Las tres cuartas partes de mi actividad son mentales. Pienso que paso demasiado tiempo pensando. Pienso que tengo que pensar menos y hacer más. Pienso que pensar tiene su tiempo, y lo tengo que encontrar.

jueves, 15 de noviembre de 2018

Los días que pasan.

Hace ya tiempo que no os cuento nada y no es por falta de historias ni por falta de ganas, es sólo que no encuentro el momento así que me he dicho ¡hasta aquí ha llegado la cosa, que me encuentre el momento a mí! He cogido el teclado, mi copita de ribera y he puesto el horno a precalentar y mientras os voy a ir contando mis pensamientos, palabras, obras y omisiones, mis culpas y mis disculpas. Amén. Estaba viendo en la televisión el encendido del alumbrado de mi pueblo, mientras daba cuenta on line del anís y los pestiños que mi amiga de twitter alias @angela_2_ me ha mandado virtualmente. En esto que me ha entrado el arranque narrativo y me he venido a la cocina para descubrir al pasar por la puerta de entrada que mis vecin@s de al lado aún siguen con la mudanza. He entrado en shock. No es posible que se tarde una semana en despejar un piso de menos de setenta metros cuadrados. Ahora me explico que esta gente estuviera todo el santo día entrando y saliendo sin parar. Claro, tendrían que hacer turnos, es imposible estar l@s cuatro al mismo tiempo con tanto trasto. Y encima, por si esto fuera poco, se han traído a familiares y amistades para ayudarles al desalojo de esta miniatura del palacio de Buckingham. El rellano se ha convertido en un hormiguero humano donde no hay paz para los malvados ni para el resto del vecindario. Si ya era difícil pillar el ascensor un día cualquiera, estos últimos días, con este personal en continuo movimiento, es casi un milagro. De hecho he bautizado la operación como "a la caza del elevador". Calculo que lo único que ya les queda por llevarse es el gotelé, eso si no se ha caído con los portazos porque además de okupas del rellano son okupas del silencio. Cuando se van de vacaciones mi rellano parece un monasterio, qué paz, qué tranquilidad. Sólo se oye la alarma de la pija al entrar o salir y la cadena  del perro del otro piso cuando sale de paseo. O sea, nada. ¿Cómo? ¿Que por qué no me he comprado una casa en el campo? pues, uno, porque no tengo pelas, y dos, porque yo no molesto a nadie. Que se la compren ell@s que son los que necesitan espacio y efecto eco. No sé adónde se mudan. Tampoco sé quién vendrá en su sustitución, sólo espero no echarlos de menos.
Y a otra cosa mariposa. Para añadir un poco de estrés a mi vida decidí hace unas semanas poner en práctica esa regla mental que dice que cada día tienes que hacer algo que te de miedo. Cerré mi puerta sin ruido, sin alarmas, sin cadenas de perro y enfilé mis pasos a la academia de inglés que han abierto al lado de mi casa. No tuve bastante con preguntar precios y horarios que, en un alarde de valentía me matriculé, pensando que con eso cubría todos los miedos de una semana entera en una sola tacada. Y el día indicado me presenté a hacer mi prueba de nivel, ahí, sin airbag, y me estrellé. Me pusieron en el nivel más bajo del universo. No pasa nada, me dije, unos buenos cimientos son garantía de solidez. Vamos que lo de aprender va a durar más que la construcción de la catedral de Burgos. Volví de nuevo el día que comenzaban las clases, tranquila, despreocupada, total el one two three ya me lo sabía, no tenía nada que temer. Y no hago más que entrar y va la rubia guiri y me habla en inglés. Pero vamos a ver, chica, ¿nadie te ha dicho que tengo el nivel más bajo?, ¿qué me voy a colgar un cartel y unas orejas de burra también? Qué mala persona la rubia, no he conseguido todavía sacarle una sola palabra en español (yo creo que no sabe, ya somos dos ignora-parlantes), pero, eso sí, cuando refunfuño en español me llama la atención diciendo, "in english". Pero hija, si yo supiera decirte esto in english no estaría aquí. Ay, qué cosas. Y ahí voy, pasito a pasito, o como ella dice, step by step. Lo que voy a tardar en darle la vuelta a la manzana.... Ahora bien, el inglés va como va, pero se me están desarrollando unas habilidades que desconocía para salir de apuros, se trata de una perfecta conjunción de memoria y lógica aplicada a velocidad de vértigo, que hasta yo lo flipo, y me permite resolver las questions de la guiri divinamente. Ella también flipa. Básicamente es lo que en mi pueblo se llama "miedo al ridículo", es el mejor estímulo mental que existe.
Por cierto, si eres de quienes gustan en sumar algo de estímulo corporal, por esto de men sana in corpore sano (toma rubia, que sé latín), ni se te ocurra hacer como yo, que no tuve otra cosa que pedirme para mi cumpleaños una pulsera de actividad, con tan mala suerte que me la regalaron. Al principio estaba muy contenta hasta que descubrí los poderes ocultos de la tecnología. Estoy convencida de que este artilugio es en verdad un viejo espía de la Kgb reducido a escombros. Me vigila constantemente proporcionando al enemigo (que soy yo misma) información sensible. Que si ando poco, que si no quemo calorías, que si duermo poco y mal. Mis pulsaciones son como una montaña rusa (¿casualidad?). Se me sube la tensión cada vez que el espía me habla. 
¿Qué puedo deciros? Como siga así voy a descubrir la depresión, y no me refiero a la geográfica. Entre mi bajo nivel de inglés, mi escasa actividad física y la poca calidad de mi sueño, lo único que me faltaba era una mudanza de diez días. Si a esto le pongo un poco de música sonaría algo así:
"Los días que pasan, las luces del alba, mi alma, mi cuerpo, mi voz, no sirven de nada, porque yo sin inglés no soy nada, sin mudanza soy nada, sin pulsera soy nada"

jueves, 30 de agosto de 2018

La lista de invitad@s

De todas las listas de invitad@s  que puedas imaginar, hay una muy especial y de la que depende que el evento salga bien, mal o sólo regular. Es la lista más lenta de confeccionar y a la que más vueltas se le da. Inclusiones seguras, exclusiones temporales o definitivas, interrogaciones a modo de periodo de reflexión, hecha trizas y vuelta a empezar. Mil avatares obligan a su continua revisión. Es una lista tan particular que su confección comienza justo con el inicio del evento y dura tanto como éste, por lo que durante la celebración, las personas invitadas van saliendo y entrando y permaneciendo tanto tiempo como sus nombres duren en la lista. Tod@s estamos incluid@s  en un montón de estas listas, como permanentes, como temporales, como aspirantes o simplemente en estado de interinidad, esperando que llegue la persona titular para ocupar nuestro puesto. No es un juego de mesa. Esa lista te acompaña siempre y nunca llegas a saber, si finalmente, fue o no un acierto. Sólo se permiten valoraciones sobre la marcha. A veces se excluye a alguien por error y luego, si te arrepientes, ya no tiene arreglo. Y también puede ocurrir que incluyas a alguien por error y te fastidie el evento haciendo que otras personas se marchen. Por eso a veces es una lista complicada y requiere mucha atención. Pero otras es fácil y el evento transcurre apacible y feliz. Os deseo mucha suerte en vuestras vidas y en las personas a las que invitéis a participar en  ella.

sábado, 7 de julio de 2018

Tour Complet. Ispañoli (capítulo 10)

Voy a decir una gran tontería, aviso. Si algo caracteriza a una isla es que está rodeada de mar. Ya está. Ya lo he dicho. Por eso tan evidente, nuestro siguiente día volvía a incluir un tour marítimo, pero esta vez de cuatro horas y media, para no quedarnos con las ganas. Por eso y porque es una buena forma de explorar algo esencial en un territorio que dedica gran parte de su actividad al turismo marítimo. Esta vez aparcamos sin dificultad porque tuvimos suerte, porque coches había para reventar. Como teníamos claro con qué empresa haríamos el tour lo primero que hicimos fue localizar el lugar de venta de entradas que justo era un restaurante. Ya sabéis, casi con el desayuno en la garganta nos vimos obligad@s a pedir el almuerzo porque el barco salía a las 13,30 y no volvía hasta las 18 horas. Pero el dueño del dúplex decidió oponer resistencia (téngase en cuenta que sus desayunos contaban como cuatro comidas al día, y claro, era difícil dar más de sí). La tercera pasajera y yo escogimos un plato diferente cada una, con idea de compartirlos porque con eso teníamos de sobra. Pero, a ver, no era plan dos comiendo y uno mirando, así que insistimos, mira que vas a pasar hambre, no seas tonto, pide un plato y compartimos contigo también. Y así lo hizo. Pidió un plato y el camarero puso cara rara y le dio de mala manera el plato diciendo que eso no lo hacía nunca. Bueno, no le dimos mayor importancia. Pasamos parte del contenido de nuestros platos al suyo y de pronto, como un relámpago, apareció una especie de chicote despintado, que se colocó justo detrás del dueño del dúplex y nos dijo de todo con un cabreo impresionante. Incluso se le notaban las ganas de dar un puñetazo. No lo hizo así que se fue como vino, cabreado. Siento no poder contaros lo que dijo porque no me enteré de nada. Pobre hombre, todo su discurso flotando en el aire sin que nadie se hiciese el más mínimo eco. Que cantidad de energía desperdiciada. Nos miramos l@s tres extrañad@s, como preguntándonos qué nos acababa de pasar. En opinión y traducción del dueño del dúplex el chef dijo que cada persona tenía que pedir comida, así que el pobre se pidió un plato por esto de tener la fiesta en paz. Cucha, que se lo comió entero el colega. Qué elasticidad. Empecé a imaginar que íbamos a naufragar pero, en seguida lo olvidé, con la molestia chicotera pensamos que las entradas del barco las iba a comprar Rita la cantaora y el café se lo iba a tomar Rita también y de segunda cerveza y postres nada de nada. Lo que ganó con el plato obligado lo perdió con lo que aún nos quedaba por pedir. Pagamos y salimos pitando antes que el bicho saliera de nuevo con un látigo y nos obligara a defendernos. No, no a la guerra, que la guerra es muy perra. Para una cosa que teníamos clara, hay que fastidiarse, a buscar otro tour. No nos costó trabajo, aquello era pequeño y la oferta era mayor que el número de habitantes. Bajamos al puerto y embarcamos. Allí había un chico muy majo contando lo que íbamos viendo, pero esto no era canal sur, y no había audio descripción, así que ni flores de colores. Pero el destino es caprichoso y los ispañolis somos, además de una especie rara por allí, una perfecta oportunidad para parlar Ispañol. Así que Diego, miembro de la tripulación, lo tuvo claro. Ispañoli? Siiii. Pues yo os explico. Qué suerte la nuestra, tuvimos nuestro particular Cicerone para un pedazo de tour que incluía, Scandola-Girolata-Piana-Capo Rosso . Atracamos en el pequeño puerto de Girolata para estirar un rato las piernas y nos encontramos a las vacas tomando el sol. Alguna estaba considerablemente bronceada, vaya negra, negra. El dueño del dúplex aprovechó un arroyo que pasaba por allí para meter los pies. El caso es mojarse, que parece un boquerón. Y seguimos. Volvimos al punto de partida donde cambió el pasaje, excepto nosotr@s y otra pareja que embarcaron al principio y se pasaron las cuatro horas durmiendo. Qué risa verlos, por favor, sentados en primera fila con las cabezas oscilantes, al ritmo de las olas, chirrín chirrán. Cambiamos el sentido del viaje y vimos el resto que nos quedaba. Al bajar le pregunté a Diego su nombre. Por eso lo sé. Y le dimos las gracias por su amabilidad. Amén. Y ahora qué. Nos quedaba un largo trayecto hasta el siguiente punto al que llegaríamos ya de noche. Decidimos tomar un helado antes de cambiar de transporte. Allí estábamos la tercera pasajera y yo con nuestras dos bolas (de helado) y el dueño del dúplex perdido, que no aparecía por ningún lado. Llegó un momento en que empezamos a preocuparnos. Yo llegué a pensar que al pasar por el restaurante del mediodía se había enzarzado en una discusión, pero no. Nada. Y pasada una media hora aparece el buen hombre con un cabreo insinuando que lo habíamos abandonado. La tercera pasajera y yo nos quedamos mudas, algo realmente difícil en nosotras, pero lo hicimos. Suerte que un buen helado todo lo cura. Y en paz seguimos nuestro camino. No quedó ahí la cosa. La noche dio de sí lo suyo también. Pero eso lo cuento luego.

Iles Sanguinaires. Ispañoli (capítulo 9)


Visto el sur tocaba remontada de nuevo al norte pero por la cara oeste de la isla. Primera parada en Porticcio. Acusábamos ya el cansancio y decidimos tomarnos la mañana con calma, como si pudiéramos permitirnos ese lujo. Además habíamos cambiado el plan de visita dejando la parte más dura para el día siguiente y sólo teníamos que desplazarnos unos pocos kilómetros para cumplir nuestra agenda. No había prisa, así que después de desayunar subimos de nuevo al hotel, a esa estupenda terraza que la noche anterior convertimos en improvisada discoteca aprovechando el chunta chunta  del asqueroso reggaeton que provenía de los chiringuitos cercanos. Hicimos todos las coreografías que la tercera pasajera traía de su gimnasio habitual hasta caer rendid@s. Y lo mejor de todo es que lo hicimos en silencio porque la música la traía el aire y nuestras carcajadas eran constantes pero apagadas, reprimidas, no sea que nos echaran del hotel. Y ya habíamos tenido bastante con que momentos antes, el dueño del dúplex nos invitó a cenar por su santo, aunque él es ateo y no cree en esas cosas, pero una celebración no se la salta un galgo, oye, y los dueños del garito  donde conseguimos que nos sirvieron la cena a hora ispañoli, o sea que ya estaba el bar recogido y a punto de cerrar, pero nos hicieron el gran favor de servirnos, nos dejaron terminar los platos, pero con los vasos ya estábamos rebasando los límites de su generosidad y nos mandaron a la zona playera, nos indicaron dónde dejar las copas cuando agotáramos su contenido, y nos dijeron que buscáramos salida por la playa. Tras seguir a pie juntillas las instrucciones recibidas, volvimos al hotel bailando por el camino, y así llegamos, con la marcha metida en el cuerpo y necesidad de sacárnosla de encima para poder dormir. Bailamos hasta la extenuación, o sea, media hora. Dormimos hasta la extenuación, o sea, unas seis o siete horas. Qué extenuante todo, por dios. Por eso necesitábamos un respiro, o sea, un par de horas mirando al dueño del dúplex cómo se bañaba en la piscina.

Se acabó el relax que parecemos gente rica y no nos pega nada eso. Vamos allá. Y fuimos. Llegamos a Ajaccio, una localidad costera sin más interés que sus playas. La mañana, o lo que quedaba de ella, se prometía aburrida. Paseamos por calles, plazas, puerto, playa. Alto, ahí me paro. El dueño del dúplex, al que ya le estaban saliendo aletas, decidió darse un chapuzón mientras la tercera pasajera y yo visitamos la catedral. Las catedrales de allí son como parroquias de aldea, nada que ver con las nuestras, que conste. No es por quitarles encanto, pero las cosas como son. Media tarde y ya lo teníamos todo visto.

 La tercera pasajera recordó que cerca de allí estaban las Iles Sanguinaires y decidimos asomarnos. Menuda sorpresa!!! Aquello superó con creces nuestras expectativas. Y por poco acaba con mi capacidad física después de subir a pie, uno detrás de otro, por un cerro, hasta arriba del todo para contemplar embobada un paisaje espectacular. Valió la pena, sin duda. Y aún no tenía bastante la tercera pasajera que decidió subirse a otro montículo por un camino de piedras, de alta dificultad, que para ella debía ser pan comido porque a veces está como las cabras, y ese debió ser uno de esos momentos. El dueño del dúplex escogió otro camino menos complicado y yo escogí sentarme en una esquina del mundo, rodeada de mar y a resguardo de una roca. Lo que empezó como un día de escaso interés acabó siendo una de las excursiones más interesantes del viaje. Y volvimos a la pista de baile, pero esa noche no oíamos ni la música.

Caminante, sí hay camino. Ispañoli (capitulo 8)

De Porto Vecchio a Ajaccio, con todos nuestros bártulos, hicimos varias paradas. El día amaneció nublado, eso chafa un poco si no fuera porque llevábamos tantos días retando a la meteorología con tan buen resultado que parecíamos los soles de los mapas y no había nube que nos hiciera sombra. Nos detuvimos en Figari para tomar un café y darle tiempo al sol de despejarse y despejarnos. Debían ser las 11,30 de la mañana y entramos en una tienda de productos típicos de la tierra. El amable señor que regentaba el local decidió por su cuenta y riesgo que teníamos que probar sus vinos. Ay, qué difícil hacerse entender en Ispañoli. A ver quién le explicaba a ese hombre sin ofenderlo que aquí en Ispaña no se bebe vino a esas horas. Pues no hubo manera y allí mismo, sin jamón ni nada dimos cuenta del suculento caldo. Y claro nos agenciamos unas botellas para comprobar más tarde si ese vino sabía igual a horas más decentes. Ese hombre dejó mi autoestima por los suelos cuando, entre sorbo y sorbo pregunta lo de siempre, Italiani? No, Ispañoli, ahhh, rial madrí, runaldo, pero mi gusta más mesi, barsa. De esto que se te pone esa sonrisa de persona siesa, mientras le dices ah, si, si y piensas, eso es lo que conoces de Ispaña? Pues vaya. Nosotr@s del sur, giralda, mezquita.... Eso. Ahhh, si, si sur Ispaña. Venga ya, que se te nota que no sabes de qué estamos hablando. Lo mismo se creía que eran futbolistas del Málaga club de fútbol o algo así. Vamos a tomar un café para la resaca. A nuestro lado una pareja se pide un vino blanco con su hielo. Y piensas, ya hay que comer? Madre mía que estrés con los horarios gastronómicos. Vámonos de aquí que para las dos de la tarde está esta gente poniendo la cena. Perdimos al sol por el camino, seguramente por el vino, y cuando llegamos a Sartene  el diluvio universal nos recibió con emoción. Qué ganas de llorar, andando por ese empedrado resbaladizo de callejuelas estrechas donde los coches te hacían la ola con el agua de los charcos. Lo que nos costó encontrar un lugar para almorzar, como siempre. Debajo de unos toldos empapados nos pusimos las botas, las de comer, las otras estaban en el maletero del coche, en ese parking que era gratis pero que alguien, en un exceso de civismo, por no llamarlo de otra forma, pagó religiosamente. En fin. Pelillos a la mar o pelillas a la máquina. Seguimos camino buscando el sol y justo lo encontramos esperándonos en Filitosa para entrar junt@s al yacimiento megalítico. Y menos mal, porque ver aquella extensión de tierra con enormes construcciones de piedras bajo la lluvia no era recomendable. Me encantó oír a las ranas croando, como adornando el silencio del lugar. Y rumbo al siguiente alojamiento, con cansancio, pero con ganas de más.

viernes, 6 de julio de 2018

Bonifacio 2. Ispañoli (capítulo 7)


Bonifacio  es una preciosa localidad. Yo diría que la que más me ha gustado. La recorrimos por tierra y por mar. Desde el barco pudimos ver la escalera del Rey de Aragón, que aparecía como un tremendo tajo en diagonal hecho sobre el acantilado que sujeta a la ciudad en delicado equilibrio. Ya me dio repelús así de lejos y empecé a pensar que no sería capaz de bajarla y, por supuesto, subirla después. Pero la belleza del paisaje me sacó de aquel pensamiento y me centró en la magnífica mezcla de rocas con formas imposibles y aguas a ratos turquesas, a ratos azul marino. En una parada observamos bancos de peces que casi podías tocar con la mano y de repente la gente se altera y miran a la parte trasera del bote adonde se había dirigido dos segundos antes el patrón, vivo retrato del hombre de vitruvio, pero con ropa y con melena morena alborotada. Así que volvimos la vista al foco de atención y observamos una bandada de gaviotas que nos acompañaban mientras el patrón les iba dando comida al vuelo. Una estampa magnifica que se acabó con tres palmadas con las que las gaviotas entendieron que se acabó lo que se daba y dejaron de seguirnos.

Al volver a tierra el plan era subir hasta la parte alta de la ciudad, que vista desde allí te bajaba hasta la tensión. Mientras pensábamos por donde salir vimos un "trenecito" turístico. Preguntamos el recorrido y resultó una perfecta solución para regular la tensión. Aquello se estaba pareciendo a un parque de atracciones, el barco, el tren... sólo nos faltaba una vuelta en avioneta y un algodón rosa en la mano, de esos que sirven para hacer el playback de comer, abres la boca y se desintegran. Qué chulo el tren, nos llevó lentamente, cuesta arriba, por recovecos estrechos, hasta que sólo se veía el cielo. Ahí nos bajamos y observamos de nuevo el puerto, tan cerca y tan lejos, como enero y diciembre. Andando llegamos al cementerio. Desde que descubrí a Nieves Concostrina y su inigualable humor fúnebre, los cementerios me llaman la atención. Sólo pensar la de historias que guardan te despiertan la imaginación. Este cementerio en particular me produjo risa al comprobar las espectaculares vistas al mar que tenía. Eso de que dios le da legañas a quien no tiene pestañas se hacía realidad allí mismo, en ese punto final del pueblo y de la vida, ese mismo punto donde la vista se pierde en el horizonte y el tiempo se vuelve eterno, porque, de alguna manera, los cementerios eternizan la muerte que acaba durando mucho más que la vida, porque así lo hemos decidido, probablemente en el torpe deseo de prolongar la vida para acabar prolongando la muerte. Uyyyy qué sepelio!!!  
Caminando llegamos a la escalera del rey de Aragón. La gente salia de allí sin aliento, encorvados. 
Las únicas caras de entusiasmo era de quienes llegaban, no de quienes se iban. Cerca de la caseta de entrada había estratégicamente colocados unos bancos para cobardes. Lo tuve claro desde el principio, ese era mi sitio y el del dueño del dúplex, que lo tenía igual de claro que yo. La intrépida tercera pasajera dio dos o tres vueltas por allí y, finalmente nos comunicó que iba a hacerlo, a pesar del cansancio que llevaba no podía resistirse a dejar pasar aquél reto. Se abrigó convenientemente porque la rasca que allí corría era considerable, y despareció escaleras abajo mientras el dueño del dúplex observaba su hazaña con admiración, asomándose a una barandilla de vértigo, mientras la perdía de vista por el vertiginoso acantilado y yo le pillaba el asiento para cobardes, que había muchos por allí rondando. En menos de quince minutos había completado un recorrido que tiene un tiempo medio establecido en media hora. Increíble. Esa mujer llegó sudando la gota gorda y tengo que decir que fue la única cara de satisfacción que divisé por allí. Toca volver. La idea inicial era bajar andando, pero, que va, en cuanto pasamos por la parada del trenecito cambiamos de opinión. Al llegar abajo, hicimos acopio de comida y vinos de la tierra en un supermercado spar, que inundan la isla, y a recogernos, que ya estaba bien de tanta feria y tanto tiovivo.

jueves, 5 de julio de 2018

Bonifacio, Ispañoli (capítulo 6)


 Levantarte por la mañana y ver el sol iluminando una playa de arena blanca y aguas turquesas, es una visión idílica que te infla los sentidos. Digo yo. A mí no me ha pasado. Al menos al levantarme, pero sí después de desayunar, que se ve todo mucho menos borroso y, qué quieres que te diga, con el estómago lleno los sentidos ruedan mejor, dónde va a parar. Pues esa visión idílica la tuve en Santa Giulia. Cuando le di la espalda a la playa volví a mi realidad. Era el cuarto día del viaje y pusimos rumbo a Bonifacio, con ese pedazo de coche cargado hasta las trancas de chorradas, como si fuésemos de acampada libre quince días. Qué despropósito! Y eso gracias al dueño del dúplex que viajar ha viajado mucho pero qué poco se le nota, por dios. Con su botella de litro y medio de agua, cargado todo el día, y encima diciéndonos que no bebíamos nada. Pero a ver, chavalín, claro que bebemos, más o menos como tú, pero como no nos escuchas cuando te decimos que compres tres botellines y te vienes con la botellona porque es más barata, qué quieres que te diga, para ti toda, hombre, que no tienes ni idea de lo que son los escrúpulos, ni le permites a nadie que los tenga. Así íbamos la tercera pasajera y yo, con las bocas secas, pero sin sed. Bastaba pensar en la botellona y se te pasaba de golpe. Pero eso sí, no nos salieron boqueras en todo el viaje. Algo es algo. Y, justo ese día, el de Bonifacio, aprovechamos un despiste del botellonero para comprar botellines individuales. Ole. Así pudimos beber esa jornada. O eso, o moriríamos deshidratadas. Ahora que lo recuerdo no me da risa, me da pena y me digo solemnemente que a dios pongo por testigo que no volveré a pasar sed. Y que el viento se lleve lo que se tenga que llevar. A todo esto, por dónde iba? Ah, sí. Llegamos al destino, a la misma hora que el resto del universo. Ni que hubiera un concierto de Chayanne ese día, por favor. Después de darle quince vueltas a la misma rotonda a ver donde aparcábamos conseguimos entrar a un parking pequeño, después de cabrear a la conductora de atrás, poco acostumbrada a las paradas en seco del dueño del dúplex, aunque fuese debajo mismo de la barrera, ocasionalmente abierta para que pasáramos, porque él tiene que leerlo todo, lo mismo da letra grande que pequeña y, sobre todas las cosas, ver los precios, no vaya a ser que lo que se ahorra en agua se lo gaste en parking, y todo eso desoyendo los berridos desesperados de la tercera pasajera y míos, diciéndole que daba igual el precio, que entrara ya de una puñetera vez, berridos que hicieron dúo con los de la conductora de atrás, que además acompañaba de aspavientos cada vez más rápidos y exagerados, que si llega a bajarse del coche esa mujer, la tercera pasajera y yo ya estábamos preparadas para echar cuerpo a tierra, y el tío leyendo y murmurando. Sólo le faltó cantar Paco, Paco, Paco. Pues no os lo perdáis. Aparcamos por fin, después de darle por culo a media isla. El parking estaba en la entrada de un maravilloso puerto que más tarde recorrimos. Pero antes nos detuvimos a ver unas casetas que anunciaban visitas en barco a las Islas Lavezzi. Después que el dueño del dúplex introdujera en su confusa mente hasta el más mínimo detalle de toda la información que aquellas casetas ofrecían, (todas), decidimos sacar pasajes para más tarde y aprovechar que incluían parking para volver a sacar el coche y llevarlo al espacio gratuito  para los viajer@s del tour. Felicidad para tod@s porque el dueño del dúplex se quitó un peso de encima y nosotras a él. Y así, relajad@s, nos fuimos a visitar ese precioso puerto lleno de bares hasta que encontramos un lugar apropiado para almorzar, como sabéis a la hora del segundo café en España. Qué le vamos a hacer, hay que adaptarse. Pero vaya que eso de beber vino o cerveza desde las 11 de la mañana me sigue resultando raro. Yo me adapto pero mi cuerpo no tanto. El sitio escogido se llama Kissing pigs, muy reconocido por trip advisor y otros portales turísticos destacados. El local es acogedor y el servicio muy amable. Nos tocó un camarero muy simpático que quería practicar español. Nos pasó más veces y siempre empezaba de la misma manera, Italiani? No, Ispañoli. Ah, Ispañoli, yo hablar poquito, yo querer ir a Ispaña. Ah, muy bien, muy bien, pues trae tres Pietras y ya seguimos hablando si eso. Y entre el spaninglish de la tercera pasajera y mío, el francés incalificable y lento del dueño del dúplex y las ganas de hablar Ispañoli del corsa, se generaba una torre de Babel que lo flipas. Bueno, al lío. Los corsas presumen de embutidos. Tengo que decir que se nota un montón que no conocen España. Por favor, que el lomo embuchado del mercadona está más bueno que el mejor de sus embutidos. Lo siento, ahí resbalais. Ganas me dieron de decirle al camarero, niño avisa cuando vayas a España que te vas a enterar lo que es un jamón en condiciones, embutido ni embutido, que sabrás tú. Pero claro, allí la gente que va es francesa, italiana o alemana, y si me apuras, algún catalán/a independentista, que a es@s los sacas de la butifarra y lo flipan también, vamos, que se rinden. Venga, para el barquito que la vamos a liar. Luego os cuento.

domingo, 1 de julio de 2018

Ispañoli ( capítulo 5) Rumbo al sur

Antes de poner rumbo al sur decidimos hacer una incursión por el interior de la isla y visitar Corte. Fue un cambio radical. Calles empedradas, casas de colores, tiendas, gente. Había vida!!! Claro ya no era domingo. Creo que debía ser la parte más alta de la isla y quizás el único lugar desde el que no se divisa el mar. Por las coloridas calles de casas y edificios añejos, con aire a historia, a historias guardadas entre sus muros, nos topamos con una plaza pequeña con una gran fuente con cuatro surtidores de donde manaba alegre un agua clara y fresca. Aquí va a ser. Y allí fue donde clavamos nuestras posaderas y nos pedimos... adivinad, sí, exacto las pietras.
Nos quedamos un buen rato al arrullo del agua y después seguimos camino. Siguiente parada Aleria, un pequeño pueblo que tiene una antigua ciudad romana y un fuerte que alberga una exposición, en mi opinión no muy interesante. Nos acercamos al cementerio. Era el primero que visitábamos. A mí me fascinan los camposantos, con ese silencio tan particular, sepulcral le dicen, que oyes un chasquido y se te aflojan las piernas, y empiezas a mirar para todos lados y empiezas a darte prisa. Bueno eso, que te cagas del susto. El cementerio era muy curioso. Las tumbas estaban sobre el suelo, como plataformas áridas y planas sobre las que se posaban trozos de piedra o mármol con inscripciones, fotos y objetos variados, a modo de mercadillo abandonado, como si los manteros hubieran salido huyendo de allí al ver a la pasma. No sé, peculiares. Hacía mucha calor, eso lo recuerdo bien, así que seguimos camino hacia la playa. Nos costó la misma vida dar con nuestro siguiente alojamiento, en Santa Giulia, cerca de Porto Vecchio, localidades ambas bañadas por el mar. La playa de Santa Giulia es pequeña, pero muy bonita y cuenta con tres restaurantes en dos metros cuadrados, uno de ellos con estrella Michelín, toma ya. No puedo contaros si están bien o mal porque andábamos tan cansad@s que tuvimos la ocurrencia de acercarnos al súper de la urbanización, cinco minutos antes de que cerraran y dejarnos atracar por las cuatro porquerías que compramos, de las que sólo salvo la pizza y el vino. Fue una compra tan apresurada que en lugar de papel higiénico nos llevamos papel de cocina. Toda una experiencia. Osú. Y así acabó el día, con la duda metódica de si el buen tiempo nos seguiría acompañando, a pesar de las malas previsiones que, por suerte, no se cumplían. Seguro que nuestro pequeño gran buda se pasó el viaje invocando al sol. O eso, o el personal del tiempo tiene mucha guasa y le gusta ir amargando a la gente. Sea como fuere, la suerte estaba de nuestro lado y a esas alturas la previsión metereológica era para nosotr@s un mal chiste. Venga, a dormir.






Ispañoli (capítulo 4) "Denominación de origen"


Primera mañana en territorio extraño. Preparando el viaje vimos que Córcega tiene variados vinos y hasta nueve denominaciones de origen, lo que suponía un auténtico aliciente para la tercera pasajera y para mí, aficionadas como somos a catar vinos de toda clase, que no de todos los colores, ya que nos tira más el rojo, en todos los sentidos.
Así que pusimos rumbo al mundo enológico, empezando por el norte, para recorrer el Cap Corse con tranquilidad, disfrutando del paisaje, haciendo un alto en Centuri donde probaríamos la famosa langosta de "La Macciotta". Uy, esto parece una reseña de la guía Michelín y no van por ahí los tiros, porque los únicos michelines dignos de reseña son los que portábamos en nuestros caparazones.
Andando, que es gerundio, recorrimos la costa viendo pequeños pueblos de grandes vistas, hasta que una puñetera curva nos metió de lleno en una montaña, y después otra, con su correspondiente interminable carretera de montaña, con sus cada vez más altos acantilados que te ponían los vellos como escarpias, con sus frondosa vegetación entre la que, cuando menos te lo esperabas, aparecía un pueblo a modo de imitación en miniatura de las casas colgantes de Cuenca. Y el tiempo y los kilómetros iban pasando nublando a tal punto mi mente, que empecé a ver langostas y botellas de vino colgadas en los árboles.
Y al fin empezamos a bajar de las nubes, aterrizando lentamente en el destino buscado.
Llegamos pronto, así que no encontramos mesa. Así es allí la cosa: si llegas pronto es tarde y si llegas tarde no comes. Recomiendo hacer noche en el lugar escogido y saltarte el desayuno, total no es tanto rato y así juntas un poco de hambre, hombre. Mientras esperábamos que nos dieran mesa observamos a una pareja dando cuenta de unas langostas olímpicas, aunque no podíamos verles las caras por el enjambre de moscas que tenían en la mesa. Qué asco más grande!!. A la porra la langosta, que es comida de moscas. Nos dan mesa y pedimos unas cervezas. Aquí descubrimos una de las maravillas de Córcega, la Pietra ambrée. Nos gustó tanto que la adoptamos como mascota y nos acompañó todo el viaje. No así con las moscas, con las que nos enzarzamos en una pelea que ganaron ellas, sin duda. Y ahora a buscar el vino. Y venga a buscar y venga a buscar. Y venga a encontrar un montón de cavas, sobre todo en Patrimonio, pero todas cerradas.
De verdad que esta gente es rara, pero qué extraños horarios tienen, no hay quien entienda esto. En esas cábalas estábamos cuando un resplandor nos cegó. Haciéndonos perder casi la conciencia, y en esa somnolencia vimos como se nos acercaba la virgen de Torrelodones y con voz susurrante nos dijo: !Gilipollas, que es domingo!!. La luz se apagó y nos despertamos de golpe descubriendo en ese instante cómo llegan los mensajes divinos, lo tont@s que somos y, sobre todas las cosas , que ese día no íbamos a comprar vino.

Anda que..

lunes, 25 de junio de 2018

Ispañoli (capítulo 3)

Vaya viajecito. La suerte es que tuvimos más ganas que problemas. Empezaré contando que teníamos que realizar dos vuelos y el segundo se canceló tres horas antes de salir de casa. En menos de dos horas teníamos el problema resuelto. Creo que ya, por fin, le ha quedado claro al dueño del dúplex porqué insistimos tanto la tercera pasajera y yo en contratarlo todo por agencia.
Y después de un largo día, de por lo menos 35 horas, llegamos al destino. Un destino donde el español no figura entre los idiomas que se hablan. Ahí lo dejo y otro día os cuento.
Salimos del aeropuerto y fuimos a coger el coche que habíamos alquilado dejando claro que necesitábamos un buen maletero. No tengo claro si el destino quiso recompensar nuestro entusiasmo, o más bien castigarnos por tomarnos todo a chufla, porque nos encontramos un pedazo de coche que nos venía muy, pero que muy grande a l@s tres, incluido nuestro particular portador de inutilidades, que hasta llevaba una máscara de snorkel, además de todo lo que iban dando en el avión y el resto de la tropa no quería. Nos obligaba a pedirlo para guardarlo él, a modo de provisiones, por si acaso. Creo que no le explicamos bien las intenciones del viaje, o no las entendió porque me parece que fueron unas setenta veces las que dijimos que era una experiencia visual y gastronómica. O sea que íbamos a ver paisajes y a hartarnos de comer y beber. Pues lo dicho, no debía fiarse de la gastronomía corsa (o de nosotras) y prefirió hacer acopio de la despensa empaquetada de las compañías aéreas. Que valor!!! En fin, hay gente para todo. Tres vueltas le dimos al coche antes de montarnos. Como si estuviésemos haciendo el juego de la silla, a ver quién pierde y conduce, de noche que era ya y en un lugar desconocido. Eso es la aventura? No creo, porque a mí la aventura me gusta, o me gusta pensar que me gusta, y me estaba dando un cabreo del cansancio y el hambre que llevaba, que yo qué sé.
Llegamos al hotel, soltamos el equipaje y a la calle corriendo como si fuesen a dar el toque de queda en media hora. Lo que hace el hambre! Nos dirigimos al puerto que estaba lleno de bares y terrazas, pensando que podíamos elegir entre aquel inmenso paseo atestado de gente, de música, baile y risas. Serían las 10,30 de la noche. En mi pueblo es una hora decente para tapear algo. Pero olvidamos un detalle importante, y no eran las compresas precisamente. A esa hora, esa gente tiene ya hecha la digestión y van por el tercer cubata.
Reventad@s de andar, preguntando por señas en mil trescientos cincuenta y seis sitios si nos daban de comer (vete tú a saber lo que entendían) y llevarnos mil trescientos cincuenta y seis noes , ya con las lágrimas saltadas, pensando que íbamos a dormir con el arrullo de las tripas, lo intentamos una vez más en un bar donde estaban recogiendo las sillas. Total qué íbamos a perder? En todo ese tiempo debíamos haber perfeccionado nuestro particular lenguaje de signos porque el camarero nos entendió a la primera y nos condujo a un pequeño local anejo que vendía piezas de pizza y que también estaba recogiendo ya. Este amable señor decidió hacer su buena obra del día con esta gente rara que llora cuando ve media bandeja de pizza, esa gente rara que habla idioma raro y come a deshoras, esa gente rara que te compra la mercancía que te ha sobrado y encima te da las gracias. Ay, esa gente. El señor se puso tan contento de recibirnos que se vino arriba y nos sacó dos bandejas más de pizza, nos acomodó en su humilde garito, nos puso música corsa y nos invitó a un postre típico. Merci maestro, nos has salvado la noche. Te recordaré. Bueno, ahora no recuerdo el sabor de tus pizzas, pero sí tu sonrisa. Guapetón. Vale. Ya está, que me enamoro hasta con las pompas de jabón. Duermete niña, duermete ya, que mañana te vas a enterar.

domingo, 4 de marzo de 2018

Autorías y tutorías, todo la misma tontería.

Ayer por la mañana fui a buscar un regalo para mi sobrina. Con urgencia, porque ese mismo día era su cumpleaños. El día anterior estuve inspirándome en el balcón de san google desde donde puedes ver mucho más allá de lo que te alcanza la vista. Después de largas horas con el cuello flexionado hacia abajo como si me hubiesen dado la colleja del siglo, encontré algo que creo que puede gustarle: un dron. Me tragué sin pestañear un buen puñado de tutoriales sobre el tema, con lo que cuando ya mi cuello había cogido la forma curva para siempre, yo sabía más de drones que la misma persona que los inventó. Madre, lo que se llega a aprender con el youtube.
No tengo muy claro si a mí eso me podría divertir o sacarme de mis casillas, pero, en fin, ella es una niña habilidosa y si no, seguro que su padre va a flipar en colores con el cacharrito. Su madre creo que no, no lo tengo muy claro. La cuestión es que no se quede olvidado en un cajón porque vale una pasta, 49 euros exactamente según marcaba la página web de El corte inglés, esa mole de cemento "saca de apuros" que me pilla cerca de casa. Y allá que fui toda dispuesta a apoderarme de aquél artefacto. Después de dar cuatro vueltas por los pasillos, preguntar a un empleado, dar cuatro vueltas más, por fin los encontré. No se si el empleado encontró la salida al terminar su turno, porque orientación, lo que se dice orientación, no tenía mucha. Y allí estaban. Ocupaban un pequeño espacio en una larga estantería de tres plantas. Arriba un rótulo anunciaba su existencia, DRONES. Había unas quince cajas, pero doce eran todas del modelo que yo iba buscando. ¡Excelente! pensé. Comprobé el precio, 49 euros. Pero, no sé, me entró la duda. Siempre me gusta preguntar. A veces para comprobar la veracidad de los tutoriales, a veces para comprobar que quien te vende algo no tiene ni puñetera idea de lo que te está vendiendo, y otras veces para poder cabrearme con alguien si luego el producto no se ajusta  a lo que buscaba. Ese muchacho que vino a des-informarme era igualito que Manu Sánchez, lo que ya hacía presagiar la poca gracia que me iba a hacer. No sé porqué no estoy atenta a los detalles, jolines. Le hice una pregunta simple, teniendo en cuenta el nivelazo en drones que tenía yo a esas horas, y para salir del paso y dando muestras de que de tonto no tenía un pelo, empezó a preguntarme él, que para quién era el dron, que para qué lo quería.... y yo, que no me esperaba aquello, en lugar de mandarlo directamente a freír espárragos, le contesté todo lo que me preguntó religiosamente. Lo sé, lo sé, vamos a dejarlo. El joven me sugirió que buscase un dron en la planta de juguetes que eso se ajustaba más a lo que yo estaba buscando. Tengo que decir en mi defensa que sobre drones infantiles no me leí ni un solo tutorial, así que opté por aceptar su sugerencia con cierto cabreo porque me dejó la autoestima por los suelos, y bajé a la planta juguetera donde con mezcla de asombro y enfado comprobé que los drones eran feísimos, con más colorines que estilo, ¡y encima eran más caros!. Mira que no, que no, que yo tenía claro a lo que venía y que no tengo que escuchar a nadie cuando tengo las cosas claras, hombre ya, que me subo otra vez para arriba y asunto terminado. Las escaleras mecánicas ya tenían mis huellas. Llegué, busqué a Manu que estaba allí todo contento hablando con una compañera y le dije, mira, que ya he visto los drones infantiles y eso no es lo que quiero, que me voy a llevar el que te dije antes. Voy con él hasta la estantería y ¡¡¡¡¡¡ME CAGO EN SU NACIÓN ENTERA!!!!!!, el muy..................., .............., .................,  y ..........................., sí, todo eso, había cambiado el precio. Ahora el dron costaba 69 euros. Me sujeté a la estantería, miré al suelo, sin trabajo ninguno porque el cuello lo tenía ya acostumbrado, resoplé como un toro a punto de embestir y mirándole con los ojos fuera de las órbitas le dije, ¿pero ésto qué es?, hace un momento el precio eran 49 euros. Y me dice, sí, pero es que en el precio ponía que era hasta el 28 de febrero.  (Ojo, que era día 3 de marzo) Y le digo, si claro, lo que tú digas. Y me dice, sí, sí, lo ponía. Y le digo, mira, te aseguro que aunque lo pusiera si no llegas a quitar el precio me ibas a cobrar 49 euros. Esto es una auténtica tomadura de pelo. Esto es, vete para abajo que arregle este despiste. ¿Tú te crees que yo me voy a llevar esto? y no es por el dinero, es porque no me gusta que me tomen el pelo. Y me dice, lo entiendo. Vamos, por favor, ese "lo entiendo" es como reírse en toda mi cara. Ya tuvo suerte el tipo de que yo no sea persona violenta, la verdad, pero tengo mi corazoncito y me sentí muy mal. Le pedí que se fuera, que así, en lenguaje agresivo es, quítate de mi vista o te parto la cara. Saqué mi móvil y le disparé. Noooo. Saqué mi móvil y busqué el dron con el escáner de Amazon. Allí estaba, a 49 euros. Bien. El único problema es que no lo tendría ese día, así que tuve que seguir buscando algún detalle para salir del paso. En la misma planta está la zona de las cosas curiosas, que es como una tienda de chinos pero con más glamour, sobre todo en los precios. Encontré unos lápices preciosos de colores y una especie de pequeño cañón para proyectar los vídeos del móvil. Con los lápices acierto seguro porque le encanta dibujar y lo hace muy bien, y con el proyector, no sé, puede ser entretenido. Y llegó el momento de dar los regalos. Le encantaron los lápices y se quedó pasmada con el proyector. Rápidamente se puso a montarlo y cuando ya estaba listo, le busqué un vídeo y metió el móvil en la caja. No se veía nada de nada. Después de una hora dándole vueltas al asunto sin conseguir que aquello funcionara, ya os imagináis lo que hice ¿no? sí, exacto, busqué un tutorial. Una chica explicaba con soltura cómo hacer funcionar aquello y, bingo, ya salía luz por allí después de ciertos ajustes en el móvil. A continuación bajamos la persiana y le dimos al play. Vaya una puñetera mierda de proyector. ¿Y ahora qué?. Le dije a la niña, mira no sólo es que no funciona esto, es que además no tiene nada de divertido, así que vamos a meterlo todo en la caja, antes de que me salga el demonio que llevo dentro y lo tire al suelo y salte en lo alto. No te preocupes, chiquita, tu regalo de verdad llegará el miércoles. Esto era sólo una tontería para entretenernos un rato y vaya si lo hemos conseguido. La niña me miró con cierta frustración y me dijo, vale. Desde entonces tengo los dedos cruzados (esto lo he escrito con la nariz) para que el miércoles llegue el dron y funcione. Ya lo de menos es que le guste o no. Porque una cosa os digo, como el dron no funcione, me van a oír hasta en Australia. Me va a entrar un cabreo tan grande que me voy a hacer un tutorial de hora y media sobre chapuzas, poca vergüenza y otras miserias. Que de tutoriales sé yo un rato.

lunes, 8 de enero de 2018

¿Hablamos?

Lo de empezar un año nuevo tiene su cosa. Su cosa buena, su cosa mala. Resulta inevitable hacer balance de resultados, como si de empresas de responsabilidad limitada unipersonal se tratara, y ver si el año pasado ha sido bueno, malo o regular. Tras el análisis procede marcarse buenos propósitos y metas a conseguir. Probablemente las mismas de todos los años desde hace casi una década. Al menos eso dicen las personas expertas en "recibimientos de años nuevos " y "despedidas de años viejos". Es que hay que ver, que hay gente para todo. 
Mi abuela todo esto lo resumiría con su famosa frase "niña, hay que desechar", y punto. Y yo me quedo con lo de mi abuela que es más fácil y práctico que tanto balance y objetivo. Así que ya he empezado a poner en práctica el arte de desechar. 
Comencé por elaborar un túnel, corto pero ancho y efectivo, que va de oreja a oreja. Por ahí entran y salen, sin pagar peaje, cualquier opinión, crítica o frase desestabilizante, carente de cualquier base científica y cuyo parecido con la realidad ni siquiera es casualidad. Con el tiempo y cierto esfuerzo he conseguido tener ideas claras sobre las cosas importantes de la vida y he conseguido aparcar mi pasión por discutir, además de perder el interés por el 80% de las conversaciones que me rodean y, lógicamente, por el 50% de las personas que me rodean. Sin embargo he descubierto el placer de escuchar y aprender. He descubierto también lo difícil que resulta que alguien cambie su caduca opinión sobre tí, a pesar de que sus gastadas críticas y reproches han conseguido mejorarme, lo que les agradezco enormemente, pero que ya no pegan ni con cola, oye, y no estoy dispuesta a seguir soportando. Así que al túnel de las orejas.
Recientemente dos personas que creen conocerme bien y, por tanto, dan por hecho qué tienen que hacer para provocarme, han tenido la feliz idea de sacar a relucir uno de esos temas con los que antes me subía por las paredes apasionadamente, intentando sentar cátedra de mis opiniones. Y, ha sido tremendo observar su reacción de cabreo cuando he permanecido impasible ante sus opiniones, sin expresar las mías, sólo escuchando y dejando que mi silencio les provoque el eco de sus palabras en sus cabezas. Han insistido en sus comentarios, intentando entablar discusión, que no conversación, y nada. La expresión de cabreo y frustración me ha dado mucha pena, no me ha hecho ninguna gracia, la verdad. No entiendo porqué ese empeño en molestarme cuando luego no pierden ocasión en tacharme de intolerante polémica. Conclusión, observa con atención: cuando alguien te critique por algo, te está imputando sus propios defectos. 
¡Al túnel de las orejas!
Sin duda abuela, hay que desechar.