Las tres cuartas partes de mi actividad son mentales. Pienso que paso demasiado tiempo pensando. Pienso que tengo que pensar menos y hacer más. Pienso que pensar tiene su tiempo, y lo tengo que encontrar.
domingo, 30 de diciembre de 2012
Desear y no morir en el intento
Ahora que estamos pasando de empeñarnos en conseguir cosas, a empeñarlo todo, me doy cuenta de que "el empeño", como todo en la vida, tiene un plazo. Si se te pasa el plazo y sigues erre que erre, tienes un problema. Digo esto porque hurgando en mis recuerdos me ha salido una larga lista de empeños, y con sorpresa descubro que apenas recuerdo aquello que no conseguí. Esto no quiere decir que haya logrado todo lo que me he propuesto, ni mucho menos. Esto sólo significa que mi instinto de autoprotección me lleva a aplicar de forma automática la máxima de mi abuela "niña, hay que desechar", y puesta a desechar mejor que sea lo chungo, ¿no?. Cuando quiero algo soy muy pesada, me paso el día averiguando la manera de conseguirlo. Si pasa un tiempo y veo que va a ser misión imposible, empiezo a plantearme si realmente quiero eso, o es que ya me he encabezonado y no veo más allá. Si sigue pasando el tiempo, me planteo seriamente la conveniencia de conseguirlo. Y un mes más tarde reniego y digo a gritos ¡que yo nunca he querido eso! y me quedo como perro que le quitan pulgas. Una tranquilidad y una paz espiritual que te entra, porque ya no es que no lo haya conseguido, es que ya no lo quiero, por eso no lo tengo, que no es lo mismo. El mundo es largo y ancho para desear cosas, así que para qué empeñarse en algo concreto y limitarse a cuatro tonterías. Así las cosas, me pongo a pensar qué objetivos me marco para este año que entra, y está chunga la cosa, no se me ocurre nada original. Lo de la paz mundial y que se acabe el hambre, lo dejo para las misses, que siempre piden estas cosas. Lo de que se acaben los recortes y volvamos al estado del bienestar, también lo dejo porque me parece utópico y no estamos para perder el tiempo. A todo esto ¿adónde van mis deseos? No oigo nada, sólo eco, "van mis deseos, mis deseos, deseos, seos, os, ssss" Mira, creo que esto de pedir cosas es una tontería, lo mejor es la cabezonería. Así que yo voy a seguir con mis empeños, con su correspondiente fecha de caducidad, y a ver qué pasa este año. ¡Suerte con vuestros deseos!
martes, 25 de diciembre de 2012
Lo importante es participar.
Hoy es navidad. O sea, hoy se puede decir Feliz Navidad. Lo digo porque llevo más de una semana recibiendo felicitaciones que, hasta este año, siempre he contestado cortésmente. Ahora tengo la excusa perfecta para no hacerlo:" la tarifa de móvil que tengo contratada". Así de sencillo. Y como todo el mundo sabe lo importante que es tener móvil con internet para enviar whatsapp, aunque tengas limitadas las llamadas y prohibidos los sms, pues todo el mundo lo entenderá cuando yo le diga que no les he contestado porque no me deja la tarifa, y que no iba a contratar una superior para dos días al año ¿no?. Porque si les dijera que no tengo móvil, no quiero ni imaginar las exclamaciones y expresiones faciales de la gente "mira, la loca que no tiene móvil", o "pobrecilla, no tiene móvil", o "mírala, que no sabe cómo llamar la atención: no tiene móvil". Para ser franca, ¡uy! quiero decir sincera,( a ver si me van a linchar), a mí el móvil me resulta útil y me gusta tener al personal a un click de distancia. Y presumir buscando un nombre en tu extensa agenda, de la que sólo tienes estrecha relación con menos de diez, y en la que al menos otros diez contactos, de los casi cincuenta que tienes, no recuerdas ni de quién son, ni qué hacen en tu agenda pero, por si un día te vuelve la memoria, los tienes ahí.
Por si alguien cree que me he levantado de mal humor, hago saber que me he despertado porque ha sonado la alarma del móvil, lo cual fastidia bastante, pero ya se me ha pasado el cabreo, un par de cafés y todo en orden. Que yo soy así de áspera, qué le vamos a hacer. Además no me preocupa decirlo porque, hagas lo que hagas, lo único importante es que estés en las agendas de los móviles de otros. Si esto es así, recibirás tus mensajes de navidad, marca esquela funeraria, modelo "no te olvido", con todo el cariño del mundo mundial, aunque seas una perra judía. Y eso es lo que hay. Que nos gusta un mensaje cursi más que jugar a la lotería de navidad. Así que yo, aunque soy áspera, tengo mi corazoncito, y haciendo un pequeño esfuerzo, me doblego a las fuerzas del mal que me obligan a desearle a todo el mundo FELIZ NAVIDAD Y PRÓSPERO AÑO NUEVO.
Por si alguien cree que me he levantado de mal humor, hago saber que me he despertado porque ha sonado la alarma del móvil, lo cual fastidia bastante, pero ya se me ha pasado el cabreo, un par de cafés y todo en orden. Que yo soy así de áspera, qué le vamos a hacer. Además no me preocupa decirlo porque, hagas lo que hagas, lo único importante es que estés en las agendas de los móviles de otros. Si esto es así, recibirás tus mensajes de navidad, marca esquela funeraria, modelo "no te olvido", con todo el cariño del mundo mundial, aunque seas una perra judía. Y eso es lo que hay. Que nos gusta un mensaje cursi más que jugar a la lotería de navidad. Así que yo, aunque soy áspera, tengo mi corazoncito, y haciendo un pequeño esfuerzo, me doblego a las fuerzas del mal que me obligan a desearle a todo el mundo FELIZ NAVIDAD Y PRÓSPERO AÑO NUEVO.
sábado, 22 de diciembre de 2012
El año que no me tocó la lotería
Para mí una de las jornadas más distraídas de la Navidad es el sorteo de la lotería nacional. Desde que me despierto me coloco la radio y a oír la cantinela 20368 miiiil euros. Coloco todos los décimos que tengo sobre la mesa y una hojita de papel donde voy apuntando los premios que van saliendo. Cada vez que se oye murmullo de premio, salgo corriendo, cojo el lápiz, y me dispongo a prestar atención a la repetición del número. Así una y otra vez hasta que salen todos. Bueno, a veces me canso y me voy a la calle antes de que salgan todos los premios porque, total, a mí siempre me toca. Un año me tocó trabajo. Otro año me tocó amor. Otro año me tocó celebrar el premio de otros. Acabé viendo doble y al día siguiente, en medio de una macroresaca, me preguntaba quién lo habría pasado mejor, si yo, o el resto de los premiados. Y todos los años me toca el gordo, y siempre lo cuento. Muchos años me ha tocado la salud, uno de los premios más repartidos. Ahora, ya se sabe, a partir de los cuarenta si te levantas un día y no te duele nada, es que te has muerto. Siempre tengo una botellita de cava preparada para recibir mi premio. Este año mi suerte ha sido especial, tanto, que no sé ni cómo explicar mi premio. En estos casos lo mejor es echar mano de frases hechas. Abro la caja y saco una que me parece apropiada: "a buen entendedor, pocas palabras bastan".
Sí, lo sé, es una ñoñería que no me pega nada, pero me apetecía decirlo. ¡Hala, todo el mundo a disfrutar de su premio!
Sí, lo sé, es una ñoñería que no me pega nada, pero me apetecía decirlo. ¡Hala, todo el mundo a disfrutar de su premio!
martes, 18 de diciembre de 2012
El próximo móvil me lo compro de pilas.
Después de tres días andando sin parar, que llegaba la noche y me dormía antes de apoyar la cabeza en la almohada, hasta que el sol entraba por la maldita abertura de la cortina que nunca se cerraba bien, y vuelta a empezar, llegó el día del regreso. Por la mañana me acerqué al centro de la ciudad para comprar un cargador de móvil que me habían sustraído en la habitación del hotel. El día que me dí cuenta me dirigí a la limpiadora. Con sorpresa descubro que la limpiadora era un chico joven. Me dio igual. Como yo ya suponía que me iba a decir que no sabía nada de mi cargador, me limité a decirle "oye, me ha desaparecido el cargador del móvil que dejé en la habitación, enchufado, debajo de la mesilla". En ese momento el chico abrió la boca y dijo algo como "pero si ahí no ha entrado nadie" y yo, cortándole, le digo, "si, si, claro; bueno, mira, que no quiero que entres en la habitación". El chico dijo, "vale". Me bajé a recepción y le repetí al recepcionista lo ocurrido insistiendo en "que no quiero que entre en la habitación". El recepcionista pasó de mi totalmente, con otro "vale". Salí a la calle. Desayuné café con leche y un cargador. Me tomé una cerveza con cargador. A mediodía, pollo con cargador y canelones rellenos de cargador y también mousse de cargador-limón. El cafelito lo acompañé de cargador y otro más para la merienda. Y en la cena ración doble de cargador. Soñé con cargadores de móviles volando por el cielo, el mar surcado por miles de cargadores y calles llenas de cargadores de móviles en lugar de coches; en el sueño me cruzaba con gente que tenían cara de cargadores de móviles. Durante todo ese día además, asistí a la agonía y muerte de mi móvil, al que efectué sin éxito un boca a boca y casi le practico una traqueotomía, aunque al final me dio canguelo y lo dejé. Y así hasta que por fin entró el sol por la maldita abertura de la cortina que nunca se cerraba bien. Me acerqué al centro de la ciudad para comprar un cargador de móvil que.... Ay, creo que esto ya lo he contado. Son secuelas del trauma. Continúo. Pues eso, que compré un cargador, resucité a mi móvil y fui a recoger el equipaje. En la habitación había un folleto para que dejases tu opinión del hotel. ¡Esta es la mía! me dije. Agarré el bolígrafo y con el mismo comedimiento que había tenido en mis quejas, sin una voz más alta que otra, escribí "me han robado el cargador del móvil; lo que te ahorras en el precio te lo gastas en reponer lo sustraído; lo comentaré en trip advisor y similares". Salí con mi maleta. En el pasillo me crucé con el limpiador de habitaciones. No lo miré. Él si me miró a mí, pero no me dijo nada. Yo levanté una ceja en señal de "me siento ofendida". Qué ridículo ¿verdad?Bajé a recepción, entregué mi llave y mi folleto con la amenaza de divulgar lo ocurrido. El recepcionista me deseó buen viaje y dijo "hasta la próxima". Y yo pensé, no habrá próxima amigo, y salí de allí. Tras un largo día y un largo trayecto, llego a mi casa. Estaba tan cansada que no deshice las maletas. Esa mañana no me despertó el sol, porque ya no había abertura en las cortinas. Tranquilamente deshice el equipaje. Cuando ya estaba todo colocado abrí la caja donde suelo llevar los relojes, pulseras y pendientes, y me veo un cable enrollado. Lo saco y ¡¡¡¡¡¡noooooooo!!!!!!!!, era mi cargador. No sé qué me dio más, si alegría o vergüenza. Me tomé un café con limpiador indignado, almorcé cocido con limpiador amonestado, merendé un cortado con limpiador víctima de las injusticias, y pensé, esto no puede seguir así que luego me quedan traumas. Me armé de valor, cogí el teléfono y llamé al hotel. Expliqué lo ocurrido, pedí disculpas y, sobre todo, pedí que se lo dijeran al limpiador, más que nada por asegurarme de que aún seguía allí. Y sí, el recepcionista me dio las gracias y me aseguró que a la mañana siguiente transmitiría mis disculpas a ese pobre hombre, objeto de mis iras internas y de comentarios malintencionados. Y al cargador le he puesto un castigo de esos que no se olvidan, por meterse en cajas que no son la suya, hombre, por favor.
jueves, 6 de diciembre de 2012
Este año me apaño con el arbolito
Yo este año estoy dudando si poner o no el Belén. El otro día tuve una pesadilla y me ha entrado la duda, porque el sueño era tan real....Debía ser media noche y yo me encontraba asando castañas a tres metros del portal. Todo estaba tranquilo. El cielo precioso con una inmensa cantidad de estrellas, una de ellas especialmente grande, con una larga estela. Quizás fuese el cometa Halley. Tampoco se yo mucho de estrellas. De pronto, a lo lejos se escucha un leve rumor que poco a poco se va haciendo mayor. Pensé, esto serán los Reyes Magos que se han adelantado. Pero no, era una horda de pastores que venían con sus timbales, sus pantalones cagados y su pelo rasta. Pastores de estos que no han visto una oveja en su vida. Llegaron gritando todos a coro, como enfadados, portando pancartas y rodearon el portal. Me dije, pues sí que ha cambiado el cuento, para mí que esto no estaba en el guión. Allí me quedé, con mi asador de castañas, contemplando la escena. Uno de los pastores, que parecía el cabecilla, se acercó a la puerta del portal y dijo ¡Soy Sánchez Gordillo, de profesión justiciero, y vengo a llevarme el buey y la mula, pedazo de fascistas!. Acto seguido cogieron dos carritos del mercadona y cargaron a los animales en ellos sacándolos del portal. El buey ni se coscó pero el burro pegaba unos rebuznos descomunales. San José intentó detener a uno de los carritos y casi le dan una paliza. Lo que lloraba el pobre hombre.Es que el buey y la mula eran sus mascotas, de toda la vida. Pude verlo todo con detalle al día siguiente, en la tablet que me regaló mi proveedor habitual por la compra de 20 kilos de castañas. Los pastores se dispusieron a marcharse con su botín cantando ¡Viva Marinaleda! ¡Viva Sánchez Gordillo! Y entonces, aparecen los reyes magos, con sus camellos y se plantan delante de los pastores cortándoles la salida. Sánchez Gordillo les planta cara y les dice, ¡ya os estáis quitando de ahí, o me llevo a los camellos también, pedazo de fascistas! ¡Fuera la monarquía!,¡ Viva la república! Melchor, muy tranquilamente, se bajó del camello y dirigiéndose al justiciero le dijo, sería conveniente que nos sentáramos a negociar. Yo no negocio, dijo Sánchez Gordillo, yo actúo, que eso es lo que hace falta en este país, menos bla bla bla y más actuar. Si, ya lo sé, dijo Melchor, y además no eres el único que lo piensa, nosotros también actuamos, por eso, te voy a dejar bien claro que o sueltas a los animales o tiro todas las cartas de reyes de Marinaleda. El justiciero se quedó en silencio unos segundos y acto seguido se dirigió a su horda con estas palabras: "Camaradas, acabo de tener una reunión con estos altos mandatarios, que no son fascitas, aunque lo parecen, y nos proponen lo siguiente: si soltamos al buey y a la mula, ellos, a cambio, van a poner a mi nombre todas las tierras colindantes con Marinaleda en 1.500 kilómetros a la redonda. Creo que es un buen trato, porque lo que es mío es vuestro" ¿Qué decís, cerramos el trato? Sííííí gritaron los pastores. Pues venga, a soltar a los animalitos. En medio del tumulto oí a Gaspar que le decía a Melchor ¿oye, cómo lo has hecho, no nos habrás metido en un lío de estos tuyos, no? No, que va, todo es cuestión de orden. ¿De orden? Pues sí, de orden, primero atiendo las cartas de Marinaleda, que quieren las tierras colindantes, y después atiendo las cartas de los colindantes que piden recuperar sus tierras, y se queda todo como estaba. ¿Cómo lo ves? Fenomenal, y eso ¿cómo se te ha ocurrido? Pues en verdad ha sido idea de Baltasar que antes de ser rey mago estuvo varios años de ujier en el congreso de los diputados, y de pequeño fué monaguillo en la catedral de Palma de Mallorca. Ah, ahora lo entiendo todo, por cierto, ¿Dónde está Baltasar? Pues ha ido a comprar castañas. Entretenida estaba yo con esa conversación cuando, al oír esto, efectivamente veo venir una sombra hacia mí. Era Baltasar. Le metí un soplido al asador y grité ¡Está cerrado! Que yo no he estado en el congreso pero aprendo rápido, hombre.
lunes, 19 de noviembre de 2012
Para ser conductor de primera, acelera
Apenas duermo. El día es largo y la noche corta. El despertador me tiene manía, suena antes que salga el sol. Y ahí estoy yo, que pego un pingo de la cama y voy dando tumbos intentando llegar hasta el aseo. Cualquier día me equivoco y me caigo por la terraza, (o me meo en el pasillo). Suerte que este sonambulismo dura poco, justo lo que tardo en encontrar una llavecilla de luz. Qué horrible despertarse así. Y una vez me compongo y recompongo, con algunos surcos en la cara limpia, me meto en el coche y veo amanecer por la carretera. Esto me gusta. De hecho es lo único bueno que tienen mis madrugones. Lo primero que hago tras arrancar es poner la radio, alterno varias emisoras, radio 5, Tom Martín Benítez y Rock & Gol, según me pille. Cambio las emisoras cada vez que empiezan los deportes. Esa es la señal. Me gusta oir el tiempo, aunque sé que es una tontería porque aunque caigan chuzos de punta yo tengo que conducir hasta mi trabajo. Es lo que hay. De la temperatura exterior no me entero hasta que me bajo del coche. En mi coche mando yo y hace la temperatura que me da la gana. ¡Hasta ahí podíamos llegar.! En la carretera se aprende mucho de la condición humana. La carretera es como la vida misma, te encuentras todo tipo de personas.
El perro del hortelano, que va relajadamente, a su bola, ¡hasta que intentas adelantarlo!, entonces parece que despierta, se da cuenta que está conduciendo y quiere que tú te des cuenta también. Y acelera como para hacerte desistir. Claro, eso lo hace porque no me conoce, ni sabe que mi coche es un bólido camuflado, con potencia de cohete supersónico. Y tampoco sabe que mi pierna derecha viene provista de fábrica con un resorte que, tal como me cabreo, no es que pise el acelerador, es que lo aplasto, vaya. Cuando paso a la altura de su ventanilla digo, ehhhhh ¿qué te creías tú? y me entra una risa....
El visión reducida, ese que sólo ve un carril, el izquierdo. Es fastidioso. Con éste siempre pasa lo mismo. Tú vas por tu carril, él por el suyo, pero, de repente, tú encuentras un vehículo lento en tu carril, con tan mala pata que cuando te toca adelantarlo, ahí está él, el conductor de visión reducida, ocupando el carril de la izquierda, el que tú necesitas para adelantar. Suerte que la carretera me ha hecho desarrollar (creo que ya lo he contado en otra ocasión) una increíble capacidad para el cálculo matemático. Eso, unido a mi inconsciencia, me permite saber exactamente en qué momento tengo que cambiarme al carril izquierdo para poder adelantar al vehículo lento, al tiempo que fastidio al de visión reducida, que se ve obligado a frenar. ¡Oye, para frenar yo, que frene él, ¿ no?! Esto será así, hasta que uno de ellos no frene y entonces, en lugar de amanecer voy a ver las estrellas. Termino mi adelantamiento y me coloco de nuevo en el carril derecho, entonces el de visión reducida me adelanta mirándome con mala leche, y yo le digo ¡haber madrugado! y le saco la lengua.
El pilla pilla. De pronto te adelanta y al kilómetro siguiente lo tienes que adelantar porque como ya iba el primero, ¿para qué iba a correr?. Entonces pasa al puesto segundo y eso no le gusta. Así que al kilómetro siguiente te vuelve a adelantar. ¡Ay, como me cabrea esto! En estos casos activo el resorte de mi pierna derecha, hasta que lo pierdo de vista, al mismo tiempo que cruzo los dedos de las manos para que la guardia civil no esté en mi camino. De vez en cuando miro el retrovisor y si veo al pilla pilla de lejos, meto el turbo otra vez. Asunto resuelto.
Te bajas del coche y nada cambia, sólo la temperatura, que se escapa a mi control.
El perro del hortelano, que va relajadamente, a su bola, ¡hasta que intentas adelantarlo!, entonces parece que despierta, se da cuenta que está conduciendo y quiere que tú te des cuenta también. Y acelera como para hacerte desistir. Claro, eso lo hace porque no me conoce, ni sabe que mi coche es un bólido camuflado, con potencia de cohete supersónico. Y tampoco sabe que mi pierna derecha viene provista de fábrica con un resorte que, tal como me cabreo, no es que pise el acelerador, es que lo aplasto, vaya. Cuando paso a la altura de su ventanilla digo, ehhhhh ¿qué te creías tú? y me entra una risa....
El visión reducida, ese que sólo ve un carril, el izquierdo. Es fastidioso. Con éste siempre pasa lo mismo. Tú vas por tu carril, él por el suyo, pero, de repente, tú encuentras un vehículo lento en tu carril, con tan mala pata que cuando te toca adelantarlo, ahí está él, el conductor de visión reducida, ocupando el carril de la izquierda, el que tú necesitas para adelantar. Suerte que la carretera me ha hecho desarrollar (creo que ya lo he contado en otra ocasión) una increíble capacidad para el cálculo matemático. Eso, unido a mi inconsciencia, me permite saber exactamente en qué momento tengo que cambiarme al carril izquierdo para poder adelantar al vehículo lento, al tiempo que fastidio al de visión reducida, que se ve obligado a frenar. ¡Oye, para frenar yo, que frene él, ¿ no?! Esto será así, hasta que uno de ellos no frene y entonces, en lugar de amanecer voy a ver las estrellas. Termino mi adelantamiento y me coloco de nuevo en el carril derecho, entonces el de visión reducida me adelanta mirándome con mala leche, y yo le digo ¡haber madrugado! y le saco la lengua.
El pilla pilla. De pronto te adelanta y al kilómetro siguiente lo tienes que adelantar porque como ya iba el primero, ¿para qué iba a correr?. Entonces pasa al puesto segundo y eso no le gusta. Así que al kilómetro siguiente te vuelve a adelantar. ¡Ay, como me cabrea esto! En estos casos activo el resorte de mi pierna derecha, hasta que lo pierdo de vista, al mismo tiempo que cruzo los dedos de las manos para que la guardia civil no esté en mi camino. De vez en cuando miro el retrovisor y si veo al pilla pilla de lejos, meto el turbo otra vez. Asunto resuelto.
Te bajas del coche y nada cambia, sólo la temperatura, que se escapa a mi control.
jueves, 8 de noviembre de 2012
Tápate con el móvil.
La lluvia en Sevilla es igual de jodida que en cualquier otro sitio y los politonos siempre dicen la verdad. El whatsupp trastorna. Yo tenía una amiga. Desde que se puso whtasupp se ha vuelto virtual.
"Érase un ser a un móvil pegado
érase un móvil interactivo
érase un dedo hiperactivo
érase un móvil muy manoseado.
Era un cuello encorvado
Érase una manía obsesiva
Érase un me parto de risa
Era un completo día mensajeado.
Érase un mira qué gracia
Érase un ya voy, un momento,
y ese constante tintineo
Érase un mensaje infinito,
muchísimo mensaje, todo el día sin parar,
que amiga y batería se han de recargar.
"Érase un ser a un móvil pegado
érase un móvil interactivo
érase un dedo hiperactivo
érase un móvil muy manoseado.
Era un cuello encorvado
Érase una manía obsesiva
Érase un me parto de risa
Era un completo día mensajeado.
Érase un mira qué gracia
Érase un ya voy, un momento,
y ese constante tintineo
Érase un mensaje infinito,
muchísimo mensaje, todo el día sin parar,
que amiga y batería se han de recargar.
domingo, 4 de noviembre de 2012
Regreso al futuro
Tal y como están cambiando las cosas no sé si vamos, venimos o estamos dando vueltas en círculo. Desde mi nacimiento, hace ya muchos años, la vida cotidiana ha evolucionado de forma vertiginosa, obligándonos a correr para no quedarnos en la estación viendo pasar el tren del "progreso". Todo ha cambiado mucho desde entonces.
En el colegio aprendí a leer, escribir, sumar, restar, multiplicar y dividir, prácticamente todo lo que necesitabas para sobrevivir en este mundo. Para ello sólo era necesario una pizarra, tizas y borrador. Los profesores tenían más autoridad que un guardia civil. No se discutían sus decisiones, ni la de los padres tampoco, que para colmo de males se aliaban con los profesores para hacernos la vida imposible. Ahora se pelean entre ellos, mientras los escolares se ríen de ambos.
Descubrí la palabra utopía pidiendo cosas que nunca conseguí, bien porque no había medios, bien porque no eran recomendables. La palabra NO, era no (cuando la decían tus padres). Y lo más curioso de todo es que no se tenía en cuenta, para nada, que el resto de tus amigos tuviera ese artilugio que tú deseabas. Igual que ahora, que te coge el niño un trauma más pronto que un resfriado.
Un sueldo era suficiente para vivir, y convertía el milagro de los panes y los peces en algo tan cotidiano que cuando te lo contaban, te reías ¿milagro?, si eso pasa en mi casa todos los días. Ahora necesitas un sueldo sólo para pagar la factura de la luz, y un milagro para tener un sueldo.
El tiempo era oro, y había mucho, pasaba lento, sin prisas. Ahora es como una fuga de agua, se va, y ni te enteras.
Las personas mayores eran respetadas y, muy raramente, pasaban su vejez en residencias o asilos. Lo normal es que estuvieran en su casa atendidos por familiares que no recibían ninguna compensación económica por ello. Ahora, sin embargo,.... (hasta he oído que a alguno le han abandonado en una gasolinera).
Se jugaba en la calle. El parque y la calle eran el centro de reunión de la chiquillería y nada tenía que ver con los numerosos y modernos parques de ahora, con sus suelos acolchados, sus columpios y toboganes, colocados, unos de otros, a menos distancia que las farmacias. No necesitábamos nada de eso, ¡había tanto por hacer! Los instrumentos para jugar eran tan rudimentarios que nos convertíamos en auténticos McGiver. Un clavo de grandes dimensiones nos servía para dibujar unos cuadros en la tierra húmeda, e ir lanzando el clavo, cuadro por cuadro, hasta completar el improvisado tablero. ¡Cualquier le da ahora un clavo de esos a un niño!, te quitarían la custodia. La comba, la gomilla, la regaña... eran juegos que se realizaban en grupo. Cuando yo era pequeña se inventó el monopatín, una tabla de madera a la que se le enganchaban cuatro ruedas y un palo a modo de timón, y a tirarte por las cuestas abajo, sin rodilleras, sin coderas y sin casco. Y además había un montón de juegos que ni siquiera requerían instrumento alguno: un dos tres gallito inglés, dónde están las llaves matarile, el juego del pañuelo. Todos estos juegos llenaban las tardes y nos retenían hasta que una voz decía tu nombre y corrías para casa. Estas diversiones han sido desterradas, han sido sustituidas por los castings, para cualquier edad y para cualquier actividad, bailar, cantar, hacer anuncios, contar chistes, etc...
En las casas había una sola televisión, normalmente situada en el salón, donde la familia se reunía a comer, y por la noche la emisión terminaba para los niños cuando salían dos rombos. Lo sabíamos y nos íbamos a dormir.
Era todo un acontecimiento que se fundieran los plomos. Suerte que siempre había en casa algún manitas que los arreglaba en dos coma tres. Era todo un misterio que aquella plaquita de cerámica con unos hilos de cobre tuviera tanto poder. Por cierto, las bombillas de bajo consumo no existían.
Recuerdo el sonido y el olor del molinillo de café. El coche era un lujo innecesario. No lo necesitabas para la compra porque en tu barrio había tiendas para todo lo que necesitaras. Recuerdo las básculas de las tiendas, que ocupaban medio mostrador, con su juego de pesas. El pescado envuelto en papel de periódico. Las bolsas de pan....
Y, de repente, aparece el ordenador, ese armatoste con una pantalla verde que utilizaba un extraño lenguaje. Y luego el teléfono móvil, tamaño ladrillo. Internet. Y el cáncer.
A partir de entonces el mundo empezó a correr cuesta abajo en una frenética carrera sin meta a la vista. Cambiamos de moneda, con miedo al principio y con pánico después, una vez que eras capaz de calcular automáticamente el precio en pesetas y el precio en euros. Cada cambio tecnológico se acompañaba de cambios sociales totalmente revolucionarios, la incorporación de la mujer al trabajo, la corresponsabilidad en las casas, la pretendida igualdad de los sexos. La familia sufrió una metamorfosis. El divorcio pasó de ser cosa de famosos de la televisión, a un trámite más parecido a pedir una cita en el médico. Los psicólogos pasaron de ser excéntricos profesionales a médicos de cabecera y quien no se toma un antidepresivo es que no sabe qué es la vida.
Un día, como quien no quiere la cosa, desapareció el humo de la calle, las casas, los bares, las universidades. Fumar, algo tan "natural" como beber agua, se convirtió en un perverso crimen de gentuza vulgar e inculta. Y, al contrario, montar en avión pasó a ser algo tan común como el Paquito El Chocolatero de las verbenas.
No sé cómo ni cuándo apareció lo del botellón. Me pilló fuera de honda y ni te cuento con las drogas, ni tradicionales ni de diseño, eso no iba con mi generación. Los cuatro locos que había, estaban localizados; no como ahora, que vivimos con el miedo de que se nos desarrolle la enfermedad mental que todos portamos dormida en nuestro interior. Básicamente lo que antes llamábamos vicios (porque éramos así de bárbaros), ahora, ya por fin, se les ha denominado enfermedades.
Así transcurría la vida, de modernidad en modernidad, con continuas alarmas sobre los peligros de mi generación ¡un niño llevando una mochila llena de libros al colegio, qué horror! Nos hemos refinado mucho, muchísimo, a base de euros.
Y en mitad de esta vorágine de globalización, smartphone, fibra óptica y e-commerce el mundo empezó a darse la vuelta sobre sí mismo, como si el reloj del tiempo se hubiera vuelto loco y ahora fuese hacia atrás. Primero, despacio. "No a la tala" pasó a ser una anécdota de la prensa rosa a una tendencia ecologista a la que se sumaron el coche eléctrico, las bombillas de bajo consumo, los interruptores de las alargaderas, las bicicletas, el reciclaje, la comida "sana", el comercio justo, la guerra a las bolsas de plástico. Tras esto, el 15M, las asambleas callejeras bajo el manto de una gruesa capa de Whatsapp, envuelta en twitter relleno de facebook. Las protestas, la policía, la rebelión, la primavera árabe. Alemania y Grecia, hasta hacía poco eran países que participaban en eurovisión. Ahora, eran la cara y la cruz del desarrollo-subdesarrollo, de la ida y de la vuelta, de la letanía marital: riqueza-pobreza, salud-enfermedad, alegrías-penas.
Miro atrás en el tiempo y después miro hacia el futuro y ambas visiones se parecen tanto... que todas las transformaciones aquí relatadas y ocurridas realmente durante el transcurso de menos de cincuenta años, sólo parecen el resultado de unas horas en un parque de atracciones: noria, montaña rusa, y como colofón, la caída libre desde la estratosfera.
El porvenir es el futuro, pero se parece tanto al pasado que por eso no sé si estoy yendo al pasado o regresando al futuro.
En el colegio aprendí a leer, escribir, sumar, restar, multiplicar y dividir, prácticamente todo lo que necesitabas para sobrevivir en este mundo. Para ello sólo era necesario una pizarra, tizas y borrador. Los profesores tenían más autoridad que un guardia civil. No se discutían sus decisiones, ni la de los padres tampoco, que para colmo de males se aliaban con los profesores para hacernos la vida imposible. Ahora se pelean entre ellos, mientras los escolares se ríen de ambos.
Descubrí la palabra utopía pidiendo cosas que nunca conseguí, bien porque no había medios, bien porque no eran recomendables. La palabra NO, era no (cuando la decían tus padres). Y lo más curioso de todo es que no se tenía en cuenta, para nada, que el resto de tus amigos tuviera ese artilugio que tú deseabas. Igual que ahora, que te coge el niño un trauma más pronto que un resfriado.
Un sueldo era suficiente para vivir, y convertía el milagro de los panes y los peces en algo tan cotidiano que cuando te lo contaban, te reías ¿milagro?, si eso pasa en mi casa todos los días. Ahora necesitas un sueldo sólo para pagar la factura de la luz, y un milagro para tener un sueldo.
El tiempo era oro, y había mucho, pasaba lento, sin prisas. Ahora es como una fuga de agua, se va, y ni te enteras.
Las personas mayores eran respetadas y, muy raramente, pasaban su vejez en residencias o asilos. Lo normal es que estuvieran en su casa atendidos por familiares que no recibían ninguna compensación económica por ello. Ahora, sin embargo,.... (hasta he oído que a alguno le han abandonado en una gasolinera).
Se jugaba en la calle. El parque y la calle eran el centro de reunión de la chiquillería y nada tenía que ver con los numerosos y modernos parques de ahora, con sus suelos acolchados, sus columpios y toboganes, colocados, unos de otros, a menos distancia que las farmacias. No necesitábamos nada de eso, ¡había tanto por hacer! Los instrumentos para jugar eran tan rudimentarios que nos convertíamos en auténticos McGiver. Un clavo de grandes dimensiones nos servía para dibujar unos cuadros en la tierra húmeda, e ir lanzando el clavo, cuadro por cuadro, hasta completar el improvisado tablero. ¡Cualquier le da ahora un clavo de esos a un niño!, te quitarían la custodia. La comba, la gomilla, la regaña... eran juegos que se realizaban en grupo. Cuando yo era pequeña se inventó el monopatín, una tabla de madera a la que se le enganchaban cuatro ruedas y un palo a modo de timón, y a tirarte por las cuestas abajo, sin rodilleras, sin coderas y sin casco. Y además había un montón de juegos que ni siquiera requerían instrumento alguno: un dos tres gallito inglés, dónde están las llaves matarile, el juego del pañuelo. Todos estos juegos llenaban las tardes y nos retenían hasta que una voz decía tu nombre y corrías para casa. Estas diversiones han sido desterradas, han sido sustituidas por los castings, para cualquier edad y para cualquier actividad, bailar, cantar, hacer anuncios, contar chistes, etc...
En las casas había una sola televisión, normalmente situada en el salón, donde la familia se reunía a comer, y por la noche la emisión terminaba para los niños cuando salían dos rombos. Lo sabíamos y nos íbamos a dormir.
Era todo un acontecimiento que se fundieran los plomos. Suerte que siempre había en casa algún manitas que los arreglaba en dos coma tres. Era todo un misterio que aquella plaquita de cerámica con unos hilos de cobre tuviera tanto poder. Por cierto, las bombillas de bajo consumo no existían.
Recuerdo el sonido y el olor del molinillo de café. El coche era un lujo innecesario. No lo necesitabas para la compra porque en tu barrio había tiendas para todo lo que necesitaras. Recuerdo las básculas de las tiendas, que ocupaban medio mostrador, con su juego de pesas. El pescado envuelto en papel de periódico. Las bolsas de pan....
Y, de repente, aparece el ordenador, ese armatoste con una pantalla verde que utilizaba un extraño lenguaje. Y luego el teléfono móvil, tamaño ladrillo. Internet. Y el cáncer.
A partir de entonces el mundo empezó a correr cuesta abajo en una frenética carrera sin meta a la vista. Cambiamos de moneda, con miedo al principio y con pánico después, una vez que eras capaz de calcular automáticamente el precio en pesetas y el precio en euros. Cada cambio tecnológico se acompañaba de cambios sociales totalmente revolucionarios, la incorporación de la mujer al trabajo, la corresponsabilidad en las casas, la pretendida igualdad de los sexos. La familia sufrió una metamorfosis. El divorcio pasó de ser cosa de famosos de la televisión, a un trámite más parecido a pedir una cita en el médico. Los psicólogos pasaron de ser excéntricos profesionales a médicos de cabecera y quien no se toma un antidepresivo es que no sabe qué es la vida.
Un día, como quien no quiere la cosa, desapareció el humo de la calle, las casas, los bares, las universidades. Fumar, algo tan "natural" como beber agua, se convirtió en un perverso crimen de gentuza vulgar e inculta. Y, al contrario, montar en avión pasó a ser algo tan común como el Paquito El Chocolatero de las verbenas.
No sé cómo ni cuándo apareció lo del botellón. Me pilló fuera de honda y ni te cuento con las drogas, ni tradicionales ni de diseño, eso no iba con mi generación. Los cuatro locos que había, estaban localizados; no como ahora, que vivimos con el miedo de que se nos desarrolle la enfermedad mental que todos portamos dormida en nuestro interior. Básicamente lo que antes llamábamos vicios (porque éramos así de bárbaros), ahora, ya por fin, se les ha denominado enfermedades.
Así transcurría la vida, de modernidad en modernidad, con continuas alarmas sobre los peligros de mi generación ¡un niño llevando una mochila llena de libros al colegio, qué horror! Nos hemos refinado mucho, muchísimo, a base de euros.
Y en mitad de esta vorágine de globalización, smartphone, fibra óptica y e-commerce el mundo empezó a darse la vuelta sobre sí mismo, como si el reloj del tiempo se hubiera vuelto loco y ahora fuese hacia atrás. Primero, despacio. "No a la tala" pasó a ser una anécdota de la prensa rosa a una tendencia ecologista a la que se sumaron el coche eléctrico, las bombillas de bajo consumo, los interruptores de las alargaderas, las bicicletas, el reciclaje, la comida "sana", el comercio justo, la guerra a las bolsas de plástico. Tras esto, el 15M, las asambleas callejeras bajo el manto de una gruesa capa de Whatsapp, envuelta en twitter relleno de facebook. Las protestas, la policía, la rebelión, la primavera árabe. Alemania y Grecia, hasta hacía poco eran países que participaban en eurovisión. Ahora, eran la cara y la cruz del desarrollo-subdesarrollo, de la ida y de la vuelta, de la letanía marital: riqueza-pobreza, salud-enfermedad, alegrías-penas.
Miro atrás en el tiempo y después miro hacia el futuro y ambas visiones se parecen tanto... que todas las transformaciones aquí relatadas y ocurridas realmente durante el transcurso de menos de cincuenta años, sólo parecen el resultado de unas horas en un parque de atracciones: noria, montaña rusa, y como colofón, la caída libre desde la estratosfera.
El porvenir es el futuro, pero se parece tanto al pasado que por eso no sé si estoy yendo al pasado o regresando al futuro.
jueves, 1 de noviembre de 2012
Halloween
Me pregunto quién inventó la noche de Halloween, pero como en realidad me importa tres pepinos, no voy a hacer nada por averiguarlo. Por mí como si fue Rajoy en su Galicia natal, el primer día que salió a la calle y todos salieron corriendo despavoridos diciendo "lo ves, haberlas haylas" (hailas para los gallegos, que esto si me lo he mirado). Aunque lo más probable es que fuese idea de El Corte Inglés, un año que tenía stock de disfraces y uno de sus publicistas avispado copió la idea de una mala película americana. Lo que nos gusta una fiesta. Que sobran tomates, la tomatina. Estoy temiendo el día que sobren patatas, porque como les de por hacer una patatina vamos a tener más escalabrados que en una manifestación de estas modernas, que más parecen peleas de bandas que reivindicaciones de dignidad. En realidad, aunque Halloween es una fiesta de brujas, vampiros, zombies y alguna caperucita despistada, nadie pasa miedo, más bien los niños lo pasan de miedo. A las únicas que se les nota el susto metido en el cuerpo es a las calabazas, con sus caras de espanto y las bocas en zigzag, el resto del personal por encima de los 15 años, haciendo botellón-halloween, a modo de rodaje para los próximos carnavales. Lo que sí da miedo de verdad es lo de la mañana siguiente, lo que llaman el día de los difuntos, cuando en realidad deberían llamarlo la fiesta de la primavera en los cementerios, o podrían hacer el concurso "La mejor tumba tuneada". Es como la fiesta de las cruces, los patios o los balcones, pero en lápidas. La gente va por el cementario a ver cómo han quedado sus tumbas después de tunearlas con jarrones y flores, en comparación con sus vecinas, y para que el resto del personal les vea por allí, como si fuesen habitualmente y con más razón el día de los difuntos. Estaría bien que pusieran unas barras en los cementerios con cervezas y tapitas, porque se ponen tan a tope de gente que parecen más verbenas que camposantos. Es el espíritu de competición, el mismo espíritu que nos impulsa a colocarlo todo tres milímetros más allá del límite de tu parcela en el camping, invadiendo la parcela vecina como si pudieras escriturar el espacio ocupado, y por supuesto sin pensar que la Agencia Tributaria estaría al acecho para pegarte una clavada, por incremento patrimonial.Y todo esto, en verdad, sale del deporte.
viernes, 26 de octubre de 2012
Me rindo
Lío en el hospital. Estoy por empadronarme allí. Me mandan una prueba con carácter preferente y me dicen que ya me llamarán. Vale. Pasados veinte días empiezo a preguntarme el sentido de la palabra "preferente". Estoy por mandar una carta a la Real Academia Española para que incluya un par de nuevos significados en esta palabra: "timo bancario" y "la última de la lista". Si lo llego a saber le digo al médico que no le ponga apellidos a la prueba y seguro que me avisan antes. No tenía ningún teléfono al que llamar, así que me personé una tarde en el hospital y, aunque no encontré quien me atendiera, al menos conseguí un teléfono. A la mañana siguiente marqué el número, pensando que nadie lo cogería. Efectivamente, nadie descolgó. Si ya lo sabía yo, he oído a mucha gente decir que esos teléfonos siempre comunican o nadie los contesta. Miré el reloj. Era muy temprano, así que me dije "la mañana es larga y mi paciencia, cuando quiero, también". Pasada una hora volví a marcar. ¡Sorpresa! descolgaron y oí una amable voz que me preguntaba en qué podía ayudarme. Fijo que me he equivocado de número. Pero no, era una empleada del hospital. Le expliqué mi problema y me dijo, sí, aquí tengo su petición de prueba, está prevista para febrero de 2013. Pero oiga, si es una prueba preferente. Pues ya le digo, aquí figura con esa fecha, tendrá que ir a la unidad que la ha solicitado y preguntar allí. La chica no me solucionó nada pero era muy amable, eso sí. Colgué y pensé coger mi silla de playa y un saco de dormir y plantarme en el hospital hasta resolver mi problema. A la mañana siguiente allí estaba yo. Salí tan decidida que me dejé atrás la silla de playa y el saco de dormir, y encima me fuí en ayunas porque ya que iba aprovechaba para hacerme unos análisis que tenía pendientes y evitaba perder otra mañana, que no está la cosa para andarse con tonterías, ni siquiera de salud, que te despistas y te vas al paro y encima enferma. Más de una hora esperando muerta de hambre y cuando termino, ni desayuno ni nada, a deshacer el entuerto. Primera parada, unidad solicitante de la prueba. Le cuento. ¡Me escucha! y me dice, "vaya a la ventanilla donde le tienen que hacer la prueba". No, mire usted, yo ya he hablado con esa ventanilla y me han dicho que venga aquí, así que ud. verá. Pues no, no veía nada el buen hombre que insistió en que el papel dejaba bien claro que la prueba era "preferente" y que, por tanto, el fallo estaba en la otra ventanilla que la habían anotado como prueba rutinaria. Y viendo el hombre que yo no me iba, me dice, "vaya ud y le dice de parte de fulanito de copas, que le tienen que solucionar esto". Pero vamos a ver, ¿tú qué quieres que se rían de mí? si he venido hasta aquí sola, puedo continuar el peregrinaje sola, no me hace falta tu recomendación, ni la amenaza de tu nombre, si tienes algo que decirle a los de la otra ventanilla vas y se lo dices tú, que yo no he venido a eso. No te digo. Me di media vuelta y enfilé para la otra ventanilla, mientras por el camino me iba cabreando, que yo eso lo hago con mucha facilidad y luego me pasa como al del chiste ese de "...métete el gato en el cul..". Avanzo por esos pasillos, todos iguales, de luz blanca, llenos de pacientes, familiares y amigos, personal sanitario, camillas para arriba y para abajo..... un auténtico laberinto y, por fin, la ventanilla. Me pongo en la cola y espero mi turno que me llega en seguida. Asomo la cabeza y veo a una chica muy sonriente. Le cuento mi problema y ella, muy amable, me recuerda que habíamos hablado por teléfono. Ah, estupendo, entonces recordarás también que me dijiste que fuese a la ventanilla de salida (sin cobrar las 20.000 pesetas, como en el monopoly), pues tengo que decirte que vengo de allí y me dicen que me lo tienes que solucionar tú. Y antes de que la muchacha abriera la boca, y para dejarle bien claro que me lo iba a solucionar ella sí o sí, le dije "y no me pienso pasar la mañana de ventanilla en ventanilla". Qué estúpida me siento al recordarlo, como una matoncilla de tres al cuarto que no sabe que ahí, la que tiene la sartén por el mango es la chica de la ventanilla, me ponga como me ponga. Ella, con su sonrisa, me dice, vale, voy a averiguar, espera ahí sentada que ahora te aviso. ¡Y yo sin desayunar!. Me siento y veo cómo la gente se va acercando a la ventanilla y van solucionando sus cosas. El cabreo me aflora otra vez. Me pongo en la cola de nuevo. Cuando me toca, asomo la cabeza y no digo nada, sólo miro a la chica con cara de ¿qué pasa contigo, te crees que soy tonta o qué? que estoy viendo cómo estás atendiendo a todo el mundo menos a mí. La chica me mira y me sonríe. A mí, de repente, me parece cómica la situación, así que sonrío yo también y le digo lo que pienso. Ella se disculpa y me dice que ya casi lo tiene averiguado, pero tiene que esperar a que no se quién le diga no se qué. Vale, me voy a beber agua, pero volveré. Otra vez amenazando. Ella estaba combatiendo mi cabreo con su sonrisa y su amabilidad y yo quería seguir cabreada. Vamos, que vas a venir tú con la sonrisita a conformarme a mí, que estoy perdiendo una mañana de trabajo por un fallo vuestro y encima querrás que te de las gracias. De eso nada. Un botellín de agua me bebí, y en todo ese rato, no me llama nadie. Vuelvo a la ventanilla por tercera vez, asomo la cabeza y la chica me saluda ¡como si se alegrara de verme!, qué poca vergüenza. Hay que respetar los cabreos, señorita, y usted me está fastidiando mi enfado. ¡Así no hay quien se cabree, por favor!. Total, que al final me da mi cita "preferente" y yo, con la mejor de mis sonrisas le doy las gracias. Está claro quién ganó ¿no?
martes, 23 de octubre de 2012
El misterio de la caja del rellano.
Hace una semana que pusieron una caja blanca, alta, en el rellano de mi escalera. Aparentemente es la típica caja de ONG que recoge ropa, zapatos y bolsos para darlos a personas necesitadas (o venderlas en una tienda de segunda mano). Hasta ahí, todo normal. Total, que pensé, ¡mira qué bien!, justo ahora que estaba haciendo "el cambio de armarios" ese que dice la gente. Así que aprovecho y me deshago de lo que ya no voy a usar, y me ahorro llevar la ropa al sitio de siempre, que como está lejos y tengo que ir en coche, acabo paseando la ropa una semana en el maletero, como si la llevara secuestrada, dando tumbos para despistar hasta que me paguen el rescate. Cogí mi bolsa, con la ropa dobladita: un pijama de epi y blas que está en muy buenas condiciones, pero creo que no me pega mucho con las patas de gallo. Un pantalón corto del año catapum que, ¡ojo, aún me está bien! pero es de esos de tiro largo, que ya no se lleva, y ahora te los pruebas y dices ¿cómo es posible que yo haya llevado esto puesto alguna vez? y sacudes la cabeza pensando ¡qué barbaridad!. Y diciendo esto me topo con una foto que tengo en la mesilla en la que llevo el pantaloncito de marras. Cojo la foto, la miro de cerca, veo al resto de personas que salen en la imagen, con otros modelitos que para qué contarte y ya se suaviza un poco la cosa y te dices, bueno, tampoco estaban tan mal. Y a continuación dices entre dientes "y cómo se estropean los cuerpos". Alguna camiseta vieja, de esas que tienen más o menos tu edad, que se han criado contigo. Cuesta abandonarlas, pero siempre es mejor que convertirlas en trapos. Sería como descuartizar a tu mascota. Esas camisetas tienen vida propia, sólo les falta hablar (y suerte que aún no lo han conseguido).
Deposité mi bolsa con todo cariño en el fondo de la caja, que estaba totalmente vacía. Eso fué a media tarde. A las siete de la mañana salgo, paso junto a la caja, la miro para una última despedida y ¡noooooo! la ropa ha desaparecido. Vaya, qué cosa más rara, lo normal es que cuando recogen la caja, se la llevan con todo su contenido y hasta otra ocasión. Pero no, esta vez no fue así. Se llevaron el contenido y dejaron la caja. Será normal, pero a mí me pareció raro, así que a la mañana siguiente, a las siete de la mañana deposité una caja con unas zapatillas que eran granates, pero que con el tiempo se habían vuelto rosas. Tampoco el pie me crece desde hace tiempo, así que no sabría decir la de kilómetros que tenían las zapatillas. Llegó su hora, ¡a la caja blanca!. Volví por la tarde y ¿qué creéis? ¡habían desaparecido y la caja seguía allí! En mi rellano hay cuatro pisos y de ninguno de estos vecinos me cuadra que vayan a coger las cosas de la caja. Claro que tampoco me cuadra que no tengan nada de lo que deshacerse. Aunque a lo mejor les pasa como a mí, que ponen cosas y desaparecen. Esta mañana he dejado un pantalón vaquero, sin pena ninguna, estoy harta de ese vaquero, le tengo manía ya. Pero antes de dejarlo he mirado la caja, que estaba vacía, por verificar que el fondo es de cartón, y la he movido, para comprobar que debajo estaba el suelo y no un túnel secreto. Luego he mirado el rótulo de la caja y he comprobado que no es de una ONG, sino de una S.L. y también coincidió que subí con un vecino en el ascensor y al parar en su rellano vi que allí tenían dos cajas blancas, altas. Uf, esto se estaba complicando. Mi enrevesada mente se puso en marcha adivinando un sucio negocio de ropa usada, bajo la falsa apariencia de una ONG. Pensé en epi y blas que a esas alturas ya me habrían calificado de traidora por convertirlos en pijama de mercadillo, y esas camisetas que se han criado conmigo, mirándome tristes, diciendo ¿qué te hemos hecho nosotras, que hemos soportado durante tanto tiempo tu olvido en los cajones, que hace años que dejamos de ver la ciudad y sólo salíamos al campo? Y mucho peor será lo de las bermudas, porque acabarán desahuciadas tras varios días a la venta sin que nadie se digne mirarlas. El vaquero tendrá mejor destino, seguro que allá donde vaya le darán mejor vida que la que le dí yo. En fin. Si alguien ve el pijama de epi y blas, que le de recuerdos de mi parte.
Deposité mi bolsa con todo cariño en el fondo de la caja, que estaba totalmente vacía. Eso fué a media tarde. A las siete de la mañana salgo, paso junto a la caja, la miro para una última despedida y ¡noooooo! la ropa ha desaparecido. Vaya, qué cosa más rara, lo normal es que cuando recogen la caja, se la llevan con todo su contenido y hasta otra ocasión. Pero no, esta vez no fue así. Se llevaron el contenido y dejaron la caja. Será normal, pero a mí me pareció raro, así que a la mañana siguiente, a las siete de la mañana deposité una caja con unas zapatillas que eran granates, pero que con el tiempo se habían vuelto rosas. Tampoco el pie me crece desde hace tiempo, así que no sabría decir la de kilómetros que tenían las zapatillas. Llegó su hora, ¡a la caja blanca!. Volví por la tarde y ¿qué creéis? ¡habían desaparecido y la caja seguía allí! En mi rellano hay cuatro pisos y de ninguno de estos vecinos me cuadra que vayan a coger las cosas de la caja. Claro que tampoco me cuadra que no tengan nada de lo que deshacerse. Aunque a lo mejor les pasa como a mí, que ponen cosas y desaparecen. Esta mañana he dejado un pantalón vaquero, sin pena ninguna, estoy harta de ese vaquero, le tengo manía ya. Pero antes de dejarlo he mirado la caja, que estaba vacía, por verificar que el fondo es de cartón, y la he movido, para comprobar que debajo estaba el suelo y no un túnel secreto. Luego he mirado el rótulo de la caja y he comprobado que no es de una ONG, sino de una S.L. y también coincidió que subí con un vecino en el ascensor y al parar en su rellano vi que allí tenían dos cajas blancas, altas. Uf, esto se estaba complicando. Mi enrevesada mente se puso en marcha adivinando un sucio negocio de ropa usada, bajo la falsa apariencia de una ONG. Pensé en epi y blas que a esas alturas ya me habrían calificado de traidora por convertirlos en pijama de mercadillo, y esas camisetas que se han criado conmigo, mirándome tristes, diciendo ¿qué te hemos hecho nosotras, que hemos soportado durante tanto tiempo tu olvido en los cajones, que hace años que dejamos de ver la ciudad y sólo salíamos al campo? Y mucho peor será lo de las bermudas, porque acabarán desahuciadas tras varios días a la venta sin que nadie se digne mirarlas. El vaquero tendrá mejor destino, seguro que allá donde vaya le darán mejor vida que la que le dí yo. En fin. Si alguien ve el pijama de epi y blas, que le de recuerdos de mi parte.
viernes, 19 de octubre de 2012
Ante la adversidad, saca pecho.
Ya estamos otra vez en fin de semana. Ahora que tengo más tiempo, miro con más detenimiento la televisión, pero, la verdad, no aguanto mucho. Las noticias son penosísimas, o absurdas. Hoy, que es el dia contra el cáncer de mama, van y anuncian un sujetador con joyas que se lucirá en un famoso desfile. El sujetador es muy bonito, pero sólo para verlo, no para usarlo. Yo me lo pondría de gargantilla, o de diadema, o de pulsera con cuatro vueltas. No me imagino con un artilugio como ese, puesto debajo de la ropa, pegado al cuerpo. Las joyas son frías y a mí me gusta el calor. Sería como llevar unos calcetines de hilo de oro, dentro de unas botas hasta las rodillas. Una tremenda tontería. Lo caro hay que enseñarlo, porque eso es lo que mola, enseñar, lucir, fardar, presumir. Lo caro te da el valor que no tienes, te pone precio. Lo único que pasa es que con el sujetador esto es complicado ¿eh?, tendrías que ir desnudándote por doquier, o ponerte unas mangas sueltas, sin camisa. Pero además tendrías que tener el cuerpo de la modelo que lo anuncia, porque no es lo mismo ver a Shakira en sujetador con una falda hawaiana y descalza, bailando el waka waka, que ver a Adele en sujetador, con una falda ceñida y tacones de salón, cantando someone like you. Sin duda alguna me quedo con Adele, aunque sea con el chandal y los tacones, "arreglá pero informal". Pero vamos al lío del sujetador porque yo me pregunto, ¿qué se pretende demostrar con este sujetador? Esto no aguanta unas tetas de verdad, o se te caen las tetas o se te caen las piedras. Esto te lo pones y te entra la risa. Además no tiene bragas compañeras, así que otro problema: me lo pongo con tanga, con culotte, con braga de toda la vida, .... Y si elijo el tanga, a ver: tanga shorty, brasileño, faldita, hilo dental... Uf, mejor con el culo al aire. Si total, con ese sujetador sólo te van a mirar de cintura para arriba, y sólo hasta el cuello, puedes ir despeinada si quieres. Y si no, te sientas y cruzas las piernas. El sujetador se llama "Fantasy bra" y cuesta 2,5 millones de dólares. Perdón, un momento, que me estoy secando las lágrimas de la risa que me ha entrado, no sea que caigan en la pantalla y se me arrugue. Suerte que mi autoestima no necesita un sujetador de ese calibre, si no, lo llevaba crudo. Lo que está claro es que ahora, el mundo es mucho mejor. A pesar de las guerras, los abusos y las miserias, tenemos Fantasy Bra y salto estratosférico. Progresamos adecuadamente.
viernes, 12 de octubre de 2012
Chuzos de punta
El hombre del tiempo me tiene estresada. Todo el año esperando el puente del Pilar con ilusión y lleva el colega toda la semana intentando fastidiarlo, anunciando lluvias y bajadas de temperaturas. A tí si que te bajaba yo la temperatura, aguafiestas. Decidí plantarle cara y planearme el fin de semana como si nada. El viernes por la tarde cogí mis bolsas y me fuí al Carrefour, a comprar el avituallamiento. Anda que no había gente. Me armé de paciencia y me dije, ¡vamos, esto está chupado!. Todo iba bien hasta que me tocó pesar la fruta y la verdura. La chica destinada a este menester, se puso con otro menester, que seguro que también era suyo por el mismo precio, reponer la fruta. Así que yo y cinco personas más, con nuestros respectivos carros, empezamos a hacer una fila larga, con curvas, que por poco tiene que venir la guardia urbana para regular el tráfico. Con el barullo, la chica de la fruta se dio cuenta de lo que se estaba formando y decidió dejar la colocación artística de las peras conferencia para otro mejor momento.Yo sabía perfectamente detrás de quién iba, una mujer que había abandonado su carro en la larga cola, al que yo tenía que empujar, sabiendo que si le hacía una finta, estilo Fernando Alonso, la tía regresaría justo cuando le tocara pesar a ella y me diría, "perdona, yo estaba antes", y yo le contestaría, educadamente, "claro, claro, es que no me había dado cuenta", mientras pensaría "jodida cabrona ésta, ya lo sabía yo que iba a hacer esto". Ya, nada más con esto, empecé a cabrearme yo sola, y para colmo veo llegar a un tipo muy alto con un melón en la mano. ¡Para qué! ahí ya si que me entró cabreo del siete. Imagínate, cinco carros en una fila que parecía la estela de un avión acrobático, y un tío con un melón detrás mía, porque yo era la última de la fila, como Manolo García. Estaba claro lo que iba a pasar, el tío empezaría por mí, diciéndome, "perdona, mira es que sólo llevo un melón, ¿te importa que me lo pesen?. Pero no estaba yo por la labor, con la previsión metereológica para el puente, vas a venir tú a colarte con un melón, ¡anda y que te parta un rayo! Empecé a ensayar respuestas, "mentiroso, llevas un melón y dos huevos", "oye, pues coge algo más", "haber madrugado", y así hasta que me tocó. Creo que el hombre debió leer mi pensamiento y aguantó estoicamente la cola, hasta que le tocó. O sea, que no llevaba huevos, sólo el melón.
La alegría que le entró a mi nevera cuando la llené de cosas, no tiene precio. Para todo lo demás, Master Card, que diría mi cuñada, que esa sí que sabe, hasta inglés y todo. A la mañana siguiente, bien temprano, enfilé para la playa. Nada más llegar, cogí camino del chiringuito. No había un minuto que perder, que la lluvia llegaría por la tarde y yo quería que me pillara ya con la juerga hecha. Dos cañas y un espeto. Qué bien se estaba allí, viendo con envidia a los que disfrutaban del sol en las hamacas, desafiando al hombre del tiempo. Y mientras pensaba ¡qué bien vives, gachona! llega el camarero con el espeto. Cuento las sardinas. Siete. ¿Ahora qué? ¿por qué haces esto, tío? ¿tú me conoces a mí de algo, o qué? ¿tú sabes contar? uno y uno son dos, dos por tres son seis ¡y no me llevo ninguna! ¿para qué tienes que poner siete sardinas? Menos mal que yo me junto con gente civilizada e inteligente, gente como yo, que no deja que se te cuele un tío con un melón. Resolvimos el problema rápido. El lomo de arriba para tí y el otro para mí. Y mientras dábamos cuenta de las sardinas, se sientan en la mesa contigua seis putas rusas, que iban a desayunar, claro. Las putas hablaban en ruso, fíjate tú, y sólo se les entendía una palabra, "mercadona". No sé muy bien si eran las sardinas o las rusas, pero aquello empezó a llenarse de moscas y moscones, porque, oye, qué ojo tienen los tíos para las putas ¿eh?. Total que acabamos largándonos de allí, no sea que empezara el avisado chaparrón con bajada de temperaturas. Son las siete de la tarde y ni atisbo de lluvia, ni mal tiempo, ni ná de ná.
La alegría que le entró a mi nevera cuando la llené de cosas, no tiene precio. Para todo lo demás, Master Card, que diría mi cuñada, que esa sí que sabe, hasta inglés y todo. A la mañana siguiente, bien temprano, enfilé para la playa. Nada más llegar, cogí camino del chiringuito. No había un minuto que perder, que la lluvia llegaría por la tarde y yo quería que me pillara ya con la juerga hecha. Dos cañas y un espeto. Qué bien se estaba allí, viendo con envidia a los que disfrutaban del sol en las hamacas, desafiando al hombre del tiempo. Y mientras pensaba ¡qué bien vives, gachona! llega el camarero con el espeto. Cuento las sardinas. Siete. ¿Ahora qué? ¿por qué haces esto, tío? ¿tú me conoces a mí de algo, o qué? ¿tú sabes contar? uno y uno son dos, dos por tres son seis ¡y no me llevo ninguna! ¿para qué tienes que poner siete sardinas? Menos mal que yo me junto con gente civilizada e inteligente, gente como yo, que no deja que se te cuele un tío con un melón. Resolvimos el problema rápido. El lomo de arriba para tí y el otro para mí. Y mientras dábamos cuenta de las sardinas, se sientan en la mesa contigua seis putas rusas, que iban a desayunar, claro. Las putas hablaban en ruso, fíjate tú, y sólo se les entendía una palabra, "mercadona". No sé muy bien si eran las sardinas o las rusas, pero aquello empezó a llenarse de moscas y moscones, porque, oye, qué ojo tienen los tíos para las putas ¿eh?. Total que acabamos largándonos de allí, no sea que empezara el avisado chaparrón con bajada de temperaturas. Son las siete de la tarde y ni atisbo de lluvia, ni mal tiempo, ni ná de ná.
miércoles, 10 de octubre de 2012
El duende que te jode las conversaciones
Hay que ver lo complicado que resulta hablar con estas personas que intentan adivinarte el pensamiento. Por ejemplo, tú estás contando "....y cuando llegué a la tienda...", y esta persona te dice "ya habían cerrado", o por ejemplo, "me pusieron una ensaladilla..." y el otro "que estaba asquerosa" . Sí, vale, has acertado¡pero déjame terminar mis frases, que para eso son mías".
Luego están los rellena-huecos. Con estas personas no puedes titubear ni un segundo, porque van y te colocan la palabra que te falta. Son los comodines de las conversaciones, no se te queda ninguna frase con puntos suspensivos, te las completan todas. Veamos un par de ejemplos, uno dice, "eso tarda.......", y el otro "la intemerata"; uno dice, "me hinché de llorar con la película, era..." y el otro, que encima ni ha visto la película ni nada, remata tu frase con "un auténtico drama".
Otra complicación de las conversaciones es toparse con un sordo que oye. Puedes hablar fácilmente con esta persona, pero también es fácil que acabes mandándola a freír espárragos al poco rato de iniciar la conversación. Es necesario repetirlo todo, dos o tres veces. ¿Qué pasa, por qué no te enteras de lo que te estoy diciendo? No, si yo te oigo, pero, que no te entiendo, dímelo otra vez, por favor. O bien te dice: si, te estoy oyendo, pero justo me he acordado de una cosa, en relación con lo que estás contando oye, y he perdido el hilo un momento, ¡anda, no te enfades, dímelo otra vez, Sam! A estos sordos les preguntas de qué color es el caballo blanco de Santiago y te contestan "verde limón".
¿Y qué me dices de los porteros de las conversaciones? No dejan meter ni un gol. Siempre tienen sus historias preparadas para contártelas, lo único que necesitan es que tú intentes contarle una tuya. Es empezar con algo como...."ayer fui al cine....." y ahí terminas, porque el portero te planta delante de tu cara sus guantes de fútbol, en señal de stop, y te cuenta las tres últimas películas que ha visto, más los estrenos de los próximos dos meses y algún que otro apunte sobre actores famosos. Luego, si te quedan ganas de hablar de cine, a lo mejor tienes ocasión de añadir algo de esa película que fuiste a ver.
Así no hay quien mantenga una conversación entretenida, salvo que analices a tu interlocutor y entonces, a lo mejor te da risa.
Tengo que reconocer que un espíritu maligno se ha apoderado de mí y me obliga a boicotear todas las conversaciones con estas actitudes, adivinatoria, rellena-huecos, sorda-oyente, portera de conversaciones. Si un día, charlando conmigo, ves que hago algo de esto, (o todo a la vez, que yo cuando me pongo....), recuerda, no soy yo, es ese espíritu maligno. Ten piedad. Amén.
Luego están los rellena-huecos. Con estas personas no puedes titubear ni un segundo, porque van y te colocan la palabra que te falta. Son los comodines de las conversaciones, no se te queda ninguna frase con puntos suspensivos, te las completan todas. Veamos un par de ejemplos, uno dice, "eso tarda.......", y el otro "la intemerata"; uno dice, "me hinché de llorar con la película, era..." y el otro, que encima ni ha visto la película ni nada, remata tu frase con "un auténtico drama".
Otra complicación de las conversaciones es toparse con un sordo que oye. Puedes hablar fácilmente con esta persona, pero también es fácil que acabes mandándola a freír espárragos al poco rato de iniciar la conversación. Es necesario repetirlo todo, dos o tres veces. ¿Qué pasa, por qué no te enteras de lo que te estoy diciendo? No, si yo te oigo, pero, que no te entiendo, dímelo otra vez, por favor. O bien te dice: si, te estoy oyendo, pero justo me he acordado de una cosa, en relación con lo que estás contando oye, y he perdido el hilo un momento, ¡anda, no te enfades, dímelo otra vez, Sam! A estos sordos les preguntas de qué color es el caballo blanco de Santiago y te contestan "verde limón".
¿Y qué me dices de los porteros de las conversaciones? No dejan meter ni un gol. Siempre tienen sus historias preparadas para contártelas, lo único que necesitan es que tú intentes contarle una tuya. Es empezar con algo como...."ayer fui al cine....." y ahí terminas, porque el portero te planta delante de tu cara sus guantes de fútbol, en señal de stop, y te cuenta las tres últimas películas que ha visto, más los estrenos de los próximos dos meses y algún que otro apunte sobre actores famosos. Luego, si te quedan ganas de hablar de cine, a lo mejor tienes ocasión de añadir algo de esa película que fuiste a ver.
Así no hay quien mantenga una conversación entretenida, salvo que analices a tu interlocutor y entonces, a lo mejor te da risa.
Tengo que reconocer que un espíritu maligno se ha apoderado de mí y me obliga a boicotear todas las conversaciones con estas actitudes, adivinatoria, rellena-huecos, sorda-oyente, portera de conversaciones. Si un día, charlando conmigo, ves que hago algo de esto, (o todo a la vez, que yo cuando me pongo....), recuerda, no soy yo, es ese espíritu maligno. Ten piedad. Amén.
domingo, 7 de octubre de 2012
Loca por la moda
Estoy hasta el mismísimo moño de la moda. La moda es un auténtico cachondeo. ¿Cómo es posible que una persona, de profesión diseñador/a, se monte un desfile de extravagancias... Un momento, fíjate en esta palabra: extra-vagancia, o sea, que los extravagantes son los más perros del mundo entero, doble ración de holgazanería. Así si lo entiendo: esas modelos de pasarelas, vestidas de cualquier manera, que no les pega nada con nada, con esos nidos de águilas en las cabezas y esos tacones que parecen los zapatos de los gigantes y cabezudos, y esas sombras de ojos puestas a puñados, la gomina a granel, en fin, un desastre, un trabajo extra-vagante, de no haberle puesto ni una pizca de interés, vaya. Aunque eso es lo de menos, porque salga lo que salga por la pasarela, las mamarrachadas más grandes que te puedas imaginar, la gente aplaude y pone cara de asombro, como si les fuese a dar el síndrome de Stendhal. ¡Ay, cuánta tontería!
Y luego están las otras modas, la de la dieta dukan, los cruceros por los fiordos, no fumar, el reciclaje, la bicicleta, el viaje a New York, comprar por internet, el wassup, y mil quinientas veintisiete cosas más.
A ver si nos aclaramos, jolines, que me voy a volver loca con tanta americanada. ¿Para qué quiero yo parecerme a los americanos, sin son unos obesos hartos de perritos calientes, o modernos estresados que fuman a escondidas y cuando se deprimen se meten en la cama con un bote de helado a ver películas tristes en la tele?
Estamos llegando a unas situaciones ridículas. Ahora cuando fumo, para no molestar a nadie, exhalo el humo en una bolsa reciclable, escondiéndome de las miradas acusadoras de quien te ve fumar y piensa que eres una suicida-asesina detestable. Pero tengo un gran problema, ¿en qué contenedor debo depositar mis bolsas de humo? Nadie sabe. Les voy a alquilar un piso y me voy a hacer un seguro, por si se me explotan y genero una nube tóxica que ponga el ambiente más negro de lo que está.
Te fumas un pitillo y eres una delincuente. Espero que dentro de unos años no nos digan los diseñadores de la vida, que el tabaco es bueno para la salud, o que los perritos calientes son una delicatessen, o que tanto deporte no es bueno porque incremente notablemente el número de lesiones, o que ir a los fiordos noruegos es una tontería, con el frío que hace allí y lo bien que se ve todo por la tele. Si eso ocurriera, y es bastante probable, explotaré todas mis bolsas de humo en venganza, alegando después locura transitoria, por culpa de la moda.
Y luego están las otras modas, la de la dieta dukan, los cruceros por los fiordos, no fumar, el reciclaje, la bicicleta, el viaje a New York, comprar por internet, el wassup, y mil quinientas veintisiete cosas más.
A ver si nos aclaramos, jolines, que me voy a volver loca con tanta americanada. ¿Para qué quiero yo parecerme a los americanos, sin son unos obesos hartos de perritos calientes, o modernos estresados que fuman a escondidas y cuando se deprimen se meten en la cama con un bote de helado a ver películas tristes en la tele?
Estamos llegando a unas situaciones ridículas. Ahora cuando fumo, para no molestar a nadie, exhalo el humo en una bolsa reciclable, escondiéndome de las miradas acusadoras de quien te ve fumar y piensa que eres una suicida-asesina detestable. Pero tengo un gran problema, ¿en qué contenedor debo depositar mis bolsas de humo? Nadie sabe. Les voy a alquilar un piso y me voy a hacer un seguro, por si se me explotan y genero una nube tóxica que ponga el ambiente más negro de lo que está.
Te fumas un pitillo y eres una delincuente. Espero que dentro de unos años no nos digan los diseñadores de la vida, que el tabaco es bueno para la salud, o que los perritos calientes son una delicatessen, o que tanto deporte no es bueno porque incremente notablemente el número de lesiones, o que ir a los fiordos noruegos es una tontería, con el frío que hace allí y lo bien que se ve todo por la tele. Si eso ocurriera, y es bastante probable, explotaré todas mis bolsas de humo en venganza, alegando después locura transitoria, por culpa de la moda.
jueves, 4 de octubre de 2012
Si bebes, no te mudes.
Odio las mudanzas. A este ordenador pongo por testigo que la próxima vez que quieran mudarme, me hago la muerta. Es horroroso, ¿cómo es posible acumular tanta cosa inútil? y lo peor de todo es que esas inutilidades se mudan también, ¿por qué? porque siempre dices "ya aprovecho y hago limpieza y me deshago de todo lo que me sobra", pero ¿qué pasa después? que cuando ya llevas un rato y ves que la limpieza va a durar más que la mudanza, entonces dices: "bueno, si eso, ya sigo tirando cosas, justo antes de colocarlas en el nuevo sitio". Y luego, empiezas a colocar las cosas y como tampoco se acaba nunca, te vuelves a decir: "mira, yo ahora no puedo pararme con esto. Lo coloco todo y otro día termino la limpieza". O sea, que al final, has tirado cuatro papeles y te has llevado toda la morralla contigo, y encima le has quitado hasta el polvo para colocarla en su sitio. Qué nos gustan los cacharritos.
Llevo toda la semana de mudanza en el trabajo. Ahora estamos ya en la tercera fase "lo coloco todo y ya iré tirando cosas, si eso". Esta mudanza ha tenido momentos gloriosos, como el de aquella mañana que apareció la cuadrilla con refuerzos, concretamente uno de estos refuerzos era un condenado a realizar trabajos en beneficio de la comunidad. Menos mal que el juez no revisa la eficacia del cumplimiento, porque con un tipo como éste, ya te puedes dar con un canto en los dientes, si en lugar de obtener beneficios la comunidad, consigues que la comunidad no sufra ningún percance. Y me explico. No es que yo esté diciendo esto porque ese hombre viniera a cumplir una condena, que, oye, todos somos humanos y un fallo lo tiene cualquiera. Pero.....por favor, llegar a las ocho de la mañana con una tajada del quince en lo alto....pues ya te da una idea de la ayuda que va a prestar el susodicho. Yo tardé en darme cuenta. En principio pensé que el hombre tenía algún problema, porque la expresión de su cara, mezcla de sonrisa y de sueño, no me cuadraba mucho. No era risa precisamente lo que entraba cuando veías la cantidad de cosas que había que transportar. A continuación, este buen hombre, después de dar cuatro vueltas, muy lentamente, por el poco espacio que quedaba libre en el suelo, se decide a hablar. Mi compañera y yo nos miramos como diciendo ¡ah, es extranjero!. Pero no, no era extranjero, era de aquí del pueblo, de toda la vida, pero no se le entendía ni papa. Lo que nos dio la pista de su verdadero estado de embriaguez fue, el olfato de mi jefa y su mala suerte, ya que al pasar por el lado de este hombre, al tipo no se le ocurre otra cosa que soltarte un eructo de aguardiante, tan fuerte, que mi jefa al día siguiente tenía resaca, pero, eso sí, ese día se le quitaron los dolores de cuello como consecuencia de la anestesia recibida por vía nasal. Lo siguiente fué un auténtico sainete. El hombre, por fin decide hacer algo más que estorbar al resto de la cuadrilla, que tenía que sortearlo para poder pasar. Se agacha con las piernas rectas, sin doblar las rodillas, agarra una caja llena de libros del suelo y, como impulsado por un resorte a cámara lenta, levanta la caja. Pero, en cuanto encontró la vertical, ese hombre parecía un equilibrista sobre una fina cuerda a cincuenta metros del suelo. ¡Qué tambaleo más grande! Al final lo consiguió, sacó la caja de allí. Lo que ese personaje hizo el resto del día no vale la pena ni contarlo, porque recordarlo y cabrearse es todo uno. Así que ya sabes, si bebes, no te mudes.
Llevo toda la semana de mudanza en el trabajo. Ahora estamos ya en la tercera fase "lo coloco todo y ya iré tirando cosas, si eso". Esta mudanza ha tenido momentos gloriosos, como el de aquella mañana que apareció la cuadrilla con refuerzos, concretamente uno de estos refuerzos era un condenado a realizar trabajos en beneficio de la comunidad. Menos mal que el juez no revisa la eficacia del cumplimiento, porque con un tipo como éste, ya te puedes dar con un canto en los dientes, si en lugar de obtener beneficios la comunidad, consigues que la comunidad no sufra ningún percance. Y me explico. No es que yo esté diciendo esto porque ese hombre viniera a cumplir una condena, que, oye, todos somos humanos y un fallo lo tiene cualquiera. Pero.....por favor, llegar a las ocho de la mañana con una tajada del quince en lo alto....pues ya te da una idea de la ayuda que va a prestar el susodicho. Yo tardé en darme cuenta. En principio pensé que el hombre tenía algún problema, porque la expresión de su cara, mezcla de sonrisa y de sueño, no me cuadraba mucho. No era risa precisamente lo que entraba cuando veías la cantidad de cosas que había que transportar. A continuación, este buen hombre, después de dar cuatro vueltas, muy lentamente, por el poco espacio que quedaba libre en el suelo, se decide a hablar. Mi compañera y yo nos miramos como diciendo ¡ah, es extranjero!. Pero no, no era extranjero, era de aquí del pueblo, de toda la vida, pero no se le entendía ni papa. Lo que nos dio la pista de su verdadero estado de embriaguez fue, el olfato de mi jefa y su mala suerte, ya que al pasar por el lado de este hombre, al tipo no se le ocurre otra cosa que soltarte un eructo de aguardiante, tan fuerte, que mi jefa al día siguiente tenía resaca, pero, eso sí, ese día se le quitaron los dolores de cuello como consecuencia de la anestesia recibida por vía nasal. Lo siguiente fué un auténtico sainete. El hombre, por fin decide hacer algo más que estorbar al resto de la cuadrilla, que tenía que sortearlo para poder pasar. Se agacha con las piernas rectas, sin doblar las rodillas, agarra una caja llena de libros del suelo y, como impulsado por un resorte a cámara lenta, levanta la caja. Pero, en cuanto encontró la vertical, ese hombre parecía un equilibrista sobre una fina cuerda a cincuenta metros del suelo. ¡Qué tambaleo más grande! Al final lo consiguió, sacó la caja de allí. Lo que ese personaje hizo el resto del día no vale la pena ni contarlo, porque recordarlo y cabrearse es todo uno. Así que ya sabes, si bebes, no te mudes.
lunes, 1 de octubre de 2012
Tiempo de des-espera.
Hoy he tenido que ir a reconocimiento médico. Esto es de lo más estrambótico que he hecho últimamente. Chiste malo: Imaginen que la doctora y yo era la primera vez que nos veíamos, ¿cómo vamos a re-conocernos? De hecho, ahora que lo pienso, ni siquiera sé su nombre. Ni falta que me hace. ¿Acaso se va a acordar ella del mío? Además, ¡que se hubiera presentado! porque ella tenía mi nombre allí escrito, en algún papel, pero a mí nadie me ha dado una tarjeta suya ni nada de eso. Sí, ya lo sé, era una sustituta, pero, hasta donde yo sé, los sustitutos son personas con sus propios nombres y apellidos. No asumen los de los sustituidos. Bueno, que esa no es la cuestión. El asunto que me trae hoy aquí es el de la enfermera que atendía esa enorme sala, que hoy estaba casi vacía. Eran las cuatro de la tarde. Es la segunda vez que acudo a esa sala. La primera vez era por la mañana. La sala estaba llena, a rebosar. Yo tenía un nombre apuntado en un papel "Dr. Fulanito". Mi cita era para las diez de la mañana. A las diez menos cuarto allí estaba yo, de pie, con mi hermana, esperando a que alguien dijera mi nombre por megafonía. No había ni un solo sitio para sentarse. Y también estaba a las once, y a las doce, y a las una y a las dos. Y por supuesto, esto no es una canción de Sabina, es la realidad misma. Como es de imaginar, no estábamos esperando pacientemente, sino hechas unas energúmenas. Yo más que mi hermana. La pobre intentaba hacerme reír para suavizar el tremendo cabreo, que a eso de las once y media ya se había apoderado de todo mi ser. Sobre las una, mi hermana, temiéndose lo peor, se atrevió a asomarse a la puerta de la consulta del Dr. Fulanito y le dijo amablemente, "mire ud. señor, es que teníamos cita a las diez y...." Yo, que estaba detrás de ella y por mi estatura no veía nada, metí la cabeza por un hueco que quedaba entra la puerta y la hermana y, en ese momento, oí al dr. fulanito (se acabaron las mayúsculas para nombrarle) decir algo así como "señora, es que las horas de las citas son aproximadas, no son exactas. Ay, ay, lo que me entró en ese momento. No me pude aguantar y grité ¡y se queda tan tranquilo! ¡esto es increíble!.
Vamos a ver, ¿desde cuándo puede hablarse de aproximación entre las diez de la mañana y la una de la tarde? ¿estamos locos, o qué? Pues ahí me quedé, hasta las dos de la tarde, más o menos. A esa hora ya había asientos libres, ¡todos!. Allí se coló una que llegó a las once y entró a las once y cuarto porque decía que tenía un bulto. Vale, y el resto de personal ¿qué teníamos, ganas de cachondeo, o qué? En serio, no puedo entenderlo.
Cuando por fin entré, la verdad, a mí me habría gustado decirle de todo menos bonito. Me aguanté todo lo que pude. El hombre empezó como a disculparse, tratando de explicar lo inexplicable, pidiendo comprensión. Y UNA MIERDA. Eso es lo que yo te estoy pidiendo a tí, SINVERGÜENZA, comprensión. O mejor dicho, que me expliques, a ver si lo comprendo, ¿para qué me citas a las diez? No es sólo el tiempo esperando, de pie, en una sala repleta de gente, irrespirable, estresante, angustiosa. Es que encima no te puedes mover de allí, porque cada vez que preguntas te dicen que ya te van a llamar, y no te atreves a ir ni a hacer pis. No es justo. Es desorganización y poca humanidad.
Después de esto, conocí a varias personas que también visitaban aquella sala de vez en cuando, y todas me preguntaban, ¿a ti qué doctor te ha tocado? y yo decía ¿las narices? no, es broma, yo les decía, dr. fulanito, y siempre escuchaba lo mismo ¡qué suerte! ¡ese es el mejor!. ¿Ah sí, he tenido suerte con él? Pues él no ha tenido suerte conmigo.
Por cierto, que yo lo que quería contar es lo de la enfermera que atendía la enorme sala, pero bueno, ya, si eso, lo dejamos para otro día.
Vamos a ver, ¿desde cuándo puede hablarse de aproximación entre las diez de la mañana y la una de la tarde? ¿estamos locos, o qué? Pues ahí me quedé, hasta las dos de la tarde, más o menos. A esa hora ya había asientos libres, ¡todos!. Allí se coló una que llegó a las once y entró a las once y cuarto porque decía que tenía un bulto. Vale, y el resto de personal ¿qué teníamos, ganas de cachondeo, o qué? En serio, no puedo entenderlo.
Cuando por fin entré, la verdad, a mí me habría gustado decirle de todo menos bonito. Me aguanté todo lo que pude. El hombre empezó como a disculparse, tratando de explicar lo inexplicable, pidiendo comprensión. Y UNA MIERDA. Eso es lo que yo te estoy pidiendo a tí, SINVERGÜENZA, comprensión. O mejor dicho, que me expliques, a ver si lo comprendo, ¿para qué me citas a las diez? No es sólo el tiempo esperando, de pie, en una sala repleta de gente, irrespirable, estresante, angustiosa. Es que encima no te puedes mover de allí, porque cada vez que preguntas te dicen que ya te van a llamar, y no te atreves a ir ni a hacer pis. No es justo. Es desorganización y poca humanidad.
Después de esto, conocí a varias personas que también visitaban aquella sala de vez en cuando, y todas me preguntaban, ¿a ti qué doctor te ha tocado? y yo decía ¿las narices? no, es broma, yo les decía, dr. fulanito, y siempre escuchaba lo mismo ¡qué suerte! ¡ese es el mejor!. ¿Ah sí, he tenido suerte con él? Pues él no ha tenido suerte conmigo.
Por cierto, que yo lo que quería contar es lo de la enfermera que atendía la enorme sala, pero bueno, ya, si eso, lo dejamos para otro día.
viernes, 28 de septiembre de 2012
Vamos a contar manías, tralará... (el desenlace)
Tanto orden en el armario no puede ser normal, ¿o sí? Le resultaba mucho más agradable asomarse a su armario que al balcón, ¡con el desorden que hay en la calle! Lo cierto es que ya había tomado una decisión, liberarse de sus manías. Pero... el armario mejor otro día. Volvió al salón y torció levemente un par de cuadros. Sonó su teléfono y tuvo el impulso de ir corriendo a cogerlo, para evitar que terminara antes la llamada, quedando esa lucecita intermitente que te avisa que tienes una llamada perdida o que has recibido un mensaje, correo, wassup.... Esa lucecita le ponía de los nervios. No soportaba tener avisos pendientes, ni en el teléfono, ni en el correo, ni siquiera en el buzón, como si las cartas fuesen a desintegrarse en un plazo de horas.
Se detuvo, no lo cogió y la llamada terminó. Allí estaba la luz, eah. ¿Cuánto rato podría soportar verla?
Fue de nuevo a la cocina y se preparó una tila. La mañana iba a ser muy larga, tan larga como su lista de manías propias y ajenas. Mientras tomaba la infusión se preguntaba el porqué de esa cruzada anti-manías. Sin duda la culpa era del bollo de pan. Ahí empezó todo, por las migas.
En ese momento sonó el despertador. Eran las 6'30 de la mañana. Se levantó, se aseó, buscó en la maraña de su armario algo que ponerse, se tomó un café instantáneo y tres galletas y salió corriendo para el trabajo. Aún era miércoles, una semana muy larga, pensó. Salió a la calle, cogió su autobús y, como cada día, se dedicó durante el trayecto a curiosear las caras de la gente que viajaba con él, intentando averiguar sus pensamientos. Uy, esa de ahí tiene cara de maniática. Esta tarde, sin falta, voy a comprar el portarrollos para el cuarto de baño, que llevo cinco años diciendo que lo voy a poner, y de paso, a ver si saneo el rincón de los folletos, que van a llegar al techo. Uf, el armario.... el armario, mejor otro día.
************************
Gracias a tod@s los que habéis contribuido con esta historia. Especialmente a Gloria, Nuria, Nati, Mª José, Sole, Mía, Juana, Virginia y a Il Cavaliere por sus comentarios.
Se detuvo, no lo cogió y la llamada terminó. Allí estaba la luz, eah. ¿Cuánto rato podría soportar verla?
Fue de nuevo a la cocina y se preparó una tila. La mañana iba a ser muy larga, tan larga como su lista de manías propias y ajenas. Mientras tomaba la infusión se preguntaba el porqué de esa cruzada anti-manías. Sin duda la culpa era del bollo de pan. Ahí empezó todo, por las migas.
En ese momento sonó el despertador. Eran las 6'30 de la mañana. Se levantó, se aseó, buscó en la maraña de su armario algo que ponerse, se tomó un café instantáneo y tres galletas y salió corriendo para el trabajo. Aún era miércoles, una semana muy larga, pensó. Salió a la calle, cogió su autobús y, como cada día, se dedicó durante el trayecto a curiosear las caras de la gente que viajaba con él, intentando averiguar sus pensamientos. Uy, esa de ahí tiene cara de maniática. Esta tarde, sin falta, voy a comprar el portarrollos para el cuarto de baño, que llevo cinco años diciendo que lo voy a poner, y de paso, a ver si saneo el rincón de los folletos, que van a llegar al techo. Uf, el armario.... el armario, mejor otro día.
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Gracias a tod@s los que habéis contribuido con esta historia. Especialmente a Gloria, Nuria, Nati, Mª José, Sole, Mía, Juana, Virginia y a Il Cavaliere por sus comentarios.
lunes, 24 de septiembre de 2012
Vamos a contar manías, tralará... (capítulo 3º)
Si es que.... ¿quién no tiene una manía? Las manías nos amargan la vida. Te obligan a hacer cosas estúpidas y si, por casualidad, aprovechando los escasos momentos de lucidez, te dar por resistirte, consigues que te invada la intranquilidad y el ansia viva. Decidió asomarse a la ventana, para tomar un poco de aire fresco y salir del bucle maniático en que se encontraba. Vive en un cuarto piso, así que siempre que se asoma, mira primero hacia arriba, para ver cuántos vecinos del bloque de enfrente pueden observarle, y si no hay moros en la costa se pone a curiosear mirando a los pisos inferiores. En la planta tercera, vive esa pareja, con pinta de intelectuales, que van de pasotas por la vida pero.... ¡que va!, son unos maniáticos peligrosos. Aún están durmiendo. Lo sabe por la disposición de las persianas de las tres ventanas que dan a la calle. Todas colocadas milimétricamente, casi bajadas del todo. Dentro de una hora aproximadamente, el vecino se asomará con los pelos tiesos, y mientras bosteza irá ventana por ventana, subiendo las persianas. Eso es fácil, porque las subes a tope y ya está. Pero lo de bajarlas.... eso es para premio. No las baja totalmente, deja un espacio abierto, de un palmo más o menos. Las tres ventanas a la misma altura. Eso tiene que tener un significado psicológico (que "Il Cavaliere",comentarista de este blog, nos desvelará). Si él viviera en esa casa, atascaría la cinta de una de las persianas, sólo por ver la reacción del maniático "persianero".
¡No es posible, otra vez con las manías! Siente que se marea, que la cabeza le centrifuga. ¡Madrugar para esto, por Dios! ¿Qué me está pasando?
Sí, eso es lo que hay que hacer, armarse de valor y romper con la maldición de las manías. Ya. Ahora mismo. Lo chungo cuanto antes. Se dirigió al cuarto de baño y abrió la tapa del váter. Así es como tiene que estar, que es más cómoda de usar, no tanto rollo con el shi, con el sha. Sacó un rollo de papel del mueblecito y lo colocó encima de la cisterna. Que hay que ver que siempre se acaba el rollo cuando menos te lo esperas, y tienes que ir con el culo en pompa, medio agachado, a coger el maldito papel del maldito mueblecito.
Siguiente paso, el más difícil, el armario. Ya está frente a él, piensa unos segundos y tira de la puerta. Algo se le resiste, no en la puerta, sino en la intención. Está todo tan bien colocado, tan bien organizado, camisas, camisetas, pantalones. Esta armonía cromática convierte la pesadilla de "qué me pongo hoy", en "la hora feliz". No, no puede hacerlo. Abre un cajón, el de los calcetines, y ahí están todos, hechos unos rollitos de primavera, ¡pá comérselos!. (continuará)
¡No es posible, otra vez con las manías! Siente que se marea, que la cabeza le centrifuga. ¡Madrugar para esto, por Dios! ¿Qué me está pasando?
Sí, eso es lo que hay que hacer, armarse de valor y romper con la maldición de las manías. Ya. Ahora mismo. Lo chungo cuanto antes. Se dirigió al cuarto de baño y abrió la tapa del váter. Así es como tiene que estar, que es más cómoda de usar, no tanto rollo con el shi, con el sha. Sacó un rollo de papel del mueblecito y lo colocó encima de la cisterna. Que hay que ver que siempre se acaba el rollo cuando menos te lo esperas, y tienes que ir con el culo en pompa, medio agachado, a coger el maldito papel del maldito mueblecito.
Siguiente paso, el más difícil, el armario. Ya está frente a él, piensa unos segundos y tira de la puerta. Algo se le resiste, no en la puerta, sino en la intención. Está todo tan bien colocado, tan bien organizado, camisas, camisetas, pantalones. Esta armonía cromática convierte la pesadilla de "qué me pongo hoy", en "la hora feliz". No, no puede hacerlo. Abre un cajón, el de los calcetines, y ahí están todos, hechos unos rollitos de primavera, ¡pá comérselos!. (continuará)
domingo, 23 de septiembre de 2012
Vamos a contar manías, tralará.... (capítulo 2º)
Esta segunda opción, en principio, .... No. Ni de coña. Sin duda, esta segunda opción era la peor. Casi sin darse cuenta, cogió la bayeta y quitó las migas de pan, dejando la encimera limpia. Asunto resuelto.
Optó por pensar en otra cosa y dejarse de tonterías. Entró en la habitación sigilosamente para buscar una camiseta. Tenía sensación de frío aunque sabía que no hacía, pero cada mañana, al levantarse de la cama y posar su pie derecho sobre el suelo, notaba ese frío que ya le acompañaba hasta después de la ducha, momento en que su cuerpo se ajustaba a la temperatura real. Abrió el armario. Todo estaba en perfecto orden, como siempre. Buscó en el cajón de las camisetas de estar en casa, eligió una y salió de allí. Fue al salón y cogió un folleto del Hipercor que encontró en ese espacio de la estantería donde se depositan los folletos que van llegando. Periódicamente él revisa este hueco para que no se acumulen folletos antiguos. ¿Por qué? porque acumular cosas inútiles da mala energía, carga el ambiente. Lo leyó en el libro de Feng Shui que compró en el Círculo de Lectores hace ya algunos años. Volvió a la cocina, se sirvió otra taza de café y se puso a ojear el folleto. En la hoja número tres había una oferta de barras de pan, segunda barra al cincuenta por ciento. Pensó de nuevo en las migas de pan. ¿Por qué tenía que respetar las manías de los demás? ¿No era suficiente con padecer las suyas propias? por ejemplo, esa terrible locura, que es la manía en grado superior, de sumar los números de las matrículas de los coches que veía desde la ventanilla del autobús, camino del trabajo. Era algo que hacía desde pequeño, surgido posiblemente de algún juego infantil, o de una apuesta con algún amiguete del barrio; pero con los años, se había convertido en una función automática de su cuerpo, que se activaba ante la presencia de matrículas. Sumar y sumar sin parar, de derecha a izquierda, de izquierda a derecha... Si en algún momento del trayecto dejaba de ver matrículas, era como tornar a la realidad de golpe. Paraba en seco y miraba rápidamente al interior del autobús para ver si alguien se había dado cuenta de la tremenda gilipollez que estaba haciendo. Entonces no volvía a mirar por la ventanilla (hasta el trayecto de vuelta).
Claro que esto de las manías quizás tenía un componente genético ¿o a qué viene que su hermana tienda la ropa poniendo las pinzas del mismo color que la prenda que tiende? bragas celestes, pinza celeste, calcetín blanco, pinza blanca, camiseta de colores, puedes elegir pinza o poner una de madera, que es la pinza comodín. ¿eso dónde se ha visto o leído? Y lo de su primo Antonio no tiene nombre. Cada vez que tiene que hacer una gestión pierde un par de kilos. Es ponerse a buscar documentos y se caga las patas abajo, pero literalmente ¿eh?. Qué nervios, oye.
Aunque no es su familia la única afectada por este problema. Su compañera de trabajo, sin ir más lejos, cada vez que busca algo en el bolso, lleve el bolso que lleve, siempre saca ese delfín de cristal amarillo, como si el delfín tapara todo el interior del bolso y no viera nada con él. Qué cosas. Seguro que el delfín tiene nombre y todo. Si es que.... (continuará)
Optó por pensar en otra cosa y dejarse de tonterías. Entró en la habitación sigilosamente para buscar una camiseta. Tenía sensación de frío aunque sabía que no hacía, pero cada mañana, al levantarse de la cama y posar su pie derecho sobre el suelo, notaba ese frío que ya le acompañaba hasta después de la ducha, momento en que su cuerpo se ajustaba a la temperatura real. Abrió el armario. Todo estaba en perfecto orden, como siempre. Buscó en el cajón de las camisetas de estar en casa, eligió una y salió de allí. Fue al salón y cogió un folleto del Hipercor que encontró en ese espacio de la estantería donde se depositan los folletos que van llegando. Periódicamente él revisa este hueco para que no se acumulen folletos antiguos. ¿Por qué? porque acumular cosas inútiles da mala energía, carga el ambiente. Lo leyó en el libro de Feng Shui que compró en el Círculo de Lectores hace ya algunos años. Volvió a la cocina, se sirvió otra taza de café y se puso a ojear el folleto. En la hoja número tres había una oferta de barras de pan, segunda barra al cincuenta por ciento. Pensó de nuevo en las migas de pan. ¿Por qué tenía que respetar las manías de los demás? ¿No era suficiente con padecer las suyas propias? por ejemplo, esa terrible locura, que es la manía en grado superior, de sumar los números de las matrículas de los coches que veía desde la ventanilla del autobús, camino del trabajo. Era algo que hacía desde pequeño, surgido posiblemente de algún juego infantil, o de una apuesta con algún amiguete del barrio; pero con los años, se había convertido en una función automática de su cuerpo, que se activaba ante la presencia de matrículas. Sumar y sumar sin parar, de derecha a izquierda, de izquierda a derecha... Si en algún momento del trayecto dejaba de ver matrículas, era como tornar a la realidad de golpe. Paraba en seco y miraba rápidamente al interior del autobús para ver si alguien se había dado cuenta de la tremenda gilipollez que estaba haciendo. Entonces no volvía a mirar por la ventanilla (hasta el trayecto de vuelta).
Claro que esto de las manías quizás tenía un componente genético ¿o a qué viene que su hermana tienda la ropa poniendo las pinzas del mismo color que la prenda que tiende? bragas celestes, pinza celeste, calcetín blanco, pinza blanca, camiseta de colores, puedes elegir pinza o poner una de madera, que es la pinza comodín. ¿eso dónde se ha visto o leído? Y lo de su primo Antonio no tiene nombre. Cada vez que tiene que hacer una gestión pierde un par de kilos. Es ponerse a buscar documentos y se caga las patas abajo, pero literalmente ¿eh?. Qué nervios, oye.
Aunque no es su familia la única afectada por este problema. Su compañera de trabajo, sin ir más lejos, cada vez que busca algo en el bolso, lleve el bolso que lleve, siempre saca ese delfín de cristal amarillo, como si el delfín tapara todo el interior del bolso y no viera nada con él. Qué cosas. Seguro que el delfín tiene nombre y todo. Si es que.... (continuará)
sábado, 22 de septiembre de 2012
Vamos a contar manías, tralará...(capítulo 1º)
Ha madrugado. A pesar de no tener que ir al trabajo, se ha levantado a la misma hora de cada día laborable. Es el reloj biológico, dicen. Es el mismo reloj que le hace acostarse temprano porque le entra sueño, y levantarse cuando su cuerpo considera que ha dormido bastante, sin tener en cuenta si él quiere dormir más ese día. A veces, cuando esto ocurre, intenta quedarse en la cama más rato, como obligando a su mente a entrar de nuevo en ese túnel mágico donde todo es posible, tanto volar, como que te coma un dinosaurio gigante con cuerpo de jirafa, patas de rinoceronte y cabeza de delfín, pero sabiendo que es un dinosaurio, porque en los sueños no hay formas ni conceptos predefinidos, todo queda a la necesidad del momento, a lo que vaya pidiendo el guión improvisado de las películas que te montas cuando cierras los ojos y éstos empiezan a centrifugar a toda máquina sin que tú te des ni cuenta. Es extraordinario este fenómeno del sueño. Pero claro, tarde o temprano sales del túnel, normalmente a la fuerza y de forma desagradable, como cuando suena el despertador o al vecino se le cae la taza de café al suelo, o el capullo del camión toca el claxon a las seis de la mañana porque como él está despierto, quiere que los demás se despierten también; o bien puede ser que estuvieras a punto de morir asesinado por algo parecido a Freddy Krueger y, claro, no es plan dejarse matar teniendo el control ¿no?. Y a veces te despiertas igual que te has dormido, sin pensarlo ni programarlo. Algo en tu interior dice ¡basta!, y basta, ya no hay manera de volverse a dormir.
La cuestión (vamos a ir centrándonos), es que nuestro hombre se había despertado sobre las siete de la mañana en pleno sábado, y esto le cabreó. Ante la imposibilidad de continuar con el sueño y la más que alta probabilidad de despertar a su acompañante de catre, a base de tumbos y más tumbos, decidió finalmente poner fin a la noche y dar comienzo al día. Llegó a la cocina, después, eso sí, de pasar por el baño y lavarse la cara y las manos, como mandan los cánones antibacterias. La encimera estaba totalmente limpia y todo ordenado. Su acompañante tenía la manía de dejar todos los platos fregados antes de irse a la cama, porque le cabreaba sobremanera recordar la cena al levantarse, aunque siempre decía que lo hacía para ir más rápido por la mañana, pero él sabía que no era cierto, que era una manía más, de las muchas que tenía. Y mientras pensaba en esto se preparó un café, cogió un bollo de pan y lo cortó sobre la encimera, puso la tostadora y sacó la mantequilla. Salió el café, se sirvió una taza y se sentó en la mesita pequeña que tenía en la cocina. Ahora se sentía bien, le agradaba desayunar a solas, sin prisas, sin conversaciones, sin periódico, sin radio, sin televisor, sólo él y el crujir de la tostada al masticar. Mientras pensaba en lo que haría esa mañana, que en ese momento parecía eterna, pero que al final iba a durar lo mismo que todas, es decir, hasta las once de la mañana, porque de ahí a las tres de la tarde siempre pasa como un suspiro. Mientras pensaba en lo que haría esa mañana, digo, hizo un repaso visual involuntario a la cocina y volvió a poner los ojos sobre el trozo de tostada que aún quedaba. Pero no, no pudo ser, algo le impulsó a mirar de nuevo a un punto fijo, justo al sitio donde habían quedado esparcidas las migas de pan. Y sintió un pellizco en el estómago. Era como si hubiese asesinado al bollo de pan, dejando las pruebas del delito a la vista de todo el mundo. Tenía dos opciones, recogerlas y limpiar todo resto incriminatorio, o esperar a que viniera la policía y entregarse haciendo una declaración completa, no sólo de este asesinato, sino de todos los cometidos durante años con los bollos de pan. Esta segunda opción, en principio.....
La cuestión (vamos a ir centrándonos), es que nuestro hombre se había despertado sobre las siete de la mañana en pleno sábado, y esto le cabreó. Ante la imposibilidad de continuar con el sueño y la más que alta probabilidad de despertar a su acompañante de catre, a base de tumbos y más tumbos, decidió finalmente poner fin a la noche y dar comienzo al día. Llegó a la cocina, después, eso sí, de pasar por el baño y lavarse la cara y las manos, como mandan los cánones antibacterias. La encimera estaba totalmente limpia y todo ordenado. Su acompañante tenía la manía de dejar todos los platos fregados antes de irse a la cama, porque le cabreaba sobremanera recordar la cena al levantarse, aunque siempre decía que lo hacía para ir más rápido por la mañana, pero él sabía que no era cierto, que era una manía más, de las muchas que tenía. Y mientras pensaba en esto se preparó un café, cogió un bollo de pan y lo cortó sobre la encimera, puso la tostadora y sacó la mantequilla. Salió el café, se sirvió una taza y se sentó en la mesita pequeña que tenía en la cocina. Ahora se sentía bien, le agradaba desayunar a solas, sin prisas, sin conversaciones, sin periódico, sin radio, sin televisor, sólo él y el crujir de la tostada al masticar. Mientras pensaba en lo que haría esa mañana, que en ese momento parecía eterna, pero que al final iba a durar lo mismo que todas, es decir, hasta las once de la mañana, porque de ahí a las tres de la tarde siempre pasa como un suspiro. Mientras pensaba en lo que haría esa mañana, digo, hizo un repaso visual involuntario a la cocina y volvió a poner los ojos sobre el trozo de tostada que aún quedaba. Pero no, no pudo ser, algo le impulsó a mirar de nuevo a un punto fijo, justo al sitio donde habían quedado esparcidas las migas de pan. Y sintió un pellizco en el estómago. Era como si hubiese asesinado al bollo de pan, dejando las pruebas del delito a la vista de todo el mundo. Tenía dos opciones, recogerlas y limpiar todo resto incriminatorio, o esperar a que viniera la policía y entregarse haciendo una declaración completa, no sólo de este asesinato, sino de todos los cometidos durante años con los bollos de pan. Esta segunda opción, en principio.....
martes, 18 de septiembre de 2012
Divorcio inesperado
Le conocí hace unos cinco años. Lo nuestro no fue amor a primera vista, más bien al contrario, un matrimonio de conveniencia, con todas sus letras, una detrás de otra, letras que nos mantendrían unidos durante unos 15 años aproximadamente. Suspiré antes de firmar nuestro pacto, mientras mentalmente cantaba eso de.... "sentir que es un soplo la vida, que 20 años no es nada, que febril la mirada, errante en las sombras, te busca y te nombra."
Nuestra vida en común no ha sido nada fácil. He tenido que ceder mucho a cambio de nada. Resignada. Así he vivido estos años, con la clara conciencia de encontrarme en el lado perdedor, el que solo tiene obligaciones y ningún derecho, el que se encuentra a merced de su señor. Y así viví, sometida, sin protestar, cumpliendo mi pacto religiosamente.
Y tras el sometimiento, el repudio. Hace unos días mi amo me abandonó. Tardé en darme cuenta y fue por casualidad. Una tarde soleada, al entrar mi clave en la banca electrónica, noté algún cambio. El logotipo era diferente, y debajo, unas letras pequeñas me invitaban a pinchar en un cuadro donde se me explicarían algunos cambios con más detalle. Pinché: "Le damos la bienvenida a su nuevo banco".
De mi antiguo amo no queda más que el recuerdo y un número de cuenta provisional que mi nuevo señor me cambiará a final de año. Pensé que era el momento de reaccionar, de poner punto y final a este atropello personal. Busqué, pregunté, indagué, estudié las leyes de este país y, finalmente encontré la solución, la única solución posible a mi problema. O me toca la lotería o hasta que la muerte (del préstamo) nos separe. Me voy ahora mismo a comprar un cuponazo y a echar una primitiva, un gordo, un euromillón y dos quinielas. Así hasta que me toque. Moraleja, quien algo quiere, algo le cuesta (he calculado unos 6 euros a la semana).
Nuestra vida en común no ha sido nada fácil. He tenido que ceder mucho a cambio de nada. Resignada. Así he vivido estos años, con la clara conciencia de encontrarme en el lado perdedor, el que solo tiene obligaciones y ningún derecho, el que se encuentra a merced de su señor. Y así viví, sometida, sin protestar, cumpliendo mi pacto religiosamente.
Y tras el sometimiento, el repudio. Hace unos días mi amo me abandonó. Tardé en darme cuenta y fue por casualidad. Una tarde soleada, al entrar mi clave en la banca electrónica, noté algún cambio. El logotipo era diferente, y debajo, unas letras pequeñas me invitaban a pinchar en un cuadro donde se me explicarían algunos cambios con más detalle. Pinché: "Le damos la bienvenida a su nuevo banco".
De mi antiguo amo no queda más que el recuerdo y un número de cuenta provisional que mi nuevo señor me cambiará a final de año. Pensé que era el momento de reaccionar, de poner punto y final a este atropello personal. Busqué, pregunté, indagué, estudié las leyes de este país y, finalmente encontré la solución, la única solución posible a mi problema. O me toca la lotería o hasta que la muerte (del préstamo) nos separe. Me voy ahora mismo a comprar un cuponazo y a echar una primitiva, un gordo, un euromillón y dos quinielas. Así hasta que me toque. Moraleja, quien algo quiere, algo le cuesta (he calculado unos 6 euros a la semana).
jueves, 13 de septiembre de 2012
La terraza indiscreta (2ª parte)
Al frente, según se mira al mar, vive D. Limpio. Perfil básico: unos 30 años de lejos (de cerca no lo he visto nunca y no uso prismáticos porque me engancharía), estatura baja para hombre, acento argentino.
Vive en un apartamento con una enorme terraza, y tiene las mismas vistas que yo, mar y montaña, pero con diferente perspectiva. Comparte espacio con su chica, con la que llegó hace un par de años. Aficionado a las barbacoas (dicen que es típico de los argentinos), meticuloso, ordenado y muy muy limpio dentro de su casa y un poco guarro fuera de ella. Quiero decir que tira las migas de su mantel y las pelusas de su escoba al tejado del vecino. Es de gustos sencillos, o de economía sencilla, no me queda muy claro viendo el mobiliario de su terraza. Bueno, el mobiliario sólo puedes verlo cuando lo despliega, porque lo normal es que esté todo escrupulosamente ordenado y apilado junto con la barbacoa, pegados a la pared, como si fuese necesario que cada vez que salga a la terraza pueda contemplar el gran espacio del que dispone. Debe subirle la autoestima.
Hace un año compró una buganvilla. Cada vez que salía a la terraza la cambiaba de sitio. En cuestión de dos meses en lugar de una planta tenía un matojo, con unas ramas muy largas y secas que intentó enredar en la baranda de la terraza. Qué pena de planta. Por fin decidió dejarla fija en un sitio y la buganvilla se lo agradeció. Ahora tiene tres o cuatro flores, está muy alta y muy verde, como tiene que ser.
El ritual de la barbacoa es digno de admirar. Con decirte que cuando veo que la va a preparar, me cojo una cerveza y me siento a disfrutar del espectáculo. Primero la despega de la pared y prueba varias ubicaciones, hasta encontrar la que en ese momento le parece más apropiada. Levanta la tapa, la desarma, la relimpia (porque ya la guardó como una patena), le pone el carbón y prende la mecha. Mientras se calienta el carbón, saca la mesa y coloca las sillas, perfectamente, no de cualquier manera. Un mantelito de flores, el resto de instrumental y listo. Ahora llega la chica, que lo mismo te pone el peine en la mesa que una pierna sin calzado. Creo que eso le debe irritar, pero se aguanta. Su chica es perfecta, de lejos. Tras la comida permanecen un buen rato sentados, hablando hasta que ella entra dentro y él se queda recogiendo y limpiando. Él es perfecto, de lejos.
Sólo he oído su voz en una ocasión en que ella estaba mojando algo con una manguera y, sin querer, le echó agua a él. Entonces éste gritó ¡Pero ¿qué hasééééssss?! Oí su voz y la risa de ella.
En muy pocas ocasiones tienen visitas. Cuando esto ocurre, si hay varones, él saca su diana y la coloca junto a la buganvilla y ¡ala, todos los chicos a tirar dardos! Las chicas se quedan sentadas alrededor de la mesa y observan el espectáculo haciéndole bromas a los chicos. Cuando termina la fiesta él recoge y limpia todo, como si no hubiera pasada nada ni nadie por ahí. En realidad, si no fuese por la buganvilla, cualquiera pensaría que allí no vive nadie.
Él siempre está en casa. Ella no. Él sale a la puerta a despedirla y luego corre al balcón para seguir despidiéndola hasta que la pierde de vista. Parece como si ella se marchara por mucho tiempo. Pero no es así. Al cabo de muchas horas, pero siempre en el mismo día, ella vuelve. Él sabe a qué hora vuelve y sale a la terraza para recibirla agitando vigorosamente su brazo, hasta que la pierde de vista y entonces corre a la puerta para recibirla. Siempre que veo esta escena suena en mi cabeza la canción de Pet Shop Boys, "I love you, you pay my rent", y entonces la escena pierde romanticismo.
Vive en un apartamento con una enorme terraza, y tiene las mismas vistas que yo, mar y montaña, pero con diferente perspectiva. Comparte espacio con su chica, con la que llegó hace un par de años. Aficionado a las barbacoas (dicen que es típico de los argentinos), meticuloso, ordenado y muy muy limpio dentro de su casa y un poco guarro fuera de ella. Quiero decir que tira las migas de su mantel y las pelusas de su escoba al tejado del vecino. Es de gustos sencillos, o de economía sencilla, no me queda muy claro viendo el mobiliario de su terraza. Bueno, el mobiliario sólo puedes verlo cuando lo despliega, porque lo normal es que esté todo escrupulosamente ordenado y apilado junto con la barbacoa, pegados a la pared, como si fuese necesario que cada vez que salga a la terraza pueda contemplar el gran espacio del que dispone. Debe subirle la autoestima.
Hace un año compró una buganvilla. Cada vez que salía a la terraza la cambiaba de sitio. En cuestión de dos meses en lugar de una planta tenía un matojo, con unas ramas muy largas y secas que intentó enredar en la baranda de la terraza. Qué pena de planta. Por fin decidió dejarla fija en un sitio y la buganvilla se lo agradeció. Ahora tiene tres o cuatro flores, está muy alta y muy verde, como tiene que ser.
El ritual de la barbacoa es digno de admirar. Con decirte que cuando veo que la va a preparar, me cojo una cerveza y me siento a disfrutar del espectáculo. Primero la despega de la pared y prueba varias ubicaciones, hasta encontrar la que en ese momento le parece más apropiada. Levanta la tapa, la desarma, la relimpia (porque ya la guardó como una patena), le pone el carbón y prende la mecha. Mientras se calienta el carbón, saca la mesa y coloca las sillas, perfectamente, no de cualquier manera. Un mantelito de flores, el resto de instrumental y listo. Ahora llega la chica, que lo mismo te pone el peine en la mesa que una pierna sin calzado. Creo que eso le debe irritar, pero se aguanta. Su chica es perfecta, de lejos. Tras la comida permanecen un buen rato sentados, hablando hasta que ella entra dentro y él se queda recogiendo y limpiando. Él es perfecto, de lejos.
Sólo he oído su voz en una ocasión en que ella estaba mojando algo con una manguera y, sin querer, le echó agua a él. Entonces éste gritó ¡Pero ¿qué hasééééssss?! Oí su voz y la risa de ella.
En muy pocas ocasiones tienen visitas. Cuando esto ocurre, si hay varones, él saca su diana y la coloca junto a la buganvilla y ¡ala, todos los chicos a tirar dardos! Las chicas se quedan sentadas alrededor de la mesa y observan el espectáculo haciéndole bromas a los chicos. Cuando termina la fiesta él recoge y limpia todo, como si no hubiera pasada nada ni nadie por ahí. En realidad, si no fuese por la buganvilla, cualquiera pensaría que allí no vive nadie.
Él siempre está en casa. Ella no. Él sale a la puerta a despedirla y luego corre al balcón para seguir despidiéndola hasta que la pierde de vista. Parece como si ella se marchara por mucho tiempo. Pero no es así. Al cabo de muchas horas, pero siempre en el mismo día, ella vuelve. Él sabe a qué hora vuelve y sale a la terraza para recibirla agitando vigorosamente su brazo, hasta que la pierde de vista y entonces corre a la puerta para recibirla. Siempre que veo esta escena suena en mi cabeza la canción de Pet Shop Boys, "I love you, you pay my rent", y entonces la escena pierde romanticismo.
miércoles, 12 de septiembre de 2012
La terraza indiscreta (1ª parte)
Desde la terraza veo el mar, el amanecer, el atardecer, el anochecer, la luna, las estrellas, rayos y truenos además de aviones, trenes, barcos de todo tipo y tamaños, alas deltas, motos de agua, y la montaña con sus brumas matinales, a veces fantasmagóricas. En definitiva, estupendas vistas.
La terraza está flanqueada, a la izquierda por los rusos, a la derecha por los sevillanos, abajo a la derecha por los guiris buenos, justo abajo por los guiris chungos, arriba a la derecha los madrileños y justo arriba otros guiris. Guirilandia podríamos decir. Y al frente, según se mira al mar, un poco a la derecha, D. Limpio, y sobre D. Limpio, los osos.
Los sevillanos son una familia estándar, madre, padre, hijo e hija. Y llevan una vida estándar, lo mismo en el pueblo, que en la playa, que en la montaña. El padre va a su bola, la madre todo el día con el "pushero" y los niños jugando, con la bola y a su bola. Ellos son los que te recuerdan que estás en España, no sé porqué, pero te lo recuerdan. Venir a la playa es toda una aventura, salen por la mañana y llegan por la tarde, aunque el mismo trayecto lo hace cualquiera en un par de horas. Claro que ellos tienen sus rituales, parada en establecimientos de carretera (siempre los mismos), para tomar café, estirar las piernas.... Creo que si fuesen a Barcelona en coche tardarían semana y media. Al padre, en el poco tiempo que pasa en el apartamento, ni se le oye. En cambio a la madre la estás oyendo desde antes que salga el sol, taconeando pasillo arriba, pasillo abajo y hablando sin parar. Lo mismo se come a sus hijos de guapos y graciosos que son, que se los come porque la sacan de quicio. La diferencia de edad entre los hijos provoca situaciones divertidas. Por ejemplo, el niño, que es el mayor, ha estado tantos años viviendo sin hermanos que se ha acostumbrado a hablar solo. Sale a la terraza a jugar y le pone voz a su par de amigos imaginarios. Así que se basta y se sobra para montarse una batalla campal, en la que tan pronto él apunta con una pistola al enemigo y le dice cuatro cosas, como el enemigo le dispara, con tan mala puntería que al final la bala rebota en la pared y le mata. Ríete del western de Canal Sur.
No me queda claro si la mujer se dedica a lavar, tender, fregar y hacer "pusheros" porque el marido se pasa el día en la calle, o si el marido se pasa el día en la calle porque la mujer se dedica a lavar, tender, fregar y hacer "pusheros". Tampoco me importa. Lo que sí me tiene muy intrigada es la extraña costumbre de subir y bajar constantemente la persiana de la puerta de salida a la terraza. Es como si estuviese prohibido que el sol entrara en la casa.
Este verano se han traído a los parajitos. Han instalado una garrucha en el techo de la terraza y allí han colgado la jaula. Son unos pájaros raros, pequeños y cuando pían o cantan, escuchas "tuquetecrees, tuquetecrees, tuquetecrees". La jaula y los melones en el suelo de la terraza, también te recuerdan que estás en España, no sé porqué, pero te lo recuerdan.
Ellos son el flanco derecho de la terraza indiscreta, el flanco más español de guirilandia.
La terraza está flanqueada, a la izquierda por los rusos, a la derecha por los sevillanos, abajo a la derecha por los guiris buenos, justo abajo por los guiris chungos, arriba a la derecha los madrileños y justo arriba otros guiris. Guirilandia podríamos decir. Y al frente, según se mira al mar, un poco a la derecha, D. Limpio, y sobre D. Limpio, los osos.
Los sevillanos son una familia estándar, madre, padre, hijo e hija. Y llevan una vida estándar, lo mismo en el pueblo, que en la playa, que en la montaña. El padre va a su bola, la madre todo el día con el "pushero" y los niños jugando, con la bola y a su bola. Ellos son los que te recuerdan que estás en España, no sé porqué, pero te lo recuerdan. Venir a la playa es toda una aventura, salen por la mañana y llegan por la tarde, aunque el mismo trayecto lo hace cualquiera en un par de horas. Claro que ellos tienen sus rituales, parada en establecimientos de carretera (siempre los mismos), para tomar café, estirar las piernas.... Creo que si fuesen a Barcelona en coche tardarían semana y media. Al padre, en el poco tiempo que pasa en el apartamento, ni se le oye. En cambio a la madre la estás oyendo desde antes que salga el sol, taconeando pasillo arriba, pasillo abajo y hablando sin parar. Lo mismo se come a sus hijos de guapos y graciosos que son, que se los come porque la sacan de quicio. La diferencia de edad entre los hijos provoca situaciones divertidas. Por ejemplo, el niño, que es el mayor, ha estado tantos años viviendo sin hermanos que se ha acostumbrado a hablar solo. Sale a la terraza a jugar y le pone voz a su par de amigos imaginarios. Así que se basta y se sobra para montarse una batalla campal, en la que tan pronto él apunta con una pistola al enemigo y le dice cuatro cosas, como el enemigo le dispara, con tan mala puntería que al final la bala rebota en la pared y le mata. Ríete del western de Canal Sur.
No me queda claro si la mujer se dedica a lavar, tender, fregar y hacer "pusheros" porque el marido se pasa el día en la calle, o si el marido se pasa el día en la calle porque la mujer se dedica a lavar, tender, fregar y hacer "pusheros". Tampoco me importa. Lo que sí me tiene muy intrigada es la extraña costumbre de subir y bajar constantemente la persiana de la puerta de salida a la terraza. Es como si estuviese prohibido que el sol entrara en la casa.
Este verano se han traído a los parajitos. Han instalado una garrucha en el techo de la terraza y allí han colgado la jaula. Son unos pájaros raros, pequeños y cuando pían o cantan, escuchas "tuquetecrees, tuquetecrees, tuquetecrees". La jaula y los melones en el suelo de la terraza, también te recuerdan que estás en España, no sé porqué, pero te lo recuerdan.
Ellos son el flanco derecho de la terraza indiscreta, el flanco más español de guirilandia.
martes, 11 de septiembre de 2012
Dime niño, ¿de quién eres?... tan blanco.
Ay,
dios mío, todavía tengo el susto metido en el cuerpo. Resulta que
vengo esta mañana del garaje, salgo del ascensor y tengo que rodear
una escalera de caracol gigante para llegar al rellano donde está la
puerta del piso. Pues bien, mientras rodeaba la escalera, me da la
impresión de que hay algo que se ha movido muy rápido en el
rellano, pero no puedo ver nada con la dichosa escalera. Todo esto en
cuestión de segundos. Mientras sigo andando con paso firme pensando
que quizás sería un perro, termino de rodear el caracol gigante y,
¡horror!, un niño de unos tres años, blanco como la cal, rubio
como los trigales de la canción, descalzo y en slips, se me planta
delante a la velocidad de un rayo y me mira sonriente con ojos azules
como el mar. Ahogando un socorro, petrificada me quedo y pienso "esto
es un niño muerto que se me ha aparecido", como el que se le
aparecía a Ally Mcbeal. Con las piernas como si fueran de hormigón,
que no se movían ni adelante ni atrás, me armo de valor y le digo
al niño (más que nada por ver si era cosa humana) ¿tú dónde
vas?. Y el niño, sin perder la sonrisa me dice: a ningún sitio. Ay,
madre, ahí si que me entró el susto de verdad, a ver si me lo voy a
tener que quedar para siempre, justo ahora, con lo que cuestan los
libros del cole. De eso nada, ¿dónde están tus padres chiquito? y
me dice, ahí arriba. Pues venga majo, que te llevo con ellos.
Remedio santo, el niño salió corriendo y se perdió por el jardín.
Moví lentamente las piernas, por si no me respondían todavía, y
enfilé para mi casa. Abro la puerta, entro y cuando me doy la vuelta
para cerrarla, detrás de un muro bajo que hay entre el rellano y el
jardín, ahí estaba el niño, mirándome con su sonrisa y agitando
la mano. Le dije adiós con la mano y cerré corriendo la puerta. No
lo he vuelto a ver, pero juro (aseguro para la gente fina) que esto
ha pasado. Vamos, que si llega a ser navidad me creo que es el niño
Jesús que se ha escapado del portal (¿y yo la virgen maría?, no,
qué tontería).
Aeropuertos y otras paradojas.
Me he pasado la mañana en el aeropuerto, para despedir a un amigo que se va lejos y por mucho tiempo. Voy a echar de menos las parrafadas que nos dábamos en la terraza, que empezaban a mediodía y terminaban ya entrada la noche. En fin, el chico es joven y España una mierda, así que no queda otra. Me alegro por él. La cuestión es que el aeropuerto es un lugar muy curioso. La gente coge aviones para ir rápido y pasan horas muertas allí, entre facturación, embarque y starbuks. Creo que es más rápido cruzarte un océano con la piragua de mi hermana, ¿que no?, ¿tú qué sabes cómo es mi hermana remando?, que le entra el nervio por el norte, le sale por el sur y le atraviesa de este a oeste. Es como un ventilador industrial a toda mecha. Ah, y no tiene los problemas de combustible de Ryanair, ni siquiera necesita repostar. Que tiene huevos que te tires tres horas en un aeropuerto para que luego, en mitad del vuelo, se quede el avión sin gasolina. Aunque pensándolo bien debe ser fácil encontrar gasolineras por ahí arriba, a ver si no, de dónde viene eso de que está el combustible por las nubes.
Historias del hospital: (parte final, 07/09/2012).
Por fin vacaciones. Ya estoy sentada mirando al mar, no hay nada que me guste más. Llevo dos días siguiendo el consejo de mi abuela que decía "niña, hay que desechar". Es verdad abuela, ni te imaginas la de veces que me he acordado de ti en estos últimos días. Y te voy a hacer caso, me olvido de lo chungo y me quedo con lo bueno. En los malos momentos se descubren muchas cosas interesantes. En el hospital, por ejemplo, he tenido la suerte de conocer a gente especial, excepcional. Ahí estaba Isabel, con la que me cruzaba cada tarde en el angosto pasillo que llevaba hasta la máquina, con su rápido caminar, siempre iba corriendo como si tuviese muchas cosas que hacer. Ella era la que entraba cuando yo salía, y siempre le tenían que reñir porque nos parábamos a comentar las jugadas más interesantes del día. Inma, ¿cómo estás hoy? y de fondo se oía ¡Isabel, venga ya, mira que charla esta mujer! Y las dos nos reíamos y nos despedíamos hasta el día siguiente!. Siempre, al entrar, se oía una voz muy alegre que me decía ¡Eh, hola amiga, hoy has venido más tarde, hoy has venido muy pronto, hoy va la cosa para rato, hoy ya estaba yo diciendo qué raro que no haya llegado ya.....! Esa era la hermana de Carlos, un hombre silencioso que parecía no querer cuentas con nadie, lo que pasa que con su hermana allí era imposible, porque esa mujer (cuyo nombre no llegué a saber) era una perfecta relaciones públicas, nos conocía a todos, sabía nuestros nombres y nuestros achaques. Era muy alegre (y muy controladora), pero lo de llegar y encontrarte con su recibimiento me resultaba cálido y divertido. Me pregunto de dónde sacaría tanta información. ¿Sería un topo del hospital? También estaba Francisca, una señora mayor, muy callada, que era la perfecta abuelita cariñosa, como la de Heidi pero más modernilla. Poco supe de ella, aunque trataba de leer en su cara. Si le decías ¿qué tal Francisca, cómo va la cosa? siempre decía, bien, bien. Nunca se quejaba de nada, aunque la tuvieran mucho rato esperando. La paciente perfecta. Sin duda la persona que más me ha impactado ha sido Carmen, con sus pañuelos a juego con su ropa y su risa, siempre nos hacía reír con sus ocurrencias. Y, entre bromas, me preguntaba bajito ¿a ti te dan lloreras?. La conocí en la sala de abajo, donde esperamos con las batas puestas. Ese día las batas eran de las gordas, que daban un calor horroroso y al sentarme a su lado dije, uf, qué calor. Esa mujer de inmediato me pasó un abanico y me dijo, toma hija, yo lo llevo siempre, y nos pusimos a charlar. Esa mujer se ríe hasta de su sombra, es increíble. El día que me dijo que ya terminaba le dije, ¡vaya! te voy a echar de menos. Y la eché de menos, a ella y a las otras, todas terminaron antes que yo. Ellas hicieron agradable aquellos malos ratos y siempre las voy a recordar. Posiblemente volvamos a vernos, aún nos queda un largo camino, pero seguro que va a ser más corto con gente así. Desde aquí y como quien piensa en alto, les digo adiós y... como decía Carmen, ¡oye, si no nos vemos que sea por culpa de la niebla!
Historias del hospital (7ª parte, 05/09/2012).
¡¡¡¡¡Por fin!!!!!. Se acabó el tostón, (nunca mejor dicho). Estoy muy contenta y me voy a celebrarlo, así que hoy no os cuento nada. Además tengo que preparar el equipaje para las vacaciones, que las empiezo el lunes. Pero no os perdáis los siguientes capítulos porque estos que quedan son los mejores. Me queda por contaros todas las cosas buenas que me han pasado en estos días. ¿O acaso pensabais que sólo me fijo en lo malo?"
Historias del hospital (6ª parte, 04/09/2012)
Contando las horas estoy, pero ya lo voy a dejar porque me estoy poniendo nerviosa. Hoy ha ido todo como la seda. Incluso el enfermero borde ha sido amable y creo que ha sido porque me ha visto vestida. Parece una tontería ¿verdad? pero no lo es. Hombre, cómo va a ser lo mismo verme como una persona normal, que ver a una nazarena pequeña, con una bata/túnica de la talla G, que casi me llega a los tobillos, con las mangas requetedobladas para que me asomen las manos, y de ahí, a verme con las tetas a su caer (que las mías ya no están al aire, están a su caer). No es lo mismo. Ese hombre ha descubierto hoy que soy un ente humano, de las mismas características del resto de entes con los que él se relaciona a diario en su vida cotidiana. Y eso.... eso ha cambiado su perspectiva y le ha fluido el trato normal de persona a persona. Pasmada me he quedado. Creo que mañana voy a llevar en la mano una foto mía, vestida, por si acaso olvida que soy una persona y vuelve a ser borde. Sí, va a ser lo mejor, porque mañana es mi último día y si me tocan las narices no me voy a poder aguantar y les voy a vomitar todo el coraje que tengo dentro. Si todo va bien, mañana empezaré a olvidar.
Historias del hospital (5ª parte, 03/09/2012)
Historias del hospital: 5ª parte (la 4ª me la salté involuntariamente y he puesto dos 3ª partes, para que cada uno elija la que quiera). Hecha esta imprescindible aclaración, procedo a contar. Hoy ha empezado la cuenta atrás. Si esa gente no me engaña, (no me fío un pelo de ellos/as), el miércoles termina mi diaria peregrinación. ¡Yupiiiiii! Hoy se han producido cambios importantes. Primero: ya no está la prima de Juan Tamariz, así que ha sido llegar y pegar. Sólo he tenido que decir mi nombre una vez y todo arreglado. Segundo: ese infame celador, al que ya sólo me quedaba insultar en alto, porque lo que es por lo bajini le he dicho de todo, ha desaparecido del mapa. Ha sido genial. Todo iba perfecto hasta que oí mi nombre por el megáfono. Era una voz masculina y..... sí, mis sospechas se hicieron realidad, allí, junto a la camilla "el enfermero borde". Por supuesto no me ha contestado ni cuando le he dicho buenas tardes, ni cuando le he dicho hasta mañana. Tan sólo se ha dirigido a mí para decirme ¡no te muevas!. El cuerpo entero me ha temblado, porque es de esos tipos que te parecen que sí no haces lo que te dice, te va a poner en el centro de una sala llena de gente y te va a decir ¡Inútil!. Ay, dios mío, es lo que tiene no llegar a médico y quedarse en enfermero. Es la frustración la que le imprime carácter. Así que, por lo que se ve, el miércoles, mi último día, voy a seguir el consejo de una amiga y, teniendo en cuenta que este tipo te observa por las cámaras, cuando me pongan los brazos en los soportes, cerraré los puños y, lentamente, extenderé los dedos corazones, como si fueran un par de banderillas. ¿Cómo lo véis?
Historias del hospital (3ª parte, bis, 01/09/2012)
¿Alguien se ha preguntado alguna vez que hay detrás de esas puertas, en los hospitales, donde pone "Prohibido el paso"? Yo, como soy poco curiosa, no me lo había planteado, justo hasta ayer. Mientras esperaba mi turno, sentada en esos sillones que han sentido más culos que......., que yo qué se, veo que mi odiada enfermera del mostrador, sale de su garita y pasando por delante de mi, se mete en un pasillo donde hay una de esas puertas: "Prohibido el paso". Ella entra ahí, con ese aire de, "mira, esta es la diferencia entre tú y yo. Yo entro y tú no." Ni siquiera en ese momento me planteo qué hay detrás de la puerta. Total a mí que me importa. Como si se queda ahí atrapada para siempre y nadie la puede rescatar porque sólo ella tiene permiso para entrar. Las prohibiciones tienen esas cosas. Pero.... atención, al cabo de unos minutos aparece, como por arte de magia, sentada de nuevo en su mostrador. ¡Milagro!, pensé. Fíjate la colega, tiene poderes, se teletransporta. Mi suerte es que sí hay gente curiosa y más aterrizada que yo, que se atreve a preguntarle, ¿pero bueno, tú por dónde has salido? Y ella, la enfermera, que acaba de percatarse que es el centro de atención, que todas las personas de los sillones, (que estamos tan aburridos), la miramos, pone su cerebro a funcionar, (con algún esfuerzo, claro) y sonriendo con cara de "pá que veas" dice.... ah, bueno..... de por ahí, sin señalar ningún sitio concreto. Es en ese preciso instante cuando, mirando el cuadro descolorido que hay en la pared, el de la niña vestida de comunión, con un traje más antiguo que Vitorio y Luchino, comprendo que el hospital debe ser del tiempo de la guerra y tiene pasadizos secretos. Me aliso el escaso vello de mis brazos (siempre lo hago cuando miro ese cuadro) y vuelvo mi vista a la enfermera y entonces me entra la duda, porque esa mujer, con esa cara, podría perfectamente ser prima de Juan Tamariz, o de Paco Umbral, y la cosa cambia, claro. Si es prima de Juan Tamariz puede que sepa hacer magia, y entonces ni pasadizos secretos ni ná de ná. Pero...¿ y si es prima de Paco Umbral? No, no puede ser, llevaría una bufanda.
Historias del hospital, (3ª parte, 30/08/2012).
No me extraña
que estemos en la ruina. Llevo más de treinta días, que se dice
pronto, visitando el hospital. Instrucciones: cuando digan tu nombre
por megafonía te bajas a la unidad y te pones una bata de este
armario, dejas tu ropa en un vestidor y te sientas a esperar que te
vuelvan a nombrar, y ya pasas dentro de la unidad. Una vez entras a
la unidad, te quitas la bata y te tumbas en la camilla. Cuando acabe
la sesión (diez minutos mal contados), te pones la bata, vuelves al
vestidor, te colocas tu ropa (siempre pensando “dios mío que no se
la hayan llevado”) y te vas por donde has venido, eso sí, dejando
la bata en los sacos de ropa para lavar. Pero vamos a ver, ¿ropa
para lavar? ¡Sí sólo la he usado tres minutos! ¿no sería mejor
que me la llevase a mi casa y la usara, al menos durante una semana?
Prometo devolverla cuando termine mi calvario. Pues nada, así todos
los días. Eso debe ser antiecológico y todo. Y así están las
batas, transparentes, que cualquier día me engancho con algo y me
quedo en pelotas en mitad de un pasillo.
Historias del hospital (2ª parte, 29/08/2012)
Alguna mujer piensa que
su empresa debe darle las gracias por ir a trabajar. Eso, y
pagarle el sueldo. Por ello se permite el lujo de desaparecer de
su puesto cuando le apetece, porque ella lo vale. Relato. Tengo
las siguientes instrucciones: cuando llegues al hospital te
acercas al mostrador y le dices a la enfermera tu nombre y la
máquina que te corresponde. Vale, es sencillo. Pero nadie me ha
dicho qué hago si la enfermera no está. Tampoco se lo han dicho
al resto del personal, por lo que no puedo copiar a nadie. Eah,
eso es lo que hay. Por fin llega, relajada, sin prisas, total
ella tiene que estar ahí hasta las 9 de la noche, ¿para qué va
a correr? si la gente que la esperamos no tenemos nada que hacer,
de hecho vamos al hospital por gusto, a dar por saco, a hacer
gasto, más concretamente vamos a joderla a ella, así que ya nos
jode ella antes por si acaso. Bien, ya la tenemos en su puesto,
se sienta, te mira con cara de fastidio. Tú le pones tu mejor
sonrisa y le dices "buenas tardes" y no le dices "cacho
cabrona", mi nombre es Inmaculada Muñoz, máquina 1. Y
ella, te sonríe con desgana, mira la pantalla del ordenador con
la cabeza muy alta y te dice, Ana Miranda ¿no? No, Inmaculada
Muñoz. A ver.... ah, sí, Pilar Morales ¿no?. Te callas
pensando ¿esta tía está de cachondeo, o de verdad es así de
tonta? y le vuelves a decir, ahora elevando la voz, Inmaculada
Muñoz, máquina 1. Ah, sí, ya está. En ese momento me doy
cuenta que tengo las cejas más de punta que Zapatero y los
dientes apretados. Y pienso, señor, dame paciencia porque si me
das fuerza....
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Historias del hospital, (1ª parte, 28/08/2012)
“Historias
del hospital: ¿Esto es una sala de radioterapia o el camarote de los
hermanos Marx? Me explico. Tengo que tumbarme en una camilla, con los
brazos hacia arriba, apoyados en unos soportes, de manera que parece
que te han puesto en una camilla de ginecología, pero al revés, en
lugar de las piernas colgando y abiertas, son los brazos los que
pones en esta posición. Después de moverte milimétricamente, para
que los puntos perennes que te han dibujado en el cuerpo cuadren con
otros puntos que tú no sabes dónde están, las enfermeras dicen "ya
lo tengo" y cogen un mando a distancia y comienzan a mover la
camilla a trompicones, para arriba, para abajo a derecha e izquierda.
Qué tensión me entra, sólo puedo pensar: ¡madre mía que me van a
descuadrar!. En fin, yo ahí, quieta, intentando no moverme con las
sacudidas de la camilla. Y, cuando ya ellas consideran que aquello
está en condiciones se van corriendo y una máquina descomunal
empieza a hacer un ruido de campo magnético, como si te fuesen a dar
un calambrazo de campeonato. Pero no sientes nada, sólo ruido. Todo
esto que acabo de relatar dura apenas diez minutos. ¿Uds, ven lógico
que en este corto espacio de tiempo y en el transcurso de una semana,
hayan pasado por ahí, un celador y un informático? ¿Qué pasa, mis
tetas y yo somos espectaculares, o pura basura? Y si alguien tiene la
osadía de decir que esto no tiene importancia, o que no es para
tanto, le reto a que se ponga con las tetas o los huevos al aire
(cada uno lo que tenga), en esa extraña pose, más propia de una
película sadomasoquista que de un tratamiento médico y quede
expuesto a la vista de un celador que llega a dejar unas sábanas, o
de un informático que va a ver si le pasa algo a la pantalla de
ordenador. ¡Pero SI SOLO ESTOY DIEZ MINUTOS, no pueden esperarse un
momento!. No lo entiendo. Estoy muy cabreada. O me dan pronto el alta
o me voy a cagar en todo el que trabaja allí. Soy una persona,
oiga.”
sábado, 21 de julio de 2012
¿Querer o poder? Esa es la cuestión
Ya
he leído varios titulares donde se dice que tal o cual partido
político o grupo de políticos renuncian a su paga extra de navidad,
o piden que otros lo hagan. Que les den una Fanta. Si con esto
quieren quedar bien que sepan que para mí es una mofa. ¿Por qué
ellos pueden decidir mientras yo tengo que renunciar
obligatoriamente? ¡A tomar fanta!
Una imagen no siempre dice la verdad.
Emocionantes
imágenes de las movilizaciones de ayer en todas las ciudades. Pero
para mi gusto sobran las banderitas de los sindicatos. Ya lo he dicho
otras veces, pero viendo que ellos insisten, yo también. No
representan a los trabajadores. Hace tiempo que olvidaron lo que es
trabajar. Hablo sólo de los dos grandes sindicatos, no de los
sindicatos profesionales, que esos, al menos, cubren expediente. Los
dos grandes sindicatos, son apéndices políticos, mantenidos por la
política, clubes privados que protestan por sus recortes, no por los
de todos. Y, como el cansino "mocito", o el famosillo
friki, sólo se preocupan de chupar cámara. Dejadnos en paz, tenemos
mejores slóganes que vosotros y muchas mejores razones para estar en
la calle. Vuestro sitio está en la cola de las manifestaciones, como
el coche escoba, recogiendo lo que no habéis sabido defender.
sábado, 26 de mayo de 2012
El balón es diferente según el campo donde se encuentre.
¿El fútbol es un deporte? Lo pregunto porque mirando el twitter me he quedado alucinada leyendo barbaridades de todo tipo contra políticos, vascos, catalanes y público en general. Algunos comentarios rozaban la apología del terrorismo, por ejemplo: gasearía el estadio. Me parece muy fuerte. No se si los que están haciendo esos comentarios están viendo el partido o mirando a la grada con prismáticos. O lo mismo están mal de la cabeza. Y de la lengua también. La verdad, no se si lo están pasando bien o mñas bien lo están pasando fatal. Deberían poner a Dora la Exploradora, es mucho más instructivo, incluso se aprende inglés. En Dora la Exploradora te enseñan cómo hacer desistir a un ladrón (el zorro) de que robe, con sólo decirle swiper no robes, swiper no robes, swiper no robes. Así de fácil. Deberíamos aprender de Dora y decirle eso de "swiper, no robes" a más de cuatro que hay por ahí. Tanto fútol ni ná de ná.
martes, 1 de mayo de 2012
Mi cruz de mayo
Llegué al hotel que previamente tenía reservado. Era muy temprano. Hacía frío. Tras hacer cola en recepción, donde me tomaron los datos y me colocaron una pulsera ("el todo incluido", pensé yo), me senté a esperar que el botones llegara para llevarme a mi habitación. Novena planta. Preciosas vistas. Aparentemente el lugar era tranquilo, aunque nada acabó siendo como parecía ser. Nada más soltar mi mochila, aparece la recepcionista de la planta y me entrega un camisón. ¡Pero, oiga, si casi me acabo de levantar, cómo voy a acostarme otra vez!. Nadie me hizo caso, así que yo tampoco le hice caso al camisón que quedó allí, tirado en la cama, mientras yo me dedicaba a averiguar cómo funcionaba el mando de la cama articulada. Ahora subo los pies, ahora subo la cabeza, ahora me quedo pillada como el jamón de un sandwich,.... ahora sí, ya lo domino. Vuelve a entrar la recepcionista y me pregunta si quiero desayunar. Yo ya vengo desayunada, muchas gracias. ¡Ay, si llego a saber lo que el día daría de sí, acepto el desayuno seguro! Pues póngase el camisón que enseguida comienzan las actividades que el hotel le tiene preparadas. Está bien, es rara esta situación, llegar a un sitio desconocido y que te quiten la ropa... tiene su punto; o te pone los pelos de punta, depende. Mi vecina me pregunta cosas de mi vida y me cuenta que es la sexta vez que visita este hotel. Debe ser bueno, pensé yo, porque con la de hoteles que hay, repetir tantas veces será por algo ¿no? Ahora entra en la habitación una especie de comité de recepción, todos uniformados, y me preguntan si estoy preparada. No, contesto yo. Se ríen, sueltan una retahíla y se largan. Miro a mi vecina. Mi vecina me mira. Dos segundos de silencio y me sigue contando sus historias. De repente, el botones, ¡vamos señora que nos están esperando! ¿Señora soy yo? definitivamente tengo que mirarme lo de las patas de gallo. Me meten en una limusina con otros turistas. Tras un corto pero azaroso trayecto, nos bajan y nos instalan en una habitación. Sin instrucciones. Sólo esperar. Y a mí que me suena tu cara, me dice una de las turistas. Pues... a ver, repasemos dónde hemos podido coincidir. El reducido espacio, la inquietud de no saber y un tiempo sin tiempo, hicieron surgir lazos de calidez y de apoyo mutuo, de sentimientos sinceros y fuertes. Quizás sólo yo lo vea así, pero creo que nunca voy a olvidar ese momento, ni las caras, ni los nombres, ni la valentía, ni la fortaleza. Pero, sobre todo, creo que nunca voy a olvidar el llanto de un bebé, tan cercano, llenando todo el aire tóxico y radioactivo de aquél espacio, y el sentimiento de impotencia.
Durante varias horas, por turnos, nos pasaban a una habitación donde la desconfianza crecía al mismo tiempo que la amabilidad de la gente que te atendía. Más amable, más mosqueo. También por turnos almorzamos y merendamos. Resultó bastante cómico intentar quitar la tapa de plástico que cubría la taza de leche, sin derramarla. Es curioso cómo en estos lugares, las comidas marcan los tiempos. Cada bandeja te dice las horas que han pasado y las que quedan por pasar. Realmente patético y patéticamente real.
¡Vámonos, la limusina está en la puerta! Llegamos de nuevo al hotel y pienso que no volveré a ver a las personas con las que he pasado la tarde. Me despido. Me encantaría veros de nuevo, mucha suerte. Adiós.
La noche parece no llegar, el reloj parado, otra bandeja, ya queda menos, quiero dormir, no puedo dormir, no quiero pensar, no dejo de pensar.....uf, me duermo al final.
Lo que sigue a continuación, tan previsto y tan imprevisto, me viene a la mente a base de flashes que, con más paciencia ajena que propia, y a base de preguntar miles de veces lo mismo, he conseguido hilar de forma más o menos coherente.
Recuerdo pensar "llegó la hora" y sentir ese pellizco en el estómago, mezcla de .... ¿de qué? Mientras mi cama se desliza rauda por pasillos llenos de gente, casi chocando con paredes, yo intento despedirme, pero no me resulta posible, todo va tan rápido... ¡Ahí va, el comité de bienvenida otra vez!; me sonríen de nuevo, me mosqueo, trato de sonreír también. Sé que voy a perder la conciencia y me gustaría saber cómo y cuándo.
No veo nada. No escucho nada. No siento nada. Tampoco me importa nada. Abro los ojos. ¿Dónde estoy? ¿qué hacemos aquí? ¿qué cubre mi boca y mi nariz? Respiro hondo y soplo. Me duermo. ¿Alguien me ha dicho algo?
Vuelvo a deslizarme por pasillos, muy rápido. Veo las caras que esperaba, a tropezones. Ahora si sonrío, sin esfuerzo. Noto que todo ha ido bien. Siento paz y sueño, mucho sueño. Un sueño blanco, sin imágenes. Me cuentan que durante mi largo levitar se acercó hasta mí una de las turistas con las que pasé la tarde anterior y me dijo, "todo ha salido muy bien", y que yo le sonreí y apreté su mano sin ser capaz de articular palabra. Y me viene esa imagen a la cabeza y me parece recordarlo, pero no lo sé. Me encantaría recordarlo y poder darle las gracias. Este gesto me confirma que aquella tarde no sólo fue especial para mí. Me gusta que esto sea así.
Ahora no hay bandejas, el tiempo no pasa. Llega otra noche, llega otra mañana. Y dejo el hotel. Terminan las cruces de mayo, todas menos la mía. Aquí sigue, erguida, aguantando la lluvia de estos días, con sus flores chuchurridas. Trato de componerla pero.... hay que cosas que no tienen apaño. No importa, tengo que seguir. Otra vez el pellizco en el estómago, mezcla de.... ¿de qué?
No veo nada. No escucho nada. No siento nada. Tampoco me importa nada. Abro los ojos. ¿Dónde estoy? ¿qué hacemos aquí? ¿qué cubre mi boca y mi nariz? Respiro hondo y soplo. Me duermo. ¿Alguien me ha dicho algo?
Vuelvo a deslizarme por pasillos, muy rápido. Veo las caras que esperaba, a tropezones. Ahora si sonrío, sin esfuerzo. Noto que todo ha ido bien. Siento paz y sueño, mucho sueño. Un sueño blanco, sin imágenes. Me cuentan que durante mi largo levitar se acercó hasta mí una de las turistas con las que pasé la tarde anterior y me dijo, "todo ha salido muy bien", y que yo le sonreí y apreté su mano sin ser capaz de articular palabra. Y me viene esa imagen a la cabeza y me parece recordarlo, pero no lo sé. Me encantaría recordarlo y poder darle las gracias. Este gesto me confirma que aquella tarde no sólo fue especial para mí. Me gusta que esto sea así.
Ahora no hay bandejas, el tiempo no pasa. Llega otra noche, llega otra mañana. Y dejo el hotel. Terminan las cruces de mayo, todas menos la mía. Aquí sigue, erguida, aguantando la lluvia de estos días, con sus flores chuchurridas. Trato de componerla pero.... hay que cosas que no tienen apaño. No importa, tengo que seguir. Otra vez el pellizco en el estómago, mezcla de.... ¿de qué?
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