Al frente, según se mira al mar, vive D. Limpio. Perfil básico: unos 30 años de lejos (de cerca no lo he visto nunca y no uso prismáticos porque me engancharía), estatura baja para hombre, acento argentino.
Vive en un apartamento con una enorme terraza, y tiene las mismas vistas que yo, mar y montaña, pero con diferente perspectiva. Comparte espacio con su chica, con la que llegó hace un par de años. Aficionado a las barbacoas (dicen que es típico de los argentinos), meticuloso, ordenado y muy muy limpio dentro de su casa y un poco guarro fuera de ella. Quiero decir que tira las migas de su mantel y las pelusas de su escoba al tejado del vecino. Es de gustos sencillos, o de economía sencilla, no me queda muy claro viendo el mobiliario de su terraza. Bueno, el mobiliario sólo puedes verlo cuando lo despliega, porque lo normal es que esté todo escrupulosamente ordenado y apilado junto con la barbacoa, pegados a la pared, como si fuese necesario que cada vez que salga a la terraza pueda contemplar el gran espacio del que dispone. Debe subirle la autoestima.
Hace un año compró una buganvilla. Cada vez que salía a la terraza la cambiaba de sitio. En cuestión de dos meses en lugar de una planta tenía un matojo, con unas ramas muy largas y secas que intentó enredar en la baranda de la terraza. Qué pena de planta. Por fin decidió dejarla fija en un sitio y la buganvilla se lo agradeció. Ahora tiene tres o cuatro flores, está muy alta y muy verde, como tiene que ser.
El ritual de la barbacoa es digno de admirar. Con decirte que cuando veo que la va a preparar, me cojo una cerveza y me siento a disfrutar del espectáculo. Primero la despega de la pared y prueba varias ubicaciones, hasta encontrar la que en ese momento le parece más apropiada. Levanta la tapa, la desarma, la relimpia (porque ya la guardó como una patena), le pone el carbón y prende la mecha. Mientras se calienta el carbón, saca la mesa y coloca las sillas, perfectamente, no de cualquier manera. Un mantelito de flores, el resto de instrumental y listo. Ahora llega la chica, que lo mismo te pone el peine en la mesa que una pierna sin calzado. Creo que eso le debe irritar, pero se aguanta. Su chica es perfecta, de lejos. Tras la comida permanecen un buen rato sentados, hablando hasta que ella entra dentro y él se queda recogiendo y limpiando. Él es perfecto, de lejos.
Sólo he oído su voz en una ocasión en que ella estaba mojando algo con una manguera y, sin querer, le echó agua a él. Entonces éste gritó ¡Pero ¿qué hasééééssss?! Oí su voz y la risa de ella.
En muy pocas ocasiones tienen visitas. Cuando esto ocurre, si hay varones, él saca su diana y la coloca junto a la buganvilla y ¡ala, todos los chicos a tirar dardos! Las chicas se quedan sentadas alrededor de la mesa y observan el espectáculo haciéndole bromas a los chicos. Cuando termina la fiesta él recoge y limpia todo, como si no hubiera pasada nada ni nadie por ahí. En realidad, si no fuese por la buganvilla, cualquiera pensaría que allí no vive nadie.
Él siempre está en casa. Ella no. Él sale a la puerta a despedirla y luego corre al balcón para seguir despidiéndola hasta que la pierde de vista. Parece como si ella se marchara por mucho tiempo. Pero no es así. Al cabo de muchas horas, pero siempre en el mismo día, ella vuelve. Él sabe a qué hora vuelve y sale a la terraza para recibirla agitando vigorosamente su brazo, hasta que la pierde de vista y entonces corre a la puerta para recibirla. Siempre que veo esta escena suena en mi cabeza la canción de Pet Shop Boys, "I love you, you pay my rent", y entonces la escena pierde romanticismo.
A mi me sonaría... love is in the air... cantado por La terremoto de Alcorcón jajaja
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