Tanto orden en el armario no puede ser normal, ¿o sí? Le resultaba mucho más agradable asomarse a su armario que al balcón, ¡con el desorden que hay en la calle! Lo cierto es que ya había tomado una decisión, liberarse de sus manías. Pero... el armario mejor otro día. Volvió al salón y torció levemente un par de cuadros. Sonó su teléfono y tuvo el impulso de ir corriendo a cogerlo, para evitar que terminara antes la llamada, quedando esa lucecita intermitente que te avisa que tienes una llamada perdida o que has recibido un mensaje, correo, wassup.... Esa lucecita le ponía de los nervios. No soportaba tener avisos pendientes, ni en el teléfono, ni en el correo, ni siquiera en el buzón, como si las cartas fuesen a desintegrarse en un plazo de horas.
Se detuvo, no lo cogió y la llamada terminó. Allí estaba la luz, eah. ¿Cuánto rato podría soportar verla?
Fue de nuevo a la cocina y se preparó una tila. La mañana iba a ser muy larga, tan larga como su lista de manías propias y ajenas. Mientras tomaba la infusión se preguntaba el porqué de esa cruzada anti-manías. Sin duda la culpa era del bollo de pan. Ahí empezó todo, por las migas.
En ese momento sonó el despertador. Eran las 6'30 de la mañana. Se levantó, se aseó, buscó en la maraña de su armario algo que ponerse, se tomó un café instantáneo y tres galletas y salió corriendo para el trabajo. Aún era miércoles, una semana muy larga, pensó. Salió a la calle, cogió su autobús y, como cada día, se dedicó durante el trayecto a curiosear las caras de la gente que viajaba con él, intentando averiguar sus pensamientos. Uy, esa de ahí tiene cara de maniática. Esta tarde, sin falta, voy a comprar el portarrollos para el cuarto de baño, que llevo cinco años diciendo que lo voy a poner, y de paso, a ver si saneo el rincón de los folletos, que van a llegar al techo. Uf, el armario.... el armario, mejor otro día.
************************
Gracias a tod@s los que habéis contribuido con esta historia. Especialmente a Gloria, Nuria, Nati, Mª José, Sole, Mía, Juana, Virginia y a Il Cavaliere por sus comentarios.
Las tres cuartas partes de mi actividad son mentales. Pienso que paso demasiado tiempo pensando. Pienso que tengo que pensar menos y hacer más. Pienso que pensar tiene su tiempo, y lo tengo que encontrar.
viernes, 28 de septiembre de 2012
lunes, 24 de septiembre de 2012
Vamos a contar manías, tralará... (capítulo 3º)
Si es que.... ¿quién no tiene una manía? Las manías nos amargan la vida. Te obligan a hacer cosas estúpidas y si, por casualidad, aprovechando los escasos momentos de lucidez, te dar por resistirte, consigues que te invada la intranquilidad y el ansia viva. Decidió asomarse a la ventana, para tomar un poco de aire fresco y salir del bucle maniático en que se encontraba. Vive en un cuarto piso, así que siempre que se asoma, mira primero hacia arriba, para ver cuántos vecinos del bloque de enfrente pueden observarle, y si no hay moros en la costa se pone a curiosear mirando a los pisos inferiores. En la planta tercera, vive esa pareja, con pinta de intelectuales, que van de pasotas por la vida pero.... ¡que va!, son unos maniáticos peligrosos. Aún están durmiendo. Lo sabe por la disposición de las persianas de las tres ventanas que dan a la calle. Todas colocadas milimétricamente, casi bajadas del todo. Dentro de una hora aproximadamente, el vecino se asomará con los pelos tiesos, y mientras bosteza irá ventana por ventana, subiendo las persianas. Eso es fácil, porque las subes a tope y ya está. Pero lo de bajarlas.... eso es para premio. No las baja totalmente, deja un espacio abierto, de un palmo más o menos. Las tres ventanas a la misma altura. Eso tiene que tener un significado psicológico (que "Il Cavaliere",comentarista de este blog, nos desvelará). Si él viviera en esa casa, atascaría la cinta de una de las persianas, sólo por ver la reacción del maniático "persianero".
¡No es posible, otra vez con las manías! Siente que se marea, que la cabeza le centrifuga. ¡Madrugar para esto, por Dios! ¿Qué me está pasando?
Sí, eso es lo que hay que hacer, armarse de valor y romper con la maldición de las manías. Ya. Ahora mismo. Lo chungo cuanto antes. Se dirigió al cuarto de baño y abrió la tapa del váter. Así es como tiene que estar, que es más cómoda de usar, no tanto rollo con el shi, con el sha. Sacó un rollo de papel del mueblecito y lo colocó encima de la cisterna. Que hay que ver que siempre se acaba el rollo cuando menos te lo esperas, y tienes que ir con el culo en pompa, medio agachado, a coger el maldito papel del maldito mueblecito.
Siguiente paso, el más difícil, el armario. Ya está frente a él, piensa unos segundos y tira de la puerta. Algo se le resiste, no en la puerta, sino en la intención. Está todo tan bien colocado, tan bien organizado, camisas, camisetas, pantalones. Esta armonía cromática convierte la pesadilla de "qué me pongo hoy", en "la hora feliz". No, no puede hacerlo. Abre un cajón, el de los calcetines, y ahí están todos, hechos unos rollitos de primavera, ¡pá comérselos!. (continuará)
¡No es posible, otra vez con las manías! Siente que se marea, que la cabeza le centrifuga. ¡Madrugar para esto, por Dios! ¿Qué me está pasando?
Sí, eso es lo que hay que hacer, armarse de valor y romper con la maldición de las manías. Ya. Ahora mismo. Lo chungo cuanto antes. Se dirigió al cuarto de baño y abrió la tapa del váter. Así es como tiene que estar, que es más cómoda de usar, no tanto rollo con el shi, con el sha. Sacó un rollo de papel del mueblecito y lo colocó encima de la cisterna. Que hay que ver que siempre se acaba el rollo cuando menos te lo esperas, y tienes que ir con el culo en pompa, medio agachado, a coger el maldito papel del maldito mueblecito.
Siguiente paso, el más difícil, el armario. Ya está frente a él, piensa unos segundos y tira de la puerta. Algo se le resiste, no en la puerta, sino en la intención. Está todo tan bien colocado, tan bien organizado, camisas, camisetas, pantalones. Esta armonía cromática convierte la pesadilla de "qué me pongo hoy", en "la hora feliz". No, no puede hacerlo. Abre un cajón, el de los calcetines, y ahí están todos, hechos unos rollitos de primavera, ¡pá comérselos!. (continuará)
domingo, 23 de septiembre de 2012
Vamos a contar manías, tralará.... (capítulo 2º)
Esta segunda opción, en principio, .... No. Ni de coña. Sin duda, esta segunda opción era la peor. Casi sin darse cuenta, cogió la bayeta y quitó las migas de pan, dejando la encimera limpia. Asunto resuelto.
Optó por pensar en otra cosa y dejarse de tonterías. Entró en la habitación sigilosamente para buscar una camiseta. Tenía sensación de frío aunque sabía que no hacía, pero cada mañana, al levantarse de la cama y posar su pie derecho sobre el suelo, notaba ese frío que ya le acompañaba hasta después de la ducha, momento en que su cuerpo se ajustaba a la temperatura real. Abrió el armario. Todo estaba en perfecto orden, como siempre. Buscó en el cajón de las camisetas de estar en casa, eligió una y salió de allí. Fue al salón y cogió un folleto del Hipercor que encontró en ese espacio de la estantería donde se depositan los folletos que van llegando. Periódicamente él revisa este hueco para que no se acumulen folletos antiguos. ¿Por qué? porque acumular cosas inútiles da mala energía, carga el ambiente. Lo leyó en el libro de Feng Shui que compró en el Círculo de Lectores hace ya algunos años. Volvió a la cocina, se sirvió otra taza de café y se puso a ojear el folleto. En la hoja número tres había una oferta de barras de pan, segunda barra al cincuenta por ciento. Pensó de nuevo en las migas de pan. ¿Por qué tenía que respetar las manías de los demás? ¿No era suficiente con padecer las suyas propias? por ejemplo, esa terrible locura, que es la manía en grado superior, de sumar los números de las matrículas de los coches que veía desde la ventanilla del autobús, camino del trabajo. Era algo que hacía desde pequeño, surgido posiblemente de algún juego infantil, o de una apuesta con algún amiguete del barrio; pero con los años, se había convertido en una función automática de su cuerpo, que se activaba ante la presencia de matrículas. Sumar y sumar sin parar, de derecha a izquierda, de izquierda a derecha... Si en algún momento del trayecto dejaba de ver matrículas, era como tornar a la realidad de golpe. Paraba en seco y miraba rápidamente al interior del autobús para ver si alguien se había dado cuenta de la tremenda gilipollez que estaba haciendo. Entonces no volvía a mirar por la ventanilla (hasta el trayecto de vuelta).
Claro que esto de las manías quizás tenía un componente genético ¿o a qué viene que su hermana tienda la ropa poniendo las pinzas del mismo color que la prenda que tiende? bragas celestes, pinza celeste, calcetín blanco, pinza blanca, camiseta de colores, puedes elegir pinza o poner una de madera, que es la pinza comodín. ¿eso dónde se ha visto o leído? Y lo de su primo Antonio no tiene nombre. Cada vez que tiene que hacer una gestión pierde un par de kilos. Es ponerse a buscar documentos y se caga las patas abajo, pero literalmente ¿eh?. Qué nervios, oye.
Aunque no es su familia la única afectada por este problema. Su compañera de trabajo, sin ir más lejos, cada vez que busca algo en el bolso, lleve el bolso que lleve, siempre saca ese delfín de cristal amarillo, como si el delfín tapara todo el interior del bolso y no viera nada con él. Qué cosas. Seguro que el delfín tiene nombre y todo. Si es que.... (continuará)
Optó por pensar en otra cosa y dejarse de tonterías. Entró en la habitación sigilosamente para buscar una camiseta. Tenía sensación de frío aunque sabía que no hacía, pero cada mañana, al levantarse de la cama y posar su pie derecho sobre el suelo, notaba ese frío que ya le acompañaba hasta después de la ducha, momento en que su cuerpo se ajustaba a la temperatura real. Abrió el armario. Todo estaba en perfecto orden, como siempre. Buscó en el cajón de las camisetas de estar en casa, eligió una y salió de allí. Fue al salón y cogió un folleto del Hipercor que encontró en ese espacio de la estantería donde se depositan los folletos que van llegando. Periódicamente él revisa este hueco para que no se acumulen folletos antiguos. ¿Por qué? porque acumular cosas inútiles da mala energía, carga el ambiente. Lo leyó en el libro de Feng Shui que compró en el Círculo de Lectores hace ya algunos años. Volvió a la cocina, se sirvió otra taza de café y se puso a ojear el folleto. En la hoja número tres había una oferta de barras de pan, segunda barra al cincuenta por ciento. Pensó de nuevo en las migas de pan. ¿Por qué tenía que respetar las manías de los demás? ¿No era suficiente con padecer las suyas propias? por ejemplo, esa terrible locura, que es la manía en grado superior, de sumar los números de las matrículas de los coches que veía desde la ventanilla del autobús, camino del trabajo. Era algo que hacía desde pequeño, surgido posiblemente de algún juego infantil, o de una apuesta con algún amiguete del barrio; pero con los años, se había convertido en una función automática de su cuerpo, que se activaba ante la presencia de matrículas. Sumar y sumar sin parar, de derecha a izquierda, de izquierda a derecha... Si en algún momento del trayecto dejaba de ver matrículas, era como tornar a la realidad de golpe. Paraba en seco y miraba rápidamente al interior del autobús para ver si alguien se había dado cuenta de la tremenda gilipollez que estaba haciendo. Entonces no volvía a mirar por la ventanilla (hasta el trayecto de vuelta).
Claro que esto de las manías quizás tenía un componente genético ¿o a qué viene que su hermana tienda la ropa poniendo las pinzas del mismo color que la prenda que tiende? bragas celestes, pinza celeste, calcetín blanco, pinza blanca, camiseta de colores, puedes elegir pinza o poner una de madera, que es la pinza comodín. ¿eso dónde se ha visto o leído? Y lo de su primo Antonio no tiene nombre. Cada vez que tiene que hacer una gestión pierde un par de kilos. Es ponerse a buscar documentos y se caga las patas abajo, pero literalmente ¿eh?. Qué nervios, oye.
Aunque no es su familia la única afectada por este problema. Su compañera de trabajo, sin ir más lejos, cada vez que busca algo en el bolso, lleve el bolso que lleve, siempre saca ese delfín de cristal amarillo, como si el delfín tapara todo el interior del bolso y no viera nada con él. Qué cosas. Seguro que el delfín tiene nombre y todo. Si es que.... (continuará)
sábado, 22 de septiembre de 2012
Vamos a contar manías, tralará...(capítulo 1º)
Ha madrugado. A pesar de no tener que ir al trabajo, se ha levantado a la misma hora de cada día laborable. Es el reloj biológico, dicen. Es el mismo reloj que le hace acostarse temprano porque le entra sueño, y levantarse cuando su cuerpo considera que ha dormido bastante, sin tener en cuenta si él quiere dormir más ese día. A veces, cuando esto ocurre, intenta quedarse en la cama más rato, como obligando a su mente a entrar de nuevo en ese túnel mágico donde todo es posible, tanto volar, como que te coma un dinosaurio gigante con cuerpo de jirafa, patas de rinoceronte y cabeza de delfín, pero sabiendo que es un dinosaurio, porque en los sueños no hay formas ni conceptos predefinidos, todo queda a la necesidad del momento, a lo que vaya pidiendo el guión improvisado de las películas que te montas cuando cierras los ojos y éstos empiezan a centrifugar a toda máquina sin que tú te des ni cuenta. Es extraordinario este fenómeno del sueño. Pero claro, tarde o temprano sales del túnel, normalmente a la fuerza y de forma desagradable, como cuando suena el despertador o al vecino se le cae la taza de café al suelo, o el capullo del camión toca el claxon a las seis de la mañana porque como él está despierto, quiere que los demás se despierten también; o bien puede ser que estuvieras a punto de morir asesinado por algo parecido a Freddy Krueger y, claro, no es plan dejarse matar teniendo el control ¿no?. Y a veces te despiertas igual que te has dormido, sin pensarlo ni programarlo. Algo en tu interior dice ¡basta!, y basta, ya no hay manera de volverse a dormir.
La cuestión (vamos a ir centrándonos), es que nuestro hombre se había despertado sobre las siete de la mañana en pleno sábado, y esto le cabreó. Ante la imposibilidad de continuar con el sueño y la más que alta probabilidad de despertar a su acompañante de catre, a base de tumbos y más tumbos, decidió finalmente poner fin a la noche y dar comienzo al día. Llegó a la cocina, después, eso sí, de pasar por el baño y lavarse la cara y las manos, como mandan los cánones antibacterias. La encimera estaba totalmente limpia y todo ordenado. Su acompañante tenía la manía de dejar todos los platos fregados antes de irse a la cama, porque le cabreaba sobremanera recordar la cena al levantarse, aunque siempre decía que lo hacía para ir más rápido por la mañana, pero él sabía que no era cierto, que era una manía más, de las muchas que tenía. Y mientras pensaba en esto se preparó un café, cogió un bollo de pan y lo cortó sobre la encimera, puso la tostadora y sacó la mantequilla. Salió el café, se sirvió una taza y se sentó en la mesita pequeña que tenía en la cocina. Ahora se sentía bien, le agradaba desayunar a solas, sin prisas, sin conversaciones, sin periódico, sin radio, sin televisor, sólo él y el crujir de la tostada al masticar. Mientras pensaba en lo que haría esa mañana, que en ese momento parecía eterna, pero que al final iba a durar lo mismo que todas, es decir, hasta las once de la mañana, porque de ahí a las tres de la tarde siempre pasa como un suspiro. Mientras pensaba en lo que haría esa mañana, digo, hizo un repaso visual involuntario a la cocina y volvió a poner los ojos sobre el trozo de tostada que aún quedaba. Pero no, no pudo ser, algo le impulsó a mirar de nuevo a un punto fijo, justo al sitio donde habían quedado esparcidas las migas de pan. Y sintió un pellizco en el estómago. Era como si hubiese asesinado al bollo de pan, dejando las pruebas del delito a la vista de todo el mundo. Tenía dos opciones, recogerlas y limpiar todo resto incriminatorio, o esperar a que viniera la policía y entregarse haciendo una declaración completa, no sólo de este asesinato, sino de todos los cometidos durante años con los bollos de pan. Esta segunda opción, en principio.....
La cuestión (vamos a ir centrándonos), es que nuestro hombre se había despertado sobre las siete de la mañana en pleno sábado, y esto le cabreó. Ante la imposibilidad de continuar con el sueño y la más que alta probabilidad de despertar a su acompañante de catre, a base de tumbos y más tumbos, decidió finalmente poner fin a la noche y dar comienzo al día. Llegó a la cocina, después, eso sí, de pasar por el baño y lavarse la cara y las manos, como mandan los cánones antibacterias. La encimera estaba totalmente limpia y todo ordenado. Su acompañante tenía la manía de dejar todos los platos fregados antes de irse a la cama, porque le cabreaba sobremanera recordar la cena al levantarse, aunque siempre decía que lo hacía para ir más rápido por la mañana, pero él sabía que no era cierto, que era una manía más, de las muchas que tenía. Y mientras pensaba en esto se preparó un café, cogió un bollo de pan y lo cortó sobre la encimera, puso la tostadora y sacó la mantequilla. Salió el café, se sirvió una taza y se sentó en la mesita pequeña que tenía en la cocina. Ahora se sentía bien, le agradaba desayunar a solas, sin prisas, sin conversaciones, sin periódico, sin radio, sin televisor, sólo él y el crujir de la tostada al masticar. Mientras pensaba en lo que haría esa mañana, que en ese momento parecía eterna, pero que al final iba a durar lo mismo que todas, es decir, hasta las once de la mañana, porque de ahí a las tres de la tarde siempre pasa como un suspiro. Mientras pensaba en lo que haría esa mañana, digo, hizo un repaso visual involuntario a la cocina y volvió a poner los ojos sobre el trozo de tostada que aún quedaba. Pero no, no pudo ser, algo le impulsó a mirar de nuevo a un punto fijo, justo al sitio donde habían quedado esparcidas las migas de pan. Y sintió un pellizco en el estómago. Era como si hubiese asesinado al bollo de pan, dejando las pruebas del delito a la vista de todo el mundo. Tenía dos opciones, recogerlas y limpiar todo resto incriminatorio, o esperar a que viniera la policía y entregarse haciendo una declaración completa, no sólo de este asesinato, sino de todos los cometidos durante años con los bollos de pan. Esta segunda opción, en principio.....
martes, 18 de septiembre de 2012
Divorcio inesperado
Le conocí hace unos cinco años. Lo nuestro no fue amor a primera vista, más bien al contrario, un matrimonio de conveniencia, con todas sus letras, una detrás de otra, letras que nos mantendrían unidos durante unos 15 años aproximadamente. Suspiré antes de firmar nuestro pacto, mientras mentalmente cantaba eso de.... "sentir que es un soplo la vida, que 20 años no es nada, que febril la mirada, errante en las sombras, te busca y te nombra."
Nuestra vida en común no ha sido nada fácil. He tenido que ceder mucho a cambio de nada. Resignada. Así he vivido estos años, con la clara conciencia de encontrarme en el lado perdedor, el que solo tiene obligaciones y ningún derecho, el que se encuentra a merced de su señor. Y así viví, sometida, sin protestar, cumpliendo mi pacto religiosamente.
Y tras el sometimiento, el repudio. Hace unos días mi amo me abandonó. Tardé en darme cuenta y fue por casualidad. Una tarde soleada, al entrar mi clave en la banca electrónica, noté algún cambio. El logotipo era diferente, y debajo, unas letras pequeñas me invitaban a pinchar en un cuadro donde se me explicarían algunos cambios con más detalle. Pinché: "Le damos la bienvenida a su nuevo banco".
De mi antiguo amo no queda más que el recuerdo y un número de cuenta provisional que mi nuevo señor me cambiará a final de año. Pensé que era el momento de reaccionar, de poner punto y final a este atropello personal. Busqué, pregunté, indagué, estudié las leyes de este país y, finalmente encontré la solución, la única solución posible a mi problema. O me toca la lotería o hasta que la muerte (del préstamo) nos separe. Me voy ahora mismo a comprar un cuponazo y a echar una primitiva, un gordo, un euromillón y dos quinielas. Así hasta que me toque. Moraleja, quien algo quiere, algo le cuesta (he calculado unos 6 euros a la semana).
Nuestra vida en común no ha sido nada fácil. He tenido que ceder mucho a cambio de nada. Resignada. Así he vivido estos años, con la clara conciencia de encontrarme en el lado perdedor, el que solo tiene obligaciones y ningún derecho, el que se encuentra a merced de su señor. Y así viví, sometida, sin protestar, cumpliendo mi pacto religiosamente.
Y tras el sometimiento, el repudio. Hace unos días mi amo me abandonó. Tardé en darme cuenta y fue por casualidad. Una tarde soleada, al entrar mi clave en la banca electrónica, noté algún cambio. El logotipo era diferente, y debajo, unas letras pequeñas me invitaban a pinchar en un cuadro donde se me explicarían algunos cambios con más detalle. Pinché: "Le damos la bienvenida a su nuevo banco".
De mi antiguo amo no queda más que el recuerdo y un número de cuenta provisional que mi nuevo señor me cambiará a final de año. Pensé que era el momento de reaccionar, de poner punto y final a este atropello personal. Busqué, pregunté, indagué, estudié las leyes de este país y, finalmente encontré la solución, la única solución posible a mi problema. O me toca la lotería o hasta que la muerte (del préstamo) nos separe. Me voy ahora mismo a comprar un cuponazo y a echar una primitiva, un gordo, un euromillón y dos quinielas. Así hasta que me toque. Moraleja, quien algo quiere, algo le cuesta (he calculado unos 6 euros a la semana).
jueves, 13 de septiembre de 2012
La terraza indiscreta (2ª parte)
Al frente, según se mira al mar, vive D. Limpio. Perfil básico: unos 30 años de lejos (de cerca no lo he visto nunca y no uso prismáticos porque me engancharía), estatura baja para hombre, acento argentino.
Vive en un apartamento con una enorme terraza, y tiene las mismas vistas que yo, mar y montaña, pero con diferente perspectiva. Comparte espacio con su chica, con la que llegó hace un par de años. Aficionado a las barbacoas (dicen que es típico de los argentinos), meticuloso, ordenado y muy muy limpio dentro de su casa y un poco guarro fuera de ella. Quiero decir que tira las migas de su mantel y las pelusas de su escoba al tejado del vecino. Es de gustos sencillos, o de economía sencilla, no me queda muy claro viendo el mobiliario de su terraza. Bueno, el mobiliario sólo puedes verlo cuando lo despliega, porque lo normal es que esté todo escrupulosamente ordenado y apilado junto con la barbacoa, pegados a la pared, como si fuese necesario que cada vez que salga a la terraza pueda contemplar el gran espacio del que dispone. Debe subirle la autoestima.
Hace un año compró una buganvilla. Cada vez que salía a la terraza la cambiaba de sitio. En cuestión de dos meses en lugar de una planta tenía un matojo, con unas ramas muy largas y secas que intentó enredar en la baranda de la terraza. Qué pena de planta. Por fin decidió dejarla fija en un sitio y la buganvilla se lo agradeció. Ahora tiene tres o cuatro flores, está muy alta y muy verde, como tiene que ser.
El ritual de la barbacoa es digno de admirar. Con decirte que cuando veo que la va a preparar, me cojo una cerveza y me siento a disfrutar del espectáculo. Primero la despega de la pared y prueba varias ubicaciones, hasta encontrar la que en ese momento le parece más apropiada. Levanta la tapa, la desarma, la relimpia (porque ya la guardó como una patena), le pone el carbón y prende la mecha. Mientras se calienta el carbón, saca la mesa y coloca las sillas, perfectamente, no de cualquier manera. Un mantelito de flores, el resto de instrumental y listo. Ahora llega la chica, que lo mismo te pone el peine en la mesa que una pierna sin calzado. Creo que eso le debe irritar, pero se aguanta. Su chica es perfecta, de lejos. Tras la comida permanecen un buen rato sentados, hablando hasta que ella entra dentro y él se queda recogiendo y limpiando. Él es perfecto, de lejos.
Sólo he oído su voz en una ocasión en que ella estaba mojando algo con una manguera y, sin querer, le echó agua a él. Entonces éste gritó ¡Pero ¿qué hasééééssss?! Oí su voz y la risa de ella.
En muy pocas ocasiones tienen visitas. Cuando esto ocurre, si hay varones, él saca su diana y la coloca junto a la buganvilla y ¡ala, todos los chicos a tirar dardos! Las chicas se quedan sentadas alrededor de la mesa y observan el espectáculo haciéndole bromas a los chicos. Cuando termina la fiesta él recoge y limpia todo, como si no hubiera pasada nada ni nadie por ahí. En realidad, si no fuese por la buganvilla, cualquiera pensaría que allí no vive nadie.
Él siempre está en casa. Ella no. Él sale a la puerta a despedirla y luego corre al balcón para seguir despidiéndola hasta que la pierde de vista. Parece como si ella se marchara por mucho tiempo. Pero no es así. Al cabo de muchas horas, pero siempre en el mismo día, ella vuelve. Él sabe a qué hora vuelve y sale a la terraza para recibirla agitando vigorosamente su brazo, hasta que la pierde de vista y entonces corre a la puerta para recibirla. Siempre que veo esta escena suena en mi cabeza la canción de Pet Shop Boys, "I love you, you pay my rent", y entonces la escena pierde romanticismo.
Vive en un apartamento con una enorme terraza, y tiene las mismas vistas que yo, mar y montaña, pero con diferente perspectiva. Comparte espacio con su chica, con la que llegó hace un par de años. Aficionado a las barbacoas (dicen que es típico de los argentinos), meticuloso, ordenado y muy muy limpio dentro de su casa y un poco guarro fuera de ella. Quiero decir que tira las migas de su mantel y las pelusas de su escoba al tejado del vecino. Es de gustos sencillos, o de economía sencilla, no me queda muy claro viendo el mobiliario de su terraza. Bueno, el mobiliario sólo puedes verlo cuando lo despliega, porque lo normal es que esté todo escrupulosamente ordenado y apilado junto con la barbacoa, pegados a la pared, como si fuese necesario que cada vez que salga a la terraza pueda contemplar el gran espacio del que dispone. Debe subirle la autoestima.
Hace un año compró una buganvilla. Cada vez que salía a la terraza la cambiaba de sitio. En cuestión de dos meses en lugar de una planta tenía un matojo, con unas ramas muy largas y secas que intentó enredar en la baranda de la terraza. Qué pena de planta. Por fin decidió dejarla fija en un sitio y la buganvilla se lo agradeció. Ahora tiene tres o cuatro flores, está muy alta y muy verde, como tiene que ser.
El ritual de la barbacoa es digno de admirar. Con decirte que cuando veo que la va a preparar, me cojo una cerveza y me siento a disfrutar del espectáculo. Primero la despega de la pared y prueba varias ubicaciones, hasta encontrar la que en ese momento le parece más apropiada. Levanta la tapa, la desarma, la relimpia (porque ya la guardó como una patena), le pone el carbón y prende la mecha. Mientras se calienta el carbón, saca la mesa y coloca las sillas, perfectamente, no de cualquier manera. Un mantelito de flores, el resto de instrumental y listo. Ahora llega la chica, que lo mismo te pone el peine en la mesa que una pierna sin calzado. Creo que eso le debe irritar, pero se aguanta. Su chica es perfecta, de lejos. Tras la comida permanecen un buen rato sentados, hablando hasta que ella entra dentro y él se queda recogiendo y limpiando. Él es perfecto, de lejos.
Sólo he oído su voz en una ocasión en que ella estaba mojando algo con una manguera y, sin querer, le echó agua a él. Entonces éste gritó ¡Pero ¿qué hasééééssss?! Oí su voz y la risa de ella.
En muy pocas ocasiones tienen visitas. Cuando esto ocurre, si hay varones, él saca su diana y la coloca junto a la buganvilla y ¡ala, todos los chicos a tirar dardos! Las chicas se quedan sentadas alrededor de la mesa y observan el espectáculo haciéndole bromas a los chicos. Cuando termina la fiesta él recoge y limpia todo, como si no hubiera pasada nada ni nadie por ahí. En realidad, si no fuese por la buganvilla, cualquiera pensaría que allí no vive nadie.
Él siempre está en casa. Ella no. Él sale a la puerta a despedirla y luego corre al balcón para seguir despidiéndola hasta que la pierde de vista. Parece como si ella se marchara por mucho tiempo. Pero no es así. Al cabo de muchas horas, pero siempre en el mismo día, ella vuelve. Él sabe a qué hora vuelve y sale a la terraza para recibirla agitando vigorosamente su brazo, hasta que la pierde de vista y entonces corre a la puerta para recibirla. Siempre que veo esta escena suena en mi cabeza la canción de Pet Shop Boys, "I love you, you pay my rent", y entonces la escena pierde romanticismo.
miércoles, 12 de septiembre de 2012
La terraza indiscreta (1ª parte)
Desde la terraza veo el mar, el amanecer, el atardecer, el anochecer, la luna, las estrellas, rayos y truenos además de aviones, trenes, barcos de todo tipo y tamaños, alas deltas, motos de agua, y la montaña con sus brumas matinales, a veces fantasmagóricas. En definitiva, estupendas vistas.
La terraza está flanqueada, a la izquierda por los rusos, a la derecha por los sevillanos, abajo a la derecha por los guiris buenos, justo abajo por los guiris chungos, arriba a la derecha los madrileños y justo arriba otros guiris. Guirilandia podríamos decir. Y al frente, según se mira al mar, un poco a la derecha, D. Limpio, y sobre D. Limpio, los osos.
Los sevillanos son una familia estándar, madre, padre, hijo e hija. Y llevan una vida estándar, lo mismo en el pueblo, que en la playa, que en la montaña. El padre va a su bola, la madre todo el día con el "pushero" y los niños jugando, con la bola y a su bola. Ellos son los que te recuerdan que estás en España, no sé porqué, pero te lo recuerdan. Venir a la playa es toda una aventura, salen por la mañana y llegan por la tarde, aunque el mismo trayecto lo hace cualquiera en un par de horas. Claro que ellos tienen sus rituales, parada en establecimientos de carretera (siempre los mismos), para tomar café, estirar las piernas.... Creo que si fuesen a Barcelona en coche tardarían semana y media. Al padre, en el poco tiempo que pasa en el apartamento, ni se le oye. En cambio a la madre la estás oyendo desde antes que salga el sol, taconeando pasillo arriba, pasillo abajo y hablando sin parar. Lo mismo se come a sus hijos de guapos y graciosos que son, que se los come porque la sacan de quicio. La diferencia de edad entre los hijos provoca situaciones divertidas. Por ejemplo, el niño, que es el mayor, ha estado tantos años viviendo sin hermanos que se ha acostumbrado a hablar solo. Sale a la terraza a jugar y le pone voz a su par de amigos imaginarios. Así que se basta y se sobra para montarse una batalla campal, en la que tan pronto él apunta con una pistola al enemigo y le dice cuatro cosas, como el enemigo le dispara, con tan mala puntería que al final la bala rebota en la pared y le mata. Ríete del western de Canal Sur.
No me queda claro si la mujer se dedica a lavar, tender, fregar y hacer "pusheros" porque el marido se pasa el día en la calle, o si el marido se pasa el día en la calle porque la mujer se dedica a lavar, tender, fregar y hacer "pusheros". Tampoco me importa. Lo que sí me tiene muy intrigada es la extraña costumbre de subir y bajar constantemente la persiana de la puerta de salida a la terraza. Es como si estuviese prohibido que el sol entrara en la casa.
Este verano se han traído a los parajitos. Han instalado una garrucha en el techo de la terraza y allí han colgado la jaula. Son unos pájaros raros, pequeños y cuando pían o cantan, escuchas "tuquetecrees, tuquetecrees, tuquetecrees". La jaula y los melones en el suelo de la terraza, también te recuerdan que estás en España, no sé porqué, pero te lo recuerdan.
Ellos son el flanco derecho de la terraza indiscreta, el flanco más español de guirilandia.
La terraza está flanqueada, a la izquierda por los rusos, a la derecha por los sevillanos, abajo a la derecha por los guiris buenos, justo abajo por los guiris chungos, arriba a la derecha los madrileños y justo arriba otros guiris. Guirilandia podríamos decir. Y al frente, según se mira al mar, un poco a la derecha, D. Limpio, y sobre D. Limpio, los osos.
Los sevillanos son una familia estándar, madre, padre, hijo e hija. Y llevan una vida estándar, lo mismo en el pueblo, que en la playa, que en la montaña. El padre va a su bola, la madre todo el día con el "pushero" y los niños jugando, con la bola y a su bola. Ellos son los que te recuerdan que estás en España, no sé porqué, pero te lo recuerdan. Venir a la playa es toda una aventura, salen por la mañana y llegan por la tarde, aunque el mismo trayecto lo hace cualquiera en un par de horas. Claro que ellos tienen sus rituales, parada en establecimientos de carretera (siempre los mismos), para tomar café, estirar las piernas.... Creo que si fuesen a Barcelona en coche tardarían semana y media. Al padre, en el poco tiempo que pasa en el apartamento, ni se le oye. En cambio a la madre la estás oyendo desde antes que salga el sol, taconeando pasillo arriba, pasillo abajo y hablando sin parar. Lo mismo se come a sus hijos de guapos y graciosos que son, que se los come porque la sacan de quicio. La diferencia de edad entre los hijos provoca situaciones divertidas. Por ejemplo, el niño, que es el mayor, ha estado tantos años viviendo sin hermanos que se ha acostumbrado a hablar solo. Sale a la terraza a jugar y le pone voz a su par de amigos imaginarios. Así que se basta y se sobra para montarse una batalla campal, en la que tan pronto él apunta con una pistola al enemigo y le dice cuatro cosas, como el enemigo le dispara, con tan mala puntería que al final la bala rebota en la pared y le mata. Ríete del western de Canal Sur.
No me queda claro si la mujer se dedica a lavar, tender, fregar y hacer "pusheros" porque el marido se pasa el día en la calle, o si el marido se pasa el día en la calle porque la mujer se dedica a lavar, tender, fregar y hacer "pusheros". Tampoco me importa. Lo que sí me tiene muy intrigada es la extraña costumbre de subir y bajar constantemente la persiana de la puerta de salida a la terraza. Es como si estuviese prohibido que el sol entrara en la casa.
Este verano se han traído a los parajitos. Han instalado una garrucha en el techo de la terraza y allí han colgado la jaula. Son unos pájaros raros, pequeños y cuando pían o cantan, escuchas "tuquetecrees, tuquetecrees, tuquetecrees". La jaula y los melones en el suelo de la terraza, también te recuerdan que estás en España, no sé porqué, pero te lo recuerdan.
Ellos son el flanco derecho de la terraza indiscreta, el flanco más español de guirilandia.
martes, 11 de septiembre de 2012
Dime niño, ¿de quién eres?... tan blanco.
Ay,
dios mío, todavía tengo el susto metido en el cuerpo. Resulta que
vengo esta mañana del garaje, salgo del ascensor y tengo que rodear
una escalera de caracol gigante para llegar al rellano donde está la
puerta del piso. Pues bien, mientras rodeaba la escalera, me da la
impresión de que hay algo que se ha movido muy rápido en el
rellano, pero no puedo ver nada con la dichosa escalera. Todo esto en
cuestión de segundos. Mientras sigo andando con paso firme pensando
que quizás sería un perro, termino de rodear el caracol gigante y,
¡horror!, un niño de unos tres años, blanco como la cal, rubio
como los trigales de la canción, descalzo y en slips, se me planta
delante a la velocidad de un rayo y me mira sonriente con ojos azules
como el mar. Ahogando un socorro, petrificada me quedo y pienso "esto
es un niño muerto que se me ha aparecido", como el que se le
aparecía a Ally Mcbeal. Con las piernas como si fueran de hormigón,
que no se movían ni adelante ni atrás, me armo de valor y le digo
al niño (más que nada por ver si era cosa humana) ¿tú dónde
vas?. Y el niño, sin perder la sonrisa me dice: a ningún sitio. Ay,
madre, ahí si que me entró el susto de verdad, a ver si me lo voy a
tener que quedar para siempre, justo ahora, con lo que cuestan los
libros del cole. De eso nada, ¿dónde están tus padres chiquito? y
me dice, ahí arriba. Pues venga majo, que te llevo con ellos.
Remedio santo, el niño salió corriendo y se perdió por el jardín.
Moví lentamente las piernas, por si no me respondían todavía, y
enfilé para mi casa. Abro la puerta, entro y cuando me doy la vuelta
para cerrarla, detrás de un muro bajo que hay entre el rellano y el
jardín, ahí estaba el niño, mirándome con su sonrisa y agitando
la mano. Le dije adiós con la mano y cerré corriendo la puerta. No
lo he vuelto a ver, pero juro (aseguro para la gente fina) que esto
ha pasado. Vamos, que si llega a ser navidad me creo que es el niño
Jesús que se ha escapado del portal (¿y yo la virgen maría?, no,
qué tontería).
Aeropuertos y otras paradojas.
Me he pasado la mañana en el aeropuerto, para despedir a un amigo que se va lejos y por mucho tiempo. Voy a echar de menos las parrafadas que nos dábamos en la terraza, que empezaban a mediodía y terminaban ya entrada la noche. En fin, el chico es joven y España una mierda, así que no queda otra. Me alegro por él. La cuestión es que el aeropuerto es un lugar muy curioso. La gente coge aviones para ir rápido y pasan horas muertas allí, entre facturación, embarque y starbuks. Creo que es más rápido cruzarte un océano con la piragua de mi hermana, ¿que no?, ¿tú qué sabes cómo es mi hermana remando?, que le entra el nervio por el norte, le sale por el sur y le atraviesa de este a oeste. Es como un ventilador industrial a toda mecha. Ah, y no tiene los problemas de combustible de Ryanair, ni siquiera necesita repostar. Que tiene huevos que te tires tres horas en un aeropuerto para que luego, en mitad del vuelo, se quede el avión sin gasolina. Aunque pensándolo bien debe ser fácil encontrar gasolineras por ahí arriba, a ver si no, de dónde viene eso de que está el combustible por las nubes.
Historias del hospital: (parte final, 07/09/2012).
Por fin vacaciones. Ya estoy sentada mirando al mar, no hay nada que me guste más. Llevo dos días siguiendo el consejo de mi abuela que decía "niña, hay que desechar". Es verdad abuela, ni te imaginas la de veces que me he acordado de ti en estos últimos días. Y te voy a hacer caso, me olvido de lo chungo y me quedo con lo bueno. En los malos momentos se descubren muchas cosas interesantes. En el hospital, por ejemplo, he tenido la suerte de conocer a gente especial, excepcional. Ahí estaba Isabel, con la que me cruzaba cada tarde en el angosto pasillo que llevaba hasta la máquina, con su rápido caminar, siempre iba corriendo como si tuviese muchas cosas que hacer. Ella era la que entraba cuando yo salía, y siempre le tenían que reñir porque nos parábamos a comentar las jugadas más interesantes del día. Inma, ¿cómo estás hoy? y de fondo se oía ¡Isabel, venga ya, mira que charla esta mujer! Y las dos nos reíamos y nos despedíamos hasta el día siguiente!. Siempre, al entrar, se oía una voz muy alegre que me decía ¡Eh, hola amiga, hoy has venido más tarde, hoy has venido muy pronto, hoy va la cosa para rato, hoy ya estaba yo diciendo qué raro que no haya llegado ya.....! Esa era la hermana de Carlos, un hombre silencioso que parecía no querer cuentas con nadie, lo que pasa que con su hermana allí era imposible, porque esa mujer (cuyo nombre no llegué a saber) era una perfecta relaciones públicas, nos conocía a todos, sabía nuestros nombres y nuestros achaques. Era muy alegre (y muy controladora), pero lo de llegar y encontrarte con su recibimiento me resultaba cálido y divertido. Me pregunto de dónde sacaría tanta información. ¿Sería un topo del hospital? También estaba Francisca, una señora mayor, muy callada, que era la perfecta abuelita cariñosa, como la de Heidi pero más modernilla. Poco supe de ella, aunque trataba de leer en su cara. Si le decías ¿qué tal Francisca, cómo va la cosa? siempre decía, bien, bien. Nunca se quejaba de nada, aunque la tuvieran mucho rato esperando. La paciente perfecta. Sin duda la persona que más me ha impactado ha sido Carmen, con sus pañuelos a juego con su ropa y su risa, siempre nos hacía reír con sus ocurrencias. Y, entre bromas, me preguntaba bajito ¿a ti te dan lloreras?. La conocí en la sala de abajo, donde esperamos con las batas puestas. Ese día las batas eran de las gordas, que daban un calor horroroso y al sentarme a su lado dije, uf, qué calor. Esa mujer de inmediato me pasó un abanico y me dijo, toma hija, yo lo llevo siempre, y nos pusimos a charlar. Esa mujer se ríe hasta de su sombra, es increíble. El día que me dijo que ya terminaba le dije, ¡vaya! te voy a echar de menos. Y la eché de menos, a ella y a las otras, todas terminaron antes que yo. Ellas hicieron agradable aquellos malos ratos y siempre las voy a recordar. Posiblemente volvamos a vernos, aún nos queda un largo camino, pero seguro que va a ser más corto con gente así. Desde aquí y como quien piensa en alto, les digo adiós y... como decía Carmen, ¡oye, si no nos vemos que sea por culpa de la niebla!
Historias del hospital (7ª parte, 05/09/2012).
¡¡¡¡¡Por fin!!!!!. Se acabó el tostón, (nunca mejor dicho). Estoy muy contenta y me voy a celebrarlo, así que hoy no os cuento nada. Además tengo que preparar el equipaje para las vacaciones, que las empiezo el lunes. Pero no os perdáis los siguientes capítulos porque estos que quedan son los mejores. Me queda por contaros todas las cosas buenas que me han pasado en estos días. ¿O acaso pensabais que sólo me fijo en lo malo?"
Historias del hospital (6ª parte, 04/09/2012)
Contando las horas estoy, pero ya lo voy a dejar porque me estoy poniendo nerviosa. Hoy ha ido todo como la seda. Incluso el enfermero borde ha sido amable y creo que ha sido porque me ha visto vestida. Parece una tontería ¿verdad? pero no lo es. Hombre, cómo va a ser lo mismo verme como una persona normal, que ver a una nazarena pequeña, con una bata/túnica de la talla G, que casi me llega a los tobillos, con las mangas requetedobladas para que me asomen las manos, y de ahí, a verme con las tetas a su caer (que las mías ya no están al aire, están a su caer). No es lo mismo. Ese hombre ha descubierto hoy que soy un ente humano, de las mismas características del resto de entes con los que él se relaciona a diario en su vida cotidiana. Y eso.... eso ha cambiado su perspectiva y le ha fluido el trato normal de persona a persona. Pasmada me he quedado. Creo que mañana voy a llevar en la mano una foto mía, vestida, por si acaso olvida que soy una persona y vuelve a ser borde. Sí, va a ser lo mejor, porque mañana es mi último día y si me tocan las narices no me voy a poder aguantar y les voy a vomitar todo el coraje que tengo dentro. Si todo va bien, mañana empezaré a olvidar.
Historias del hospital (5ª parte, 03/09/2012)
Historias del hospital: 5ª parte (la 4ª me la salté involuntariamente y he puesto dos 3ª partes, para que cada uno elija la que quiera). Hecha esta imprescindible aclaración, procedo a contar. Hoy ha empezado la cuenta atrás. Si esa gente no me engaña, (no me fío un pelo de ellos/as), el miércoles termina mi diaria peregrinación. ¡Yupiiiiii! Hoy se han producido cambios importantes. Primero: ya no está la prima de Juan Tamariz, así que ha sido llegar y pegar. Sólo he tenido que decir mi nombre una vez y todo arreglado. Segundo: ese infame celador, al que ya sólo me quedaba insultar en alto, porque lo que es por lo bajini le he dicho de todo, ha desaparecido del mapa. Ha sido genial. Todo iba perfecto hasta que oí mi nombre por el megáfono. Era una voz masculina y..... sí, mis sospechas se hicieron realidad, allí, junto a la camilla "el enfermero borde". Por supuesto no me ha contestado ni cuando le he dicho buenas tardes, ni cuando le he dicho hasta mañana. Tan sólo se ha dirigido a mí para decirme ¡no te muevas!. El cuerpo entero me ha temblado, porque es de esos tipos que te parecen que sí no haces lo que te dice, te va a poner en el centro de una sala llena de gente y te va a decir ¡Inútil!. Ay, dios mío, es lo que tiene no llegar a médico y quedarse en enfermero. Es la frustración la que le imprime carácter. Así que, por lo que se ve, el miércoles, mi último día, voy a seguir el consejo de una amiga y, teniendo en cuenta que este tipo te observa por las cámaras, cuando me pongan los brazos en los soportes, cerraré los puños y, lentamente, extenderé los dedos corazones, como si fueran un par de banderillas. ¿Cómo lo véis?
Historias del hospital (3ª parte, bis, 01/09/2012)
¿Alguien se ha preguntado alguna vez que hay detrás de esas puertas, en los hospitales, donde pone "Prohibido el paso"? Yo, como soy poco curiosa, no me lo había planteado, justo hasta ayer. Mientras esperaba mi turno, sentada en esos sillones que han sentido más culos que......., que yo qué se, veo que mi odiada enfermera del mostrador, sale de su garita y pasando por delante de mi, se mete en un pasillo donde hay una de esas puertas: "Prohibido el paso". Ella entra ahí, con ese aire de, "mira, esta es la diferencia entre tú y yo. Yo entro y tú no." Ni siquiera en ese momento me planteo qué hay detrás de la puerta. Total a mí que me importa. Como si se queda ahí atrapada para siempre y nadie la puede rescatar porque sólo ella tiene permiso para entrar. Las prohibiciones tienen esas cosas. Pero.... atención, al cabo de unos minutos aparece, como por arte de magia, sentada de nuevo en su mostrador. ¡Milagro!, pensé. Fíjate la colega, tiene poderes, se teletransporta. Mi suerte es que sí hay gente curiosa y más aterrizada que yo, que se atreve a preguntarle, ¿pero bueno, tú por dónde has salido? Y ella, la enfermera, que acaba de percatarse que es el centro de atención, que todas las personas de los sillones, (que estamos tan aburridos), la miramos, pone su cerebro a funcionar, (con algún esfuerzo, claro) y sonriendo con cara de "pá que veas" dice.... ah, bueno..... de por ahí, sin señalar ningún sitio concreto. Es en ese preciso instante cuando, mirando el cuadro descolorido que hay en la pared, el de la niña vestida de comunión, con un traje más antiguo que Vitorio y Luchino, comprendo que el hospital debe ser del tiempo de la guerra y tiene pasadizos secretos. Me aliso el escaso vello de mis brazos (siempre lo hago cuando miro ese cuadro) y vuelvo mi vista a la enfermera y entonces me entra la duda, porque esa mujer, con esa cara, podría perfectamente ser prima de Juan Tamariz, o de Paco Umbral, y la cosa cambia, claro. Si es prima de Juan Tamariz puede que sepa hacer magia, y entonces ni pasadizos secretos ni ná de ná. Pero...¿ y si es prima de Paco Umbral? No, no puede ser, llevaría una bufanda.
Historias del hospital, (3ª parte, 30/08/2012).
No me extraña
que estemos en la ruina. Llevo más de treinta días, que se dice
pronto, visitando el hospital. Instrucciones: cuando digan tu nombre
por megafonía te bajas a la unidad y te pones una bata de este
armario, dejas tu ropa en un vestidor y te sientas a esperar que te
vuelvan a nombrar, y ya pasas dentro de la unidad. Una vez entras a
la unidad, te quitas la bata y te tumbas en la camilla. Cuando acabe
la sesión (diez minutos mal contados), te pones la bata, vuelves al
vestidor, te colocas tu ropa (siempre pensando “dios mío que no se
la hayan llevado”) y te vas por donde has venido, eso sí, dejando
la bata en los sacos de ropa para lavar. Pero vamos a ver, ¿ropa
para lavar? ¡Sí sólo la he usado tres minutos! ¿no sería mejor
que me la llevase a mi casa y la usara, al menos durante una semana?
Prometo devolverla cuando termine mi calvario. Pues nada, así todos
los días. Eso debe ser antiecológico y todo. Y así están las
batas, transparentes, que cualquier día me engancho con algo y me
quedo en pelotas en mitad de un pasillo.
Historias del hospital (2ª parte, 29/08/2012)
Alguna mujer piensa que
su empresa debe darle las gracias por ir a trabajar. Eso, y
pagarle el sueldo. Por ello se permite el lujo de desaparecer de
su puesto cuando le apetece, porque ella lo vale. Relato. Tengo
las siguientes instrucciones: cuando llegues al hospital te
acercas al mostrador y le dices a la enfermera tu nombre y la
máquina que te corresponde. Vale, es sencillo. Pero nadie me ha
dicho qué hago si la enfermera no está. Tampoco se lo han dicho
al resto del personal, por lo que no puedo copiar a nadie. Eah,
eso es lo que hay. Por fin llega, relajada, sin prisas, total
ella tiene que estar ahí hasta las 9 de la noche, ¿para qué va
a correr? si la gente que la esperamos no tenemos nada que hacer,
de hecho vamos al hospital por gusto, a dar por saco, a hacer
gasto, más concretamente vamos a joderla a ella, así que ya nos
jode ella antes por si acaso. Bien, ya la tenemos en su puesto,
se sienta, te mira con cara de fastidio. Tú le pones tu mejor
sonrisa y le dices "buenas tardes" y no le dices "cacho
cabrona", mi nombre es Inmaculada Muñoz, máquina 1. Y
ella, te sonríe con desgana, mira la pantalla del ordenador con
la cabeza muy alta y te dice, Ana Miranda ¿no? No, Inmaculada
Muñoz. A ver.... ah, sí, Pilar Morales ¿no?. Te callas
pensando ¿esta tía está de cachondeo, o de verdad es así de
tonta? y le vuelves a decir, ahora elevando la voz, Inmaculada
Muñoz, máquina 1. Ah, sí, ya está. En ese momento me doy
cuenta que tengo las cejas más de punta que Zapatero y los
dientes apretados. Y pienso, señor, dame paciencia porque si me
das fuerza....
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Historias del hospital, (1ª parte, 28/08/2012)
“Historias
del hospital: ¿Esto es una sala de radioterapia o el camarote de los
hermanos Marx? Me explico. Tengo que tumbarme en una camilla, con los
brazos hacia arriba, apoyados en unos soportes, de manera que parece
que te han puesto en una camilla de ginecología, pero al revés, en
lugar de las piernas colgando y abiertas, son los brazos los que
pones en esta posición. Después de moverte milimétricamente, para
que los puntos perennes que te han dibujado en el cuerpo cuadren con
otros puntos que tú no sabes dónde están, las enfermeras dicen "ya
lo tengo" y cogen un mando a distancia y comienzan a mover la
camilla a trompicones, para arriba, para abajo a derecha e izquierda.
Qué tensión me entra, sólo puedo pensar: ¡madre mía que me van a
descuadrar!. En fin, yo ahí, quieta, intentando no moverme con las
sacudidas de la camilla. Y, cuando ya ellas consideran que aquello
está en condiciones se van corriendo y una máquina descomunal
empieza a hacer un ruido de campo magnético, como si te fuesen a dar
un calambrazo de campeonato. Pero no sientes nada, sólo ruido. Todo
esto que acabo de relatar dura apenas diez minutos. ¿Uds, ven lógico
que en este corto espacio de tiempo y en el transcurso de una semana,
hayan pasado por ahí, un celador y un informático? ¿Qué pasa, mis
tetas y yo somos espectaculares, o pura basura? Y si alguien tiene la
osadía de decir que esto no tiene importancia, o que no es para
tanto, le reto a que se ponga con las tetas o los huevos al aire
(cada uno lo que tenga), en esa extraña pose, más propia de una
película sadomasoquista que de un tratamiento médico y quede
expuesto a la vista de un celador que llega a dejar unas sábanas, o
de un informático que va a ver si le pasa algo a la pantalla de
ordenador. ¡Pero SI SOLO ESTOY DIEZ MINUTOS, no pueden esperarse un
momento!. No lo entiendo. Estoy muy cabreada. O me dan pronto el alta
o me voy a cagar en todo el que trabaja allí. Soy una persona,
oiga.”
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