no tiene nada de divertido, así que vamos a meterlo todo en la caja, antes de que me salga el demonio que llevo dentro y lo tire al suelo y salte en lo alto. No te preocupes, chiquita, tu regalo de verdad llegará el miércoles. Esto era sólo una tontería para entretenernos un rato y vaya si lo hemos conseguido. La niña me miró con cierta frustración y me dijo, vale. Desde entonces tengo los dedos cruzados (esto lo he escrito con la nariz) para que el miércoles llegue el dron y funcione. Ya lo de menos es que le guste o no. Porque una cosa os digo, como el dron no funcione, me van a oír hasta en Australia. Me va a entrar un cabreo tan grande que me voy a hacer un tutorial de hora y media sobre chapuzas, poca vergüenza y otras miserias. Que de tutoriales sé yo un rato.